MARLENE VII: Encuentros varios en el gimnasio Marlene habitualmente entrenaba en su apartamento, en una habitación que tenía reservada como gimnasio con el aparataje básico de musculación (aunque con pesos extraordinarios) y con distintos sacos de boxeo, más duros que los normales, a los que sacudía implacablemente. Otras veces, cuando por razones de trabajo o placer se quedaba en la mansión del gran jefe, lo hacía en el gimnasio que éste poseía para uso personal e invitados especiales. Y por último, y de forma esporádica, acudía a una cadena de gimnasios propiedad de un amigo del gran jefe, a la que estaban obligados a apuntarse las más de doscientas personas que "trabajaban" para la organización en sus distintas facetas. A estos últimos lo normal es que acudiera con Jack. Pero ese día había acudido sola, se había a quedado a dormir en la mansión, donde había una serie de invitados a los que no le apetecía mucho volver a ver y decidió ir al gimnasio donde habitualmente iba con Jack, y que estaba relativamente cerca de allí. Fue a primera hora, en cuanto abrieron, ya que no le apetecía demasiada concurrencia. Llevaba puesta una cazadora, ya que a esas horas de la mañana hacía un poco de frío en la moto, un pantalón de chándal amplio y unos zapatos de deporte. Entró en el gimnasio junto a los monitores, un hombre y una mujer, y se fue directamente al vestuario femenino con ella. La monitora era una chica joven, rubia, con el pelo largo recogido en una cola, ni guapa ni fea, un poco más baja que Marlene (unos 169 cm) y poseía un cuerpo escultural de fitness. Al igual que su compañero llevaba poco tiempo trabajando allí, ya que anteriormente habían estado en otro local de la cadena, así que no conocían a Marlene de ninguna de sus anteriores visitas; si bien es verdad que ésta siempre había intentado pasar desapercibida dentro de lo que cabía. La monitora, al verla, pensó "ya está aquí otra gorda que viene a ver si hacemos milagros", y se le ocurrió pavonearse un poco delante de ella. Se quitó la parte de arriba del chándal (ya venía en pantalones cortos) quedándose con una camiseta de tirantas, y comenzó la sesión de poses en el espejo: la verdad es que tenía un cuerpo espectacular. Marlene, que había captado las intenciones, abandonó lo que estaba haciendo y asistió complacida a la exhibición. Cuando hubo terminado sus ejercicios de "calentamiento" se alejó hacia la puerta con una medio sonrisa en el rostro. - Oye, chica, interrumpió Marlene, me puedes ayudar con la cremallera. La chica acudió solícita a la demanda de Marlene. Ésta la esperaba de pie, con la cremallera levantada un poco y uniendo las dos partes del tejido adyacente. - Es que se atasca con facilidad, y así entre dos es más fácil. - No se preocupe usted. Aunque Marlene contaba con sólo veinticinco años, los avatares de la vida la habían hecho madurar muy deprisa, lo que se notaba también en su rostro, de una hermosa belleza serena, pero más apropiado en apariencia a una mujer de treinta años. La muchacha de pronto reparó en su rostro, así como en sus fuertes manos, lo que le hizo dudar un poco de su apreciación inicial; no obstante abandonó rápidamente la reflexión y tiró enérgicamente de la cremallera que se abrió sin dificultad alguna. - No te vayas, ya que eres tan amable, que me vas a ayudar también con los pantalones y así no tengo que quitarme los zapatos. Y dicho esto comenzó a despojarse de la cazadora con calculada parsimonia. La monitora estaba allí enfrente suya, esperando que se sentara para ayudarle con la parte de abajo. Se abrió la prenda mostrando sus abdominales perfectamente dibujados y la parte superior del pectoral que se hinchaba espléndida. Así se quedó unos segundos mientras la otra miraba perpleja. Debajo llevaba un top-sujetador negro, de esos de especial fijación que usan las deportistas, y que era el que, salvo que quisiera mostrar sus encantos, solía llevar habitualmente. Después comenzó a sacarse una manga con igual calma: fue descubriendo paulatinamente el poderoso deltoides, el brazo y el antebrazo izquierdo. Luego el ancho dorsal y el tríceps mientras se pasaba la mano por detrás de la espalda para bajarse la otra manga. Finalmente terminó de quitarse la segunda manga tirando por delante y flexionando el bíceps. Quedaron ambas de pie a menos de un metro, una frente a la otra. Marlene jugaba con el cordoncillo del pantalón como intentando desabrocharlo, con el pecho henchido, mirando con una sonrisa a la chica que tenía enfrente y sin decir nada. La otra por su parte estaba también callada y completamente anonadada en toda la extensión de la palabra; al lado de aquella imponente figura se veía hasta ridícula. Aunque estaba acostumbrada a trabajar en gimnasios nunca había visto nada igual. Esperaba que se sentara para tirar del pantalón, mas la intención de Marlene no era esa. - Me puedes ir bajando el pantalón, chica, y así es más cómodo para mí. La otra rápidamente comenzó a bajarle la