Cynthia McDonald era una mujer alta y corpulenta, de hermoso rostro enérgico. Por el camino la conversación se dirigió hacia el tema de los esclavos negros empleados en las pequeñas plantaciones. Para Cyntia el esclavo negro no era un hombre. Mi hermana Carolyn y yo estuvimos de acuerdo con ella en este punto.
Para ella, no tenían ninguna de las cualidades que distinguen al hombre del animal.
- Por consiguiente -concluyó- para obligar a estos animales a
trabajar, he recurrido a una estratagema. El día de mi aniversario
los esclavos son reunidos en una gran explanada. Mis capataces me designan a
aquel con menos coraje en el último año. Le castigo duramente
con mi látigo.
Después de desayunar, los McDonald y nosotras efectuamos el
recorrido por nuestras plantaciones próximas. De pronto, se me
ocurrió una gran idea. Divisé a un enorme esclavo negro y le
ordené aproximarse.
- Mrs. McDonald -dije- en recuerdo de su grata visita, acepte de nuestra parte este esclavo como regalo.
Cyntia tanteó como una experta la musculatura del negro.
- Se lo agradezco muchísimo, miss Shirley- dijo ella-. Es una magnífica pieza. Pienso que puedo hacer de ella una excelente montura...
- ¿Una montura? -inquirí-. Ella sonrió.
- Oh, claro, discúlpeme. Usted ignora que tengo un picadero particular...¿Por qué no vienen de visita?
Lucy y sobre todo Carolyn, aceptaron con entusiasmo.
- Jenny, Babette, Sue! -presenta ella rápidamente. Cada una llevaba una fina fusta en las manos.
- Queridas amigas -prosiguió-, ahora vais a visitar mis cuadras.
Juzgaréis por vosotras mismas.
Contemplé cinco negros de edades diferentes a cuatro patas y
llevando sobre la espalda una silla ceñida y cerrada con hebillas en
el vientre. Tenían la cabeza aprisionada por un arnés, con el
bocado entre los dientes. El bocado pasaba luego por dos anillas. Las
riendas pasaban a través de ellas y estaban amarradas al muro.
Al fondo de la sala se veía una pista circular en la que cuatro jóvenes mujeres daban vueltas, sentadas a horcajadas sobre el lomo de cuatro monturas iguales a las que yo había visto amarradas.
Lo que m s me sorprendió fue la rapidez con que se movían a pesar de su carga. Así se lo hice saber a Cynthia.
- Esta categoría de monturas es elegida desde temprana edad. Todos los días entran aquí y no les está permitida otra postura que la que ves, incluso para dormir. De esta forma adquieren una facilidad natural para desplazarse con rapidez. Mira esta joven bestia!
Me señaló a un joven negrito de unos doce años y añadió:
- Lleva así sólo algunas semanas. Su postura, sus manos y sus rodillas no están todavía "hechas". Se desplaza aún lentamente...
- Pero es aún muy pequeño -protesté- ¿Quién puede montarle?
- En general, es utilizado por las hijas de mis amigas. Pero he decidido que cada día tenga que soportar durante algunas horas el peso de una mujer corpulenta. Así su columna vertebral se ir arqueando poco a poco hasta que su espalda ofrezca una curva confortable para la silla y para el trasero de las damas que lo cabalgarán... Ahora, mira a este otro!
Un enorme negro esperaba a pocos pasos tras de mí.
- Mira sus rodillas y sus manos. Hace diez años que este animal está aquí y que no se desplaza de otra manera. ¿No es un gran resultado?
Estuve de acuerdo con ella. Empecé a acariciar la idea de cabalgar un rato de esta manera. Le pregunté a Cynthia si sería posible dar unas vueltas a la pista sobre uno de los animales ensillados.
- Naturalmente que sí! -dijo, riendo-. Este está aquí para tí.
Desató las riendas de la anilla y me las puso en la mano. Como yo era poco experta en la equitación sobre negro, me ayudó a instalarme sobre la silla y colocó mis finos botines sobre los estribos que pendía a cada lado de la montura.
- Cierra bien las piernas sobre los flancos de la bestia -me recomendó-. Por lo demás, condúcelo como harías con cualquier caballo. Conoce perfectamente el lenguaje del bocado.
