MARLENE V: El jardinero espía parte I Marlene y su jefe habían estado durante unos minutos practicando lucha cuerpo a cuerpo en el dormitorio de este último, y yacían en la cama dispuestos a pasar a otros asuntos cuando se escuchó cierto revuelo que provenía del salón contiguo. A él le gustaba este tipo de práctica porque, aunque nunca había conseguido vencer a la mujer, le excitaba sobremanera. Ella, por su parte, también disfrutaba con ello: dominando una y otra vez al jefe en todas las posturas imaginables y comprobando como, por mucho que lo intentaba, era incapaz de vencerla ni una sola vez. A veces se dejaba ir un poco al principio para animarlo, pero al final siempre terminaba dominando a su adversario con relativa facilidad. Otras veces, cuando llegaba cabreada por algo, era una auténtica apisonadora que pasaba por encima de él desde el comienzo sin dar ninguna opción e incluso, si el cabreo era grande, con inusitada violencia. En estos casos el jefe optaba por concluir pronto porque, aunque le enardecía aún más, temía por su integridad física, además de sentir, en cierta forma, un poco socavada su autoridad. El jefe, al contrario de Igor, era una persona relativamente corpulenta y adiestrada en varios tipos de lucha, lo que no era óbice para que Marlene lo pudiera vencer con cierta facilidad. Esa noche, mas que luchar propiamente dicho, habían estado practicando el que el jefe le aplicara una llave y cómo ella era capaz de zafarse de la misma. Si la tenaza no era muy agobiante Marlene se zafaba fácilmente de ella, y si la tenaza era más dura ( como alguna llave que implicara algún miembro en torsión), corría el riesgo de que para librarse de ella tuviera que propinarle algún golpe, cosa que no dudaba ningún momento en hacer. En el momento que se liberaba levemente de la presa inicial era como un caballo desbocado de fuerza descomunal. En cualquier caso el resultado final siempre era el mismo: la mujer acababa encima del hombre con la mano abierta en la nuca y aplastándole la cabeza contra el suelo. - Te rindes o te tengo que partir algún hueso, era la frase con que solía concluir cada asalto. La respuesta era obvia. Este tipo de práctica lo llevaban a cabo cada cierto tiempo, aunque no con demasiada frecuencia porque una noche con Marlene llevada a su último extremo era algo difícil de repetir con asiduidad. Hasta el jefe, que estaba acostumbrado, al día siguiente notaba cierta fatiga muscular y alguna parte de su cuerpo un poco dolorida. Si bien, por su posición, disponía de todo tipo de mujeres cuando quisiera, con ninguna experimentaba el placer que experimentaba con Marlene. Esto, unido a su extraordinaria eficiencia en el "trabajo", hacía que la mimara como oro en paño. Volviendo al momento del inicio del relato, escucharon por último unas voces y alguien, que resultó el encargado de seguridad de la mansión, llamó suavemente con los nudillos a la puerta del dormitorio. - Señor, es espero no molestarle, pero creo que esto puede ser de tu interés. - Reza porque así sea, respondió con tono hosco una voz femenina desde el otro lado de la puerta. El jefe se puso un albornoz y abrió la puerta. Allí se encontraba el jefe de seguridad de la casa: era un hombre de más de 1,90 cm. , de complexión delgada pero fibrosa, al que se le notaba un incipiente sudor frío corriéndole por la frente. Ya había tenido, hace algún tiempo, un malentendido con Marlene del que conservaba una gran cicatriz en el codo debida a la operación que tuvieron que realizarle para reconstruirle la articulación. Y eso porque habían llegado a sujetarla a tiempo. - Se, señor, hemos encontrado al jardinero rebuscando en los cajones de su despacho. Lo ha encontrado este muchacho durante una ronda, y aunque él ha explicado que