parte de abajo del chándal, mientras que Marlene iba flexionando algo la pierna para mostrar sus músculos en tensión y además dificultar la operación. Cuando descubrió los descomunales muslos no pudo cuanto menos que lanzar una ligero sonido de admiración. Marlene se sentía satisfecha del efecto que estaba produciendo. Por fin terminó la operación con más dificultades de las previstas. Se levantó mientras miraba con la boca abierta la efigie que tenía enfrente. - Pues ya me haces el favor completo y me ayudas a desabrochar este cierre que también se encasquilla con frecuencia, le dijo mientras toqueteaba una cadena que llevaba ceñida al cuello. Se dio la vuelta como forcejeando con la cadena, y mostrando también su masiva espalda y sus abombados y perfectos glúteos cubiertos exclusivamente por un minúsculo tanga. El propósito era que la chica la rodeara para así tenerla entre ella y la pared. - ¿Te importa? La chica no había reaccionado a la primera. Estaba allí con la boca aún abierta observando la magnitud del cuerpo de Marlene. - Sí, sí, ahora mismo, y la rodeó para ayudarla con el cierre. El broche realmente era complicado de quitar, y la monitora se puso manos a la obra con las dos manos, Marlene fue avanzando muy poco a poco, empujando con sus pechos el cuerpo de la muchacha. Ésta retrocedía un poco abrumada pero sin dejar de intentar desabrochar el cierre, a ver si lo lograba pronto y podía zafarse de aquella incómoda situación. Llegó un punto en que sus pantorrillas tocaron el borde del banquito del vestuario. En ese momento soltó la cadena y, apoyando las palmas de las manos sobre el pecho de Marlene, intentó rechazarla. Ésta. por su parte, aumentó ligeramente la presión para contrarrestar el impulso de la otra mujer, mientras esbozaba una sonrisa suficiente. Así quedaron durante unos segundos. Un último envite hizo que la muchacha cayera de culo sobre el banquito. De pronto le invadió el pánico: no sabía si pretendía hacerle daño, también le pasó por la cabeza que pudiera abusar sexualmente de ella, y en cualquier caso se sentía completamente apabullada por aquella soberbia figura. Por un momento se levantó e intentó huir hacia la puerta, pero la pierna de Marlene, que seguía sin decir nada para mayor confusión de su oponente, se interpuso bruscamente en su camino. La monitora ya no sabía qué hacer, si correr, si gritar, .... Marlene la sacó del dilema. La tomó, con su mano derecha abierta, por debajo de la mandíbula y la levantó poco a poco recreándose en ello. Ambas quedaron nuevamente enfrente y casi a la misma altura, ya que la había levantado lo suficiente para que pudiera mantenerse en contacto con el suelo pero de puntillas. - Veo que me has tocado antes los pechos (se refería a cuando intentaba infructuosamente detener su avance), ¿es que te gustan?. Tú también tienes un cuerpo muy bonito. Marlene era heterosexual, pero si había que fingir homosexualidad por cualquier causa, no tenía el menor escrúpulo en hacerlo. La monitora, por su parte, comenzó a llorar de miedo e intentó gritar para solicitar auxilio. En el momento que salió el primer grito por su boca, rápidamente le aprisionó la cara por ambas mejillas, con tal fuerza que le impidió emitir sonido alguno. A la mujer le quedó una mueca bastante grotesca y dolorosa. - ¿Qué quieres, que nos besemos?, le dijo con retintín, y manteniendo en silencio la posición durante varios segundos como ella gustaba de hacer. Seguidamente acercó su boca para llevarlo a cabo mientras la otra arqueaba las cejas y abría completamente los ojos con cara desencajada (tanto literal como metafóricamente), pero cuando ya estaban a punto de rozarse los labios la separó con tosquedad. - No quiero ensuciarme la boca contigo. Y dicho esto la arrojó con fuerza contra la base del espejo, que estuvo en un tris de romperse. - Y ahora sal de aquí. La muchacha se levantó de un salto, aunque tocándose con su mano derecha la dolorida mandíbula, para tomar rauda la dirección de la puerta de salida. Marlene se había colocado en el camino, de tal modo que el espacio por el que tenía que pasar la monitora era de menos de un metro por cualquiera de los dos lados. Cuando llegó casi a su altura aflojó el paso un tanto temerosa, pero al ver que Marlene no se inmutaba decidió pasar por su lado rápidamente, creyendo que ya no le iba a hacer nada. Nada más lejos de la realidad, cuando pasó junto a ella, Marlene con un rápido movimiento le volvió a dar otro violento empujón que la estrelló contra una fila de taquillas metálicas. El choque retumbó con estrépito. A continuación le clavó la rodilla izquierda en los riñones y le tiró de la cola arqueándole completamente el cuerpo. La chica profirió un grito de dolor. - En adelante ten mucho cuidado conmigo, le susurró remarcándole cada una de las palabras. - Y ahora sal, ... pero arrastrándote como un gusano, y la soltó. La chica obedeció rápidamente: se echó al suelo y comenzó a reptar velozmente hacia la