LA JUSTICIERA ESCARLATA 6 by lindareyes127@hotmail.com ¡Ni a traición pueden ocho rufianes con la Justiciera! "La Emboscada" Iba la Justiciera Escarlata cabalgando en su alazán por un solitario bosquecillo, a tempranas horas de la tarde, y vestida con su combinación preferida, a saber: ceñidos pantalones negros y blusa de manga larga color rojo fuego. La blusa, muy ajustada y abotonada hasta la mitad, mostraba unos magníficos pechos erectos que presionaban altivos como queriendo reventarla; los pantalones, como siempre extremadamente ajustados a su sensacional cuerpo, lo parecían aún más -¿era eso posible?- al estar ella sobre una silla de montar. Un cinturón de cuero negro ceñía su estrecha cintura y el cinturón canana, del cual pendía la pistolera con el Colt 44, rodeaba exquisitamente sus amplias y redondas caderas. Al cuello llevaba un largo y muy femenino pañuelo rojo escarlata y sus orejas las adornaban dos perlas; su ondulado pelo negro lo llevaba suelto, cayéndole graciosamente sobre los hombros y formándose una carrera natural por el centro de su hermosa cabellera. Acababa la bella aventurera de pintarse sus deliciosos labios de un rojo vivo, como lo hacía siempre para combinarlos con el temible y respetado antifaz escarlata, cuando percibió algo extraño en el ambiente y se le prendió una luz de alarma. Aunque no transitaba a menudo esa ruta, supo la escultural mujer que algún peligro la acechaba: todo estaba demasiado tranquilo y silencioso; no se escuchaba el acostumbrado trinar de los pájaros, ni el ruido de otros animales del bosque. Además, su inquietud fue reforzada por la actitud de su corcel, el cual comenzó a manifestar nerviosismo. La Justiciera frenó el caballo, y se quedó quieta -a pocos pasos de un claro en el bosque- atenta al más mínimo movimiento. En eso, sonó un disparo y sintió la bella hembra pasar una bala a escasos centímetros de su cuerpo. La brava enmascarada reaccionó como un rayo: Dió una fuerte palmada en el anca de su montura, a la vez que saltaba a tierra desenfundando el revólver y pegando dos cortos pero sonoros silbidos para indicarle a la bestia que se alejara, cosa que ésta comprendió e hizo en el acto. La valiente y monumental muchacha cayó al suelo de costado; pero teniendo ella perfecto conocimiento y experiencia sobre cómo lanzarse y caer de un caballo, alejóse velozmente del lugar de la caída, soportando con reciedumbre el dolor producido por el impacto. Bajo una lluvia de balas, la atrevida aventurera fue rodando por tierra con extremada rapidez y respondiendo a sus agresores con sus temibles disparos, hasta alcanzar protección detrás de uno de los árboles a la orilla del camino. De los disparos que le hicieran, la atractiva y valerosa justiciera pudo sacar rápidamente algunas conclusiones: la atacaban por lo menos con cuatro carabinas y dos revólveres y todos -o casi todos- desde lo alto de los árboles; más importante aun, todos los disparos provenían de adelante, ninguno de detrás suyo. Seguramente los atacantes esperaban que ella entrara en el claro del bosque para comenzar a dispararle, rodeándola por todos lados; pero habiéndose ella sagazmente detenido, desconfiada, alguno se puso nervioso y comenzó el tiroteo antes de que la hermosa y audaz mujer del antifaz penetrara en el claro, error que habrían de pagar muy caro. De manera que no le habría sido muy difícil a la intrépida joven escabullirse de tan incómoda y peligrosa situación, dadas su valentía y agilidad y dado el hecho de que tenía la retaguardia libre y segura. Pero no era costumbre de la Justiciera Escarlata huír del peligro, ni siquiera de los mortales; todo lo contrario, toda su vida -desde niña- se la había pasado enfrentando y capeando situaciones extremadamente peligrosas y ahora estaba ella dispuesta a hacerlo una vez más. De modo que no fue la idea de escapar la que le pasó por la cabeza a la guapa muchacha, sino una mucho más audaz: pasar ella al contrataque, convertirse de inadvertida presa en implacable cazadora... Los anteriores pensamientos cruzaron la mente de la Justiciera en brevísimos segundos y