Tomando un baño Era una preciosa tarde de verano y me baje al parque una botella de buen vino, sandwiches y "El Señor de los Anillos" . Me senté sobre la hierba, tome un sorbo de vino y leí, leí y leí. Tolkien es tan arrebatador, sus imágenes tan vivas. No me di cuenta de lo tarde que se estaba haciendo hasta que me fue imposible leer las palabras de la pagina. Cuando levanté la vista observè que estaba cayendo la oscuridad . ¿Te has fijado en ese momento precioso, justo tras la puesta del sol, cuando ya no hay luz pero tampoco oscuridad? Algunos le llaman crepùsculo, pero yo prefiero llamarle resplandor. Es el momento en que los Orcs y los Goblins empiezan a salir, y los Jinetes de la Noche ensillan sus caballos, y todos los buenos chicos deberían estar a salvo en casa. Metí el libro y mis cosas en el bolso y me dirigí hacia casa, cruzando a pie el césped verde oscuro. Vi a alguien que se dirigía caminando hacia mi, desde mi izquierda, pero no pensè en ello hasta que llegó a mi lado y dijo: ¡Hola querida! ¿A darte un paseìto? No le hice caso y seguí andando, ya sabes, no se debe hablar con extraños en el parque. Pero él me siguió y, agarrándome por detrás, me dió la vuelta para ponerme frente a él. "¡Eh, que te estaba hablando!". Entonces alargó la mano, cogió mi blusa y la abrió de un tirón. Yo estaba en estado de shock; ese tipo de cosas no suceden, al menos aquí y ahora. ¿No crees? Pues sí, por lo visto sí suceden. Con sus manos me cogió por las muñecas y me atrajo hacia él. Era obvio que sus intenciones no eran buenas. Salí del estado de shock y empecé a reaccionar. Junté las manos y agarré su muñeca izquierda con mi mano derecha y su muñeca derecha con mi mano izquierda. A continuación separé las manos y al hacerlo eliminé la presión sobre mis muñecas, de modo que era yo la que le sujetaba y no al revés. El no se esperaba eso. Se supone que yo debía ceder sumisamente, o gritar, o algo por el estilo. Pero no hubiera valido de nada gritar, el parque estaba desierto, y de todos modos el subidòn de adrenalina me había dejado sin aliento. El no se esperaba que yo le hiciese frente, y menos que le apretase tanto las muñecas que con mis dedos le estaba haciendo daño en los brazos. Supongo que será mejor que explique algo, por si esto queda aislado del resto del relato. Gran fue una mujer famosa por su fuerza, activa especialmente en los años cincuenta. No aparentaba ser fuerte, pero era capaz de conseguir tremendas hazañas. Ella es mi abuela, y sus posibilidades se saltaron una generación y emergieron otra vez en mí. Una de las cosas que era capaz de hacer, y yo también, era romper puntas de seis pulgadas con los dedos. Suelo hacer eso muchas veces, en privado, donde nadie pueda verme. Me da una gran sensación de poder, de fuerza interior. La primera vez que lo hice me resultó realmente difícil, tuve que insistir para conseguir algo. Pero después de haberlo estado haciendo a lo largo de un año, lo encuentro más fácil, puedo hacerlo y hacer que no parezca demasiado difícil. No lo demuestro delante de la gente, excepto Gran, pero parece como que soy suave con la punta de hierro, y se tuerce bajo la presión de mis dedos, después lo enderezo, lo doblo y demás, hasta que siento cómo se debilita y ablanda y ya puedo acabar, simplemente con el pulgar y la falange del dedo índice. Me encanta romper puntas de seis pulgadas. Las compro por kilos; nadie me pregunta nunca para qué las quiero. Si me preguntasen respondería que para un trabajo que preparo. Y como me encanta romper puntas de hierro y hacerlo tantas veces, el ejercicio me ha puesto las manos muy fuertes. Apenas se nota a no ser que se sepa lo que se busca, pues tengo las manos sólo un poquitìn más grandes de lo que se esperaría. La almohadilla de mi pulgar es más gruesa