puerta. La salida pomposa del principio se había tornado en algo bastante más humillante. En el momento que se incorporaba, ya traspasado el umbral de la puerta, llegó su compañero alertado por el ruido de las taquillas y el grito de la chica. En ese instante Marlene cerró la puerta del vestuario. - ¿Qué ha pasado?, preguntó el chico. - Nada, no tiene importancia. - Y entonces ese grito y ese ruido. - De verdad que no pasa nada, volvió a contestar ella mientras no dejaba de acariciarse la cara. Aunque todavía le temblaban las piernas, sentía cierto alivio por haber podido salir de allí sin sufrir más daño. En su vida había pasado tanto miedo como en los últimos minutos dentro del vestuario. A decir verdad, las secuelas del desencajamiento de mandíbula le iban a durar bastante tiempo, pero siempre le quedaría la certeza de aquella mujer la podía haber destrozado con poco que hubiera querido y no quería mover más el asunto. Marlene, una vez sola en el vestuario, terminó de vestirse para el entrenamiento. Se colocó una amplia sudadera encima del top y se puso unos calzones también amplios que le llegaban por debajo de la rodilla. De este modo sólo dejaba ver sus pantorrillas que, aunque poderosas (algo más de 40 cm.), quizás, y dada la largura de sus piernas, era la parte más estilizada de su cuerpo. Ese día tenía pensado entrenar todo el cuerpo, aunque sin utilizar mucho peso. Y con esas intenciones se dirigió al recinto del gimnasio propiamente dicho. Una vez allí, eligió la bicicleta estática para comenzar su rutina. Ya sentada y habiendo iniciado el pedaleo miró hacia el mostrador que habitualmente ocupaban los monitores, ambos la estaban observando. La mujer rápidamente volvió la cara intentando disimular, mientras que el hombre le mantuvo la mirada durante unos segundos para después agachar la cabeza. El chico estaba altamente intrigado. Al principio pensó igual que su compañera: que se trataba de una mujer gruesa que acudía al gimnasio para perder algo de peso; pero el incidente del vestuario y el mutismo absoluto de su compañera sobre lo allí acaecido despertó su interés. Al verla salir del vestuario reparó en la belleza de su rostro, sin un ápice de grasa de más, y en los poderosos gemelos, lo que hizo que su curiosidad fuera en aumento. No pudo contenerse y se dirigió hacia ella para intentar entablar conversación. Marlene lo observaba acercarse con cierta expectación. Se trataba de un joven alto, que sobrepasaba con holgura el metro ochenta, de rostro atractivo y cuerpo atlético. Vestía una camiseta de tirantas y un pantalón ceñido que le llegaba por encima de la rodilla. El chico se acercó, puso la mano en el hombro de la mujer y le dijo: - Señora, veo que usted es nueva por aquí. ¿Desea alguna orientación en sus ejercicios? Marlene dirigió su mirada a la mano del joven con desdén, lo que provocó que éste retirara la misma del hombro de ella. Seguidamente lo miró fijamente durante un par de segundos y respondió seca y bruscamente: - No El muchacho se quedó de pronto desconcertado, sin palabras y mirando a la parte inferior de la bicicleta. El contacto con el hombro de la mujer le había revelado un deltoides duro y voluminoso. También había comprobado que de cerca era aún mucho más atractiva y, además, había podido observar el tamaño del muslo en flexión contra el calzón, así como la resistencia que estaba empleando para un simple calentamiento. Todo ello no hizo sino acrecentar su confusión. Marlene se disponía a despacharlo toscamente cuando el chico acertó a decir: - Pe, perdón. Si necesita ayuda, no dude en avisarme. Marlene se quedó observándolo de nuevo con esa mirada fija, dura y penetrante que desarbolaba a cualquiera, y el muchacho, tras un momento de indecisión, volvió sobre sus pasos para ocupar su sitio en el mostrador. - Cuéntame qué ha pasado con esa mujer en el vestuario, por favor, le insistía a su compañera. - Te he dicho que nada, y se fue rápidamente a atender a un cliente que acababa de entrar. Marlene, por su parte, continuó un rato más en la bicicleta y después marchó a hacer abdominales. Con las piernas completamente levantadas hizo un número interminable de flexiones. El chico seguía mirándola con relativo disimulo sin salir de su asombro. Así prosiguió realizando uno por uno sus ejercicios, observada en cada uno de ellos por el atónito monitor, que de reojo comprobaba más o menos el peso que utilizaba y el número de repeticiones que llevaba a cabo, aunque ya sin poder dedicarle toda la atención que hubiera deseado porque habían empezado a llegar clientes a los que tenía que atender, aunque ese día estaba más pendiente de aquella mujer que de sus obligaciones profesionales. Mejor para él, porque de haber seguido más tiempo mirándola sin disimulo, seguramente hubiera tenido un encuentro desagradable con ella. Tras casi un par de horas de ejercicios ya estaba terminando su rutina con los ejercicios para los brazos. En eso reparó en un hombre calvo, de unos