estaba buscando unas tijeras que se olvidó por la mañana, mi hombre dice que su actitud era bastante sospechosa. En el centro del salón se encontraba el jardinero, un muchacho de 1,75 cm. de altura, delgado, de nariz prominente y ojos saltones y vestido con las ropas propias de su profesión. Detrás de él estaba el otro muchacho, de la misma estatura más o menos pero bastante más recio, que, con gesto huraño como haciendo méritos, ya que acababa de ser contratado, sujetaba al primero por el cuello de la camisa. - Soltadle, dijo con autoridad el jefe. - A ver que tienes que decirnos, y procura que sea convincente, porque lo de las tijeras no se lo cree nadie. En ese momento se escuchó como se abría la puerta del dormitorio. Marlene, que había estado viéndolo todo por una rendija de la puerta, había decidido pasar a la acción. Estaba convencida que para que cantase aquel chico no hacía falta de sus servicios, pero ya que le habían fastidiado la noche quería jugar un poco con aquel pobre desgraciado. Salió por la puerta con una bata semitransparente, abrochada de forma somera, y que le llegaba sólo a la altura del principio del muslo. Fue rodeando la habitación con caminar sumamente despacioso, cruzando una pierna con la otra en cada paso que daba y sin dejar de mirar fijamente al centro de la habitación donde se encontraba el jardinero. Como era natural hubo un momentáneo silencio, donde las miradas de todos, excepto la del jefe que seguía mirando al jardinero, se clavaron en la impresionante silueta de la mujer. La luz del salón era tenue y los laterales del mismo estaban casi en penumbra. - Cuando hablo a alguien no me gusta que miren a otro lado, dijo el jefe con cierta complicidad, para después permanecer en silencio un tiempo. Marlene siguió en su camino hacia el fondo de la habitación rodeando la misma. De vez en cuando chasqueaba los huesos de sus falanges, hecho éste que aumentaba el desasosiego que imperaba en la silenciosa sala; sobre todo por parte del jardinero. Por fin llegó al final de la estancia, y se detuvo dándole la espalda al chico de seguridad, que no daba crédito a lo que estaba viendo. Había escuchado hablar de ella pero hasta ahora no la había visto de cerca. - Eh, tú, gritó Marlene al jardinero. Éste se volvió y lo que vio fue algo que venía muy rápido y dando vueltas hacia él, que de pronto lo atenazaba por el cuello y que, haciéndole dar un giro de 180º por el aire, lo proyectaba con violencia contra el suelo. El impacto fue brutal, yendo a caer muy cerca de los pies del chico recién contratado que no fue capaz de reaccionar y casi se lleva un jardinerazo. Si alguien hubiera tenido una toma en cámara lenta habría observado como Marlene, apoyando las manos en el suelo, daba una vuelta completa de 360º en dirección al jardinero y después la completaba con otra media vuelta para quedar boca abajo al lado del hombre. En ese momento se detuvo en seco, le atenazó el cuello con ambos tobillos y, arqueándose todo lo que pudo, cambió el sentido del giro, volvía a dar otra media vuelta hacia detrás ya con el hombre asido por los pies, y estrelló a éste contra el suelo de forma demoledora, quedando ella de pie con el cuello del hombre aún agarrado. Todo ello con rapidez felina. Todos quedaron impresionados, pero sobre todo el nuevo chico, que a punto estuvo de recibir un buen golpe, pero que permanecía inmóvil, moviendo levemente la cabeza arriba y abajo para observar al hombre en el suelo gritando de dolor y a la arrogante figura de la mujer con los brazos en jarra y sonriendo satisfecha. Aunque había practicado aquella acrobacia, debido a lo complicado de su ejecución no las tenía todas consigo, y verdaderamente le había salido perfecta. Marlene se dio media vuelta para quedar