ULISA Historia para adultos, por Cyrus Map. Ulisa, la asistenta, demuestra tener una fuerza incontenible. -Buenos días, mi señora, he venido por lo del trabajo. Me llamo Ulisa. -¿Ha dicho usted Luísa? -No, no, mi señora. U-li-sa, soy guineana. -Oh, perdone,... Ulisa. Verá, en mi casa hay mucho trabajo, pero si usted responde bien el sueldo será generoso. A pesar de los muchos años transcurridos, todavío recuerdo perfectamente este diálogo entre mi madre y Ulisa el primer día en que esta acudió a nuestra casa a trabajar como asistenta. -¿Habéis visto?, ¡es negra! -Sí, y es enoorme, ¿os habés fijado?, nunca había visto nadie tan descomunal. -¿Y el nombre?, se llama Ulisa, Uu-lii-saa.¡Ja, ja, ja, ja! Mis dos hermanas, mi hermano y yo, el benjamín, no pudimos contener nuestra sorpresa ante la nueva criada. Los niños teníamos prohibido ir a espiar quién había cuando llamaban a nuestra casa, y muchísimo más aun abrir, cosa que correspondía al servicio, o a lo sumo a mi madre, como aquél día en que llegó Ulisa. Ulisa se integró muy bien en el trabajo de mi casa. Era muy eficaz, muy trabajadora. También era agradable, siempre me sonreía y me decía alguna cosa simpática. Pero los niños son cryueles a veces, y aunque ante Ulisa siempre éramos respetuosos, en su ausencia, los niños la convertíamos en el blanco de nuestras burlas. Su tamaño enorme, su manera de hablar, lenta y canturrona, y sus rasgos africanos eran objeto de comentarios frecuentes y socarrones. -¿Habés visto qué labios?, tiene más labios Ulisa que toda nuestra familia junta. -¡Y qué negra es!, el otro día me crucé con ella por el pasillo a oscuras y, si no llega a avisarme, me topo de bruces con ella. Un día que fuimos especialmente crueles con nuestros comentarios, mi madre nos reprendió. -No debéis hablar mal de Ulisa. Ella trabaja mucho y muy bien, es eficaz, educada y limpia. No quiero perderla, hay muchísimo trabajo en nuestra casa y no quiero perderla.Además, ¡qué importa si es muy grande! y si es negra ¿acaso es eso importante?, con franqueza, yo diría incluso que su piel es hermosa. Hermosa, esa palabra de mi madre retumbó en mi cabeza. Ulisa era hermosa. De aquella forma difusa e imprecisa con que los niños aprecian a veces algunas cosas, las palabras de mi madre me ayudaron a tomar consciencia de algo que llevaba un tiempo afectándome, aunque no fuera consciente de ello. Ulisa era, sí, hermosa. Era en realidad hermosísima, y yo estaba prendado de ella. Su voz melodiosa, su andar contorneante, su presencia siempre atenta y simpática, su olor a limpia, a pesar de estar siempre trabajando duramente. Todo, todo ello me fascinaba desde hacía tiempo. Y su piel de azabache, oscurísima, brillante y tersa aportaba un toque de ardiente atractivo que no podía dejar de sentir. Y estaba su cuerpo, su inmenso cuerpo. Su altura era enrome, de más de 1,80m, y sus proporciones generosísimas. Ulisa era francamente gruesa, pero proporcionada y con curvas muy especialmente pronunciadas. Sus pechos resultaban gigantescos y redondos, cada protuberancia mamaria constituía ella sola una especie de enorme montaña proyectada en horizontal en inverosímil contradicción a la gravedad.La espalda, de anchura indescriptible, se encuadraba con perfección debajo de unos anchísimos hombros. La cintura era estrecha, anormalmente estrecha y esbelta para tamaño cuerpo, se le marcaba perfectamente gracias al uniforme, con el delantal perfectamente atado y siempre blanquísimo. Su culo descomunal y redondo describía una soberbia geometría de complejas curvas. Los muslos, abultados y empalmados a unas cimbreantes caderas, latían en una especie de reverbero danzante a cada paso que daban.. Por debajo