Madame Rebecca Steele

Parte I – El Chantaje!


<!Madame Rebecca Steele, Parte I – Chantajeada!!>

<!by Chacho, chacho_world@hotmail.com>

<! Madame Rebecca Steele, una madura pero musculosa y voluptuosa dominatrix, es chantajeada por un policía corrupto debido a las misteriosas desapariciones de algunos de sus clientes. Al tratar de seducirlo para deshacerse de él, inesperadamente, ella descubrirá que está tratando con un sádico y excepcionalmente bien dotado sujeto, lo que despertará en ella una neurótica pasión>


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El detective Manly ya llevaba buen rato esperando en aquella lujosa sala de espera. De verdad se notaba lo exclusivo del club en los lujosos acabados que veía por todas partes.

Y es que en realidad estaba en un súper exclusivo y muy discreto club nocturno de diversiones algo excéntricas, por llamarlas de alguna manera. En ese club, según sus investigaciones, magnates y otras personalidades disfrutaban de las más sórdidas perversiones, tales como el sexo extremo, el masoquismo y el sadomasoquismo, entre otras, prácticas no extrañas a él.

Pero el detective Manly no estaba esperando ser atendido como cliente o algo así. En realidad él estaba ahí por motivos muy diferentes. Motivos de negocios para ser más precisos. Al menos, así era como lo veía él.

El detective había ido a conversar con la dueña del club, la tan famosa como misteriosa Madame Rebecca Steele. La llegada de la joven y atractiva mujer que lo había recibido lo sacó de sus reflexiones.






Al salir la mujer, el detective estudio la amplia y lujosa oficina de la Madame.



Luego miró por el gran ventanal que daba al salón principal del club. Había chicas espectaculares ahí.



De hecho, recordando el motivo de su visita, el policía dedujo rápidamente que Brenan, el detective que originalmente estuvo a cargo del caso que lo traía aquí, seguramente había recibido mucho dinero para eliminar las contundentes pruebas que incriminaban al local y a la dueña misma.

Magnates de gran poder económico pagaban mucho dinero por la discreción y era seguro que la Madame no habría querido que su club se viera envuelto en un caso de desapariciones y crímenes, desapariciones y crímenes que le habían ocurrido a tipos que lo único que tenían en común era ser clientes asiduos de este local.



Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando el sonido del cierre de la puerta a su espalda lo hizo voltear.

Aunque el detective Manly tenía un largo historial de conquistas y había estado con mujeres muy bellas, no pudo evitar dar un respingo al ver a la monumental mujer que entró a la sala.







Habría que precisar que lo que lo había dejado atónito al joven pero curtido detective, era el absolutamente increíble cuerpo de la alta Madame.

Y es que Madame Rebecca, que vestía un traje muy apropiado para el sitio -un ceñidísimo enterizo translucido en algunas partes, que parecía dibujado sobre su piel- mostraba unas caderas, amplísimas y rotundas, una increíblemente estrecha y labrada cintura y lo que dejó definitivamente atónito. Unos enormes, verdaderamente descomunales senos, casi del tamaño de balones de basketball –evidentemente, fruto de un masivo implante de siliconas, pensó- los cuales parecían que iban a romper el apretado traje en cualquier momento.



En otra ocasión, Madame Rebecca habría tomado con aire risueño la larga y casi descarada mirada que le daba el hombre ya que estaba acostumbrada a producir ese efecto, pero por lo que el detective le había mencionado por teléfono, no le pareció el momento de flirtear.



Recuperándose en algo de su sorpresa, el detective ya sentado frente a ella miró por primera vez el extraño rostro de la mujer.


Aunque su cuerpo se mostraba lleno de energía, la mujer era ciertamente madura. De unos 44 o 46 años calculó el policía por las ligeras arrugas del rostro.

Pero en contraste con su excepcional y muy llamativo cuerpo, su intensamente bronceada cara no era para nada bella. Unos pómulos prominentes y afilados y una nariz ligeramente aguileña eran los rasgos dominantes de aquel rostro que se coronaba de una cabellera negra azulada que empezaba muy arriba, dejando a la vista una prominente frente.