cuarenta años y bien entrenado, que llevaba un rato observándola como se ejercitaba. No era su intención en principio llamar la atención, pero llegado a ese punto decidió exhibirse un poco delante de aquel individuo. Se dirigió a un soporte metálico cercano donde descansaban a distintas alturas barras de pesas, y procedió a cargar la que estaba más arriba ( más o menos a la altura de sus ojos) con peso para hacer un curl de bíceps. Montó treinta kilos a cada lado, con lo que hizo un total de sesenta, la elevó de su apoyo y comenzó lentamente a hacer repeticiones. Realizó un total de quince, las últimas de ellas acompañadas de pequeños grititos de esfuerzo. El cliente la observaba con extrañeza: no sabía cuanto peso había exactamente, pero en cualquier caso le parecía bastante. Una vez concluido, Marlene, con la barra sujetada con ambas manos, se dirigió a su improvisado espectador. - Sería usted tan amable de volver a colocarla en su sitio, que creo que me he pasado un poco con el peso y estoy exhausta. El hombre dudó un momento, pero rápidamente reaccionó. Su masculinidad no le permitía negarse a semejante oferta. - Sí, sí, claro, faltaría más Marlene fue a tenderle la barra para que el individuo la sujetara con ambas manos, y cuando ya estaba cerca la dejó caer desde unos 10 cm. El hombre no se esperaba aquello y el resultado fue que la barra le dobló los dedos y cayó al suelo. - ¡Uy. que torpe!, dijo ella - No tiene importancia, replicó él. Seguidamente, no sin gran esfuerzo, cogió la barra del suelo y la levantó como buenamente pudo elevándola hasta la altura de sus rodillas para, en posición un tanto forzada, llevarla hasta la base del soporte y dejarla allí en el suelo. - Perdón caballero, es que cuando voy a un sitio extraño me gusta dejar las cosas exactamente donde me las he encontrado. ¿No le importaría ponerla ahí, en el soporte de arriba? - Anda, que usted parece un chico fuerte con buenos músculos, añadió con voz melosa, y lo acompañó con un fuerte apretón sobre el bíceps clavándole la uña. El hombre retiró el brazo dando un respingo y la miró con cara de fastidio, pero no fue capaz de reaccionar. Con bastante sufrimiento y ayudándose del cuerpo fue subiendo la barra con los sesenta kilos hasta la parte superior de su tórax. Hizo un último esfuerzo sobrehumano y la levantó hasta la altura de los canalillos donde estaba originalmente. Las venas del cuello parecía que iban a estallarle y el cuerpo se le agitaba convulsamente. Marlene lo observaba con una sonrisa de suficiencia. Por fin ocurrió lo que tenía que ocurrir: con el temblor que padecía fue incapaz de tener la precisión necesaria para acoplarlos al sitio exacto, y la barra cayó con estruendo al suelo dejando caer a su vez a otras barras que se encontraban en niveles inferiores y derribándolo también a él. Entonces ella se acercó, recogió la barra del suelo y la colocó en su sitio con relativa facilidad. - Pues tampoco era para tanto. Anda, el resto las colocas tú, que para eso las has tirado. Y se fue de allí con gesto altanero y propinándole un par de cariñosos cachetes. El hombre quedó en el suelo mirándola con cara de asombro y aún sin reaccionar. El monitor, que había estado siguiendo todo el proceso, fue a intervenir, pero al ver que todo concluía ahí desistió de la idea. No obstante permanecía completamente en ascuas ante aquella mujer. Con eso dio por concluidos sus ejercicios y se dirigió, cruzando la estancia, a disfrutar de una sauna, que quizás era lo más atractivo para ella de aquel lugar. En esos momentos entraron por la puerta dos individuos: el que venía en primer término, con caminar arrogante, era un hombretón de casi 190 cm, de grandes espaldas y amplio tórax, aunque se le notaba una incipiente barriguita. Lucía pantalón largo de chándal y camiseta sin mangas, que dejaba al descubierto dos poderosos brazos de más de cuarenta centímetros. El otro, que marchaba en un discreto segundo plano, sería unos diez centímetros más bajo que él y de complexión normal. Se trataba, a la sazón, del jefe de los porteros de una famosa macrodiscoteca propiedad de la Organización, al que llamaban el "Tanque", y uno de los empleados de la barra. El primero de ellos era un tipo fanfarrón, amigo de palizas y somantas, y del que ya habían llegado algunas quejas a oídos del Gran Jefe, aunque se había dejado correr siempre el asunto por ser el hombre de confianza de unos de los jefes de zona, el que se encargaba de administrar los distintos tipos de locales que la Organización poseía. Se encontraba Marlene a escasos tres metros de la puerta, cuando se cruzó con los dos tipos en cuestión. - Hombre, si es la fiera que rompe las pollas, ¿No te gustaría enfrentarte con mi fusta?. Y lo acompañó de una sonora carcajada. Marlene se paró en seco estupefacta. Aunque después se enteraría de quien era, y que incluso una vez había coincidido con él, en esos momentos no tenía la menor idea de quien se trataba y de porqué le decía