Judo, humillación y pies Dos chicas judokas humillan a un hombre obligandole a oler y lamer sus pies En mi trabajo se incorporó una externa llamada Elena, que enseguida me llamó la atención. Era morena, de pelo largo y liso, cara muy bonita y bien formada, delgada y alta (1,75 aprox). Tenía bastante carácter en las reuniones y a mí me embarazaba bastante su actitud. Siempre iba junto a Paloma a todas partes. Paloma era un pelín más baja, pero de formas y complexitud muy parecida a Elena. También tenía un pelo liso aunque un pelín más corto y rubio. Ambas tenían unos grandes y preciosos ojos negros. Un día de diciembre coincidimos comiendo y le planteé a Elena que siempre la veía muy decidida y segura de sí misma. -Esto nos lo da el judo- contestó Paloma Me turbé instantáneamente. Las mujeres judokas son para mí una debilidad. Siempre me atrayeron los pies femeninos, y si pertenecen a judokas mucho más. En seguida mostré mi interés. -Judo, ¿hacéis judo? -Sí, llevamos desde febrero practicando. A mí me encanta este deporte, el contacto, la lucha, la dominación... Yo ya estaba empalmado, con sólo imaginármelas con sus kimonos luchando descalzas entre ellas. -A mí me parece un deporte muy plástico- comenté. -Vamos una hora semanal. La clase es mixta y si quieres, puedes probar un día de forma gratuita. Hoy mismo nos toca - me dijo Paloma. Para mí era imposible entrar a un tatami, puesto que se notaría demasiado la turbación. -No sé si me apetece... -Respondí. -La sala de judo tiene un par de sillas al lado del tatami. ¿Por qué no vienes hoy mismo y ves una clase?- La invitación de Elena era más bien una orden. Quedamos en vernos a las 22:00 en el gimnasio. A esa hora no quedaba casi nadie y presentí que aquello era una encerrona. Me acerqué con un chándal y unas deportivas. Elena y Paloma aparecieron igualmente en chándal y con sendas bolsas a sus espaldas. Por lo visto aquel día no podía venir el profesor y estábamos los tres solos en el gimnasio. El gimnasio era más un polideportivo. Tenía un campo de futbito y en uno de los fondos un par de salas cerradas por una puerta. Abrí una de ellas y vi que tenía los típicos aparatos de musculación. La otra era la sala de artes marciales. Era muy pequeña (no más de 14 metros cuadrados). -Bueno, nosotras vamos a ponernos el judogi- dijo Elena. Mientras ellas se dirigían a sus vestuarios, me dediqué a inspeccionar la sala. En tres de los lados las paredes eran todo espejo con lo cual parecía mayor de lo que era. Se entraba por la otra pared y te encontrabas con un par de sillas que daban paso al tatami. Éste era verde oscuro y cubría prácticamente toda la habitación, salvo el primer medio metro que lo separaba de la entrada. La sala emanaba un cierto aroma a sudor y me creí detectar otro olor de fondo que bien podría ser el olor amargo a pies descalzos sudorosos, que hizo que me excitara más si cabe. Me senté en una de las sillas y traté de tranquilizarme. Al cabo de 10 minutos, Elena y Paloma hicieron su entrada en la sala. Ambas vestían un judogi blanco inmaculado. Elena se había recogido el pelo en una coleta. Su cinturón era color verde. El de Paloma era de color naranja. -Se os ve muy sexies vestidas con el kimono- aseguré. Paloma sonrió y colocó un pie sobre la silla que sobraba. Mientras se agachaba para desabrocharse la zapatilla dijo -Bueno, Elena, ¿vamos a ello? -Espera, ¿por qué no nos damos unas carreras primero para calentar? -Está bien- Paloma no había tenido tiempo de quitarse ninguna zapatilla. La visión de sus pies debería esperar. Al levantar la pierna, había observado que Paloma no llevaba calcetines. -¿Corres con nosotras? Les dije que no, que me apetecía quedarme por la sala. Las chicas se pusieron a correr dando vueltas y vueltas por la pista de futbito. Parecían picadas entre ellas. No se separaban e iban a un buen ritmo. Casi no hablaban y su rictus era muy serio. Estuvieron casi 30 minutos dando vueltas y mientras yo me moría de ganas en la espera de verlas sobre el tatami. Finalmente se volvieron a presentar en la sala. -Qué paliza- comentó Paloma mientras cerraba la puerta tras de sí. Sus respiraciones estaban muy agitadas y poco a poco