que la de otra persona, pero no es probable que se note. La mayoría de los mùsculos que manejan los dedos están en el antebrazo, donde no se hacen notar en exceso. Mis antebrazos no son desde luego como los de Popeye, (aunque me gustan las espinacas, crudas y frescas, no convertidas en una masa por la cocción), tal vez un poco más anchos de lo que podría esperarse, especialmente un par de pulgadas por debajo del codo, pero ¿quién se fija en los antebrazos de una chica?. La única manera de darse cuenta sería observar el hecho de que tengo las manos más fuertes de lo que se esperaría, cosa que nadie observa nunca. Cuando la gente le da la mano a una chica se limitan a sostenerle los dedos, no los agarran como hacen los hombres. Nadie que yo conozca es capaz de romper puntas de hierro (excepto Gran, por supuesto), no sólo porque no tengan fuerza en los dedos, sino porque también es necesario conocer la técnica. Así es como yo lo hago. Gran me lo enseñó. En primer lugar se envuelven en papel ,que como es flexible no hace que sean más duras de torcer, pero te protege la piel de las aristas; se hacen varios envoltorios hasta que sea grueso. En segundo lugar cuando las enderezas no intentes usar el pulgar y los dedos porque es mucho más difícil que doblarlas. Bueno después de que hayas practicado un poco y fortalecido las manos podrás, pero no lo intentes al principio. Toma cada extremo de la punta con una mano y empuja el centro doblado sobre el muslo (debes tensar la pierna para que el mùsculo del muslo se endurezca lo suficiente). Ahí tienes este trocito especialmente duro bajando por el muslo, lo utilizas. Eso lo endereza, no del todo, pero lo suficiente como para que puedas doblarlo otra vez entre las dos manos. Y sigues haciendo eso, doblar y enderezar, doblar y enderezar, todo lo rápido que seas capaz. Lo haces deprisa de forma que el centro de la punta se caliente de tanto doblarlo. La envoltura de papel también sirve aquí de ayuda, actuando como aislante para que se caliente más deprima y, a medida que que se calienta más, se vuelve más manejable, así que empiezas a doblarla y a enderezarla sólo con las manos. El papel te protege ahora las manos del calor (se calientan bastante) hasta que de repente la punta se parte y a continuación te aseguras de que se ha enfriado antes de dàrsela a nadie. La mayoría de la gente no cae en la cuenta de lo importante que es el papel. Cuando pasas las puntas a la audiencia no les das el papel. Algunos hombres dan un mordisquito a la punta, pero eso no importa porque nunca podrán figurarse cómo romperlas. Así que los mismos dedos que pueden partir puntas de seis pulgadas estaban ahora sujetándole la muñeca, apretando y ejerciendo toda la fuerza que podía. No había hecho nunca eso en una persona, pero pensaba que estaba luchando por mi vida por eso no lo soltaba y use toda mi fuerza. E hinqué mis uñas en las partes blandas de sus muñecas, no puedes ni imaginarte lo que duele eso hasta que lo pruebes en ti mismo. Pero haz la prueba con suavidad, con cuidado. El trataba de librarse de mis manos, pero yo le sujetaba fuertemente. Le oía respirar entrecortadamente y comprendí que le estaba haciendo daño, entonces me diò una patada en las canillas. ¡Rata asquerosa! Como èl llevaba zapatos duros me resultó extremadamente doloroso. Yo no llevaba puestas más que unas zapatillas de entrenamiento, así que contestarle del mismo modo no iba a servir de mucho. No estoy acostumbrada a pelear, me figuro que requiere su habilidad pero, como todas las habilidades, tiene que aprenderse; y en la escuela a la que yo fui no te enseñaban la pelea callejera. Por tanto mi respuesta fue más instintiva que pensada. Junté las manos otra vez, le solté la muñeca izquierda y agarré su mano con la mía. Las manos son mucho