Apenas lo incité, mi negro caballo enfiló hacia la pista y se puso a dar vueltas con una velocidad increíble para la postura que llevaba. Para mi gran sorpresa, me dí cuenta de que aquello me gustaba. Yo iba confortablemente sentada a lomos de un esclavo y encontraba aquella distracción muy agradable. La bestia respondía perfectamente a mis requerimientos. Hice un signo afirmativo a Cynthia quien, con un pie apoyado sobre las espaldas de una bestia amarrada, hablaba animadamente con Carolyn.
Mi otra hermana, Lucy, había manifestado su deseo de dar un paseo, y curiosamente eligió al negrito que Cyntia nos había mostrado.
A sus diecisiete años, Lucy era ya una hermosa muchacha bien formada: probablemente doblaba a su montura en peso y casi en estatura. Lucy se sentó a horcajadas en la silla, que quedaba justa para su bonito trasero, y tensó las riendas. Luego espoleó al muchacho negro golpeando con sus botines en los flancos.
El pequeño pony negro obedeció con un leve trote, aunque parecía agotarse pronto bajo el peso de Lucy. Elle le forzaba a avanzar azotando su trasero con la corta fusta que le había dado Cyntia. La pequeña bestia hacía esfuerzos por mantenerse derecha bajo el peso agobiante.
Apreté los muslos sobre los flancos de mi montura y luego la espoleé, dando golpes secos con mis talones. Al momento, mi fornida bestia inició un trote rápido que hizo mis delicias. Tiré de las riendas y me obedeció al instante, enfilando hacia donde estaba mi hermana Lucy.
- Has tenido suerte de que no se haya derrumbado bajo tu peso -le dije. Y Cynthia añadió:
- Más le vale. Sinó habría que deshecharle a base de azotes. Ellos lo saben bien y se esmeran en su cometido.
Cynthia McDonald se había sentado sobre el esclavo más
próximo y así permanecimos largo rato cambiando impresiones.
Cada una de las bestias tenía adosada a la altura de los hombros una silla especial bien sujeta por cinchas alrededor del cuello, las axilas y el torso.
- Estos son mis corredores -nos explicó ella-. Son elegidos entre los negros más robustos y sanos. Caminan al paso y conocen bien las dos formas de correr: el trote y el galope. Tienen mucho éxito entre mis amigas, sobre todo cuando hace buen tiempo.
- ¿Tiene también otros corredores más jóvenes? -preguntó Lucy, decididamente interesada por los pequeños negritos.
-Claro que sí. Pero aquí no aguantan cargas muy pesadas al principio. Se hace en ocasiones para probarlos, aunque sí los emplean las chicas más jóvenes para sus carreras. Les divierte horrores.
Nuestra anfitriona nos propone entonces un paseo por la campiña sobre estas sóolidas monturas. Aceptamos con alegría.
El negro que había elegido para mí era una hermosa bestia de músculos poderosos. Cynthia le hizo arrodillar para permitirme sentarme en la silla, con los muslos pasados sobre sus hombros, rodeando su cuello, y los pies calzando los estribos, que pendían a la altura del vientre. La posición era muy confortable.
-Rodea bien su cabeza con tus muslos, Shirley -. Me aconsejó-. Y para dirigirle, utiliza las riendas.
Hizo instalar a Carolyn y a Lucy de la misma forma sobre otras dos monturas y luego se dirigió hacia el negro-caballo que tenía reservado. Se subió en él sin apartar la falda que tapaba la cara de su montura.
- Pero, Cynthia, su animal no va a ver nada...
La aludida rió con fuerza.
- No tiene necesidad. Todas mis amigas montan de esta manera, y sin necesidad de riendas para dirigirlos. Los tacones de nuestras botas y la presión de nuestros muslos son suficientes. Pero vosotras no tenéis aún experiencia. Ya lo haréis. Aunque os impresione su fuerza y estatura, estas bestias son totalmente sumisas y responderán siempre con docilidad a todos vuestros caprichos.