Luego miró sus escandalosamente llamativos labios.

La mujer era dueña de unos labios extremadamente voluminosos -nuevamente David pensó en cirugía estética- que ciertamente hicieron pensar al detective en lo que podrían hacer en cierta parte de su ingle.


En suma, lo mejor que se podía decir de su cara es que era exótica. Pero más de uno podría haber dicho tranquilamente que era fea.


Aquella unión de cuerpo de curvas inverosímilmente exageradas y extraño rostro nada hermoso, conformaban un conjunto excitante pero ciertamente inquietante.






Al escuchar eso, Madame Rebecca se levantó de su asiento para dirigirse al minibar de la lujosa oficina. Necesitaba un trago y pensar. Mientras se servía la copa quedó de espaldas al detective.


Nuevamente y a pesar de toda su experiencia –que no era poca- con las mujeres, David quedó con la boca abierta. Se dijo asimismo que definitivamente el cuerpo de esta mujer era único. Sus macizas y sorprendente musculosas piernas y el rotundo y carnoso trasero eran simplemente fenomenales. Sin embargo, dejó de pensar en eso para concentrarse en lo que la Madame empezaba a decir.




Madame Rebecca mantuvo la mirada fija en los ojos del detective adivinando que el hombre quería ver su reacción. Ni un músculo de su cara se había movido. El detective siguió hablando.



Madame Rebecca entendió de inmediato lo que pretendía el detective y decidió seguir escuchándolo.








Madame Rebecca ahora si miró con furia al detective mientras este salía de la oficina.




Madame Rebecca ardía de furia por dentro. Aunque ella no era una mujer de perder los papeles fácilmente le enfurecía sobremanera estar en manos de un hombre.

Un hombre!!...

Ella que los trataba como lo que eran…simples marionetas que sólo le servían para proporcionarles momentáneo placer, y con los que ella jugaba a su antojo hasta desecharlos cuando quisiera…



Algunos instantes después, ya algo más calmada, presionó el botón de su intercomunicador.




Un par de días después Madame Rebecca terminaba de conversar con Edward Stein, prestigiado abogado y uno de los clientes más asiduos a su selecto club.



Madame Rebecca creía que todas las pruebas que incriminaban a su local y a ella misma con la muerte de James Rydell y las desapariciones de los otros sujetos habían desaparecido. Sin embargo una copia de las mismas estaba ahí, frente a ella.





Madame Rebecca sabía que solo le quedaba negociar con el corrupto policía. Sin embargo sabía que si accedía a su chantaje una vez, nada le impediría que el sujeto siga viniendo por más.


Recordó al detective Brenan. Su caso había sido distinto. El muy estúpido había caído completamente seducido por la Madame. Él mismo se había ocupado de limpiar todo rastro de ella en el caso y le había entregado los documentos como “prueba de amor” y devoción a su ama.

Sin embargo la idiotez de haber guardado copias de esos documentos (e incluso quizá algunos originales) ahora le traían este problema.


La mujer pensó nuevamente en el detective Manly. A pesar de su juventud –y ciertamente su apostura y atractivo- se veía astuto y cínico, para nada comparable con el ingenuo Brenan.


Tendría que hacer algo para librarse de él. Pero no sabía como.

Intentaría seducirlo pero ciertamente no estaba segura de cómo saldría las cosas con él.



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Madame Rebecca llamó al detective al día siguiente.


Ambos se citaron en un lugar escogido por el detective. Como pensó la Madame, este había elegido un sórdido bar de solteros, lleno de rufianes y prostitutas.

Aunque estaba cubierta por un sobretodo que la cubría de pies a cabeza, sus fenomenales curvas eran evidentes y así lo notaron varios tipos que intentaron acercársele sin la menor sutileza. Era lo último que le faltaba, ser asediada por admiradores de tercera categoría.



El detective Manly observó con aire risueño como la mujer se incomodaba con todas las miradas que le daban los concurrentes a aquel sitio.



