MARLENE I: Presentación en sociedad. By Guadalajara - Os he reunido aquí - quien hablaba era el gran jefe de la Organización - para hacer balance de los resultados del último verano: ha habido un aumento del 20% en los beneficios respecto al año pasado; no obstante ha ocurrido un pequeño contratiempo hace unas semanas, y todo hace indicar que entre nosotros hay alguien que nos ha traicionado. El ambiente en la gran sala donde tenía lugar la reunión, de repente, se tornó helado. - Los participantes estaban distribuidos de forma circular con un extremo abierto. Presidiendo la reunión y enfrente del hueco del círculo se encontraba el gran jefe, flanqueado por cuatro jefes de zona, y completando el casi círculo el jefe de personal, el gerente y dos abogados que prestaban sus servicios para maquillar los negocios ilícitos de la Organización. El primero se sentaba en una mesa individual, los jefes de zona compartían mesa dos a dos y los cuatro restantes se ubicaban en una especie de taburetes. Por distintos sitios del habitáculo se repartían, en un plano más discreto, camareros, algún empleado del club donde se celebraba la reunión y guardaespaldas de algunos de los presentes. Todos se miraban unos a otros sin que nadie se atreviera a decir una palabra; el ambiente en esos momentos se podía cortar con un cuchillo. - En la última entrega - de nuevo el gran jefe se dirigía a ellos rompiendo el incómodo silencio - nos sorprendieron unos desconocidos durante el desembarco de la mercancía, llevándose gran parte de la carga y causándonos algunas bajas. - Pero los asaltantes cometieron un pequeño fallo ..... Hizo una pausa y otra vez la sala se inundó de un ambiente polar; todos conocían esa forma de hablar y lo que podía acontecer. - Uno de los asaltantes - prosiguió tras unos segundos que se hicieron eternos - en su huida, tropezó y fue alcanzado por los nuestros, encontrándole en uno de sus bolsillos un plano con los detalles de la operación perfectamente descritos. El hombre desgraciadamente no puede estar entre nosotros para contarnos más detalles. De nuevo calló durante unos segundos. - ...pero hemos estudiado el papel en cuestión, que se encuentra dentro de esta cajita que hay sobre mi mesa, y creo que hemos sacado algunas conclusiones. - ¡Marlene!, por favor, dijo volviendo la cabeza hacia la pared que estaba detrás suya. En esos momentos todos dirigieron la vista hacia el sitio que indicaba con su mirada: allí se encontraba un hombre de casi dos metros y enorme musculatura y a su lado una mujer, que al lado de aquella montaña de músculos podía parecer pequeña, y que hacía un gesto a modo de devolución del saludo levantando un poco el sombrero que llevaba. Mas si reparabas en ella era cualquier cosa menos pequeña, era una mujer de 177 cm, que alzaba algo más con un poco de tacón que tenían las botas que calzaba, y asimismo con una musculatura impresionante. La mujer fue avanzando lenta pero contundentemente hacia la mesa del gran jefe, y mientras más avanzaba mayor era la admiración que causaba entre los presentes. Vestía un traje gris de una pieza, ceñido y cuya falda casi dejaba ver la parte final de sus glúteos. La parte de arriba era de tirantas gruesas y dejaba al descubierto unos hombros y brazos poderosos. El vestido era generosamente escotado, terminado éste en un lazo, donde se podían admirar unos senos turgentes aunque acordes al perímetro total del busto, y, eso sí, amplísimos. Marlene iba avanzando cadenciosamente, y cada paso que daba realzaba la gran musculatura de sus largas piernas. Todos estaban ensimismados, pues nunca habían visto una mujer así, con esa cantidad de músculo y a la vez con curvas tan femeninas, por no hablar de la belleza de su rostro. Por un instante habían olvidado la gravedad del momento y sólo miraban absortos el caminar firme de la mujer. Cuando llegó a la mesa del gran jefe se paró en uno de los laterales de la misma, con las manos entrelazadas delante de sí y las piernas también cruzadas en una actitud expectante. Ya tenía el sombrero en la mano y mostraba su cabellera