aquello. - ¿Qué has dicho?, y dio un paso atrás para quedarse enfrente de él. - Que me enterado que eres una fiera en la cama y que destrozas las pollas, y que me gustaría enseñarte mi fusta a ver si puede domarte. Su acompañante reía también con risa sardónica. - Pues si quieres empezamos ahora mismo. Y dicho esto se pegó a él, le introdujo la mano en el pantalón del chándal y comenzó a acariciarle el miembro. El Tanque, por su parte, le colocó la mano en el lateral de una teta y empezó también a sobársela. La indignación de Marlene aumentaba por momentos. En el tiempo que estuvo recluida en el burdel había perdido el pudor y le habían enseñado a hacer virguerías con su cuerpo, pero también le quedó muy claro que nadie, absolutamente nadie, la iba a tocar sin que ella quisiera. - Ya sabía yo que no te resistirías a mis encantos. El gorila seguía diciendo sandeces que eran acompañadas igualmente por la risa bobalicona de su adlátere. No había pasado ni un minuto cuando la "fusta" se le puso dura como una piedra. Entonces Marlene se la dobló completamente y apretó con todas sus fuerzas. El Tanque profirió un enorme grito de dolor y se retorció con el cuerpo hacia delante, apoyando la cabeza en el hombro de la mujer. Ella hizo un último curl de bíceps y lo levantó, apretando los dientes con rabia, al menos diez centímetros del suelo. El hombretón seguía gritando mientras tiraba de sus antebrazos para intentar liberarse; mas, tal era la furia con que lo tenía agarrado Marlene, que le resultó totalmente imposible. Tras unos segundos de intentarlo, y viendo la esterilidad de la operación, decidió cambiar de táctica: comenzó a propinarle golpes con su puño derecho, mientras que con la mano izquierda se aferraba a la sudadera, llegando incluso a arrancarle parte de la prenda a la altura del hombro. No es que le estuviera infligiendo mucho daño, ya que el recorrido de los golpes era corto y además se los estaba propinando en el brazo, pero tampoco la postura era sostenible por más tiempo; así que decidió soltarlo. A eses alturas de la mañana el gimnasio ya contaba con unos veinte clientes que, alertados por los alaridos de dolor del Tanque, se acercaban al lugar de los hechos. Anteriormente habían escuchado el estruendo de la pesas al caer, pero cuando algunos miraron ya sólo vieron al hombre calvo en el suelo recogiendo alguna de ellas, así que no le habían dado mayor importancia. Todos excepto el monitor, que lo había presenciado todo desde el principio, tanto el episodio de las pesas como el actual, y que comenzaba a sentir cierta agitación. El Tanque, una vez liberado, seguía con el cuerpo doblado y retorciéndose de dolor. Ella lo rodeaba con parsimonia para tomar posición. - También me encanta romper espaldas. Y dicho esto entrelazó sus manos para descargarle un formidable mazazo en la misma que lo hizo caer a plomo boca abajo. Algunos creyeron, por la violencia del golpe, que realmente le había roto el espinazo. Siguió rodeándolo con la misma calma y severidad y finalmente le propinó una feroz patada en el lateral de la cabeza digna de el mejor de los futbolistas. Esto hizo que la cabeza chocara violentamente por el otro lateral con una columna contigua. A alguno de los presentes, sobre todo a los que no tenían nada que ver con la Organización que no estaban acostumbrados a actos de violencia, comenzó a recorrerle un sudor frío por la brutalidad de los golpes. Uno de ellos interpeló incluso a los demás para que intervinieran, aunque en voz muy baja. El Tanque cayó conmocionado, y cuando Marlene se disponía a continuar, el monitor se vio en la obligación de mediar, no sin cierto recelo. - Por favor, ya está bien. - Tú te callas, que esto no va contigo, contestó ella señalándole con el dedo. - Pero es que yo, yo, como responsable del local, no, no puedo permitir que esto continúe. Entonces Marlene se le acercó, le puso la mano abierta en el pecho y se quedó mirándolo fijamente. El muchacho no fue capaz de mantenerle la mirada, con lo que desvió ésta hacia abajo topándose de cerca con la abertura en la sudadera, donde se veía la parte inferior del hombro y el inicio del bíceps, que flexionado en aquella postura se asomaba fabuloso. La agitación del chico iba en aumento. - He dicho que esto no va contigo..., y le propinó un fuerte empujón que lo estrelló contra una estantería cercana llena de botes. En el choque tiró mucho de los recipientes y quedó sentado de culo en una posición un tanto forzada. - ... por el momento. Ninguno más de los presentes osó inmiscuirse en la pelea. El tipo en cuestión ya había mandado a más de uno al hospital por un quítame allá esas pajas, y la mujer tampoco parecía muy abierta a sugerencias. Sólo su compañera se le acercó para ayudarle a incorporarse. - No te metas, que esa mujer es peligrosa. Además, si le da un buen escarmiento a ese tipo tampoco estaría mal. El muchacho se levantó con resignación. El Tanque en esos momentos se incorporó iracundo y, viendo