más blandas que las muñecas. La muñecas tienen enormes huesos y no se les puede hacer mucho daño excepto por delante. Las manos, no obstante, están llenas de frágiles huesecillos, con articulaciones delicadas, tiernos musculitos y tendones blandos y delgados. Sujeté su mano con la mía todo lo fuerte que pude y a continuaciòn deslicé la izquierda para ayudar a aumentar la presión de modo que pudiese poner mis dos manos sobre una de las suyas. No hay tarro de conservas que se resista a mi garra y los grifos que gotean los suelo dejar herméticos al cerrarlos Su mano cedió a la presión de las mías; sentí como se venía abajo y se ablandaba, y los huesecillos interiores se doblaban y torcían, no oí un solo crack. ¿Es posible que los huesos de la mano no hagan ruido al romperse? No lo sé. Pero me di cuenta que tenía muchos dolores por los ruidos que hacía. Doblé hacia abajo y su muñeca se dobló. Doblé más y o bien se rompía la muñeca o tendría que bajar el brazo. se agachó bajando el brazo hasta que estuvo arrodillado mis pies. Ahora ya o podía darme patadas pero aún disponía de una mano libre. Me diò un golpe en el estómago con la mano izquierda que me dolió y me hizo dar un jadeo en busca de aire un poco. Asì que le solté su otra mano con una de las mías y le cogí la izquierda mientras intentaba golpearme otra vez. Sostuve sujeta su blanduzca derecha con mi mano izquierda, mano con mano, y seguí apretando su debilitada mano mientras los huesecillos se movían y crujían por la presión; resistencia nula. Seguidamente sujeté su mano izquierda con mi derecha y empecé a darle un apretón. Le sujetaba las manos mientras se arrodillaba delante de mí, elevando su vista a mi cara. Le oía gemir de dolor y vì el aspecto de su cara y comprendí que se estaba llevando su merecido. Yo también empecé a sentirme muy excitada por mi dominio sobre él; las chicas no suelen tener la oportunidad de estar en esta situación. Arrodillado como estaba, estaba a medio camino de mi pecho desnudo, desnudo porque su ataque inicial había roto mi sujetador y había dejado mi blusa colgando abierta; yo sabía lo que quería de él. Ya no le tenía miedo en absoluto. Y él ya no parecía muy atemorizado, arrodillado delante de mí con la cara retorcida en un gesto de dolor y sus manos empezando a flojear por mi agarròn. Me sentía excitada y confiada y pensé que porque no podría yo utilizarlo a él del mismo modo que él había pretendido utilizarme a mí. "¡Chùpame los pezones!" le ordené. "¡Con cuidado, o si no...!" y aumenté la presión sobre su atormentada mano. Estirando le aparté las manos a los lados para que pudiese arrimarse y empezó a chupar. ¿Qué otra cosa podía hacer? Debo decir que lo hacía muy bien y, si empezaba a flaquear, yo le recordaba que aún le tenía sujeto por las manos como rehenes. Mientras él chupaba, yo le iba explicando que las manos que le sujetaban eran capaces de romper puntas de seis pulgadas, no simplemente doblarlas, partirlas realmente y me ofrecía demostràrselo si quería. Le comenté que podría aplicarle el doble de fuerza de la que estaba aplicando (cosa totalmente cierta en realidad, porque había tenido que aflojar un poco porque sentía sus manos como sacos de judías aplastadas y blanduzcas. Le hice saber que podía romperle los huesecillos de su mano si quisiera y, que si lo hiciese, no volverìa a recuperarlas del todo. Le hice coger miedo a mis manos y a lo que podrìan hacerle y el sentìa el dolor constante como recordatorio de todo ello. De hecho, a medida que pasaba el tiempo, notaba como iba aflojando las manos y cediendo a la presiòn continuada que yo ejercìa sobre ellas. La carne de sus manos dejaron de ofrecer resistencia a mi apretòn. Creo que debì ocasionarle algo a los musculos internos de las manos, o a los tendones, o algo