rubia que le llegaba a la altura de los anchos hombros. A su lado, el gran jefe, que podía tener su misma estatura y que era un hombre de constitución fuerte, parecía empequeñecerse. - Marlene, dijo, tengo aquí esta cajita que contiene un esquema manuscrito, y me gustaría que le preguntases a nuestros invitados si alguno de ellos sería capaz de reconocer la letra. Volvieron todos a tomar conciencia de la situación, aunque ahora la atención, en parte, se dirigía a la hermosa mujer que acababa de hacer aparición. Ella se inclinó un poco a recoger la caja que le daba su jefe y, al recogerla, puso la mano abierta hacia arriba y el antebrazo girado cuarenta y cinco grados, con lo que mostró su bíceps derecho en casi toda su extensión. De reojo miraba la reacción de alguno de los presentes, consciente de la turbación que solía provocar. - Muy bien, contestó, y tomando la cajita en su mano se dirigió hacia la parte derecha de la sala. Pasó por detrás de la mesa de dos de los jefes de zona con andar despacioso y amenazante, a la vez que lanzaba algunas miradas a los que iba dejando atrás. La situación se había vuelto aún más tensa, con un silencio sepulcral, mientras Marlene avanzaba altiva hacia el fondo del recinto, proyectando sus pechos en la dirección del caminar y con los pezones apuntado hacia arriba, recreándose en cada paso que daba, sabedora de que todas las miradas estaban puestas en ella. Al llegar a la altura de los banquitos que ocupaban el gerente y uno de los abogados se detuvo en medio de los dos; las caras de ambos eran un poema, tragando saliva, prácticamente paralizados frente a la imponente figura de la mujer que los miraba acechante y sin saber para donde mirar. El gerente era un hombre de unos 182 cm pero sumamente delgado, con gafitas redondas y pajarita. Por contra el abogado era más bajo (unos 170 cm) y fornido y lucía ancho bigote que empalmaba con las patillas. Por fin, tras un momento, se dirigió al segundo, que cuando la vio acercarse a él se revolvió en el taburete en puro estado de nervios. Marlene se le acercó hasta casi rozarlo, con una pierna algo flexionada e inclinando su cabeza hacia la cabeza del hombre. El hombrecillo parecía insignificante al lado de la poderosa mujer. - Reconoce el papel que hay dentro de la caja, le inquirió tendiéndole ésta. - No, no, no - balbuceó incluso antes de abrirla -. - Pero si no la ha abierto aún, le respondió acercándose un poco más. El hombre se dispuso a abrirla con las manos temblorosas, mientras Marlene lo iba rodeando, con la mano apoyada en su hombro derecho, sin dejar de mirarlo y sin dejar de rozarse con él. - No, no sé de quien puede ser esto, volvió a decir mirando hacia atrás y hacia delante temeroso, ya que Marlene se encontraba en esos momentos detrás de él y la había perdido de vista. - Creo que la debe mirar con más detenimiento, le susurró apoyando sus labios en la parte trasera del cuello de modo que notase el calor de aquéllos, y dando a continuación un paso atrás hasta quedar aproximadamente a un metro de él. En esos momentos al hombre empezó a correrle un sudor frío, en parte porque se sabía culpable y en parte por la presencia de aquella mujer, que ahora se encontraba a su espalda y no sabía exactamente qué podía hacerle. - Yo no..., comenzó a decir, pero no le dio tiempo de más. En esos momentos recibió un golpe tremendo en la parte inferior de su cuello que casi le arranca la oreja derecha. Marlene había levantado su pierna hasta el máximo, quedando en un ángulo de 180 grados respecto de la otra, y tras tomar un impulso la había dejado caer con contundencia, impactando la parte del tacón de su bota sobre el cuello y la clavícula del abogado en un golpe bestial, que abatió al hombre de su asiento, quebrando incluso algunos travesaños de madera del taburete. El silencio de la estancia se cortó por unos instantes dejando paso a algunos susurros y exclamaciones ahogadas de estupor ante lo que acababan de presenciar. Mientras tanto, el gran jefe y el jefe de personal que ya conocían de las habilidades de Marlene, sonreían