MARLENE II: Creo que te equivocas conmigo Tras dejar la cajita en la mesa del jefe, Marlene volvió lentamente al sitio que ocupaba. A punto de llegar a su sitio, y aún con las miradas de casi todos puestas en ella, iba arreglándose el pelo, con la cabeza hacia atrás y los dedos entrelazados con los cabellos; de tal forma que quedaban al descubierto los turgentes y amplios senos y los voluminosos dorsales en toda su extensión, en una voluptuosa pose. Esto coincidía cuando pasaba por delante del gigante compañero de ubicación, a la sazón guardaespaldas del jefe de zona local y anfitrión de la reunión, que se sentaba justo a la izquierda del gran jefe. - Como le atizas al pequeño, dijo en tono socarrón, mientras con su mano acariciaba el culo de Marlene. El hombre medía prácticamente dos metros y podría pesar unos 140 kilos. Tenía el pelo rubio muy corto, de cabeza cuadrada sustentado por un cuello inmenso, quizás lo que más llamaba la atención dentro de su enormidad, y lucía una argolla en su oreja izquierda. Vestía vaqueros y un polo ajustado, cuyas mangas cortas apretaban sus brazos, que él frecuentemente los tenía cruzados para resaltar aún más sus ya grandes bíceps. Su jefe había estado fardando de su reclutamiento antes de la reunión, de la fuerza descomunal que poseía y de las proezas que había sido capaz de realizar. Marlene al notar el contacto se volvió rápidamente, aunque con lento proceder, para quedarse enfrente del gigante. - Creo que te equivocas conmigo, dijo mientras se acercaba con el brazo izquierdo en jarra y le golpeaba con la punta del dedo índice de la mano derecha en la parte superior del pecho. Mientras tanto ambos jefes, que estaban intercambiando algunas palabras antes de reanudar la sesión, se volvieron casi a la vez al notar, por la expresión de algunos de los que tenían enfrente, que algo estaba sucediendo a sus espaldas. El anfitrión hizo ademán de levantarse, en actitud condescendiente, como para ir a mediar en el conflicto. - Déjales, dijo el gran jefe cogiéndole del brazo, a lo que el otro asintió con una sonrisa de suficiencia. Búfalo, que así le llamaban al gigante, golpeó la mano de la mujer en gesto de que se la quitara del pecho; a lo que ella respondió girando la cabeza hacia atrás para, acto seguido, girarse vertiginosamente y propinar un tremendo rodillazo en la entrepierna del hombre que le hizo doblarse de dolor. Sin solución de continuidad desplazó la misma pierna totalmente hacia atrás y volvió a descargar otro rodillazo aún más contundente, esta vez en el rostro, que hizo que el hombretón cayera de espaldas. Tal como él iba cayendo, Marlene volaba por encima suya, de tal forma que cayó al suelo con las piernas totalmente abiertas (a alguno de los presentes le dolieron los abductores sólo de verlo) y detrás de Búfalo. - Psi, psi, susurró con voz sensual El caído se volvió, un poco aturdido del golpe anterior y echando un hilillo de sangre por la nariz, momento que aprovechó ella, que ya tenía el brazo en posición de golpear, para propinarle un tremendo puñetazo que hizo que el hombre volviera a desplomarse esta vez boca abajo, amén de que el hilillo de sangre se había convertido en una considerable hemorragia. - No deberías haberlo hecho, grandullón, le espetaba altiva mientras que con la punta del botín le daba un golpecito en el costado. - ¡Perra¡, dijo mientras se levantaba de un salto y sin dejar de tocarse la maltrecha nariz. Ambos contendientes quedaron de pie y frente a frente. El jefe de Búfalo hizo de nuevo ademán de levantarse. - Va a matarla, que lo conozco cuando se enfada de esa manera. - Tranquilo, contestó el gran jefe, mientras que el otro no salía de su asombro ante la pasmosa tranquilidad de su interlocutor. Búfalo le lanzó un puñetazo a la cara que Marlene no tuvo el más mínimo problema en esquivar (la diferencia de velocidad entre ambos era abismal). Se agachó a la vez que, con ambas manos, le cogía el brazo y de un violento tirón le estrellaba la cabeza contra una columna que allí había. El golpe se escuchó perfectamente en la estancia, ya que reinaba el más absoluto silencio. El hombre cayó, algo conmocionado, boca abajo. Marlene, que no le había soltado el brazo, le retorció éste mientras que con el pie le apretaba fuertemente en la parte posterior del hombro, en una llave bastante dolorosa. - No querías sobarme, cabrón, le decía a la vez que aplicaba más fuerza en el brazo que estaba a punto de dislocarse. - Aggh, gritaba el hombretón mientras intentaba levantarse con todas sus fuerzas. Marlene vio entonces que no podría aguantar mucho con aquella llave - ya que eran 140 kilos empujando hacia arriba -, con lo que levantó el pie de la espalda, tiró con fuerza del brazo hacia atrás y posteriormente, y haciendo palanca con sus poderosas piernas, jaló violentamente hacia delante para volver a estrellar la cabeza del hombre contra la columna. Esta operación la repitió tres veces, hasta que vio que el hombre ya no reaccionaba. Los