que la mujer estaba de espaldas, se dirigió a golpearla con el puño; pero Marlene, aunque seguía mirando hacia donde estaba el monitor, con el rabillo del ojo estaba atenta a lo que pudiera ocurrir detrás de ella. Cuando notó la cercanía del puño del gorila, se volvió y, con un pequeño paso atrás, la esquivó con facilidad. El hombre pasó por delante de ella como un toro por delante del capote del torero y a punto estuvo de volver a caerse. Se rehizo como pudo y adoptó una pose típica de luchador de kárate. Siempre había presumido de su destreza en las artes marciales y realmente no se le daba mal frente a los simples mortales (era cinturón negro), pero frente a luchadores avezados, como era el caso de Marlene, no pasaba de ser un simple principiante. - Eso es todo lo que sabes hacer, dijo ella en aparente estado de relajación y avanzando hacia él hasta quedarse a un metro escaso. Todos los asistentes estaban asombrados de la osadía de la mujer. El Tanque, herido en su amor propio, le lanzó una patada a la altura de la cintura que Marlene repelió con su antebrazo. Inmediatamente, y dando un pequeño salto, le dirigió otra patada, esta vez orientada a la cabeza. En esta ocasión la mujer se agachó flexionando totalmente las piernas e, incorporándose con velocidad y profiriendo un grito, golpeó con la base de la palma de la mano en la entrepierna de su atacante. Éste salió repelido hacia detrás para chocar con la estantería contigua a la que antes había chocado el monitor. Rápidamente fue a levantarse, pero cuando estaba casi erguido, Marlene le lanzó una patada a los tobillos que lo barrió, dando de nuevo con sus huesos en el suelo. A la velocidad del rayo se levantó más de un metro del suelo, para caer, con la pierna por delante, sobre el pecho del hombre, que otra vez estaba haciendo el intento de levantarse. Seguidamente, y desde el suelo, le propinó una soberana patada debajo de la mandíbula que lo dejó casi grogui. Sin solución de continuidad saltó para caer de culo sobre el pecho del hombre y con violentos giros de noventa grados le endosó, con ambos brazos alternativamente, cuatro codazos en la cara que le destrozaron la nariz y lo noquearon del todo. Todo a ello a una velocidad increíble. Ya más pausadamente, viendo el estado de su adversario, se dirigió hacia él y se sentó de rodillas a su lado; lo agarró por el pelo, le giró la cabeza hacia detrás hasta apoyarla en su rodilla y se quedó un rato mirándolo con desprecio. De pronto la pausa se tornó en rabia: la emprendió a puñetazos en la boca cada vez más fuertes que lo hicieron sangrar con profusión. Entonces el monitor decidió intervenir de nuevo. - Po, por favor, deténgase que lo va a matar. Marlene miró hacia arriba con gesto serio y seguidamente volvió a mirar al hombre que aún tenía agarrado. Lo levantó un poco tirando del pelo y le puso la cara boca abajo sacudiéndolo (varias piezas dentales cayeron al suelo), para al fin soltarlo con displicencia. El Tanque quedó inconsciente en el suelo, con la cabeza apoyada en un charco de sangre y varias piezas dentales a su alrededor. - En cuanto a ti. Se dirigía al monitor con la mano levantada y señalándolo de nuevo con el dedo. Cuando llegó a su altura, y con un movimiento rápido, le abarcó el cuello de un fuerte manotazo que resonó en el tenso silencio de la estancia. A continuación lo atrajo hacia sí doblándole la cabeza, de modo que la cara quedó por segunda vez casi en contacto con la raja de la sudadera, y le acercó los labios a la oreja como para decirle algo en voz baja. La sensación de miedo del muchacho sólo era igualada por el ardor que le estaba produciendo la inmediación de aquella mujer: la visión cercana del abultado bíceps, el roce con los firmes senos, el calor de sus labios en la cara, el contacto con el rocoso cuerpo en general, el recuerdo de toda la mañana observándola, ... Todo ello hacía que sintiera a flor de piel el sentimiento de miedo-atracción tan frecuente en las relaciones con Marlene. - Tienes arrestos, me caes bien, dijo finalmente ella echándole la cabeza hacia atrás y dedicándole una medio sonrisa. El chico respiró aliviado, pero aquello no hizo sino aumentar la fascinación que había empezado a sentir por ella. Marlene lo soltó y le dio la espalda para dirigirse a la concurrencia. - ¿Y vosotros no tenéis nada que hacer? O es que alguien tiene algo que objetar. Todos se dieron media vuelta para continuar con sus quehaceres. También el acompañante del Tanque, que había permanecido en un discreto segundo plano, medio escondido, mientras ocurrían los hechos. - Tú te quedas, que tengo que hablar contigo, gritó advirtiendo la presencia del camarero. - Yo, yo, dijo éste como haciéndose el sorprendido. De nuevo se dirigió al monitor, lo agarró lentamente de ambas tirantas y, juntándolas, lo atrajo hacia ella. Acercó los labios a los suyos rozándolos prácticamente y le habló cadenciosamente. - Una cosa más, me vas a dar la llave de la sauna que no