Ayudando a entrenar a Marta ( una historia casi vivida) Por Cyrus Map Dedicado a Marta, dondequiera que esté, mi amor.   ADVERTENCIA: Esa narración contiene aspectos explícitamente sexuales. Si usted es menor de edad o cree que su sensiblidad puede verse afectada, por favor absténgase de continuar.   Gracias a un horario laboral muy particular, puedo acudir al gimnasio en una hora en que está francamente poco frecuentado. Muchos días entreno solo. O apenas con una o dos personas más. Llevo bastantes años en el gimnasio. Resulta una gratificación diaria que ayuda a compensar un trabajo tan estresante como dedentario. La verdad es que no soy precisamente un tío gandul con los pesos, no alcanzo por supuesto las fantasmadas de los profesionales que aparecen en las revistas, pero tampoco soy el típico gilipollas que cree que estando en el gimnasio ya completa su objetivo de estar en forma, y apenas alcanza unos minutos en la bicicleta, cuatro series de bíceps ligeros y varios botes de complementos vitamínicos. Estoy aceptablemente fuerte y, aunque indisciplinado con las comidas y poco sistemático con los suplermentos, mi aspecto físico no está nada mal. Como les digo suelo entrenar en solitario. Y en mi gimnasio, francamente, las mujeres están en franca minoría, con lo que pueden imaginar que resulta extraño para mí compartir la sala de musculación con alguna chica. Y eso es un engorro. A mí me gustan las mujeres. Pero además, y eseo es un pequeño secreto que espero me sepan guardar, me gustan especialmente las mujeres atléticas, fuertes, musculadas pero con ese "aire" particular que permite a algunas de ellas seguir siendo mujeres, seguir manteniendo el encanto femenino. Sólo que si ese embrujo se combina con una anatomía fuerte, se alcanza entonces para mí , una especie de perfección que me atrae irresistiblemente. Para mi pesar, ese tipo de chicas son bastante raras de encontrar. Y especialmente en mi gimnasio. Un día, hace de ello unos pocos años, mientras estaba entrenando apareció una chica nueva. Nos cruzamos un saludo tan cortés como frío: -"Buenos días" Y cada cual se dedicó a lo suyo. Por supuesto, yo observaba la recién llegada. Con atención, pero discretamente. No se trata de incomodar con la mirada o la actitud a una recién llegada que parece extrañamente inclinada al culturismo. La chica era bastante alta. El pelo corto, rizado y oscuro. Los ojos castaños, la piel ligeramente pecosa. El rostro,  resultaba atractivo, puede que sensual por los labios carnosos. Pero no era , por descontado, de una belleza excepcional. Quizás la nariz era demasiado grande, quizás los pómulos excesivamente prominentes. Nada a destacar en él. Vestía un chandal de marca. Bastante holgado, no permitía apreciar las particularidades anatómicas. Pero, más alla de las excelencias que la imaginación podía recrear´, parecía muy interesante. Los miembros largos, el busto generoso, el talle herguido. Su caminar era elegante, airoso. Sus movimientos  acompasados, los ademanes suaves. Realmente, la muchacha era interesantísima. Mi Yo machista me la representaba como un apetitosísimo bocado. Pero mi educación se imponía, y me mantuve discretamente ausente. Quien lleve años en un gimnasio lo entenderá. Uno no puede evitar observar el entreno de quien está cerca. Sea hombre o mujer observamos qué ejercuicios realiza, cómo los ejecuta, que peso utiliza. Y aquí comenzaron las sorpresas. Ella movía peso, mucho peso. Ya he dicho que soy un veterano, y que no soy precisamente de los vagos. Pero la recién llegada ejecutava los ejercicios, no sólo con una perfección admirable, sino con unos quilajes extraordinarios.Con cada repetición la recién llegada exhalaba un pequeño gemido, o algún suave suspiro. Terriblemente atrayente, desde luego.Digo poco si afirmo que quedé estupefacto, y pensativo. A la mñana siguiente, coincidí de nuevo con ella. Otra vez el mismo saludo, educado y distante: -"Buenos días" Y cada cual a lo suyo.  