QUEEN KONG By Cyrus Map ..................................................... Advertencia: Esa historia contiene escenas de sexo explícito y de violencia. Si es menor de edad o pueden ofenderle esos temas, absténgase de continuar leyendo. .................................................... Aquella horrible gente me golpeó y me narcotizó. Mis recuerdos se resumen a una confusa sensación de horror y dolor, mientras un fondo de cánticos repetitivos y percusiones trepidantes acompaña obsesivo la memoria de aquellos hechos pavorosos. Se me ató fuertemente a una rara estructura de madera que, a modo de pértiga o grúa se desplegó mas allá de los enormes muros, hasta alcanzar el herbazal que mediaba entre la oscura selva y la muralla. Entonces, el acompasado sonsonete de los cánticos se centró en la repetitiva pronunciación de una sola palabra: -"Kong, Kong, Kong, Kong, Kong...." Sin duda, los efectos de la droga que ingerí irían disipándose, puesto que el recuerdo de lo que acaeció a partir de entonces se torna más preciso. Y así, a pesar de los muchos años transcurridos, puedo recomponer los hechos como si apenas sucedieran anteayer. Primero se oyeron nos ruidos lejanos, de vegetación movida por un cuerpo enorme. Los ruidos se acercaron prestamente y, seguidamente, por unos instantes , se interrumpieron mientras con toda seguridad, "aquello", que en mi estado de pánico se me aparecía como el último extremo posible del pavor, se detuviera unos instantes para estudiar la situación. Ante mi, al otro lado del prado, un gigantesco árbol gimió rudamente cuando alguien, de cuya descomunal fuerza nadie podía ser cabal, lo arrancó de cuajo y lo arrojóa al lado unos metros. El autor de la hazaña se apareció ante mí, clavando su mirada fijamente en mis ojos. Y la visión súbitamente acaecida trasmutó mis sentimientos de horror en estupor atónito primero e inmediatamente luego, en admiración rendida. Y es que unos enormes ojazos de un azul turquesa profundísimo, de mirada penetrante y determinada pero también con algo de dulzura picarona me trasmutaron los sentidos. Los ajos pertenecían a la criatura más increíble que jamás hubiera visto o ni siquiera soñado que pudiera existir. Se trataba de una mujer enorme, de altura muy superior a la del más alto jugador de baloncesto, pero de dimensiones absolutamente proporcionadas y equilibradas. Proporcionadas sí, pero caracterizadas por una peculiaridad tan sorprendente como destacada. Era increíblemente muscular. Sobre unos pies relativamente pequeños para su tamaño en general, y eternamente movidos de puntillas, se alzaban las piernas que podríamos definir como dos torneadas columnas de perfecta composición en la que unos gemelos deslumbrantemente prominentes se superaban por unos muslazos de más que destacada musculación aberrantemente rematada por una superlativa acumulación de las cimbreantes fibras de acero que componían la infinitamente masiva trabazón de sus gigantescos músculos. Una cintura muy estrecha abría paso al abdomen determinadamente subrayado por un impresionante paquete abdominal compuesto por la barbaridad de ocho gruesos ladrillos destacadamente separados por profundas hendiduras. La masa pectoral traducía una infinita sensación de poderío sin límites, tanta era la reciedumbre brutal que los infinitos surcos de sus músculos componían sin ambages. Cabalgando sobre el pectoral, dos enormes rotundos y prominentes senos componían cimbreantes un perfecto complemento a tal sorprendente cuerpo. Su turgencia estallaba en infinitos compases que seguía a cada movimiento de la mujer. Los rosados pezones, muy gruesos y largos seguían el ritmo del cimbreo mientras señalaban hacia arrib en desafiante ejercicio contra la gravedad. La espalda, infinitamente ancha, estaba enmarcada por los dos gigantescos balones de sus deltoides que se insertaban lateralmente a las perfectas prominencias de unos brazos gruesos como el mayor árbol , pero tallados en el más duro acero, en los que unos descomunales bíceps recibían la respuesta de unos estriados tríceps de perfecta forma de herradura. Todo el cuerpo se encontraba