LA JUSTICIERA ESCARLATA 13 by lindareyes127@hotmail.com Un Trabajo para la Justiciera Escarlata -"Nunca los alcanzarás, Justiciera. Te llevan mucha ventaja. Además, de alcanzarlos nada podrías contra ellos. Son como diez hombres fuertemente armados y, para colmo, van en un tren blindado." En estas palabras del comisario y sus ayudantes pensaba la intrépida y bella enmascarada, cuando montada sobre su caballo alazán en la cúspide de una montaña esperaba que el tren remontara la cuesta para abordarlo. Se trataba, en efecto, de un tren blindado cargado de oro que había sido asaltado y sometido a sangre y fuego por un grupo de bandidos bien preparados. Todos los guardias del tren habían muerto en el ataque y los asaltantes sólo habían dispensado la vida del maquinista con el objeto de que los condujera con su carga de oro hacia la frontera. Haciendo caso omiso de las advertencias del comisario, la guapa vengadora había partido veloz en busca de los bandoleros. Buena conocedora del terreno, la curvilínea chica sabía por cuáles atajos y desfiladeros meterse para darle alcance al tren fugitivo. Tuvo que pasar por precipicios y barrancos solitarios y escalofriantes, escasamente transitados por su alta peligrosidad. Pero, extremadamente valiente, para la Justiciera Escarlata no había nada demasiado peligroso; en efecto, era muy poco probable - si no imposible- encontrarse con alguien más valiente que ella. De modo que, tras unas dos horas de trepar montañas y de pasar por vertiginosos desfiladeros sobre su fiel caballo, la hermosa y templada aventurera arribó donde quería: la cúspide de una montaña poblada de pinos por donde pasaban las líneas del ferrocarril. Y llegó a buen tiempo, pues abajo se veía el tren -locomotora, vagón del carbón, un vagón de pasajeros y uno de carga, blindados los dos últimos- que subía lentamente la cuesta. La muchacha tuvo tiempo suficiente para elaborar su plan de ataque y hasta para "ponerse bonita": serenamente se pintó los labios, se arregló su ondulada y negra cabellera -que llevaba en "cola de caballo", la "cola" en un gran bucle y recogida con un femenino lazo escarlata-, se acomodó los grandes aros de plata que pendían de sus orejas y se ajustó la muy ceñida blusa roja, contra la que apretaban firmes los senos erectos y desafiantes sin la molesta intermediación del "brassiere". Como eran días de calor -aun en la montaña la temperatura era de una frescura moderada- la escultural joven había salido de casa con una blusa sin mangas -mostrando sus acerados bíceps-, con coquetos faralados anteriores y atrevidamente entreabierta. Un cinturón negro de hebilla plateada ceñía su estrecha cintura y sus exquisitos y muy pegados pantalones "jeans", ya algo desgastados por el uso, mostraban unas curvas que harían morir de envidia a la más hermosa de las coristas. Como siempre, el cinturón canana -del que pendía el temible Colt 44- rodeaba sus monumentales caderas; el antifaz escarlata resaltaba su incomparable belleza. Cuando el tren se acercó lo suficiente, la preciosa amazona tomó posición sobre su montura en el sitio considerado por ella como el mejor para el ataque: abordaría el tren por el último vagón -el de carga- en una de las últimas curvas de la vía férrea y por el lado de afuera de la misma, de modo de no ser vista por los dos o tres centinelas que ella había contado sobre los vagones. Al pasar el tren en plena curva -y ya agarrando velocidad pues había culminado el ascenso- la hermosa y atrevida justiciera se lanzó a todo galope tras su objetivo. No le fue difícil alcanzarlo y, una vez a la altura del último vagón, la bellísima y valiente mujer saltó diestramente del caballo, agarrándose con sus fuertes brazos de unos tubos que sobresalían y permaneciendo así colgada hasta que logró encontrar asidero para sus botas. Una vez que se sintió segura, la audaz aventurera se elevó muy cautelosamente a pulso y pudo observar que dos de los guardias venían caminando hacia ella por el techo de los vagones. "Mejor" -pensó la muchacha- "Así será más fácil que opten por una pelea cuerpo a cuerpo o con arma blanca. Los despacharé sin ruido." Uno de los dos hombres se adelantó y saltó del techo del vagón de pasajeros al del de carga; el otro le siguió a unos metros de distancia...Entonces fue cuando se les apareció la Justiciera. Usando sus brazos de acero para elevarse a puro pulso, la recia enmascarada cayó de pronto sobre el techo del vagón, incorporándose en el acto para enfrentarse a los guardias. El asombro de los centinelas fue grande, sobre todo por la incomparable belleza del rostro de la muchacha, así como por sus espectaculares curvas, deliciosamente marcadas por los ceñidísimos pantalones tejanos y la ajustada y entreabierta blusa roja. Pero el asombro y la inacción de los guardias duró escasos segundos: Por un lado, eran ellos profesionales del mal y de la fuerza y no se dejarían distraer por una carita bonita, por más linda que fuera, como en efecto