de la rodilla, siempre enfundados en unas medias, los poderosos gemelos definían con rutilante contundencia, una plenitud henchida. Sus brazos eran gruesos y poderosos, y parecían tan consistentes como las grandes patas de roble macizo de la mesa del comedor de invitados de invierno. Pero a todo ello unía Ulisa una especial circunstancia. De ella emanaba, de forma imposible de referir, una imparable, incontenible y soberbia sensación de poder físico ilimitado. Porque Ulisa era descomunalmente fuerte. Recuerdo perfectamente como cada año, bajo la direc´ción de mi madre, se procedía a efectuar una limpieza a fondo de toda la casa. Ulisa movía sin esfuerzo los mayores muebles. El armario de caoba e incrustaciones de bronce de más de dos metros del recibidor era levantado suavemente por Ulisa y desplazado como si se tratara de un simpe taburete. Y lo mismo hacía con las consolas, el bargueño, los bufetes del comedor, las alacenas, los sofás y laos butacones. Todo se levantaba, se desplazaba, era meticulosamente limpiado por detrás y devuelto a su sitio por ella, sin esfuerzo, sini pausa. Los años habían pasado. Mis hermanos habían terminado sus carreras y ya se habían casado. Frecuentaban mucho la casa, nuestra casa, pero ya no habitaban en ella. Mis padres, como siempre, solían viajar a menudo. Nuestar enorme casa estaba a menudo ocupada solamente por mí solo. Y Ulisa. Y llegó por fin la inolvidable jornada cuyo recuerdo aún me estremece y me enardece a la vez. Era un domingo de principios de verano. Yo había terminado el último curso de secundaria y estaba en casa estudiando para la temible prueba de acceso a la Universidad. O lo intentaba por lo menos. Ciertamente me turbaban los sentidos los incesantes trasiegos de Ulisa por toda la casa y mis pensamientos ardían de afanes de gozar de su cuerpo. Mal asunto andar con calentones cuando uno tratat de estudiar. Pero para ahuyentar todavía más mi concentración, la furgoneta de propaganda emitía con estridencia de clarines y voz chillona,los avisos comerciales de anuncio de la primera corrida de torros de la temporada. El em`peado habría bajado a desayunar y la furgoneta,con los altavoces a todo volumen repitiendo una y otra vez el anuncio completo. No lo pude soportar, me levanté de mi cuarto y salí sin rumbo por la casa, intentando reordenar mi mente, tranquilizar mis nervios y poder volver a estudiar. O eso al menos me decía para tranquilizarme.En realidad salí a encontrarme con Ulisa. Al verla me saludó cortesmente y dijo: -Aay, señorito, usted siempre taan estudioso. Como sus hermaanos. Con la llegada del verano, Ulisa había cambiado su uniforme.Con la ropa siempre ceñida, la falda algo mas corta y las mangas también cortas, el inconteniblemente atractivo cuerpo de Ulisa lucía con un total y perturbador esplendor. Sólo con verla se me empinó el rabo hasta alcanzar dureza férrea. Ocultándomelo como pude, trgando para disimular mis jadeos involuntarios y el retumbar de mis latidos, entablé conversación con Ulisa. Venciendo como pude la vergüenza, empecé fuerte. -Ulisa, usted es muy fuerte. ¿Me podría hacer una demostración de fuerza?, no sabe cómo se lo agradecería. -Bueeno señorito, ´todo sea para complacerlo.Peroo...