reseguido por una infinita capilaridad de vasos sanguíneos que parecían llevar el energético flujo de la sangre hasta la última fibra de sus aberrantes músculos. El rostro de la mujer era bellísimo, de proporcionados y dulces rasgos, con nariz levemente respingona y sensuales labios liogeramente carnosos. El pelo, muy rubio, caía generosamente en una larga y cuidada melena. Su única vestimenta era una sucinta falda de piel de reptil muy sugestivamente ceñida al cuerpo. Los alaridos de los indígenas se espaciaron, reduciéndose a un apagado murmullo parecido a la letanía de una oración, interrumpidos sólamente de vez en cuando por una palabra, pronunciada al unísono y alargando ligeramente la sílaba en señal de respeto y admiración: -"Koong.....Koong....Koong" La mujer avanzó hacia mi. Se detuvo a unos pasos y comenzó a mirarme escrutadoramente . Tras esa especie de examen, pareció dar su aprobación con la mirada. Rompió las gruesas sogas que me ataban a la pértiga con apenas dos de sus dedazos y con su enorme mano me recogió suavemente, me levanto y comenzó a correr hacia la selva, a través de la espesa vegetación en una carrera tan alucinante como rápida, hasta que los gritos de los indígenas ya no pudieron oírse. Llegamos a una cueva situada en la empinada ladera de un rocoso monte. Dentro de la cueva me depositó en un camastro de ramas y caí sumido en un profundo sopor, tras las emocionantes y terribles vivencias de un día horrible. A la mañana siguiente tenía ante mí un suculento festín de frutos silvestres y carne asada. La gigantesca rubia, mirándome con cierta ternura ,indicó con suave ademán que aquella pitanza estaba a mi disposición. Acuciado por el hambre me abalancé sobre la comida y dí buena cuenta de ella. Al rato, ella me cogió, se recostó a mi lado y comenzó a acariciarme. Tras un largo viaje de varias semanas, y ante las sorprendentes carnaciones de aquella hembra alucinante, sentí inmediatamente como me estallaba incontenible el deseo sexual. Las imponentes proporciones de la mujer no impidieron en absoluta el goce placentero del amor, y aunque penetrar una vagina colosal entre dos muslos inabarcables, cuya presión podría fácilmente desintegrarme, no parece cosa sencilla, debo reconocer que fui bastante capaz de rematar satisfactoriamente la coyunda. Y así fueron transcurriendo los días, sueño reparador, banquete mañanero, ejercicios sexuales luego. No puedo negar que pasé una experiencia placentera. El deseo sexual de la giganta parecía infinito. Pero el atractivo de su fuerza, tamaño y musculación me excitaban profundamente, de modo que estaba permanentemente dispuesto a atender a sus demandas. De todos modos, la perspectiva de permanecer el resto de mis días reducido a esclavo sexual de un gigante, aunque fuera una hermosa hembra, no me parecía en absoluto una perspectiva atrayente. En cualquier momento podía desaparecer el capricho que mantenía a su lado, o podían desfallecer mis fuerzas y convertirme así en carne asada para sus desayunos. Pero además aquel no era mi mundo, no soportaba más los mosquitos gigantes, el calor sofocante y húmedo. Debía regresar, buscar mi barco. Los hombres de mi tripulación, bien armados y expertos, no podían haber sido derrotados por los indígenas, y era seguro que no partirían sin mí. Decidí huir, intentar ganar la costa, alejarme de la maldita isla Skull y regresar a mi mundo. Desaparecí una madrugada, cuando ella estaba acumulando comida, salí d estampida en búsqueda de la libertad. Pero los peligros de aquella horrible isla eran superiores a los que cualquier pesadilla pudiera engendrar. Un suelo blando, mojado y maloliente, una maleza endiablada y una colección infinita de raros gusanos, repugnantes insectos y grandes arañas fueron demostrando que, dentro de la isla, el único lugar seguro era la cueva de "mi" chica. En mi desesperado deambular, alcancé un pequeño claro en el que me detuve, extenuado. Subrepticiamente, el suelo tembló con el acompasado ritmo de lo que parcían los pasos de un gigante. Pronto apareció la criatura más horrible que jamás haya existido. Un enorme tiranosaurio