ante la pregunta de cómo contratacar, la aguerrida y escultural hembra respondió pasando inmediatamente a la acción, haciendo derroche de decisión y valentía: Con el objeto de ubicar mejor a sus agresores, la recia enmascarada salió de su escondite revólver en mano, corriendo rápida y muy ágilmente hacia un árbol al otro lado del camino y casi a la orilla del claro del bosque. Los disparos no se hicieron esperar, lo que le permitió a la brava muchacha no sólo confirmar su apreciación inicial acerca del tipo y número de armas que disparaban contra ella, sino precisar mucho mejor la posición de quienes las manejaban. Lanzándose en el aire hacia su nuevo refugio, divisó ella nítidamente a uno de sus atacantes en lo alto de un árbol y -con una puntería sin par- lo bajó de un solo tiro, fracciones de segundo antes de desaparecer tras su nuevo escondite. Gracias a lo sorpresivo y rápido de su cambio de guarida, no había sido alcanzada por la ráfaga de balas -que aun seguía- proveniente de sitios que ella tenía ya ubicados con bastante precisión. Rápidamente recargó su arma y, sin perder un instante, apenas amainaron los tiros en su contra, la admirable justiciera salió otra vez de su guarida, descargando como una metralleta las seis balas de su infalible Colt: De sendos árboles cayeron dos hombres, precedidos cada uno de su correspondiente carabina. La lluvia de tiros en su contra fue menor esta vez, sólo llegando a volarle medio tacón de su bota derecha. Disponíase la Justiciera a regresar a su provisional refugio, cuando sorpresivamente saltó de atrás de una roca -a pocos metros suyos- un atacante con el cual ella no contaba: Iba también armado de carabina, con la que le hizo un disparo a la intrépida muchacha. Inexplicablemente -y desgraciadamente para él- el hombre falló el tiro. La hermosa enmascarada estaba sin balas en su revólver, luego de la mortífera ráfaga que acababa de disparar; de modo que, sin amilanarse y aprovechando el fallo del nuevo atacante, la recia vengadora saltó hacia él -quien apenas tuvo tiempo de recargar el Winchester- y de una certera patada logró desviar el arma, desviando también lejos de sí la bala que alcanzó el hombre a disparar. La arrojada mujer hubiera podido poner a su atacante inmediatamente fuera de combate, propinándole uno de esos demoledores puñetazos que tan bien ella sabía conectar. Pero tal acción la hubiera convertido en blanco fácil y aislado, tomándose en cuenta que la aguerrida hembra se encontraba ahora en el claro del bosque. Entonces, en lugar de golpear, su fino instinto de gladiadora la impulsó a lanzarse sobre su enemigo, arrebatándole con su mano derecha la carabina recién disparada y sometiéndolo con sus fuertes piernas y su potente brazo izquierdo, a la vez que rodaba con él por el suelo a fin de esquivar los disparos de sus atacantes. Calculando que entre dos podrían dominar a la bella mujer del antifaz en la pelea cuerpo a cuerpo, salió de detrás de la peña otro inesperado atacante y se arrojó sobre la muchacha. Los tres contrincantes se revolcaban en el suelo, haciendo más difícil la tarea de los tiradores apostados en los árboles, pues éstos dudaban al disparar por temor de alcanzar a alguno de sus compinches. No obstante ser dos contra una, la ruda y bella aventurera fue imponiéndose, haciendo gala de gran habilidad y fuerza en la lucha cuerpo a cuerpo y manteniendo siempre en su mano derecha la carabina que había arrebatado al primero de los bandidos. Al cabo de breves minutos, la recia enmascarada tenía a uno de sus contendores completamente inmovilizado y de espaldas contra el suelo; al otro lo tenía dominado con una férrea estranguladora, aplicada con su fuerte y duro brazo izquierdo. Estaba la arrojada justiciera en esta posición - montada a la jineta sobre uno de los hombres y sometiendo firmemente con su brazo al otro; sus musculosos muslos queriendo reventar el ceñido pantalón negro, ahora polvoriento, y la roja blusa desabotonada hasta la cintura, producto de la pelea, dejando paso franco a sus intrépidos y firmes pechos- cuando se incrustaron cerca de ellos