mirando al jefe, - A ver qué nos cuenta. Se dejó caer de culo aplastando el pecho del jardinero, que recrudeció los gritos de dolor. Seguidamente se incorporó aprisionándole los brazos, que tenía más o menos extendidos, con sus rodillas. - Vuelve a contarme eso de las tijeras. El hombre no contestó, sólo gritaba de dolor. El bestial aterrizaje le había lastimado sobre todo una cadera y una de sus rodillas, y ahora además notaba una gran opresión en el pecho. - A partir de ahora no quiero volver a escuchar un quejido, y sí lo que estabas haciendo en el despacho, le dijo en tono seco. - Me había perdido y me entró curiosidad, nada más, contestó temerosamente. - Sabes lo que te digo, que ahora mismo me disponía a pasar un gran rato de placer y tú me lo has fastidiado; así que estoy dispuesta a pasarlo contigo. Por un momento todos quedaron sorprendidos ante aquella aseveración. Mas no tardaron mucho en encontrar una explicación a aquellas palabras. Marlene introdujo la punta de la nariz del caído en su vagina y comenzó a frotarse lentamente ante la atónita mirada del pobre jardinero. Fue bajando poco a poco hasta se la introdujo completamente, con lo que le taponaba también la boca. Toni, que así se llamaba, pataleaba como podía y levantaba ligeramente las manos, ya que los brazos los tenía inmovilizados. - Así, así, gritaba ella sensualmente mientras se movía en pequeños círculos y apretaba una y otra vez la cabeza del hombre contra el suelo, no me cuentes nada que estoy disfrutando enormemente, así, así. La excitación era total entre los presentes, incluso el chico nuevo, que había quedado situado a su espalda, se desplazó para verlo al menos lateralmente. Desde su nueva perspectiva lo que mejor podía ver eran los grandes pezones erectos, que se transparentaban soberbios a través de la bata. De pronto el jardinero dejó de moverse, al borde de la asfixia. Ella entonces se levantó ligeramente para dejar que tomara aire. Toni, tras unos segundos con la boca totalmente abierta para tomar aire, comenzó a hablar. - Me amenazaron, tenía que bus.. Hasta ahí pudo decir, Marlene rápidamente volvió a introducirse la nariz en la vagina para repetir la operación. Llegado a este punto no estaba dispuesta a dejar la faena a medias. El hombre ya no pataleaba, sólo experimentaba pequeñas sacudidas que al cabo del tiempo también remitieron. Entonces ella volvió a levantarse para que respirara. - Tenía que bus... Y así sucesivamente. En la cuarta sentada por fin llegó al clímax y entonces los movimientos se volvieron mucho más violentos: con las manos apoyadas sobre la parte trasera de su cabeza y el tórax henchido jadeaba y apretaba la cara del desdichado jardinero con especial arrebato. El resto de los presentes contemplaban asombrados y en silencio la escena. Incluso el jefe, que estaba ya curado de espantos en cuanto a la capacidad de Marlene, mostraba cierta sorpresa y excitación. Tan entusiasmada estaba que no se dio cuenta que Toni había dejado de moverse y a punto estaba de dejar de respirar para siempre. Cuando por fin se levantó y lo liberó de la "mordaza" tuvo incluso que reanimarlo para que respirara de nuevo. El hombre volvió en sí totalmente aturdido, con la boca abierta para tomar aire y la cara manchada de las secreciones de ella. - Bueno, ahora sí estoy dispuesta a escuchar todo lo que me tengas que decir. Si no me convence volveremos a empezar, tengo toda la noche y me lo he pasado muy bien contigo. - Querían que les buscara una lista de colaboradores que creían que estaba en el despacho. Paró un momento para volver a tomar aire, ya que aún no estaba restablecido del todo. - Por favor, me duelen mucho los brazos. - Tú no sabes lo que es dolor. No obstante Marlene levantó sus rodillas para que el