MARLENE VI: El jardinero espía parte II Una vez que se hubo marchado el chico se dispuso a arreglarse para la ocasión. Se recogió el pelo, se colocó una peluca corta de color rojo, unas lentillas marrones y se pintó los ojos y labios de manera ostentosa. Ella habitualmente no solía pintarse, si acaso un poco de fondo de ojos y algún carmín transparente en las grandes ocasiones; la belleza de su rostro y lo cautivador de su mirada no necesitaban de aditamentos. Se vistió con un pantalón tipo militar, que se le ceñía algo en la parte del culo, pero que bajaba amplio. Asimismo se puso una camiseta sin mangas que le quedaba un poco ancha y una cazadora fina de las que habitualmente llevan hombreras, pero que ella, por razones obvias, se las había quitado; la chaqueta además llevaba una especie de galones y varias insignias colgadas. Por último se enfundó unos guantes y se ajustó un cinturón lleno de remaches metálicos, entre los que se encontraban, estratégicamente colocadas, dos estrellas de esas que usan los ninjas y que ella manejaba con sorprendente rapidez y precisión. Y de esta guisa se fue a buscar al jardinero, pasando antes a recoger la lista que le tenían preparada. Cuando entró se encontró a Toni tumbado en un catre habilitado para la ocasión y que aún estaba dormido. Había pasado mala noche, entre la preocupación por su situación y cierto dolor de huesos, y sólo al final había podido conciliar el sueño. - ¡Despierta!, le dijo zamarreándolo con no demasiado delicadeza. El jardinero se despertó un poco sobresaltado, con grandes ojeras debidas a la mala noche y con la pierna derecha cada vez más dolorida conforme se iba enfriando el golpe de la noche anterior. Este aspecto demacrado podía resultar beneficioso para lo que pretendían fingir. - Vamos, vístete que nos vamos al bar de tus amigos. - No son mis amigos, no los conozco de nada, respondió él retraídamente. Mientras el hombre se vestía con una camisa y unos pantalones que le habían traído para la ocasión, Marlene se dirigió a él. - Ves el marco de la ventana y el jarrón que hay en la otra punta de la habitación. Pues cuando a ti te parezca dices ¡ahora! El muchacho quedó un poco extrañado con la propuesta, pero atendió a la misma sin más, y en un momento dado dijo: ¡ahora! En ese momento las dos estrellas salieron disparadas a la velocidad del rayo para, incrustarse casi por completo en el marco de la ventana una de ellas y destrozar la otra el jarrón. Toni se quedó un poco helado al ver la que se había clavado en el marco, ya que, aparte de comprobar hasta que punto había penetrado en la madera, ésa en concreto le había pasado bastante cerca. - Eso será lo primero que notes en el cuello si se te ocurre en algún momento delatarme cuando estemos allí, le susurró en el oído. - Y ahora pongámonos en camino que ya te daré las instrucciones durante el viaje. ¡Cariño!, añadió socarronamente y entrelazando los brazos para dirigirse a la salida de la casa. - Vamos a ver: Tienes que decir que somos viejos amigos, nada de que nos hemos conocido esta noche, que me llamo Nina (así le llamaba su padre de pequeña), que hemos pasado la noche en mi casa, a las afueras de la ciudad y que tú coche se había estropeado y te he traído yo en la moto. Y añade que una vez aquí he insistido en acompañarte adentro y que soy totalmente inofensiva. Si no me equivoco tampoco les va a importar mucho matar a una o a dos personas, que es lo que me imagino que pensaban hacer contigo pedazo de imbécil, que es lo que eres por hacerle el juego en vez de pedirnos protección a nosotros. Marlene se estaba apiadando un poco de aquel desgraciado. Toni volvió la cara con gesto sorprendido y atemorizado. Era una persona bastante ingenua, aunque pasaba largamente de los treinta. - Y ahora repíteme todo lo que te he dicho. Por cierto aquí tienes la lista. El jardinero repitió con exactitud todo lo que ella le había dicho. Se estaba convenciendo por momentos que su futuro estaba en manos de aquella mujer que casi lo arrastraba en aquellos momentos. Ya habían tenido que desacelerar el paso debido a que tenía serias dificultades para apoyar su pierna. En esas estaban cuando llegaron al garaje de la casa, donde Marlene tenía aparcada su moto: una Harley Davidson Touring de 1500 cc y más de 300 kg. de peso. - Agárrate bien que no te caigas. Él se agarró un tanto indeciso a los costados de la mujer. Ella al verlo arrancó y levantó un poco la moto, estando a punto de tirar al hombre al suelo. - Te he dicho que te agarres bien. Toni la abarcó pero sin mucha fuerza y sin pegarse demasiado. Marlene le pegó un brusco tirón de ambos