dos disparos indecisos provenientes de un árbol. Sin cambiar de postura y con una destreza inusitada, la ruda y valiente mujer recargó la carabina accionando el cargador en el aire mediante un movimiento seco con su sola mano derecha. Acto seguido, derribó de un balazo al hombre que, sin éxito, acababa de dispararle. Inmediatamente, y como un torbellino, se paró la fiera hembra soltando a sus víctimas. Al que había sometido con la estrangu- ladora le asestó un duro culatazo en la cabeza; del otro, por los momentos hizo caso omiso. Con las piernas flexionadas, los pechos afuera, mirando a todos lados y saltando ágilmente de un lado a otro por el claro, la temible y escultural vengadora tenía ahora asido el Winchester con ambas manos. Un mechón de pelo le caía sobre la frente y, con su penetrante y acerada mirada, parecía estar gritando: "¡¡Al que ose dispararme lo bajo de un plomazo entre los ojos!!!". Y no hay duda de que lo hubiera hecho. Pero no hubo respuesta; se acabaron los disparos... Cosa que la sorprendió, pues -sin contar los dos hombres a quienes acababa de someter en pelea cuerpo a cuerpo- ella calculaba por lo menos en seis a los atacantes, de los cuales ya había derribado a cuatro. ¿Y los restantes? La respuesta no se hizo esperar: De la orilla del bosque salieron al galope dos jinetes, prefiriendo huir mil veces antes que continuar enfrentándose a mujer tan ruda, implacable y peligrosa. La monumental "cazadora" le disparó un tiro a uno con la carabina, pero falló; cosa rara en ella, dada su excepcional puntería. Al intentar recargarla, dióse cuenta de que aquí también se había quedado sin munición. En eso, percibió al hombre a quien momentos atrás había puesto contra el suelo y luego dejado en tierra sin prestarle atención: El bandido se había incorporado y echaba manos a su revólver. Nuevamente se le enfrentaba sin balas la fiera aventurera y una vez más contratacaba ella con la rapidez del rayo. Agarrando la carabina descargada por el cañón y blandiéndola como un bate, y antes de que su enemigo llegara a apuntarla, asestóle la recia y hermosa gladiadora un fuerte culatazo en el estómago que lo hizo retroceder. De nuevo intentó el hombre apuntar y dispararle a su diestra contrincante, pero ya estaba ella encima de él armada de sus macizos y temibles puños: Un derechazo de la bella a la cara de su atacante lo hizo trastabillar y ver estrellitas; un izquierdazo aun más contundente lo sumergió en un abismo negro. No obstante la rapidez con que había despachado al hombre, la pelea le había hecho perder un tiempo valioso. Pegando dos largos y fuertes silbidos, la guapa y recia mujer llamó a su caballo, el que se encontraba en las cercanías a la espera de su dueña. Apenas apareció el brioso alazán, la hermosa enmascarada saltó sobre él, montándolo con una admirable maestría y habi- lidad. Como un relámpago partieron amazona y corcel en per- secución de los asesinos. Parecían un solo ser saltando malezas, vadeando quebradas y esquivando obstáculos, hasta alcanzar el fin del bosque y el comienzo de la planicie que se abría. A lo lejos, a un kilómetro y medio de distancia, pudo la intrépida vengadora avisorar a los dos forajidos. Aplicando espuelas y ya en plena sabana, logró la brava hembra una asombrosa velocidad en su montura. La distancia íbase reduciendo sensiblemente entre los fugitivos y su implacable perseguidora, quien sobre su caballo lucía impactante con sus pantalones negros -ceñidísimos y polvo-rientos por el combate-, sus pechos saltando altivos fuera de la desabotonada blusa roja, sus labios de fuego y antifaz escarlata, su pañuelo al cuello y su hermosa y larga cabellera negra, suelta y echada hacia atrás por la velocidad a que cabalgaba. Al perca-tarse los dos bandidos que la Justiciera les daba pronto alcance, decidieron separarse. La audaz muchacha optó por lanzarse tras el que parecía ser el más rápido; una vez alcanzado éste, y luego de someterlo, podría encargarse del segundo. Unos trescientos metros separaban a la arrojada joven del primero de los fugitivos, cuando éste comenzó a dispararle. Con