fueron calmándose. El sudor casi les empañaba la vista y emanaban cierto vapor de sus mismas cabezas. Brazos en jarra, se mantuvieron durante un par minutos recuperándose. -Bueno -dijo por fin Elena, - vamos al tatami que sino Carlos no sé a qué ha venido. El momento esperado llegó. Paloma colocó su pie derecho sobre la silla libre y se desabrochó la zapatilla. Acto seguido se la sacó por el talón y apareció su pie blanquecino. Lo posó sobre el tatami y colocó el otro pie para quitarse la otra zapatilla. La primera impresión me resultó alucinante. Sus pies eran perfectos, de dimensiones correctas en cuanto al tamaño y grosor de sus dedos. Su color era blanquecino como el resto de la piel. Y el olor... llenaba por completo el ambiente. Al no llevar calcetines el pie había sudado copiosamente en la zapatilla. Se veía el sudor brillar sobre el empeine. Calzaría un 39. Estaba absorto y mudo mirándole los pies. Paloma no se dio cuenta pero me pareció que Elena sí. -¿Qué te pasa, Óscar? ¿Le huelen los pies mal a Paloma? Asentí ligeramente con una sonrisa. -Pues espera que se descalce Elena- comentó Paloma. Elena no utilizó la silla, sino que se arrodilló y una por una se quitó las zapatillas. Tampoco llevaba calcetines. Sus pies eran más estirados y delgados que los de Paloma. Calzaría un 42 o un 43 incluso. También eran blanquecinos y no pude evitar mirarlos fijamente. El olor ya impregnaba completamente la sala. -Bueno, Óscar, no te quedes así. Practicar judo tiene estas pegas en cuanto al olor de pies. Calentemos un poco. Las chicas sonrieron y se pusieron de pie. Elena estaba mirando hacia mí, y Paloma delante justo mío me daba la espalda. Sus sonrosados talones estaban a menos de 50 cm de mi silla. No podía evitar mirarles a los pies cada cierto tiempo. Hicieron giros de cuello, estiramiento de piernas, giros de cadera e incluso giros de tobillos. Elena me miraba de vez en cuando y ponía una expresión como de extrañeza. -¿Qué hacemos? -preguntó Paloma. -Espera un momento. Óscar ¿te importa salir un momento de la sala? Salí de la sala. Estaba tan ruborizado que tuvieron que notar el bulto de mis pantalones. ¿Por qué me hicieron salir? A los dos minutos me dijeron que entrase. Intenté ocultar mi evidencia sujentando mi miembro con la gomilla del chándal. Salir y volver a entrar me hizo darme cuenta de la magnitud del olor a sudor de pies que había en la sala. Volví a ponerme como una moto. Las dos chicas estaban de pie sobre el tatami. Elena tenía una expresión maliciosa. -Óscar, ¿te apetece pasar al tatami con nosotras? Asentí con mi cabeza y me dispuse a entrar. -Espera, debes descalzarte- me espetó Elena. Paloma me miraba con curiosidad, mientras me agachaba y desabrochaba las zapatillas. Llevaba calcetines, pero Elena insistió en que me los quitara. Me daba cierta vergüenza que me vieran descalzo, sobre todo si me veían las plantas pero hice lo que me pedían. Al contacto con mis pies, el tatami era suave pero firme. -Mira- comenzó Elena- hemos observado que has estado continuamente mirando a nuestros pies. Parece que te obsesionan un poco. ¿Es eso cierto? Asentí conforme bajaba mi cabeza. -Si te parece, vas a hacer lo que nosotras te digamos. Arrodíllate delante de Paloma. Me sentía incontrolable, me arrodillé ante ella. Tenía sus bonitos pies a menos de medio metro. -Has sido un chico un poco indecente, y por eso te vamos a castigar. Lo primero serán un par de bofetadas. Se agacharon y me soltaron sendas bofetadas de intensidad media plasmando la palma de sus manos en mis carrillos. -Ahora te volveremos a abofetear pero con nuestros pies. Una tras otra se situaron delante mío y trataron de golpear mi cara durante un buen rato con las plantas de sus pies a modo de bofetada. No era fácil acertar, así que golpearon desde mis carrillos hasta mis orejas, nariz y labios. Los golpes no eran fuertes, cada contacto de la planta de sus pies era muy húmedo y en el caso de que se acercaran a la nariz o a mis labios trataba de absorber la cantidad que pudiera de su apestoso sudor. No pude apreciar bien en ningún momento la forma de sus plantas. -Bueno, espero que hayas aprendido a no mirar donde no debes- dijo