quiero que entre nadie allí en un buen rato. De buena gana me iría contigo, pero tengo cosas que aclarar con este imbécil. En ese momento miró hacia atrás y vio que el camarero estaba haciendo el amago de largarse y ya se encontraba cerca de la puerta. - Tú donde crees que vas, le gritó. El hombre se paró en seco a la altura del mostrador de recepción. Marlene llegó hasta allí acompañada del monitor, que iba para proporcionarle la llave requerida. - Tome usted, le dijo con cara de embeleso y totalmente excitado. Ella no respondió nada, se limitó a coger la llave y darse media vuelta esbozando una sonrisa. - ¿Y tú ya no tienes ganas de reírte? Pues ahora acompáñame, y cogió al camarero de una oreja tirando de él. En esa posición lo llevó hasta la habitación que ocupaba la sauna, donde lo arrojó al suelo y cerró la puerta. El camarero no dijo ni una palabra en todo el trayecto, tan sólo algún ¡ay! cuando el tirón era demasiado fuerte. - Ahora me voy a duchar para limpiarme la sangre con la que me ha manchado el idiota de tu amigo. Ni se te pase por la cabeza marcharte. Espera aquí y ve desnudándote. El hombre quedó allí, tras la mampara traslúcida, observando como la mujer se duchaba adoptando poses premeditadamente provocadoras. Contemplaba confundido la operación sin atreverse a hacer nada. Por su cabeza se cruzaban las imágenes de la paliza a su ídolo con las de las voluptuosas curvas que se le dibujaban delante. Por fin Marlene salió de la ducha. Iba envuelta en una toalla que le cubría desde la parte superior del pecho hasta el inicio de los muslos. Al ver al camarero allí, inmóvil como un pasmarote, se le plantó delante con los brazos cruzados. - ¿Yo no te he dicho a ti que te vayas desnudando para ir a la sauna? El hombre no respondía, miraba boquiabierto a la mujer que tenía enfrente: la belleza infinita de su rostro y su profunda mirada le contrastaban con los poderosos brazos, que en aquella postura parecían aún mayores. Una bofetada con la mano abierta de Marlene, que lo precipitó contra el suelo, lo devolvió a la realidad. - Cuando yo digo las cosas es para que se hagan inmediatamente. Ahora desde el suelo podía apreciar también las piernas de Marlene que, al igual que los brazos, se le mostraban imponentes: bronceadas, musculosas y con el justo nivel de grasa corporal. Seguía sobrecogido y sin reaccionar. - Levántate ahora mismo, le gritó ella. El hombre obedeció y se levantó con la mejilla izquierda colorada, mas continuaba atenazado por la impresión. Marlene volvió a levantar la mano derecha como para atizarle otra vez. Él se cubrió como pudo, pero entonces soltó la mano izquierda para arrearle otro bofetón aún mayor, que volvió a dar con su cuerpo en el suelo. - ¿Tú sabes lo que significa inmediatamente? Marlene estaba también un poco sorprendida de su medrosa pasividad. Aunque estaba acostumbrada a ver reacciones de ese tipo, casi nunca de esa magnitud. Por fin se decidió a desvestirse, y cuando hubo acabado fue a coger también una toalla. Entonces ella lo agarró de la muñeca y le dobló el brazo sobre su espalda en dolorosa torsión. - ¿Te he dicho yo que cojas ninguna toalla? ¡Contesta!. Hasta entonces no había abierto la boca más que para poner cara de tonto. - No, usted no me ha dicho nada. Y se retorcía de dolor ante el aumento de presión que le aplicaba ella. - Pues a partir de ahora, sólo harás lo que yo te ordene. ¿Entendido? - Siiiii. - De lo contrario te aseguro que vas a sufrir mucho, y le soltó el brazo bruscamente para devolverle de nuevo al suelo. - Ahora ven conmigo. El camarero la siguió sumiso, con un sentimiento de absoluto ridículo: en pelotas, totalmente sojuzgado por aquella mujer y con un inicio de erección que no sabía como disimular. Marlene abrió la puerta de la sauna, la reguló a bastante temperatura y entraron ambos en la misma. Por un momento, y viendo el grado de aturdimiento del individuo, se le pasó por la cabeza humillarlo hasta el límite, pero tampoco le apetecía prolongar demasiado aquella situación. Al fin y al cabo aquel hombre no era más que un cobarde que a la sombra del Tanque se envalentonaba. - Siéntate aquí, le dijo señalando una de las gradas de la sauna. Ella ocupó la grada inmediatamente superior. Se echó para atrás dejando caer sus piernas sobre él y, flanqueándole la cabeza con sus muslos, le aplicó un poco de presión. Así permanecieron durante dos o tres minutos en silencio. Entre la temperatura de la sauna, el enrojecimiento de los dos bofetones previos, la cabeza prácticamente sumergida entre los dos enormes, recios y ya sudorosos muslos de ella y la creciente excitación, la sensación de sofoco se estaba haciendo casi insoportable. - Lo primero que quiero es que le digas a tu amigo que no quiero volver a verlo nunca más. Que si me lo encuentro de nuevo no respondo. Hoy ha salvado la vida por los pelos, pero la próxima vez no será así. ¿Está claro? - Sí, sí. De nuevo volvió el silencio. Marlene le frotaba los muslos por