la furia y continuidad de los recientes combates, ella no había podido recargar su revólver; hacerlo en plena carrera le hubiera quitado un tiempo precioso, cuanto más que tenía que atrapar también al otro foragido. De modo que la valiente y bella enmascarada optó por apretar el galope, pensando que mientras más pronto estuviera sobre su enemigo, menos posibilidades tendría éste de balearla. Los tiros le pasaban silbando, pero ella no cedía en su empuje; de su parte, y por el contrario, el asesino distraíase disparándole a su perseguidora, con lo que perdía velocidad. Veinte, diez, cinco metros entre fugitivo y justiciera; los disparos pasaban cada vez más cerca de ella, rozándole uno un brazo. Y, con un remunerado esfuerzo, la brava vengadora logró cubrir - en cuestión de segundos- los últimos cinco metros. Al sentirla cabalgando a su lado, el hombre quiso dispararle a quemaropa, pero ya estaba ella encima de él frustrándole la asesina intención: Afincándose bien en su estribo derecho, la recia y arrojada enmascarada se lanzó sobre su víctima, sacándolo del caballo y agarrándole firmemente la muñeca derecha, en cuya mano mantenía el revólver. Hombre y mujer volaron por los aires a considerable velocidad. La caída fue dura y por segunda vez en una hora, aguantaba con firmeza la Justiciera Escarlata el dolor del impacto. Incorporóse ella antes que su adversario, y como éste aun empuñaba el arma, la intrépida muchacha se arrojó sobre él dispuesta a desarmarlo y someterlo a puñetazo limpio. No fue necesario. Viéndola venir con tal decisión y con los puños prestos, el hombre soltó el revólver y -arrodillándosele- le imploró sollozando: -"¡Por favor, no me pegues, Justiciera! ¡Perdóname! ¡Haré lo que digas!" La enmascarada lo levantó del suelo fácilmente con sus fuertes brazos y -sosteniéndolo por la pechera- más que preguntarle, le exigió: -"¡¿Quién es el jefe?!" -"No lo sé, Justiciera; ¡Te lo juro!" Como respuesta, la hermosa y recia mujer del antifaz le asestó un puñetazo en el páncreas, a la vez que le advertía: -"Así como puedo noquearte de un solo golpe, también sé cómo castigarte duramente, produciéndote mucho dolor y sin que pierdas el sentido." -"¡¿Quién es el jefe?!", repitió con dureza la bella y ruda joven. -"No lo sé", balbuceó el pobre hombre, con las lágrimas en la cara. La muchacha prosiguió castigándolo con precisos y dolorosos golpes a la cara y el cuerpo, hasta que el foragido no aguantó más y -llorando a moco tendido- confesó: -"Es el que huyó conmigo. Seguramente se dirigió a nuestra guarida; es una choza en Quebrada Seca". La Justiciera conocía el lugar: Precisamente por esa ruta había tomado el otro fugitivo, al separarse de su compinche. Sin perder tiempo, luego de amarrar de un árbol a éste último y de -al fin- recargar su Colt 44, la brava y decidida aventurera montó diestramente en su caballo y se dirigió al galope hacia Quebrada Seca. Siguiendo pistas y su propia intuición de cazadora, la atrevida hembra logró hallar lo que buscaba: Un relincho de caballo le reveló que se encontraba cerca de su presa; su alazán no respondió, adiestrado como lo estaba para no hacerlo. Sigilo-samente desmontó la valiente y monumental enmascarada, quitándose las espuelas para no hacer ruido. Poco a poco fue acercándose a donde ella presumía estaba la guarida-choza, cuando -sorpresi- vamente- topóse la escultural hembra con la choza. Era una cabaña en ruinas y afuera de ella se encontraba el fugitivo que buscaba, sentado en un viejo taburete y con los ojos entrecerrados, aparentemente solo pues había un único caballo: el suyo, al que ella ya había oído relinchar. Inconscientemente, la muchacha sacó el lápiz labial de su cinturón canana - donde lo llevaba siempre cual una bala más- y se lo pasó suave y lentamente por su exquisita boca. Abrochándose con la mano izquierda la blusa hasta la mitad -de modo de dejar la derecha presta para sacar el Colt- y muy atenta a la aparición repentina de algún otro bandido, la hermosa y guapa justiciera fue acercándosele al hombre. Este abrió los ojos por completo y -viéndola- quedó