Paloma. -Espera, que no hemos terminado- dijo Elena. -Ahora agáchate y huélele los pies a Elena. Hice lo que me pidió. Pasé mi nariz por sus tobillos, su empeine, sus dedos. El olor era muy profundo. Tras un par de minutos Elena volvió a decirme: -Ahora acércate a mí y huele los míos. Conforme los olía, Elena se giró y repentinamente dobló la pierna derecha. Me ofrecía la planta de su pie derecho. Era enorme alargada y apetecible. -Huele mi planta, cerdo. Aspira profundamente. Aquéllo fue superior a mí. Su planta era lisa, larga y rosada. Conforme aspiraba con todas mis fuerzas cada uno de los poros de la planta de su pie descalzo, Paloma me estrujaba mi cara contra la planta del pie de Elena, que a su vez empujaba su pie aplastándolo contra mi cara. Sufrí mi primera eyaculación sin tan siquiera rozarme mi miembro. Acto seguido Elena se arrodilló delante mío dándome la espalda. Cruzó sus pies colocando el izquierdo sobre el arco del derecho, de tal forma que la planta del izquierdo quedaba bastante lisa sobre la planta arrugada del derecho. La foto era maravillosa y creí estar en el paraíso. -Ahora quiero que beses la planta de mi pie izquierdo, pero con un beso de lengua. ¿comprendes? Paloma rio maliciosa mientras me agachaba hacia el nuevo festín. Lamí con avidez todos los rincones que pude de su pie. Entre los dedos, bajo el arco, el talón, toda la planta. Sus pies estaban muy húmedos de sudor y un pelín fríos. Su olor impregnaba mis fosas nasales y su sabor agrio me impregnaba cada parte de mi boca. Lamía con mi lengua, mis labios, con todo lo que podía. Introduje mi lengua entre sus dos pies llegando a acariciar y absorber el sudor de la planta arrugada del pie derecho que antes había olido. Volví a correrme extasiado y de nuevo sin tocarme. Así estuve durante 5 minutos hasta que Elena me pidió que parase. -Ahora quiero que me los lamas a mí- dijo Paloma. Se situó de rodillas sobre una de las sillas y dejó sus pies colgando. Me situé tras ella esperando la orden. Sus plantas eran más cortas que las de Elena pero muy bien formadas, su olor era también intenso y brillaban con el sudor. Elena me agarró de la nuca y lanzó mi cara contra los pies de Paloma, que a su vez los aplastó contra mi cara. Los lamí con dedicación durante otros 5 minutos. Sus dedos, sus talones, su planta entera eran recorridos por mis labios y mi lengua. El sabor era intenso, amargo y asqueroso, pero excitante a la vez. Paloma me ordenó que parase. Se veía a las dos chicas bastante excitadas y con los ojos brillantes de malicia. Yo no sabía muy bien qué hacer o decir, pero tampoco me importaba. Me pidieron que me tumbase boca arriba. Me coloqué tal y como dijeron y esperé. Elena posó su pie derecho sobre mi cara y me exigió que se lo chupara. Inhalé todo el olor amargo de su pie. Para el otro pie me pidió que abriera al máximo mi boca. Introdujo su pie todo lo que puso y jugó en mi boca con sus dedos mientras yo trataba de absorber todo el sudor y el aroma que pudiera. Luego hizo lo mismo con su talón. Paloma le pidió que parase, era de nuevo su turno. Me exigió que cerrase los ojos. Al momento sentí la presión de sus pies sobre mi cara Soportaba su peso en mi cabeza. Cada parte de su planta apretaba una zona de mi cara. Traté de sacar mi nariz entre los arcos de sus pies. Me corrí por tercera vez. Finalmente, Paloma dejó de apoyarse en mi cara y me pidió que permaneciese tumbado. Se sentaron las dos frente a mí y comenzaron a jugar con las plantas de sus pies en mi cara. Las frotaban con avidez e incluso volvieron a abofetearme con ellos. Con sus dedos jugaban con mis labios, mi lengua, mis ojos... Tras otros 5 minutos terminé corriéndome por cuarta vez. Estaba exhausto, agotado y sudoroso. -Hemos terminado, cerdo- dijo Elena. -Arrodíllate sobre la silla Alucinado me arrodillé. Vi como se arrodillaron detrás mío y cogiendo cada una de las plantas de mis pies descalzos le dieron un largo lengüetazo Acto seguido se incorporaron y una tras otra introdujeron su lengua en mi boca a modo de beso profundo. -No sé cómo te gusta, es apestoso- finalizó Elena. Luego se besaron mutuamente y recogiendo sus zapatillas salieron de la sala.