maliciosamente al ver la reacción de sus invitados. El abogado cayó del asiento, aunque aún mantenía cierta verticalidad por la amortiguación del taburete; pero todavía no se había repuesto del primer golpe cuando recibió otro golpe brutal en la parte posterior del cuello, esta vez con el puño, que le hizo rodar más de un metro para caer desplomado a los pies del banquito que ocupaba el hombre de la pajarita. Este golpe además le había producido una brecha de donde empezaba a manar sangre, debido a un grueso y punzante anillo que Marlene lucía en su mano derecha. El gerente se levantó de un salto de su asiento sin cerrar la boca, que mantenía abierta desde hace ya un buen rato. La mujer avanzó lentamente hacia el caído para agacharse a recogerlo. Estaba de espaldas a la concurrencia, con lo que dejó a la vista las impresionantes piernas en toda su extensión, así como gran parte de su culo y las bragas de color azul celeste, que en su parte posterior se limitaban a una tira bastante fina. Seguidamente, y con su mano izquierda, atenazó por el cuello al hombre, que aún se encontraba aturdido por el golpe anterior, y lo fue levantando poco a poco hasta que sus pies perdieron contacto con el suelo, quedando las caras de ambos a la misma altura y a escasos centímetros. - Me vas a decir la verdad o prefieres que te destroce la cara a golpes, dijo acercándole el puño derecho, de donde sobresalía el anillo, hasta tocar con él su pómulo izquierdo. Todo esto sin alzar nunca la voz y con un tono casi sensual. El hombre se llevaba la mano al cuello sin decir nada, e intentaba, con ninguna convicción, separarse de la terrible tenaza que le apresaba y que le dificultaba incluso la respiración. Marlene separó la cabeza del hombre y proyectó el brazo hacia detrás haciendo el ademán de descargar el primer puñetazo, y entre aquella terrorífica perspectiva y la presión en su cuello el abogado no era capaz de articular palabra. Cuando el primer impacto parecía inminente, interrumpió la voz del gran jefe. - Marlene, por favor, tráeme aquí a este hombre. Siempre le solicitaba las cosas por favor, en parte por cortesía y en parte porque, a pesar de ser su jefe, le infundía cierto respeto, al ser consciente de su poderío y de las hazañas que le había visto realizar. Cuando estaban en la intimidad con los cuerpos entrelazados, algo que de vez en cuando ocurría, no podía evitar experimentar una sensación de absoluta vulnerabilidad que él, tan seguro de si mismo, dominador de un poderoso emporio y al que todos temían y rendían pleitesía, jamás experimentaba en su vida cotidiana. Marlene apretó con toda su fuerza el cuello del pobre hombre, que soltó un grito de asfixia, para dejarlo después con un leve empujón en el suelo donde cayó trastabillado. - ¡Vamos!, le decía ahora imperativamente y subiendo algo el tono de su voz, mientras le empujaba en el hombro de modo que el pobre no terminaba de dar traspiés. A todo esto el gerente seguía completamente atónito, y no sólo eso, sino que empezaba a tener una erección que trataba torpemente de ocultar con sus manos. Ese detalle no pasó desapercibido para Marlene, que al pasar a su lado, le dedicó una medio sonrisa aunque sin abandonar la expresión severa del momento. Al hombre se le subieron los colores en una mezcla de azoramiento y pánico. Al fin condujo al abogado hasta el centro del círculo que formaban los presentes, y lo dejó allí para que contestara a las preguntas que el gran jefe pudiera realizarle. Ella se quedó un poco detrás, con el cuerpo algo inclinado, los brazos caídos y el gesto adusto, en actitud de entrar en acción rápidamente si así lo requería la ocasión. El jefe, como así solía hacer, guardaba completo silencio, observando al hombrecillo de poblados bigotes que había sido su abogado durante los últimos cuatro años. Éste por su parte estaba allí inmóvil, llevándose la mano al dolorido cuello, en el que además de la sangre que brotaba empezaban a distinguirse marcas rosadas del tiempo que sufrió la implacable tenaza, y mirando de reojo, con auténtico pavor, aquella