asì. La fresca brisa de la tarde me soplaba sobre los pechos, y a medida que la humedad de su lengua se evaporaba, el efecto refrescante sobre los pezones me excitaba aùn màs. Entretanto, èl tenìa la lengua ocupada con mi otro pezòn; de tanto en tanto yo le ordenaba que cambiase de lado reforzando su sumisiòn con un apretòn en sus atrapadas manos. Me sentìa estupendamente, en parte a causa de las sensaciones de mi cuerpo, y en parte a causa de la forma en que yo tenìa a este tìo grandote sujeto a mis deseos. Y, de forma natural, empecè a sentirme excitada. Muy excitada. Podìa sentir esa cosquilleante sensaciòn dentro de mì y querìa aùn màs. Asì que, sujetandole todavìa las manos con las mìas dì un paso hacia èl y le empujè hacièndole caer de espaldas. Me sentè en sus rodillas, y tire de sus pobrecillas manos atormentadas hacia mì, hacièndo que se irguiese. Seguidamente le rodeè la cintura con mis piernas y le sujetè juntando los tobillos. Nunca habìa hecho esto antes. Sabìa que tenìa las piernas fuertes, y claro que las tengo; los músculos màs fuertes de la mayorìa de las mujeres estàn en las piernas. Pero nunca habìa intentado hacer con ellas nada inteligente. Gran nunca habìa hecho nada que no fuera digno de una señorita y romper cocos con las rodillas no es desde luego nada digno de una señorita. Por eso no sè si podrìa. Pero sì que sabìa que le podìa hacer mucho daño en la cintura. No estaba segura cuànto y si tendrìa que usar toda la fuerza de mis piernas. Seguì sujetàndole las manos por mi propia seguridad, no querìa exponerme a que me golpease otra vez.No es que me hubiese dolido tanto pero no querìa darle la oportunidad de que me golpease de nuevo. Allì estabamos sentados los dos como amantes que se miran cara a cara en la oscuridad, en el parque, sobre la hierba.Excepto que no èramos amantes, sino combatientes, aunque màs bien sòlo por una de las partes. El habia intentado atacarme, tal vez violarme. No sentìa ninguna simpatìa por esta basura. Mantuve los tobillos cruzados e intentè estirar las piernas. Lo ùnico que me impedìa hacerlo era su cintura flojucha atrapada entre ellas. Y en verdad era floja porque podia sentir como cedìa cuando yo juntaba los muslos y enderezaba la piernas. Al principio daba suaves gimoteos. Despuès se puso a gritar, como se suponìa que yo habrìa gritado cuando èl me atacò. Pero el parque estaba desierto, nadie vendrìa a rescatarle, del mismo modo que nadie hubiera venido a rescatarme a mì. Grito un poco màs, pero encontaba dificultades para respirar cuando yo tiraba de èl hacia adelante sujetàndole por sus doloridas manos. Y durante todo este tiempo, con mis piernas, yo apretaba, apretaba, sacando el aire de su cuerpo y reemplazàndolo con fuego. Sentì un crujido, despuès otro; creo que eran sus costillas al ceder. Aflojè, no queriendo hacerle tàn rápido demasiado daño . Pronto dejò de gritar y volviò a los gimoteos y entonces incluso los interrumpiò. Cerrò los ojos y me preguntaba si no habrìa ido yo demasiado lejos. Aflojè un poco las piernas y pude oirle respirar y que sus pulmones aspiraraban todo el aire que tanto necesitaba. Durante cierto tiempo juguè con èl, infligièndole dolor con mis piernas y tirando de èl hacia mì, de modo que la combinaciòn de su diafragma bajo presiòn y la tenaza de mis piernas alrededor de su cintura no le dejaba respirar. Apenas necesitaba hacer màs fuerza. Bastaba con un ligero apretoncito de piernas. Supongo que debì haberle roto algo. Llegados a este punto le soltè las manos. Simplemente me había dado cuenta que ya no era necesario sujetarle màs. Podìa hacer con las piernas todo lo que necesitaba y me echè para atràs, apoyàndome en las manos, para disfrutar de la vista de un hombre al que mis largas y poderosas piernas habían dejado sollozante y dolorido