congelado, temiendo desenfundar, pues sabía que la mujer que tenía al frente lo aventajaría en el "saque", no obstante contarse él entre los más rápidos del revólver. La escultural e implacable enmascarada seguía avanzando lentamente hacía el jefe de los asesinos, muy serena y firme, ondulando sus magníficas curvas, tan maravillo- samente marcadas por los ceñidísimos pantalones negros y la ajustada blusa roja. Cuando llegó a menos de dos metros de él, la mujer le dijo: -"Soy la Justiciera Escarlata. Veamos si tienes los cojones para enfrentarte conmigo frente a frente -a tiros o a puño limpio- y no en una cobarde emboscada." El hombre, en un gesto de desesperación, reaccionó rápidamente echando mano a su revólver. Pero aún más rápida fue la Justiciera: Sin molestarse en sacar el suyo, la bella y guapa mujer del antifaz prefirió derrotarlo con sus propias manos. Agarrándole férreamente la mano del revólver, la ruda vengadora lo levantó del taburete de un fuerte jalón; luego dio media vuelta, poniéndose de espaldas a su adversario, y -asiéndole el brazo armado con sus dos manos- la imbatible y durísima gladiadora lo arrojó violentamente por encima suyo, lanzándolo por los aires contra un árbol, al que el bandido impactó de espaldas y boca abajo. Sin duda, el hombre tenía resistencia y fortaleza, pues no perdió el sentido ni soltó el arma. Medio incorporándose, dispúsose entonces a dispararle a su brava y fiera contrincante, pero ya la recia muchacha estaba sobre él, colocándole un par de demoledores puñetazos a la cara -un gancho de derecha y un "jab" con la izquierda- que hubieron de dejarlo desmayado durante enteras y largas horas. Con una fuerza poco usual en una mujer, la Justiciera levantó a su prisionero y, atándolo, lo colocó sobre su caballo de él; luego llamó al suyo con dos largos silbidos, se puso las llamativas espuelas -que había enganchado en algún lugar de su silla de montar- y montó ágilmente sobre su brioso corcel. Guiando al caballo del forajido -con su dueño, amarrado e inconsciente, encima- la hermosa enmascarada se dirigió al claro del bosquecillo donde la habían emboscado. El panorama estaba tal como ella lo había dejado hacía rato: cuatro hombres muertos, tirados por distintos sitios del claro, y dos sin sentido, aún sumidos en el profundo y largo sueño en el que los introdujeran los durísimos golpes de la recia aventurera. Sin mayor dificultad, la muchacha cargó sobre sus propias bestias a los cuatro cadáveres y a sus dos nuevos prisioneros -quienes no despertaban del letargo-, habiendo previamente atado a éstos últimos. Encaminóse entonces la bella e implacable vengadora -guiando a su botín humano- hacia donde había dejado amarrado al forajido restante. El hombre quedó impactado al verla llegar con sus siete compinches -unos muertos y los otros, al igual que él, sometidos y apresados por ella- y cayó en un nuevo ataque de sollozos. Sin prestarle atención, la Justiciera se lo echó al hombro y, aún atado, lo montó sobre un caballo. Seguidamente partieron todos hacia el pueblo, encabezados y vigilados por la bella y brava aventurera. Era un espectáculo digno de verse, cuando -al caer del crepúsculo- entró trotando al pueblo la Justiciera Escarlata, con sus prisioneros y víctimas siguiéndola sumisamente en fila india. Iba altiva y orgullosa la admirable y exquisita enmascarada, sus ceñidísimos pantalones negros y su blusa roja a medio abrochar realzando esa altivez. Dirigióse la hermosa y arrojada vengadora directamente a la comisaría y -luego de lanzar, inclemente, al suelo a los cuatro cadáveres y a sus cuatro prisioneros aún con vida- dijóle secamente al comisario: -"Estos hombres trataron de matarme en emboscada...Pero, como ve, de paloma me convertí en gavilán, cazándolos yo a ellos. Entierre a los muertos y encierre a los vivos, que mañana paso a rendir declaración." Lleno de admiración por la linda y valiente muchacha, el comisario apenas atinó a responder: -"Se hará como tú digas, Justiciera." Con eso, la ruda y bella mujer del antifaz montó en su caballo y -siempre altiva- salió cabalgando del pueblo.