hombre pudiera liberar los brazos, que tenían sendas marcas por donde habían estado aprisionados. La mujer quedó de rodillas, con éstas por debajo de los brazos de él a la altura del cuello y flanqueándole el tronco. Esta postura obligaba a Toni a mantener los brazos hacia arriba. El jardinero calló por unos instantes, en parte porque se le había ido el hilo de la conversación, y sobre todo por la panorámica que tenía ante sus ojos: en primer plano el abultado clítoris de ella aún mojado ( hasta ahora lo había tenido demasiado cerca para poder admirarlo) y más arriba las dos fabulosas tetas con los pezones erguidos. Marlene lo dejó observar unos segundos para después cerrar los puños y tensar la musculatura de su brazos de forma intimidatoria. - Tarda diez segundos más en contármelo todo y te aseguro que te arrepentirás. - Perdón, me amenazaron con hacerle daño a mi madre enferma si no colaboraba con ellos. Les tenía que buscar la lista y llevársela mañana al sitio que me indicaron. - Y se puede saber cuál es ese sitio, inquirió el jefe. - Un bar de carretera que hay a la salida de la ciudad que se llama Stop, pero por favor no me hagan más daño. En ese momento el jefe hizo el gesto típico para que Marlene acabara con aquel desgraciado, mas ella contestó negativamente con un leve movimiento de cabeza. - Muy bien, te vamos a preparar una lista para que se la lleves a esos tipos, pero no vas a ir solo, te va a acompañar la tía que te has enrollado esta noche. ¿ O no es verdad que nos hemos enrollado ? La mujer se levantó y lo levantó a él bruscamente tirando de la solapa con su mano izquierda para después agarrarlo con la mano derecha por detrás. A la vista de todos quedó una gran mancha de semen que adornaba el mono de trabajo. - Ves como tú también has disfrutado. Acto seguido se lo arrojó con fuerza al jefe de seguridad, de tal forma que por poco se caen los dos al suelo. Las relaciones entre ambos seguían siendo un poco tensas. - Enciérralo hasta mañana y prepara una lista para que la lleve. El hombre cogió del brazo al jardinero y se dispuso a obedecer la orden. El chico a su servicio iba a seguirlo cuando Marlene se dirigió a él. - Tú donde vas muchacho. - I iba con con él, respondió tartamudeando. Aún no se había repuesto de la impresión. - Pues ven aquí, ella estaba colocada ahora junto al jefe, con la bata completamente abierta del trajín y dejando ver casi todo sus poderosas y bien dibujadas curvas. El chico de acercó un tanto temeroso, con la mirada puesta en el cuerpo de la mujer aunque con la cabeza baja para intentar disimular - Acércate más, ¿ o voy a tener que ir yo a buscarte ? Avanzó unos pasos hasta quedar a medio metro de la mujer, que esperaba con los brazos caídos en actitud provocadora. Marlene hizo un gesto con el dedo hacia abajo para que se acercara más, a lo que el chico obedeció hasta quedar casi en contacto. - Mírame a la cara, sátiro (el chico mantenía la mirada baja). Y préstame atención, que ni se te ocurra mirar a otro lado mientras yo te hablo. Quedaron con las caras casi juntas y rozándose por la parte del pecho. Marlene mantenía su penetrante mirada fija en los ojos del chico que, con rostro de pavor, esporádicamente se atrevía a un ligero pestañeo. Tras estar un buen rato así, la mujer comenzó a hablarle. - Tú le vas a preguntar donde vive y me vas a comprobar lo de la madre enferma, le decía mientras con el dedo índice le golpeaba el pecho. Además vas a ir al bar que ha mencionado y te vas a enterar de quien frecuenta aquello. Cuando termines me buscas en mi habitación y me lo cuentas todo. ¿De acuerdo? - Sí, sí, señora. El chico se sentía totalmente abrumado en todos los aspectos. El efecto intimidatorio perseguido por Marlene estaba, como no podía ser de otra