Nuestras monturas se sustentaban sobre sus poderosas patas posteriores. Cuando salimos de la cuadra nos cruzamos con una linda muchacha morena que entraba a lomos de un buen pura sangre negro. Llevaba, en efecto, la cabeza cubierta. Sus músculos estaban en tensión y el sudor le resbalaba por la piel. La joven amazona apretó fuertemente sus muslos hasta que sus rodillas se juntaron. La bestia de carga se detuvo al instante.
- Hola, miss Myrna, ¿ todo bien?
Perfectamente, Mrs. Cynthia. Es excelente para relajarse dar un paseo así -dijo la chica mientras devolvía una fina fusta a su estuche, situado a un lado de la silla sobre el torso del animal.
Me di cuenta de que mi caballo tenía también un látigo en el mismo lugar. Con la mayor naturalidad saqué lo saqueé de su funda y probé su flexibilidad entre mis manos. Carolyn y Lucy me imitaron. Durante ese intervalo, Mrs. McDonald y miss Miyrna, sentadas confortablemente sobre sus sillas, proseguían su conversación.
Mi montura y las de mis hermanas seguín avanzando. Decidí hacer el ensayo de detener a la mía. Cerré fuertemente los muslos sobre las mejillas del negro. Al instante se paró.
- ¿Cómo hiciste para pararle? -preguntó Carolyn. Se lo dije y ambas lo hicieron al momento. Así esperamos a Cynthia, que no tardó en aparecer.
Cabalgamos juntas durante más de una hora a través de la campiña. En aquellas enormes planicies alternábamos el paso, el trote y el galope. El rítmico bamboleo me producía una sensación muy placentera que ya conocía de montar a caballo. Pero aquello era mejor, más intenso.
Cynthia nos explicó durante el paseo cómo conducir a nuestras monturas con los muslos y con los tacones de nuestros botines. Hacíamos rápidos progresos. Cuando llegamos a un claro emití un grito de sorpresa. Montada sobre un robusto negro ví a una escultural muchacha rubia que dirigía a su bestia a golpes de látigo. Reconocí al esclavo que le regalamos a Cynthia. Me había desprendido de él sin pesar, puesto que me me molestaba su poca docilidad. Pero ahora, en unsa semana, había perdido toda su arrogancia. Pronto te montaré, pensé, y vas a saber lo que es bueno. Le haría correr hasta la extenuación y no escatimaría la fusta.
La hermosa rubia calzaba espuelas, que habían dejado profundas marcas sobre el torso del negro.
- En menos de quince días estará preparado para ser
montado con la falda por encima de su cabeza -afirmó Mrs. McDonald.
Miss Myrna me comentó luego que tenía en su finca uno de
estos caballos, y que había sido adiestrado aquí. Qué
buena idea. Nosotras también teníamos esclavos robustos y
todavía muy jóvenes, lo que facilitaría el aprendizaje
de divertidas artes como el galope.
A media tarde, después de una magnífica comida y una
siesta reparadora, Mrs. McDonald y sus amigas nos condujeron a las cuadras
donde estaban instalados los esclavos de tiro. Estas bestias eran
quizás más musculosas y estaban también atadas a la
pared. Sobre sus cabezas llevaban el mismo casco de cuero con orejeras, pero
en la parte superior lucían un colorido entorchado de plumas. Las
riendas eran mucho más largas y el arnés, que les aprisionaba el
torso y los brazos, tenía todos los aditamentos necesarios para
realizar un sólido enganche.
Cynthia designó a cuatro ejemplares y ordenó preparar dos
pequeños coches de paseo. Con gran facilidad los negros fueron
enganchados a sus puestos, a razón de dos por carruaje. Cynthia se
instaló cómodamente sobre el mullido asiento de uno de ellos y
me hizo sentarme a su derecha. Miss Myrna ocupó la plaza de la izquierda.
En la segunda calesa se instalaron mis hermanas con miss Sandy. Cuando
todas estuvimos confortablemente sentadas, Cynthia tomó las riendas
con una mano y empuñó el látigo con la otra. Con un
seco trallazo sobre las corvas de las bestias, iniciamos el paseo.