Madame Rebecca lo miró con aire enigmático. El detective era ciertamente un hombre apuesto y muy fornido pero aquel aire arrogante y casi rufianesco con el que la trataba le molestaba sobremanera. Ella estaba acostumbrada a dominar a los hombres a su antojo y ahora le salía este tipo que a pesar de mirarla con lascivia como todos, parecía no dispuesto a ceder ante ella. Sin embargo, había venido dispuesta a intentar seducirlo y no quería empezar la noche con una discusión.



El detective pestañeó. Ciertamente la mujer era astuta. Había adivinado su intención de que los vieran juntos por si decidía intentar algo. Pero este súbito interés en mostrarse seductora evidentemente ocultaba algo.



Claro que tenía ganas de hacerle el amor a aquella extraña mujer. Aunque no lo quería reconocer aquel extraordinario cuerpo de hembra lo había fascinado desde que la vió por primera vez, pero sabía que era una mujer por decir lo menos peligrosa, quizá incluso una asesina.




Manly le concedió el punto a la mujer. El barman casi había saltado sobre el sitio al confirmar que aquellos enormes bultos debajo del abrigo de la mujer eran realmente un par de senos increíbles. Además a él ninguna mujer le asustaba. Decidió averiguar a donde iba el jueguito de esta mujer ya que si pensaba que por una acostada iba a olvidarse de su dinero, se equivocaba.



Al llegar a uno de los oscuros apartados de aquel bar el detective se hizo a un lado para que la Madame pase y se siente pero esta antes se quitó el sobretodo.






El detective quedo sin habla al verla despojarse de su sobretodo antes de sentarse.



Ella llevaba un vestido corto color negro, extremadamente ceñido que marcaba despiadadamente sus inverosímiles formas. Además era escotadísimo, dejando ver gran parte de los enormes senos. Por último, lo corto del vestido, mostraba unas gruesas y realmente musculosas piernas.












Con un gracioso mohín se acomodó en el sofá quebrándose hacia delante haciendo que sus magníficos pechos se resaltarán aún más. Los inmensos senos parecieron saltar del apretado vestido ante la mirada felina del hombre sobre ellos.




La pareja se besó con deseo mientras el hombre empezaba a manosearla sin recato alguno. Una de las manos de David se ensañaba con los inmensos y duros senos de la mujer mientras la otra descendió a recorrer y estrujar el descomunal trasero de la hembra. El sorprendido David notó que la mujer parecía no tener grasa alguna en su increíble cuerpo. Nunca había tocado unas carnes tan duras.


Madame Rebecca por su parte, a pesar de que estaba ahí con el objetivo de seducir al sujeto sólo para aprovecharse de él, realmente empezó a disfrutar del beso y las toscas caricias del detective.




Instantes después, habiéndole bajado parcialmente el vestido, el detective ya besaba rabiosamente los inmensos pezones erectos de la mujer a la que casi tenía encima.

A esas alturas, el manoseo que él le daba en el trasero, piernas y pechos era terrorífico. Simplemente no se cansaba de apretar y restregar el cuerpazo todo de la mujer.

Madame Rebecca por su lado, ya totalmente excitada con las caricias que entre ambos ya estaban al máximo de intensidad, descendió urgida una de sus manos en busca del sexo del hombre. Sin embargo, al llegar ansiosamente a su objetivo, la Madame se detuvo súbitamente, dejando de besar al detective para mirarlo realmente sorprendida.


Madame Rebecca no creyó que lo que había agarrado pudiera ser el pene del detective.


Madame Rebecca pareció no escuchar al hombre. Olvidó por completo de lo que había venido a hacer. Ahora solo tenía un pensamiento en mente. Como hipnotizada se pegó de nuevo al hombre y empezó a abrir el pantalón del detective. Tenía que ver esa miembro.



Madame Rebecca estaba desconcertada. Casi trató de resistirse cuando el hombre le retiró la mano de su entrepierna. Estaba confundida ya que en ese momento solo pensaba en ver esa verga y comprobar lo que sintió.