brazos, cruzándoselos delante de ella y pegándole la cara a su espalda. El jardinero estaba excitándose por momentos, aferrado al granítico abdomen, con la cara estrujada contra la inmensa espalda y con el culo de ella pegado a su miembro. Durante el trayecto, en el que por momentos alcanzaban velocidades endiabladas, Marlene desplazaba su cuerpo hacia detrás y al hombre, al que deliberadamente le había dejado poco espacio, no le quedaba otra que apretarse aún más, con lo que la excitación iba en aumento. Cuando llegaron al bar aparcaron en un lateral del edificio para que no se viera demasiado la moto y en el camino hasta la puerta le hizo volver a repetir toda la historia. - Ahora tendremos que acaramelarnos, no pichurri mío, dijo Marlene al llegar a la puerta con tono melifluo y afectado, metiéndose ya de lleno en su papel de mujer simple que había decidido adoptar. Contrastaba aquello con el férreo agarre al que le tenía sometido el brazo, donde palpaba los rocosos brazo y antebrazo de la mujer, que de vez en cuando hinchaba para que quedara patente quien manejaba la situación. Entraron en el bar en aquella postura y se dirigieron a la barra. Allí se encontraba un hombre de unos cincuenta años y fornido, que parecía ser el dueño, y una chica fregando vasos. En esos momentos la clientela se limitaba a un par de camioneros tomando café en una mesa. - Tengo una cita aquí con Toni, que también se llamaba así la persona que había entrado en contacto con él. - ¡Uy! Toni y Toni pichurri, dijo Marlene riéndose a continuación y dándole un mordisquito en la oreja. - Quién lo busca, dijo el dueño en tono desabrido. - Toni, el jardinero. - Mi jardinero, volvió a intervenir ella en tono relamido y propinándole otro mordisquito esta vez en el cuello. El barman los miró despectivamente, extrañándose de que aquella exuberante mujer estuviera así de colada por aquel mamarracho. A pesar del camuflaje no podía ocultar ni las bellas facciones de su rostro ni su cuerpo que parecía el doble que el del hombre. Acto seguido se retiró hacia un teléfono situado en un espacio más interior de la barra, para volver al cabo de unos segundos. - Dice Toni que pases, pero ella que se quede aquí. - Donde vaya mi pichurri voy yo, dijo achuchando aún más al hombre. - Pero, Nina es que tengo que hablar de negocios, dijo Toni disimulando. - Yo no dejo a mi pichurri sólo, insistió apretándole un poco más el brazo hasta el borde del dolor y volviendo a darle otro mordisco. Toni hizo un gesto de resignación al dueño, que volvió a retirarse. - Está bien, pasad los dos. - ¿Dónde está Toni? preguntó el jardinero. El barman salió de la barra con cara de pocos amigos para acompañarlos hasta el reservado. - Allí al fondo, dijo al llegar al principio del pasillo. Cuando entraron en la habitación se encontraron con tres hombres todos elegantemente trajeados: uno mayor sentado tras una mesa de despacho al fondo de la estancia y otros dos más jóvenes que se encontraban de pie: el tal Toni, de pelo rubio peinado con fijador y complexión atlética, y que podía medir sobre 180 cm, y otro de pelo largo castaño, algo más alto y corpulento y con un tatuaje que le asomaba por el cuello de la camisa. Ambos con las manos cruzadas por delante y con gesto serio y amenazante. - ¡Uy, qué amigos tan guapos tienes, pichurri!. No me habías dicho nada. - Hola, aquí traigo lo que me encargaste, no sé si será lo que estáis buscando pero es lo único que he encontrado, dijo sacando la lista del bolsillo e ignorando el comentario de la mujer. Se encontraba francamente nervioso y empezaba a correrle el sudor por la frente. - A ver, dijo el más alto tomándole el papel y pasándoselo al que parecía ser el jefe. El hombre mayor lo cogió y, sin abrirlo, se dirigió al jardinero con semblante severo y receloso. - Y esta furcia quién es. - ¡Oye pichurri!, dijo Marlene. Toni le repitió la historia que se había aprendido, aunque ya tartamudeando un poco. El jefe no dijo nada, desplegó el papel, lo ojeó durante un tiempo y dijo al otro Toni. - Pon música. El secuaz se dirigió a un equipo de música y lo puso a todo volumen. Inmediatamente, el otro sicario sacó una pistola de gran calibre y dijo acompañándolo de una carcajada. - Vamos a bailar, ¿A quién nos cargamos antes, a la guarra o al pardillo? - Al pardillo, contestó el otro, y a la guarra nos la tiramos antes, que tiene que tener unas tetas de categoría. El jardinero estaba absolutamente paralizado del miedo y notó como Marlene, que hábilmente se había situado más cerca de los matones, se le soltaba del brazo. Seguidamente el de la pistola se volvió hacia Toni y le apuntó