Pronto dejamos atrás las cuadras y atravesamos el sombreado parque de las magníficas posesiones de Mrs. McDonald, para cruzar luego otros jardines y vergeles. El sol aún apretaba con fuerza. Para tener un poco de brisa agradable, Cynthia puso a sus bestias al trote siendo imitada prontamente por Carolyn, que parecía disfrutar más que nadie con aquello. Recordé que ella acostumbraba a enganchar un caballo para recorrer nuestra finca y podía imaginarme lo que estaba pasando por su cabeza con vistas a futuros paseos.
Proseguimos nuestra ruta a través de las vastas plantaciones y a nuestro paso veíamos centenares de negros trabajando incansablemente. Los más próximos se posternaban siempre al paso de las calesas, aunque Cynthia ni siquiera les dedicaba una mirada.
Llegamos a un pequeño bosque al abrigo del sol. Cinthya decidió que era un buen lugar para hacer un alto y tiró con fuerza de las riendas. Las negras monturas se pararon al instante. Nos refrescamos con agua del arroyo y bebimos con placer.
Al poco rato mi hermana Lucy me comentó aparte que tenía ganas de orinar, pero la confidencia fue escuchada por Cynthia, que se acercó al instante y dijo con una amplia sonrisa:
- Magnífico. Así vais a conocer otra cosa interesante. Ahora estamos solas y creo que podemos confiar las unas en las otras -. Miró hacia miss Myrna y miss sandy, que le devolvieron una sonrisa cómplice. Nosotras estábamos intrigadas.
Cynthia tomó a Lucy del brazo y se encaminaron hacia donde estaban arrodilladas nuestras bestias de tiro (la única postura de descanso permitida a aquel tipo de animales, según me habían dicho durante la conversación en el carruaje). Por el camino le iba diciendo alguna cosa en voz baja. Solo pude oir algunas risitas de mi hermana. Cynthia se situó frente a una de las bestias de carga, se desabotonó la falda y se liberó de sus bragas. Noté que Lucy la imitaba con sorprendente naturalidad. Las bestias giraron sus cuellos hasta la posición adecuada y acercaron sus bocas abiertas hasta abarcar con ellas los sexos que se les ofrecían a la vista. Al momento pude ver como sus gargantas deglutían líquido. Las risas de Lucy eran ahora más sonoras, mezcladas con grititos de placer.
- Ellos también tienen sed -me dijo miss Sandy- y te aseguro que están tan acostumbrados a esto que les encanta. Ya verás la cara de contento que tendrán cuando terminen el trabajo.
A pesar de su insistencia no quise acercarme más. Estaba algo sonrojada por aquello, pero no quería que se me notase. Mi hermana Carolyn y miss Myrna se habín acercado mientras tanto a la otra pareja de animales y se disponían a hacer lo propio. Como Cynthia y Lucy llevaban ya largos minutos en aquella posición le manifesté mi extrañeza a miss sandy.
-Oh -rio ella-, ahora están en la parte más divertida. Estos animales tienen una gran experiencia con su lengua y podrían pasarse horas lamiendo con fruición.
Y así parecía, dado el entusiasmo que ponían las negras bestias. En la sociedad donde vivía, una señorita como yo no solía tener la menor información sobre algunos temas. El sexo era para mí un misterio...pero aquello me resultaba sugerente. Estaba notando una excitación que nunca antes había sentido, y no estaba asustada. Pero mi timidez me impedía imitar a las demás. Miss Myrna acababa de ocupar el lugar de mi hermana Lucy, que me dirigió una sonrisa triunfal. Su mirada era de las que trasmiten sensaciones poderosas.
Tras el maravilloso relax, montamos en las calesas y regresamos hacia la mansión a un trote alegre y delicioso. Por el camino nos cruzamos con otros coches de paseo similares a los nuestros. Las jóvenes amigas de mi anfitriona nos saludaban alegremente. En algunos casos, un sólo negro debía tirar de una calesa con tres corpulentas mujeres, mientras recibía raciones continuadas de látigo.
- Están ahí como castigo por faltas cometidas. No son
habitualmente negros de tiro, por lo que lo pasan mal al no estar
acostumbrados -Cynthia había distendido su cara en una sonrisa
cruel.
Extractos del diario íntimo de miss Shirley McKenzie