forma, surtiendo total efecto. - Y muy importante: no le cuentes a nadie lo que vas a hacer. Absolutamente a nadie, entendido. Con la última palabra los golpecitos en el pecho se tornaron en un fuerte puñetazo que le hizo retroceder un paso. - Sí señora. El muchacho permaneció inmóvil, con la mano tocándose el pecho, el bulto del pantalón bastante patente y observando ahora el magnífico bíceps de ella, que permanecía con el puño cerrado y el brazo flexionado y en tensión. - Ya te puedes ir, y procura que todo lo que me cuentes sea verdad. - Eres perversa con mis chicos, le espetó el jefe una vez que el otro había salido de la habitación. - Si a ti también te gusta. Además hay que mantener la autoridad. - Bueno seguimos. - Pues la verdad que ahora prefiero descansar y concentrarme en lo de mañana. - Te vas a meter en la boca del lobo. ¿No será peligroso? - Ya sabes que me he metido en sitios peores. - La verdad es que sí, tú sabrás lo que haces, aunque yo confío plenamente. ¿Quién puede ser ahora? El gran jefe tenía todo controlado en la ciudad desde que hace un año llegó Marlene y liquidó a su rival de siempre y a todo su clan, que a la sazón era quienes habían asesinado a los padres de ella hacía unos diez años, cuando tenía catorce. Pero desde hace unos meses habían aparecido pequeñas bandas rebotadas de otros sitios, bien con prácticas de piratería como los que habían robado el cargamento del muelle, o bien queriendo instalarse. Para esto último la única vía de hacerlo era la traición de gente de dentro, ya que el dominio que ejercía actualmente en la ciudad a todos los niveles era implacable. - Pues mañana lo comprobaremos. Espero que no sea nadie conocido, ya que entonces sería todo más complicado. De todas maneras intentaré disfrazarme lo que pueda. - Bueno y a mí me vas a dejar así, en plena excitación después del espectáculo. - Venga, uno aquí mismo y me voy. Y dicho esto, le dio un empujón que lo tiró sobre un sillón, saltó sobre él, le arrancó el albornoz y lo hicieron de una forma feroz. - Uno pero no ha estado mal, dijo ella cuando terminó. Y se alejó con la misma bata transparente para irse a la habitación que ocupaba cuando se quedaba allí, que estaba en el otro ala de la mansión. El gran jefe quedó tumbado en el sillón en posición de relax y observando el meneo de caderas premeditadamente cadencioso de aquella recia y fabulosa figura de mujer. A la mañana siguiente, eran las ocho en punto y Marlene ya llevaba un rato despierta. Había estado realizando ejercicios de estiramiento y concentración y en ese momento se encontraba en la ducha enjabonándose. Entonces tocaron en la puerta. - ¿Quién es? - Soy yo, que ayer me encargó usted que investigara unas cosas, dijo una voz juvenil desde el otro lado de la puerta. - Empuja la puerta y entra, que estoy en la ducha. El chico, aunque algo dubitativo, obedeció y fue hasta el lugar donde se encontraba ella. Cuando hubo entrado en el cuarto de baño, Marlene abrió de nuevo la ducha para enjuagarse. La mampara era translúcida, con lo que se adivinaba la silueta de la mujer mientras se enjuagaba, con poses especialmente voluptuosas dedicadas a la visita. Aun dada la importancia del momento, no podía resistirse a practicar su actividad preferida: la turbación de susceptibles de ello (que por otra parte eran la mayoría). El muchacho quedó allí quieto como un pasmarote. Además de realizar las tareas que se le habían encargado, no había hecho otra cosa en toda la noche que pensar en la fabulosa hembra que había tenido ocasión de conocer aquel día. Y ahora estaba allí de nuevo, viendo a través de la mampara el cuerpo objeto de su obsesión nocturna. Marlene cerró la ducha. - Oye pero no me vas a decir nada. - Sí, he estado en su casa y he hablado con