a la cabeza. En ese momento, y de forma fulminante, la pierna izquierda de Marlene impactó con la mano del pistolero arrebatándole el arma, que fue a chocar contra el techo. Inmediatamente dio un gran salto, que terminó con un violento giro de 180 grados de su pierna derecha, para acabar la punta de su bota golpeando con brutalidad el entrecejo del melenudo, que cayó desplomado. Simultáneamente al salto ya había lanzado una de sus estrellas que fue a clavarse letalmente en el cuello del tal Toni. El aterrizaje del salto, que estaba calculado, fue a un metro escaso de la mesa, y nada más caer, apoyó las suelas de las botas en la mesa de despacho y haciendo palanca la empujó con todas sus cuerpo hasta aplastar con estrépito al jefe, que estaba haciendo el intento de sacar algo del cajón, entre el borde de la mesa y el respaldo de la silla, que, a su vez, había impactado contra la pared posterior. En toda la maniobra no hubieron transcurridos ni cinco segundos. Toni, que había cerrado los ojos cuando le apuntaron, al volver a abrirlos vio a su tocayo en el suelo sobre un charco de sangre, al jefe casi exánime reventado con el borde de la mesa y al más corpulento que, bastante desorientado, intentaba enderezarse de espaldas a ellos. Marlene se encontraba a metro y medio del hombre, incorporándose aún, cuando se percató del intento de levantarse del mismo. Dio otro salto felino con la pierna plegada sobre la cara, y al llegar cerca de él la desplegó propinándole una tremenda patada en la espalda que acabó de nuevo con el cuerpo del sicario en el suelo. Seguidamente le tomó uno de sus brazos y de tres enérgicos giros, que se acompañaron de tres chasquidos, se lo quebró. Sin solución de continuidad le tomó el otro brazo e hizo lo mismo. Ésta era una práctica muy útil cuando el adversario era peligroso y ella la ejecutaba con precisión. Ya con la situación controlada se tomó las cosas de forma más pausada. Se quedó un momento de pie, observando con cara de desprecio al desdichado aquel que gritaba de dolor, mientras pensaba qué iba a hacer. Toni seguía sin moverse, embobado con lo que estaba viendo. - A ver que sacamos de aquí. Se fue para el matón que estaba en el suelo todavía gimoteando, le agarró por los pelos y tiró de él hasta el frontal de la mesa. Cuando llegó allí le dio otro tirón hacia arriba poniéndolo de rodillas. - No me hagas nada, por favor, imploraba el hombre, que no podía mover los brazos y al que no le quedaba ya ni un atisbo de fanfarronería. - Vamos a ver si colaboras y me dices de qué va todo esto y si hay alguien más metido en el tinglado. - Pretendíamos hacer negocios con la droga, con un proveedor que nos buscó el jefe con muy buenos precios, pero yo no sé mucho, era él el que llevaba todos los asuntos, nosotros sólo acatábamos órdenes. - Así que tú no sabes nada más, que era el jefe quien estaba al tanto, ¿no? - Eso, es... Marlene interrumpió la frase dándole un tirón hacia atrás para después proyectarle la cara contra el borde de la mesa y romperle la nariz. - Con que tú no sabes más detalles, eh. - No, de verdad, contestó entre gemidos y con la cara manchada de sangre. A ella le pareció que realmente no sabía gran cosa y decidió acabar pronto con aquello. Volvió a repetir la operación, ya con ensañamiento y lanzando improperios, hasta siete u ocho veces, hasta que comprobó que el melenudo aquel había pasado a mejor vida. Realmente con dos o tres hubiera bastado, pero la mujer estaba bastante acalorada. Toni, a todo esto, presa del pánico, intentó escapar por la puerta. Marlene al verlo, corrió hacia él y ya con la puerta entreabierta lo agarró con fuerza por la nuca y lo arrastró otra vez dentro. Después cerró la puerta, lo cogió también del pantalón y lo levantó por encima de su cabeza. - ¿Dónde crees que vas, imbécil?, y dicho esto lo arrojó contra el suelo cayendo por la parte que ya tenía lastimada. El jardinero gritó de dolor, pero al ver acercarse a la mujer hacia él con cara de pocos amigos, calló y le lanzó una mirada mezcla de pánico y de súplica. Ella, por su parte se quedó unos instantes de pie, en silencio y mirando con desdén al caído. - Cabrón, dijo al cabo del rato, que querías irte y dejarme aquí tirada. - Fue un acto reflejo, tenía miedo y rompió a llorar. Marlene lo apresó por la solapa levantándolo del suelo. - Ahora vas a hacer exactamente todo lo que yo te diga. - Sí, sí, sí, lo que tú me digas. - Retira la mesa y mira a ver si ese hijo de mala madre vive todavía. El hombre retiró la mesa con cierta dificultad ( el porrazo último también le había dislocado el hombro derecho) y fue a ver si el jefe