la cara, apretando de vez en cuando. Él, por su parte, intentaba completamente en vano separarlos un poco. Cuando la boa y la pitón, como así llamaba el gran jefe a las piernas de Marlene, apresaban su pieza era casi imposible deshacerse de ellas. Así se mantuvieron otros dos o tres minutos. El camarero estaba al borde de la congestión, ya que Marlene estaba aumentando progresivamente la fuerza de la llave. De nuevo intentaba infructuosamente separar aquellos dos grandes bloques de carne prieta que le aplastaban la cabeza. - Por favor, suélteme, dijo al fin medio llorando. - Ahora te suelto que me voy a dar una ducha fría, pero antes quiero que me contestes a una pregunta: ¿De dónde sacó tu amigo lo de romper las pollas? - Fue un comentario que le hizo un hombre que venía con usted a entrenar. - ¿Cómo era ese hombre?, respondió Marlene incorporándose agitada y apretando más la presión. - ¡Aaagh!, un hombre alto, fuerte... ¡por favooor!, ...con barba y coleta. - ¡No, Jack no!, gritó Marlene dando un fuerte puñetazo en el suelo de madera y apretando instintivamente al máximo las piernas. El camarero gritaba desesperado, creía que le iba a estallar la cabeza. La mujer seguía dando golpes en el suelo tremendamente alterada y sin darse cuenta de que tenía apresado a aquel hombre que estaba al borde del colapso. Por fin se levantó de un salto y salió de la estancia. El hombre al soltarlo cayó desvanecido. Menos mal que cuando se fue Marlene entraron los monitores a ver qué había pasado y lo sacaron de la sauna y lo reanimaron. - ¿Se ha ido ya? repetía el camarero y se agarraba la cabeza con las dos manos, que aún parecía reventarle. Marlene, por su parte, salió de allí como una bala y sin ducharse siquiera; se vistió rápidamente, recogió la ropa y se dirigió a la moto bastante alterada. Es verdad que se había servido de Jack para entrar en contacto con la Organización, pero con el paso del tiempo les había unido una profunda amistad. Por eso, aquello de ir contando por ahí sus intimidades le pareció una profunda traición, y viniendo de quien venía, aún más dolorosa. Se montó en la Harley y partió a toda velocidad sin ponerse siquiera el casco. En ese estado era enormemente peligrosa, y fe de ello que dio el conductor de un descapotable que se detuvo a su lado en un semáforo y le hizo un comentario un poco atrevido. Sin bajarse de la moto le dio una patada en la cara que le rompió la nariz. Sin más tropiezos llegó al edificio donde estaba el apartamento de Jack y, obviando el ascensor, subió de dos en dos los escalones hasta llegar al segundo piso, donde se encontraba el apartamento en cuestión. Llamó al timbre con insistencia hasta que su amigo le abrió. Llevaba todavía el pelo mojado, aunque del resto del cuerpo se le había secado del aire de la moto. - Hombre Marlene, que sorpre... Y no le dio tiempo a más. Sintió un puñetazo en un ojo que lo tumbó de espaldas. Se incorporó como pudo y observó el rictus de cabreo infinito de ella. - ¿Pero qué pasa? Otro formidable puñetazo de Marlene, esta vez en el otro ojo, lo hizo caer otra vez de espaldas. Aunque en esta ocasión estaba alerta frente al posible golpe, fue incapaz de reaccionar a tiempo. La velocidad y contundencia de golpeo de la mujer era impresionante. - Marlene, yo no quiero pelear contigo. En parte era verdad, ya que el cariño que se profesaban era mutuo, pero también sabía que en una pelea con ella las posibilidades de salir airoso eran remotas. Marlene se agachó, lo cogió por ambas solapas y lo levantó bruscamente. - Yo creía que podía confiar en ti y le vas contando por ahí al primer desgraciado que te encuentras lo que yo hago o dejo de hacer en la cama. - ¿Qué he contado yo?, respondió sorprendido. Realmente no tenía ni idea de qué se trataba. Ella lo soltó y se dio la vuelta. Tampoco se encontraba a gusto golpeando a su amigo. Pero aquello seguía pereciéndole imperdonable. Se volvió bruscamente y le dio un terrible golpe en el abdomen que le cortó la respiración. - ¡Cabrón! Jack se dobló de dolor. - Creía que podía confiar en los amigos. Y se despidió con un mazazo en la coronilla que lo dejó casi inconsciente. Tragó saliva y apretó fuertemente los puños para marcharse del apartamento y no seguir golpeándolo. Llegó hasta su casa a igual velocidad y, una vez allí estuvo durante tres horas golpeando con saña el saco de entrenamiento hasta partirlo. Después cayó agotada, se dio una ducha fría y se acostó. Al día siguiente Jack, tras hacer sus indagaciones y enterarse de qué iba aquello (además de enterarse del altercado del gimnasio), se presentó a hablar con ella y aclarar la situación. Le contó que lo de "romper las pollas" había una expresión del Tanque, que el sólo había respondido aseverativamente para que lo dejara tranquilo. Marlene aceptó a medias las explicaciones, incluso llegó a arrepentirse un poco de la reacción del día anterior al verle los ojos casi cerrados de los hematomas, pero ya nada volvió a ser igual.