Madame Rebecca estaba sumamente ofendida y no por que su plan de seducción no haya funcionado y tenga que pagar y sujetarse a seguros futuros chantajes.

Estaba ofendida como mujer, porque en verdad se había interesado en el atractivo sujeto y más aún en aquel miembro viril que de ser cierto lo que ella pensaba sería magnifico...para ella



La hasta entonces siempre altiva mujer no podía creer que el tipo se le estuviera resistiendo.

A ella!!, que estaba acostumbrada a acostarse solo con los hombres que ella escogiese o con quienes pagaran un exorbitante precio por ello.



Hizo una pausa para beber un sorbo de su trago.





Madame Rebecca se levantó y furiosa se paró muy cerca de él mirándolo con los ojos incendiados.



En ese momento David hizo algo imprevisto.

Tomo por la cintura a la Madame a la que casi levantó en el aire para luego estrecharla con pasión en sus brazos besándola salvajemente, casi haciéndole sangrar los labios mientras sus manos recorrían habidas cada centímetro de ese cuerpo de fábula.



En un primer momento La Madame quedó atónita por la reacción de David, pero después, no pudiendo resistirse al ardiente beso y a las rudas caricias del macho se entregó por completo a él correspondiéndole como podía al apasionado beso, mientras restregaba con furia su propio sexo contra la increíble verga del macho que parecía iba romper su ropa en cualquier instante.



Picado como por un resorte, David la alejo de si tomándola bruscamente por los brazos, con una tosquedad que la lastimó. Ella lo miró nuevamente sorprendida.



Lo que ocurrió a continuación hubiera sorprendido a Madame Rebecca si es que hubiera tenido tiempo de hacerlo. David le había propinado un brutal bofetón con el revés de la mano que la había arrojado al suelo.


Como siempre que hacía eso, David se había excitado más aún al golpear a la mujer y verla caída a sus pies. Su miembro ya le dolía debido a la tremenda erección que tenía. Con que placer hubiera seguido golpeándola. Pero recordó que necesitaba que la mujer estuviera entera para que le dé su dinero.


Madame Rebecca estaba adolorida y confundida, mientras sentía la sangre salir de sus labios rotos. Este hombre la trastornaba. Cualquiera que hubiera hecho lo que hizo David podría darse por muerto, pero en este momento ella lo deseaba más que nunca.


Con expresión hipnotizada, casi en trance Madame Rebecca miraba y miraba la enorme verga que vibraba en el pantalón del policía. Era absolutamente increíble. Haciendo un esfuerzo terrible, tuvo que luchar consigo misma para no abalanzarse sobre el miembro del hombre y engullir ahí mismo esa pieza de carne que se adivinaba magnifica.




Madame Rebecca no recordaba haberse sentido así antes. Esa mezcla de furia, humillación y deseo iban a volverla loca.

Confundida y furiosa consigo misma por estar así, se levantó sin mirar ya al detective y se dirigió a la salida.


David quedó pensativo viéndola irse.



Por su parte Madame Rebecca saliendo como sonámbula de aquel local, no pensaba en el dinero ni en el chantaje. Solo pensaba en la verga del hombre.


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Durante los días que pasaron antes de la fecha mencionada por Manly, Madame Rebecca no pudo sacarse de la mente las toscas caricias y besos del detective. Pero el recuerdo que era más acuciante en ella era la deliciosa sensación que había sentido cuando su ardiente sexo se restregaba con aquel enorme miembro viril.

La sola idea de dominar y poseer a aquel arrogante y brutal macho la hacían sentirse próxima al clímax. Y esa verga, tenía que ser suya, tenía que poseerla.


Pero ya mas tranquila reconoció que por ahora el tipo estaba fuera de su alcance, además era extremadamente peligroso. Tendría que pensar en algo.


Por fin el viernes, tal cual lo acordado, el detective Manly y sus malencarados guardaespaldas llegaron al club. David parecía tranquilo pero estaba atento a todo detalle. Y sus guardaespaldas ni que decir. Aunque estaban acostumbrados a hacer “cobranzas a domicilio” el policía les había dicho que deberían tener especial cuidado, que no se distrajeran ni por un instante.