estaba aún con vida. - Creo que todavía respira. - Pues sujétale la cabeza hacia arriba ( la tenía apoyada sobre el hombro derecho). Cuando se la tuvo sujeta, le propinó un certero y seco golpe de kárate en el cuello que lo desnucó. En ese momento Toni se cagó literalmente. - Mejor así. Ni a ti ni a mí nos conviene que este tipo sobreviva. Ahora abre esos cajones a ver lo que hay. Toni abrió el primer cajón con la mano completamente temblorosa. - Una pistola, una carpeta y un paquete de chicles. No hay más. - Coge la carpeta y sigue abriendo cajones. El jardinero fue a abrir el segundo cajón pero estaba cerrado con llave. - Es, está cerrado. - Quita inútil, y lo empujó contra la pared. Comprobó que efectivamente estaba cerrado y le descargó un bestial puñetazo que despedazó el lateral de madera de la mesa. Toni la observaba con la boca abierta y los ojos que parecía iban a salírsele de las órbitas. El tercer cajón estaba vacío, pero en el segundo había un sobre, que al abrirlo comprobó que poseía una ingente cantidad de dinero. - Vamos a sacar en limpio más de lo que yo pensaba. Mientras yo cuento este dinero por encima, tú registra a estos tipos. Al cabo de un minuto vino con la cartera de un par de ellos en una mano y en la otra un manojo de llaves y algunas monedas. - Eso está bien, dijo cogiendo las carteras. En cuanto a esto otro, dijo refiriéndose a las llaves y las monedas, te lo puedes meter por le culo, y le propinó tal manotazo de revés que las monedas salieron despedidas violentamente, chocando algunas de ellas contra la pared que tenían detrás. - Ahora vámonos y sonríe cuando salgamos. Se guardó todo el botín en la cazadora y salieron de nuevo en actitud acaramelada. Al pasar por la barra, Marlene se despidió efusivamente del dueño. Fue diciéndole adiós sin volverle la cara hasta que cruzaron la puerta de salida, por si acaso sacaba algún arma. El barman se limitó a mirarlos con cara de extrañeza sin contestar. Nada más irse entró corriendo para ver qué había pasado. Una vez en la calle se apresuraron para coger la moto: Toni con una cojera cada vez más ostensible y ella delante llevándolo prácticamente en volandas. Se montaron y salieron rápidamente de allí. Todo el trayecto lo hizo el hombre con semblante taciturno, sin saber exactamente qué iba a ser de él y preocupado porque el mal olor proveniente de su trasero era cada vez más evidente, Sólo constituía cierto consuelo el estrecho contacto con aquella fabulosa hembra, a la que, después de lo que le había visto hacer, admiraba con todas sus ganas. Esta vez no hizo falta que ella le dijera que se juntase más, estaba aferrado a su cuerpo con vehemencia, con un sentimiento mezcla de amor de amante y búsqueda filial de protección. A los pocos minutos de marcha la moto tomó un carril de tierra que no conducía a ninguna parte. El jardinero se temió lo peor. Por fin se pararon a unos doscientos metros de la entrada del carril, en medio del campo. - Suéltame ahora mismo, que cada vez hueles peor. - Perdona, no pude evitarlo. Cuando se hubo soltado, Marlene dio un tremendo acelerón que acabó con los huesos del hombre en el suelo. Rápidamente giró la moto y se encaminó con la rueda delantera levantada hacia donde estaba el jardinero caído. Al llegar a él frenó bruscamente y dejó caer los más de 400 kg justo al lado del hombre. Éste, que había cerrado los ojos con resignación, respiró aliviado al escuchar el tremendo porrazo en el suelo. - Tenía que haberte aplastado, gusano. - Por esta vez te vas a librar, pero como vuelva a ver tu asquerosa cara por esta ciudad, te juro que lo lamentarás. Toma algo de dinero para que os podáis establecer bien lejos de aquí, concluyó, arrojándole un considerable fajo de billetes a la cara. En cierta forma se había compadecido de aquel desdichado. Toni se quedó tirado en el suelo maltrecho mientras ella se alejaba con la moto a toda velocidad. Sentía cierto alivio porque todo aquello parecía que se había acabado, pero a la vez, y paradójicamente, cierto desasosiego por saber que no iba a poder volver a ver a aquella magnífica mujer que, a pesar de todo, le había salvado la vida. Al día siguiente los periódicos de la tarde recogían una explosión que se había producido la madrugada anterior en un bar de carretera por un escape de gas, destrozando todo el edificio y sorprendiendo al dueño dentro, que había perdido la vida. Asimismo varias personas recibieron algunas visitas por parte de los hombres del gran jefe que terminaron con extrañas desapariciones. La policía, sobre la que el gran jefe ejercía cierta influencia, cerró los casos sin demasiadas pesquisas.