¿qué podría yo hacerle?. Ah, ya sé. Y me hizo sentar en el extremo de un sofá largo. Ella, con una mano sola, agarró una pata del sofá en el extremo opouesto. Y lo fue levantando levantando suavemente y sin dejar de sonreir hasta por encima de la cabeza y con el brazo extendido. Aunque el sofá hubiera estado vacío se hubiera tratado ya de un alarde hercúleo (¡prueben de levantar una simple silla por la parte de abajo de una pata y manteniéndola en pie!),¡ pero yo estaba sentado en el otro extremo, y pesaba ya mis noventa y tantos Kgs, pues a mi altura añdía ya un cuerpo fortalecido por el deporte!. Descomunal. De pronto, unos ruidos de la calle captaron nuestra atención. La furgoneta de propaganda seguía emitiendo su estridente anuncio, pero se oían también voces, voces de miedo. Nos asomamos a uno de los balcones de mi cuarto para ver qué sucedía. Tres enormes toros se habían enseñorado de la avenida, sembrando el pánico y el caos. El camión que los transportaba de la estación a la Plaza había sufrido un accidente y los cornúpetas se habían escapado. La calle , muy concurridapor sera media mañana, estaba dominada por el pánico. Ulisa cambió el rostro. Su eterna sonrisa desapareció súbitamente, se deshizo el delantal y salió disparada a la calle. Mientras unos guardas bastante desconcertados intentaban desalojar a la gente, una señora mayor empezó a correr en dirección equivocada. Uno de los toros la vió e inició la carrera para embestirla. Pero su carrera terminó bruscamente cuando Ulisa, con una agilidad desconcertante por su corpulencia, lo alcanzó por detrás lo asió por el rabo. El toro, bastante furioso la embistió a ella entonces. Pero Ulisa le propinó un enorme puñetazo que lo alcanzó entre los cuernos. La cabeza del toro, impulsada por el sopapo, bajó bruscamente hasta golpear el suelo. Después, la levantó otra vez, con la lengua fuera dio unos pasos tambaleantes y por fin cayó, inconsciente, pesadamente al suelo. El segundo toro embistió entonces a Ulisa, ella se zafó de la acometida pero le agarró la cola. Al girarse el toro le pudo asir un asta. Con una mano en la cola y la otra en el cuerno, Ulisa dominóa el animal, lo levantó en vilo y lo volteó varias veces. El pobre animal, al ser soltado, estaba bastante mareado y asustado, pudiendo ser reducido fácilmente por los cuidadores. El tercer toro, el mayor de todos, atacó entonces. Ulisa no pudo preparse esta vez y a punto estuvo de ser atravesada por los cuernos del animal. Pero consiguió zafarse de la embestida agarrando cada cuerno con una mano, aunque el animal la arrastró bastantes metros. Bastante enfadada, Ulisa recuperó la estabilidad. Entonces el toro no pudo dar ni un paso más. Y Ulisa contraatacó. -¿Te gusta dar cabezazos a la gente, verdad?, pues prepárate. La giganta de ébano estiró los brazos de manera que el toro y ella estuvieron frente a frente. Entonces tiró la cabeza hacia atrás como tomando impulso y descargó con furia un gigantesco cabezazo contra la testuz del animal. Sonó un chasquido seco y tan fuerte que se sobrepuso a los alaridos de la multitud y los clarines de la furgoneta-anuncio. Un chasquido de huesos rotos, los del cráneo del toro, que quedó grotescamente hundido por el inenarrable golpazo de"mi" Ulisa. Todo ese alarde de poder incontenible no apaciguó precisamente mis ansias, de manera que al regresar a casa, me abalancé dobre Ulisa y la comencé a besar ardientemente. Ella no rechazó mi empuje, al contrario, se dejó poseer. Ulisa se manifestó como un verdadero volcán sexual y me tuvo practicando el sexo con ella durante horas, en un frenesí inapaciguable que no he repetido jamés con ninguna otra mujer. Pero al final los ardores incontenibles de la juventud cedieron un poco, yo me quedé profundamente dormido tras el éxtasis. Pero no pude repetir la experiencia. Como para demostrar que el Paraíso no es de este mundo ella nos abandonó.En una carta larga y respetuosa, le decía a mi madre que un os asuntos de fuerza mayor la obligaban a regresar de vuelta a su país. Nunca más supimos nada de ella. Cyrus Map les agradecería sus comentarios sobre esta y otras historias mías cyrus.map@hotmail.com