asistentes seguían completamente atónitos, sobre todo el jefe de Búfalo, que no podía dar crédito a lo que veía: la primera vez se podía achacar al aprovechamiento de la inercia del puñetazo, pero ahora había arrastrado esa masa con su propio impulso. Marlene se había relajado al ver que el hombre seguía sin reaccionar, incluso se acercó a un camarero que tenía su sitio allí cerca para bromear acerca del tema. - Tú crees que seguirá teniendo ganas de tocarme el culo, y le rodeó el cuello con su brazo. Flexionaba el bícep para que el muchacho notara en su cuello el volumen del mismo. El camarero la miraba de reojo sin atreverse a decir absolutamente nada. Disfrutaba enormemente al comprobar la turbación que producía en los hombres. En ese momento Búfalo se espabiló un poco e hizo el gesto de intentar levantarse. Marlene, que se dio cuenta, rápidamente le propinó un punterazo bestial con la punta reforzada del botín en el lateral de la cara que le arrancó la argolla de la oreja. El gorila volvió a caer desplomado. - Creo que quería decir algo. Se volvió a dirigir al camarero mientras se aferraba de nuevo el cuello, esta vez con más fuerza. A éste le empezó a correr también un sudor frío por la frente, pero, por supuesto, sin atreverse a articular palabra. Marlene pensó que aquel indivuduo no sería capaz de volver a levantarse. - Cariñín, ¿ no te han gustado mis caricias ? , y se agachó hasta casi rozarle la oreja ensangrentada. Había subestimado la fuerza y la resistencia de aquel gigante que, sacando fuerzas de flaqueza, la abarcó con sus brazos, y pegando su cabeza al vientre de ella, emprendió una feroz carrera hacia la pared más próxima, chocando con estrépito en un golpe que retumbó en toda la sala. Seguidamente se apartó y, al caer Marlene tras el enorme golpe, le propinó un mazazo en la cabeza que aceleró la caída violentamente. La chica cayó un poco aturdida al suelo y Búfalo se apresuró a abalanzarse sobre ella para rematar la faena. Pero Marlene tuvo tiempo de reaccionar: al verse venir aquella mole flexionó sus piernas sobre el pecho, y cuando el cuerpo tomó contacto con ellas, a modo de press de banca lo proyectó hacia atrás al menos metro y medio. Ya no hubo tiempo para más, se levantó de un salto felino, y cuando Búfalo se puso de pie le encadenó una serie de patadas que lo hicieron ir retrocediendo tambaleándose como un saco. Así le llegó a pegar hasta seis veces en menos de veinte segundos, y cada vez con más violencia; las piernas de Marlene eran dos macizas columnas de potencia descomunal. Por fin, un colosal último golpe, en el que hizo un giro de 360 grados en suspensión, acabó con el cuerpo de él en el suelo. El hombre se desplomó con los brazos extendidos sobre un taburete que estaba caído en el suelo. Marlene, que ya estaba totalmente excitada, se arrojó sobre él, y con una precisa y bestial patada en la base de la mandíbula lo volteó y quedó boca abajo. Pegó un salto hacia arriba para caer a plomo en la parte superior de la espalda del gorila, destrozando éste con la cara lo que quedaba del taburete. Rápidamente jaló del pelo con la mano izquierda para agarrarle el cuello y, aunque Búfalo estaba ya inconsciente, comenzó a golpearle con rabia con el puño derecho hasta unas quince veces. En aquel momento vio una daga que tenían en la mesa cercana y se fue a recogerla para acabar con aquel hombre. Entonces el jefe, que ya se había levantado al ver el grado de excitación de Marlene y que se lo cargaba, la cogió por el brazo para que se detuviese. Ella se quedó parada por un instante que el jefe aprovechó para quitarle la daga. Habían acudido también el anfitrión y otro jefe de zona, ex boxeador pero que apenas medía 160 cm. Entre los tres trataban de calmarla. - Tranquilízate, le decía su jefe, vamos a terminar la reunión. El anfitrión estaba allí como un pasmarote, incapaz de decir nada, con un semblante mezcla de asombro y ridículo. El ex boxeador sí quiso intervenir. - Cálmate, que no ha sido para tanto. Aquello enardeció a Marlene, que había permanecido quieta con resignación aunque sin dejar de mirar a Búfalo con cara de mala leche. - ¿ Qué dices ? ¿ Qué dices ? , gritó mientras lo atenazaba por le cuello con la mano izquierda y lo levantaba del suelo. La imagen era impresionante: la colosal mujer con medio culo al aire porque el vestido se le había subido con el ajetreo, el hombrecillo con los pies colgando e intentando infructuosamente liberarse de la tenaza, y el jefe y el anfitrión enganchados a su brazo derecho para impedir que le golpease al mismo tiempo que eran arrastrados por la fuerza de la mujer. Al fin tuvo que venir el jefe de personal y el chófer del gran jefe, que era un negro de 180 cm. pero tan alto como ancho, para agarrar, no sin resistencia, a Marlene y sacarla de la estancia. - ¡ Que no los vuelva a ver!, gritaba mientras se la llevaban. - Qué fiera, decía el ex boxeador mientras se acariciaba el cuello donde se dejaban ver las marcas de la mano.