lo era en este caso. Por otro lado, lo que se jugaban eran muchas onzas de oro, que no se dejarían quitar fácilmente. Y por último, quizás lo más decisivo, quien tenían al frente no era ningún fanfarrón echándoselas de héroe. Se trataba nada menos que de la Justiciera Escarlata, considerada en los bajos fondos del Oeste como una de las más duras e implacables entre los defensores de la ley. Aunque ninguno de los dos hombres se había medido con ella anteriormente, ambos sabían por boca de terceros que era una mujer muy peligrosa, capaz de combatir y derrotar a varios hombres a la vez. De manera que, tras los breves instantes de asombro y admiración, el primero de los centinelas atacó con fiereza a la lindísima dama del antifaz, quien se encontraba al borde del techo del vagón. El combate que siguió -con todo lo violento que fue- duró menos de diez segundos. Visto del lado del hombre: Apareciéndole en la mano derecha -no se sabe cómo ni de dónde- un afilado y mortífero cuchillo, el guardia le lanzó una estocada en arco, ligeramente ascendente, al hermoso torso de la muchacha. Estaba seguro de no fallar, pues la tenía muy cerca y ella no podía retroceder por encontrarse en el extremo del vagón. Por eso, su sorpresa fue inmensa al darse cuenta de que su cuchillo no mordía carne sino solamente aire, continuando su trayectoria circular sin encontrar el físico de su temida enemiga. No acababa de salir de su asombro cuando oyó una aterciopelada voz femenina que, desde la altura de su cintura, burlonamente le decía: -"Eres lento". Acto seguido, sintió una durísima explosión en pleno plexo solar, acompañada de un dolor tan intenso como nunca lo había sufrido. Luego, un mandarriazo al mentón, capaz de pulverizar la más dura roca. Y después,...nada,...todo negro. Visto del lado de la Justiciera: Apenas ver el cuchillo en la diestra del hombre y percibir sus primeros movimientos, la bella gladiadora supo -dada su gran experiencia en la pelea cuerpo a cuerpo- por dónde vendría el golpe. No pudiendo retroceder, y con finos y veloces reflejos de tigresa, la enmascarada se echó violentamente al suelo, poniendo una rodilla en tierra y flexionando ágilmente hacia abajo torso y cabeza. Fracciones de segundo después, la linda y aguerrida joven sintió silbar el metal asesino a escasos centímetros de su cabellera. Aunque rápido, pensó la chica, ella se había enfrentado -desarmándolos- a cuchilleros más veloces que su actual contrincante; y no resistió la tentación de decírselo...en plena pelea. En el momento de esquivar el golpe y de lanzarse al suelo, la brava y curvilínea aventurera preparó sus rudos puños. Y, teniendo flexionado el acerado y poderoso brazo derecho -aun con una rodilla en tierra, pero enderezados torso y cabeza-, la recia vengadora disparó un potentísimo puñetazo contra la boca del estómago del hombre, sacándole todo el aire y quebrándolo como a una ramita seca. No terminaba de doblarse su enemigo -ya desarmado con tan rudo golpe- cuando la dura justiciera se incorporó de lleno, impulsándose con su pierna izquierda y colocándole con precisión en el mentón al infeliz un demoledor "upper" de izquierda que reventó como un cañonazo, elevándolo del suelo y lanzándolo al vacío. Animada por un triunfo tan decisivo, la escultural gladiadora se preparó para someter por la fuerza a su segundo enemigo. El guardia, impresionado ante la contundencia y firmeza de los puños de la recia enmascarada, optó por picar por lo sano y desenfundó su arma con claras intenciones de "despachar" a su bella contrincante al otro mundo. Pero no era tan sencillo deshacerse de la Justiciera Escarlata: A pesar de encontrarse a unos tres metros de su adversario, quien nervioso había retrocedido unos pasos, la joven e intrépida aventurera - de un ágil y elástico salto- se había ya lanzado violentamente por los aires contra el pistolero, el potente brazo derecho "armado" y en tensión, su puño -sólido como el granito- presto a golpear muy duro. Fue tan rápida y precisa la acción de la muchacha, que el hombre no llegó a apretar el gatillo. Ella, por el contrario, le conectó en la cara un formidable puñetazo disparado en pleno "vuelo" a la vez que giraba sobre sí misma, tan fuerte y violento el golpe que el asaltante salió impulsado fuera del tren en marcha -no obstante sus cien kilos o más- dando vueltas como un trompo y cayendo aparatosamente al suelo cinco o seis metros más abajo. Cuando el bandido comenzó a recobrar la conciencia muchas horas después -con varias costillas y huesos rotos por la caída y la mandíbula fracturada del macizo puñetazo- dudaba adolorido si es que había sido arroyado por una locomotora o su cabeza aplastada por una manada de búfalos, tan duro había golpeado la Justiciera... Habiendo limpiado el camino de sus dos primeros enemigos, la guapa y preciosa enmascarada se acercó con sigilo hacia la locomotora. Ya a punto de llegar al vagón del carbón, la muchacha pudo observar que en la cabina