inquietante y magnífica figura que tenía detrás suya. Por fin el gran jefe se dirigió a él en tono algo paternalista: - Sabemos que ese manuscrito es tuyo, pero nos gustaría saber el motivo por lo que lo has hecho, si han amenazado a tu familia, si te han contado alguna mentira acerca nuestra,... .... y sobre todo queremos saber quién está detrás de esto. - Yo, yo.... no sé...... habrán imitado mi mi letra. Aquello bastó para terminar de encrespar al gran jefe, que se limitó a bajar la cabeza con displicencia. De repente notó un enorme golpe en sus riñones que lo hizo arquearse de dolor hacia detrás. De nuevo había sido la poderosa pierna de Marlene que había lanzado un latigazo, que pasó desapercibido para la mayoría hasta el momento del impacto por la rapidez con que se produjo. Acto seguido, con un pequeño salto hacia delante y utilizando la misma pierna le agarró otra vez por el cuello, cayendo ambos al suelo: el hombre debajo y boca arriba, con el cuello rodeado por la pierna de la mujer, y ésta con una rodilla apoyada, la que rodeaba el cuello de su contrincante, y con la otra pierna formando un ángulo de noventa grados y el pie colocado entre los muslos del caído. - Yo de ti empezaría a contarnos quién está contigo en todo esto. Bueno decir no vas a poder decirnos mucho ahora mismo pero con un gesto de asentimiento te soltaré para que puedas hablar, le decía mientras apretaba la pierna con fuerza. La imagen del hombre era patética, con aquella pierna inmensa rodeándole el cuello y la parte superior del pecho e intentando con las dos manos liberarse de manera infructuosa. Por momentos le iba faltando el aire, mientras ella le observaba impasible, como sabiendo que antes o después acabaría cediendo. Cuando se cansó de intentar quitarse aquello de encima sin que se moviera un ápice, comenzó, con la mano que estaba más cerca de la mujer, a darle golpes en la parte superior de la pierna, en el glúteo y en el brazo. Esto provocó en ella una medio sonrisa condescendiente e incluso aflojó algo la presión para que tomara un poco de aire y pudiera seguir. - Te vas a hacer daño, decía, mientras el hombre seguía dando golpes cada vez más desesperado. Por último, y en vista del éxito, intentó golpearla con sus piernas: la derecha sólo subía hasta donde ella tenía colocada la suya, y los intentos de patadas con la izquierda eran repelidos por el puño de Marlene con facilidad. Al fin, exhausto de tanto esfuerzo estéril, cejó en el empeño. - Bueno ahora me toca a mí, dijo ella, y levantando un poco su pierna derecha pisó con fuerza sus partes. - Aaaah ggg... Él profirió un grito que rápidamente fue ahogado por una mayor presión en el cuello. Así continuó jugando con él durante un par de minutos: aflojaba algo la presión, le aplastaba con fuerza sus partes e inmediatamente apretaba con intensidad su cuello para apagar el grito. - ¿Estás dispuesto a contarnos algo ya?, y se incorporó un poco para relajar la opresión. - Yo no, de verdad que yo no he sido, y respiraba con fuerza ahora que podía. - Si insistes podemos pasar al dolor de verdad, dijo levantando más su pierna derecha y clavándole el tacón de su bota con especial violencia. El hombre se revolvió en un escorzo sin poder articular ningún sonido, ya que a la vez había dejado caer todo el peso de su cuerpo sobre la pierna que le rodeaba el cuello. Inmediatamente agarró por la muñeca el brazo que tenía más cerca, y le aplicó un rápido y violento giro. Se escuchó un chasquido de huesos que pudieron oír todos los presentes. De nuevo las patadas que asimismo eran repelidas con puñetazos cada vez más fuertes de Marlene, que estaba empezando a calentarse. Hubo un momento de pausa por parte del abogado, que aprovechó ella para aplicar un nuevo giro, con más violencia si cabe, con lo que se escuchó un nuevo chasquido. La sala otra vez permanecía en absoluto silencio, y no porque la mayoría de los presentes no estuvieran acostumbrados a presenciar este tipo de torturas, sino por la impresión que les causaba aquella mujer con su total dominio de la situación y su