Ella comenzó con unos ejercicios de calentamiento. Como yo. Luego, casi simultáneamente nos dirigimos a la banca. Al observar que ambos pretendíamos realizar el mismo ejercicio y producida la lógica sorpresa, nos cruzamos los consabidas frases cortéses. -"vaya...he, he. Bueno, comienza tú." --"no, no, gracias. Tú primero..." De todas formas, la ocasión fue propicia, me presenté. -"Por cierto, encantado. Me llamo Cyrus" -"Yo Marta, encantada también". Y nos dimos la mano. Era suave y estaba caliente. El apretón fue breve y no excesivamente fuerte, pero noté una firmeza insólita en una chica. Las uñas, largas y pintadas de color carmesí. Propuse entrenar conjuntamente la banca. Ella asintió. Pero no percibí que estuviera entusiasmada. Antes bien, un ligero encongimiento de hombros manifestó un cierto fastidio. Comenzó ella. Un peso modesto. Era normal, se trataba de ir calentando. Yo solía comenzar con algo más de peso. Cuando acabó, cargué mis pesas suplementarias e hice mi serie. Al acabar pregunté: -"Qué peso dejo" Marta respondió: -Ya me lo pondré yo misma, gracias" La respuesta me dejó algo sorprendido. Pero aún muy poco comparado con lo que siguió.¡Hay que ver de qué manera Marta cargaba la barra!. Aturdido dije: -"Hmm, ¿quiéres que te vigile? -"No es necesario, Cyrus. Puedes hacer otra cosa si quieres". Y la chica realizó con total corrección veinte repeticiones con un peso que se acercaba a mi récord absoluto.Y acompañadas con la misma expresión de firme determinación que ya había observado el día anterior. Y con el mismo pequeño festival de ligeros gemidos, gruñiditos y suspiros. Al dejar la barra, no pude contenerme: -"Sorprendente, Marta. Eres muy fuerte, enhorabuena" Ella me miró con una ligera sonrisa, con bastante picardía. -"Sí Cyrus, mucho. No te lo puedes ni imaginar" -"¿Como cúanto de fuerte, Marta?" Y se incorporó, con elegante suavidad. Mirándome fijamente dijo: -"Te lo voy a demostrar, verás..." Entonces se encaminó al aparato de dominadas. Normalmente, a las mujeres les cuesta realizar una sóla dominada correctamente. Yo lo sabía perfectamente y le dije: -"Claro. Harás unas cuantas dominadas. A las chicas os cuestan más que a nosotros, ciertamente veo que debes ser muy fuerte..." -"No te anticipes, Cyrus, por favor. Ya verás". Y se quitó el chándal, prestamente, con unos movimientos rápidos pero finos, y con una ligera y graciosa sacudida de caderas que permitió que se deslizaran para abajo ,raudamente, los pantalones. Por fin se me apareció su cuerpo. Gloriosa revelación. Llevaba un top ajustado y unos shorts muy cortos. Todo de color azul. Su figura era esbelta. Los hombros, anchos, determinaban en sus extremos unas estriadas esferas de reluciente solidez. La firme trabazón de los pectorales marcaba unos surcos horizontales que se detenían justo al llegar a unos pechos redondos, prominentes, de turgencia segura, no muy grandes, pero desde luego generosos. Se insinuaban tras la ropa los prominentes pezones. En la barriga lucían su esplendor los músculos abdominales, una poderosa trabazón de gruesos ladrillos delimitados con marcados surcos entre los que se podría hundir un dedo. Las piernas, largas, partían por debajo de unos redondos y prominentes glúteos, cuya firmeza se adivinaba deliciosa. Se marcaba un redondo pubis entre ellas. Los muslos, abultados, permitían apreciar la densa masa de musculación que los componían. El bíceps femoral se destacaba generoso, marcando su curvilínea naturaleza. Los gemelos, anchos, se destacaban por encima de los calcetines de entreno. Los brazos componían un colosal conjunto de portentosa majestuosidad muscular en femenino. Gruesos, poderosos, firmes. Unos abultados bíceps completaban el portento de los absolutamente impresionantes tríceps, cuya recia composición era aterradoramente manifiesta. En los antebrazos refulgían unos brazaletes de bisutería que se agolpaban en derredor de la mayor joya que la muscularidad potente proclamaba con esplendor. Su musculación era enorme, pero perfectamente armónica. En cualquier parte de su anatomía en que uno fijara su atención se apreciaba no solo el grueso tamaño de la rocosa musculatura, sino que, dada la rotunda y gloriosa falta del menor atisbo de grasa, las fibras destacaban su reciedumbre y tan sólo el amasijo de venas de caprichosa geometría compartía su manifiesta presencia. La aleatoria distribución de numerosas pecas por doquier añadía atractivo a un cuerpo de sublime presencia. A cada pequeño movimiento o ademán, se apreciaba la agitada tensión/distensión de los formidables cúmulos de poder que demostraban las fibras musculares, que lucían destacadas debajo una piel que parecía empeñada en adherirse determinadamente sobre la totalidad de la masa muscular.   