Madame Rebecca recibió al policía y sus guardaespaldas en su oficina.

Se sorprendió cuando en un primer momento solo entró uno de ellos con arma en mano y una especie de aparato en la otra. Lo primero que hizo fue desactivar la cámara de video de la oficina y luego pasó un aparato –un detector de micrófonos supuso la Madame- incluso muy cerca de su cuerpo.


La mujer se dio cuenta que había subestimado a los gorilas de David. Esta gente estaba bien entrenada.




Mientras el detective se solazaba nuevamente mirando descaradamente la siempre sorprendente anatomía de la mujer, sin decir palabra, Madame Rebecca puso un maletín sobre la mesa.





David hizo una señal a uno de sus secuaces. El tipo luego revisó el maletín antes de abrirlo y luego se puso a contar el dinero.



Estaba un poco vacío ese día, aunque el policía sabía perfectamente que la acción estaba en las salas interiores.

Madame Rebecca, viviendo su propio conflicto interno, no pudo evitar mirar a David. Era realmente una montaña de músculos. Recordó de inmediato la pasada noche del bar y pensó en como sería estar en la cama con él. De inmediato se recriminó por pensar en eso.




Madame Rebecca estaba en pleno conflicto consigo misma. Por un lado, el tener a un hombre dando ordenes en forma autoritaria en su propia oficina, un hombre que le había levantado la mano, la sacaba de quicio. Pero la visión del imponente macho y su notorio bulto en la entrepierna y el recuerdo de sus besos y caricias le producían una mezcla de ansiedad y excitación. Haciendo un esfuerzo habló.




Madame Rebecca creyó que en cualquier momento se lanzaría sobre el sujeto Su cinismo no tenía limites. Delante de ella estaba mirando a otra mujer. Nuevamente se molestó consigo misma porque se sintió…la sola idea le repugnó…celosa??






Madame Rebecca estaba al borde de la histeria. Al cerrarse la puerta lanzó el vaso de whisky que estaba en su escritorio con furia contra ella. El conflicto interno que vivía era insoportable.


Manly sonrió al escuchar el vaso haciéndose añicos en la puerta. Le había divertido poner en su sitio a esa demente que seguro se creía su cuento de ser una dominatrix.




Casi una hora después Madame Rebecca miraba con gesto sombrío al salón. David estaba besando y acariciando a más de una chica. Las había alborotado a todas.

Ella que nunca había envidiado a mujer alguna, se sentía ahora una colegiala fea viendo al capitán del equipo fútbol con la porrista estrella de la escuela.




Algunos momentos después, la furia de la Madame alcanzó sus límites cuando David se despidió de todas y se fue con Sandy a una habitación.

En ese momento tiró la botella de whisky contra la pared.



Vencida esta idea que sólo hizo que se sintiera peor, Madame Rebecca siguió bebiendo.


Sin embargo ocurrió algo sorpresivo aquella noche.


Casi media hora después de que la pareja entrara a la habitación, los terribles gritos de Sandy alarmaron a todos.

De no ser porque los guardaespaldas de Manly con las armas en ristre, estaban haciendo guardia en la puerta, el personal de seguridad del club hubiera intervenido.

A pesar de la amenaza el curtido jefe de seguridad del club dirigió su mano a su arma decidido a arriesgarse. En eso todos se sorprendieron cuando la que habló fue Madame Rebecca que había llegado al escuchar el escándalo sin que nadie lo notara.





Las chicas y los agentes de seguridad observaban sorprendidos a la Madame sin saber que hacer.



Madame Rebecca luchaba por no correr a su oficina. Sabía que tenía motivos para sonreír. El maldito bastardo había cometido un terrible error.


Ya en su oficina, la Madame sonreía abiertamente mientras miraba una consola de video que solía estar oculta en su escritorio. Incluso se empezó a reír aparentemente disfrutando de las imágenes que veía.



Sin embargo poco a poco, Madame Rebecca se fue quedando callada hasta que quedó totalmente en silencio.





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Fin de la Primera Parte

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