rex iba en busca de comida. Sus malignos ojillos me descubrieron pronto, y con un enorme rugido se abalanzó sobre mí. Emprendí rauda la huida hacia el bosque, pero el reptil era mucho mas rápido que yo , y pronto me daría alcance. Pero algo detuvo su avance. Asiéndolo fuertemente por el extremo del ramo, mi rubia captora impedía que pudiera desplazarse. El reptil se giró para atacarla, pero ella fue capaz de voltearlo por el rabo derribándolo pesadamente. Pero el ruido del combate no dejó indiferente a nadie, y otros horrendos habitantes de la maldita Isla Skull aparecieron rápidamente. Hasta cuatro tiranosaurios plantaron cara a la chica. Agarrándome firmemente, ella esperó el ataque. Una inenarrable y titánica batalla comenzó a desarrollarse a partir de entonces. Disminuida la capacidad de la mujer por el hecho de sostenerme con un brazo, los cuatro monstruos gozaban de una considerable ventaja que les hizo confiar en el éxito de su ataque. Pero no contaban ni con la prodigiosa fuerza física de la mujer. Cada ataque de una bestia era anulado por el ingenio y la fuerza de la chica. Y varias veces un monstruo fue derribado por un enorme punch o una fuerte patada. Aún así, el combate no pasaba del empate. Entonces ella me habló. Era la primera vez que lo hizo, en un raro lenguaje que pude entender algo pues era una especie de neerlandés antiguo, me dijo. -" Cuando te de la señal, corre hacia los árboles...¡Ya!" Y salí de estampida hacia el bosque. Pero dos tiranosaurios salieron tras de mí. Entonces, la bella amazona, libre su brazo al fin, pudo demostrar porque era la reina de la isla. Dando un salto formidable, demostrando una agilidad sorprendente para alguien de casi tres metros de alta y posiblemente más de dos toneladas de peso de puro músculo, cayó entre los dos bichos, asiéndolos fuertemente por el cuello, uno con cada brazo. Pronto los tre rodaron por el suelo, y sometidos a la presión descomunal de los infinitamente musculosos brazos de la rubia, los dinosaurios comenzaron a agitarse desesperadamente, sin aire . Un crujido siniestro sonó pronto, el del cuello de una de las bestias, destrozadas sus vértebras por el contundente abrazo. Los dos tiranosaurios restantes, se dirigieron entonces hacia allá en alocada carrera, rugiendo como las bestias infernales que eran. La rubia amazona levantó sobre su cabeza sin esfuerzo les seis toneladas del casi asfixiado monstruo, y lo arrojó con fuerza sobre sus compinches, y rodaron los tres por el suelo. Con una rapidez de vértigo, se lanzó sobre una enorme roca de muchas toneladas de peso y la lanzó sobre la cabeza del jadeante tiranosaurio que había estado a punto de asfixiar, aplastándola completamente. Dos tiranosaurios contra ella. El combate parecía más equilibrado, pero estaba lejos de concluir todavía. Cada uno por su lado, las bestias se lanzaron al ataque. Pero la rubia belleza se zafó del embate, no por ello dejando de descargar unos contundentes puñetazos sobre la mandíbula de uno de los atacantes, que pesadamente cayó al suelo. Sin darle tiempo para reaccionar, otra gigantesca peña aplastó la horrible cabeza. El último monstruo, el mayor de todos, visiblemente enfurecido por el final de sus compinches, decidió rematar la tarea él solo. Con un rugido helador cargó contra la musculosa rubia. Ella también lanzó una especie de grito de guerra, y avanzó al encuentro del saurio. El encontronazo fue épico, mientras el tiranosaurio intentaba descargar su mortal mordisco, la chica justamente asió las mandíbulas erizadas de dientes para evitarlo. Se produjo un intenso forcejeo, en el que el reptil intentaba morder la mujer, cosa que ella evitó una y otra vez. Y pasó al contraataque. De un descomunal puñetazo tumbó al tiranosaurio, cuyos terribles rugidos quedaron reducidos a patéticos gemiditos. Inmobilizándolo sobre el suelo, agarró con sus manos las mandíbulas, y en un prodigioso alrde de su aterradora fuerza femenina, las desgarró completamente mientras en su rostro se dibujaba la determinación absoluta y su reluciente cuerpo relucía con la manifestación de todas sus fibras musculares.