Ella observó complacida mi admiración. Y sujetó firmemente  los asideros del aparato. -"Ahora, Cyrus, agárrame fuertemente" En principio creí que me pedía una ligera ayuda para iniciar la subida, algo perfectamente normal en las mujeres. Pero Marta insis´tió: -"Así no, Cyrus. Agárrame fuertemente, sujétame como para colgarte de mí" Estupefacto, así lo hice. Entonces Marta tensó los brazos y, limpiamente me subió con ella. Arriba y abajo, arriba y abajo. Cadenciosamente, rítmicamente Marta alzaba su cuerpo (y el mío con él) arriba y abajo, con la sóla fuerza de sus brazos.  El contacto con el cuerpo divino de Marta resultó sorprendente. Tal como permitía aparentar su aspecto, bajo la suave y cálida piel de la chica, la musculación denotaba una recia construcción. Con los movimientos ascendentes y descendientes, notaba como bullía en la mayor gloria la sublime danza de las tensas fibras de musculatura. Quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho... El contacto con el cuerpo de sublime feminidad musculada me excitaba sobremanera, cosa que unida a la inenarrable demostración de poderíó, mas la consabida colección de sensuales sonidos, me provocó una erección incontenible. -"Marta, Marta, vale, vale por favor. Basta ya. Veo que eres increíblemente fuerte. Mucho más que yo. Pero déjame bajar ya" Y me hizo caso. pero no pude disimular el enorme bulto de mi "tienda de campaña" bajo mis pantalones. Al verla, Marta se rió abiertamente. Y entonces me asió fuertemente por la cintura. Noté el fuerte agarre de sus firmes manos. Sin ningún esfuerzo me levantó del suelo. Mi excitación era máxima. Con los dientes me bajó los pantalones. Unos pequeños besos en el pene, irresistiblemente tenso, precedieron a la succión. Los ardientes labios de la mujer acariciaban mi polla mientras la lengua reseguía con avidez la dura tensión de mi miembro. Acompasadamente Marta succionaba, arriba y abajo mi sexo. Pero no era su cabeza la que se movía, sino mi cuerpo. El poderoso agarre de la chica, no sólo me mantenía en el aire sino que me balanceaba rítmicamente para exacerbar mi éxtasis. Con mis manos reseguía ansiosamente el rostro de Marta, y también sus manos tan tensas como paradójicamente suaves. Y acariciaba la tensa reciedumbre de sus poderosos antebrazos, sus henchidos bíceps, los extraordinarios hombros. Todo su muscular cuerpo se estremecía de una temblorosa agitación causada quizás por el enorme esfuerzo muscular, quizás también por el placer que le produciría comerse ávidamente mi polla. E inconteniblemente llegué al orgasmo. Gimió fuertemente. Y me depositó suavemente en el suelo. Preso de un extraño rubor y de un infinitamente placentero estado, no pude menos que abrazarla. Con mis manos y mi boca reseguí ávidamente toda la superficie de inmensamente compacta muscularidad. Al llegar a la ingle, ella gimió de nuevo con languidez. El contacto constante con la muscularidad femenina, los generosos gemidos de excitación y el paso del tiempo, permitieron que de nuevo tuviera una erección.Nos encaminamos a una colchoneta. Seguí acariciando y besando a Marta. Hasta que su excitación se manifestó extrema, y con ella la mía. Entonces le quité los pantalones. Y las diminutas braguitas también. Su sexo estaba rasurado casi completamente. Los labios de la vagina, humedecidos, se estremecían trémulos en espera de mi sexo. Entonces la poseí. Empujé suavemente primero, más fuerte despúes y de nuevo con suavidad. Resulta inenarrable expresar la perfección sublime de unos pechos turgentes y cimbreantes destacados por encima de un poderoso y musculado tórax, que se expande y se contrae con los jadeos. E inenarrable expresar el inmenso placer que se difruta. Llegamos al orgasmo conjuntamente. No pude evitar gritar de dolor cuando sus increíbles muslos comenzaron a oprimir irresistiblemente mi costado. Entonces oímos unos pasos. Seguramente se trataba del jefe del gimnasio que regresaba tras tomar su desayuno. Marta se ruborizó fuertemente. Se levantó y recogió su ropa. Salió disparada hacia el vestuario de chicas. Nunca más supe nada de Marta. Parece ser que era forastera y se encontraba unos días en mi ciudad. No había dejado sus datos personales en la secretaría del club y no pude conseguir ni su teléfono, ni su dirección, ni su apellido. He ido superando el profundo dolor que su desaparición repentina me produjo. Pero a pesar de todo, aún me emociono al recordarla. Por favor. Si alguno de ustedes sabe algo de ella, comuníquemelo. Por favor. Por favor.     Cyrus Map