implacable poderío sobre aquel pobre hombre. - Esto no está haciendo más que empezar, dijo, y comenzó a propinarle golpes con el tacón y más tensión en el brazo alternativamente. Llegó un momento en que el hombre hizo un gesto con la cabeza, como queriendo decir algo. Marlene se dispuso a soltarle, aunque no sin cierto fastidio, porque llegaba un momento en que entraba en la dinámica de golpear y empezaba a experimentar cierta excitación. - Tráelo aquí - dijo el jefe percatándose de la situación -. Marlene lo agarró por los pelos y con rudeza lo arrastró hacia la mesa del jefe. Cuando llegó allí jaló fuertemente del mechón de pelo hasta que lo dejó de rodillas delante de él. Ella se quedó detrás, con las piernas abiertas rodeando al abogado y sin soltarle el mechón, del cual tiraba hacia arriba de modo que mantenía la cabeza del hombre ligeramente inclinada hacia detrás. La otra mano la colocó, con el puño cerrado, a la altura de la mejilla del arrodillado. La estampa de la mujer era formidable: con la piel bronceada y todos los músculos en tensión, amenazando a aquel hombre que al lado de ella parecía insignificante. - Bueno - de nuevo hablaba el jefe -, parece que te han persuadido para que nos cuentes más detalles de la operación. A ver... - Ellos me buscaron, me ofrecieron mucho dinero y me amenazaron con cosas terribles; sobre todo fue por esto último, que si no yo yo nunca hubiera aceptado. Hizo una pausa y en ese momento notó un tirón de pelo y los nudillos duros como piedras que se ponían en contacto con su mejilla. - Vamos a ver, ¿quiénes eran ellos? - Me abordaron en el kiosco de la playa, eran dos: uno alto, de raza negra, y otro blanco más bajito. Me metieron por la fuerza en un coche y me dijeron que tenía que dejarles el plano de la operación donde ellos me indicaran. Después ya no volví a verles, sólo hablé con ellos por teléfono, de verdad. - Y no nos puedes dar más detalles: qué coche era, dónde les dejaste los planos, cómo te dieron el dinero. El abogado tardó un momento en contestar y de nuevo el tirón de pelo y los nudillos clavándose con fuerza en su cara. - Dame un motivo - le susurró ella -. - El coche era grande, oscuro, no me pude fijar en la marca, yo no entiendo mucho de coches. A los dos días me citaron por teléfono en el Paseo Marítimo para la tarde siguiente, y me dijeron que llevara el plano en un sobre, que ellos me darían la primera parte del dinero, que el resto me lo darían si todo salía bien. A la hora indicada me abordó una mujer de raza negra, con gafas oscuras, más o menos de mi estatura y que parecía bastante guapa; llevaba otro sobre y me indicó que lo cambiásemos - el abogado hablaba ahora sin detenerse ni un instante -. Ya no supe nada más de ellos. - Y no se te ocurrió contárnoslo a nosotros para que te pudiéramos ayudar, verdad. - Es que me tenían amenazado, no fue por el dinero, lo juro. - Nosotros no amenazamos, concluyó el jefe, y de nuevo agachó la cabeza. En ese momento notó los macizos muslos de Marlene, que se ponían en contacto con sus hombros, y como la mano derecha abandonaba lentamente el pómulo para volver a agarrarle por el cuello. Un sudor frío le invadió de repente, mientras que la mujer iba cambiando de posición de manera parsimoniosa. Marlene estuvo así, acariciándole el cuello durante, al menos diez segundos, sin que el hombre fuese capaz de ni de articular palabra ni de intentar absolutamente nada. De pronto decidió que había llegado el momento, y con un rápido movimiento de manos rompió su cuello, escuchándose el chasquido en el silencio sepulcral que dominaba la estancia. Dejó caer el cuerpo al suelo y puso el pie sobre la espalda en actitud vencedora, mientras que con los brazos flexionados hacia arriba y apoyados contra el pecho, mostrándolos enormes, trataba con la mano izquierda de limpiarse la sangre que tenía en la derecha. - Roma no paga traidores, sentenció, y acto seguido recogió la caja del suelo para llevarla nuevamente a la mesa del jefe, en un paseíllo triunfal e igualmente pausado, y ante las caras de asombro de los presentes.