su madre. A la vieja la he despertado y es verdad que está impedida. - Acércame la toalla, dijo la mujer mientras abría la puerta de la mampara en radiante aparición: con el pelo mojado dispuesto hacia atrás y las gotas de agua repartidas por su bruñido y musculoso cuerpo. El chico le acercó la toalla y Marlene comenzó a secarse; recreándose especialmente en el secado de la parte inferior de sus senos, con lo que realzaba el volumen ya considerable de éstos, además de mostrar sus bíceps en toda su plenitud. El muchacho continuaba extasiado y sin decir palabra. - Pero ya no tienes nada más que contarme, que no tengo todo el día. - Sí, sí. Después fui al bar que usted me dijo y estuve tomándome unas copas en la barra. - Creo que mejor me secas tú por detrás, interrumpió Marlene. Cogió la toalla y comenzó a refregársela por la amplia y fornida espalda con gozosa parsimonia. - ¿Pero tú eres tonto o qué? ¿No vas a seguir contándome? - Perdón, una de las empleadas del local, porque al dueño no me pareció prudente preguntarle nada, me dijo que desde hace unos quince días había un grupo de jóvenes llegados de fuera que habían alquilado un reservado, y que de vez en cuando había mucho movimiento de gente entrando y saliendo. En ese instante llegó al pétreo y opulento culo, y con el ensimismamiento volvió a callarse. Marlene percatándose, creyó entonces que había llegado el momento de pararle los pies al muchacho. Se volvió rápidamente y lo agarró por ambas solapas levantándolo con facilidad y sentándolo sobre la cisterna. - ¿Pero tú por quien me has tomado a mí, por una imbécil a la que se puede magrear? ¿Tú a que has venido a trabajar o tocarme el culo? - ¿Con qué piensas, con la cabeza (le propinó un golpe en la frente con la palma de la mano) o con esto?, y le apretó con fuerza el miembro en avanzado estado de erección. - Cuéntame hasta el último detalle, que creo que me estás perdiendo el respeto. - Lo, lo siento, es que se me ha ido la cabeza. Yo no pretendía ofenderla, se lo juro, contestó el chico totalmente acongojado. - Cuéntame ya y déjate de palabrería si no quieres que te rompa el cuello, dijo por último estrangulándolo con su mano derecha. - ¡Aaagh!. No hay mucho más, sólo que algunas veces ponen la música muy alta, y que los únicos que se dejan ver por la barra son un hombre más bien bajo que parece ser el jefe y otro más alto y fuerte que a la chica del bar le encanta. - Vamos a ver: tamaño del sitio, dónde está situado el reservado, salidas, qué hay alrededor, personal que lo frecuenta. - El sitio es amplio, con la barra a la izquierda y mesas en el otro lado. El reservado está al fondo, bastante aislado, en un pasillo que sale desde la puerta de los servicios. No sé si habrá alguna salida detrás y alrededor hay naves industriales. En cuanto al personal es el típico de un bar de carreteras, con bastantes hombres bordeando a las chicas de la barra y algunas parejas sentadas en las mesas. - No está mal, convino Marlene dándole ahora unos cachetes cariñosos, pero lo de las salidas es fundamental, hay que darle la vuelta al edificio por fuera para ver si existe alguna puerta de servicio. El último cachete fue un poco más fuerte. Seguidamente volvió a tirarle de la solapa, cayendo al suelo a cuatro patas y colocándose ella con las piernas ligeramente abiertas, a ambos lados de su cabeza, para que no pudiera levantarse. - Ya puedes irte y no vuelvas a faltarme al respeto. - Sí, sí , contestó él mientras observaba los musculosos y a la vez atractivos gemelos de Marlene. Y dicho esto retrocedió un poco para poder levantarse y, rodeando a la mujer, continuó hacia la puerta de salida. Ella permaneció inmóvil, con las piernas abiertas y los brazos en jarra y con una mueca de satisfacción en la cara.