de mando de la máquina se encontraba un tercer asaltante, quien revólver en mano vigilaba al asustado maquinista. El forajido estaba de espaldas a ella, lo que le permitió a la escultural y audaz vengadora pasar silenciosamente al vagón del carbón sin ser notada. La linda e intrépida chica estaba ya por la mitad del vagón -acercándose como una pantera y a algo más de dos metros de distancia- cuando el bandido oyó algo a sus espaldas y se volteó violentamente. Al ver a la bella mujer del antifaz, el hombre apuntó para dispararle; pero -más rápida que un rayo- ya ella caía sobre él, desviándole el revólver con el antebrazo izquierdo, y -con una potencia y precisión inigualables- clavándole la joven gladiadora dos durísimos y macizos puñetazos, uno al hígado y otro al mentón, que dejaron al bandido "frío" en el acto. Inmensamente admirado ante la fuerza y valentía de la hermosa justiciera, el maquinista exclamó lleno de júbilo: -"¡¡Caramba señorita!! ¡¡¡Qué puños tan duros tiene usted!!!" La Justiciera se sintió halagada, pero no tenía tiempo para agradecerlo. En cambio, le dijo al maquinista con voz de mando: -"¡Continúe a toda máquina hasta el próximo pueblo, mientras yo me encargo del resto de la banda!" -"¡Sí, señorita!", respondió el hombre animado, no cabiéndole la menor duda de que ella sola era más que capaz de someter a los seis rufianes que quedaban en el vagón de pasajeros. Sin pensarlo dos veces, la recia y curvilínea aventurera se montó en el vagón del carbón y de dos saltos ya estaba del lado de afuera de la puerta de donde se encontraban los bandidos. Sin una pizca de miedo o vacilación, la monumental y aguerrida vengadora abrió la portezuela violentamente y -forrada con sus apretadísimos pantalones "jeans" y su atrevidamente entreabierta blusa roja sin mangas, [Rob, ver aquí tu dibujo JUSTICIERA 1] quebrada la cintura y las dos manos sobre sus esculturales caderas- se plantó aplomada y provocadora frente a los forajidos. Retándolos, y con una sonrisa burlona en sus apetitosos labios color fuego, la valiente y bella enmascarada se dirigió a los sorprendidos asaltantes: -"¿Qué tal polluelos? ¡Parece que les llegó su gavilana!!" -"¡¡A ella!!", gritó el jefe de los asaltantes, mientras que con un compinche se lanzaba sobre la escultural muchacha. Serena y decidida, la atrevida joven saltó hacia arriba, agarrándose de unas barras que surcaban el techo del vagón y -sosteniéndose con sus fuertes y musculosos brazos- la bellísima y temible mujer del antifaz flexionó sus monumentales y aceradas piernas, para acto seguido descargar sendas patadas fulminantes contra el rostro de sus primeros dos adversarios. Sin solución de continuidad, la curvilínea aventurera se dejó caer al suelo, y cuando le cayeron encima los dos matones siguientes, la ruda enmascarada ya estaba presta para recibirlos con una descarga de durísimos puñetazos a la cara que -imparables e inclementes- atravesaron las impotentes defensas de los dos forajidos, deteniéndolos en seco y haciéndoles retroceder, primero, y morder el polvo, después. Quedaban dos hombres en pie: Uno, echó mano de una barra de hierro que encontró en el vagón y se lanzó contra la linda y aguerrida vengadora, tratando de alcanzarla con la improvisada pero peligrosa arma. Retrocediendo, la valiente y escultural muchacha esquivó ágilmente dos golpes de asesinas intenciones; pero apenas hubo fallado el bandido el segundo intento, pasó ella al contrataque: Una sólida patada a los genitales arrancó un gemido de dolor de su enemigo, quebrándolo indefenso; un férreo puñetazo a la cara lo lanzó violentamente contra un lado del vagón en marcha, dejándolo K.O. El último en enfrentarse a la implacable y hermosa justiciera lo hizo con un cuchillo, y no acababa ella de noquear a su compinche, cuando el hombre le tiró una escalofriante estocada al torso. Pero, en menos de un cuarto de hora, la Justiciera Escarlata demostraría por segunda vez cómo desarmar a un cuchillero: De un ágil y repentino movimiento, la bella y recia enmascarada se hizo a un lado cuando la hoja asesina estaba a escasos centímetros de su cuerpo. Al pasar -rozándola- la mano con el cuchillo por su costado derecho, la ruda y linda dama del antifaz escarlata le agarró con firmeza la muñeca al agresor, le clavó un violento rodillazo en el estómago a su sorprendido enemigo y -haciendo palanca contra el húmero de su atacante- haló con fuerza la muñeca hacia afuera, quebrándole el brazo. El hombre, que ya desfallecía ante el rudo rodillazo recién conectado por la gladiadora, despertó gritando del intenso dolor. El espectáculo que presenciaran los habitantes de la polvorienta población fue motivo de admiración y comentarios durante muchos años: Del tren blindado recién detenido en la estación -cuya locomotora aun encendida soltaba bocanadas de humo a cortos intervalos- descendió ágilmente una bellísima mujer enmascarada, de ceñida y entreabierta blusa roja sin mangas, ajustadísimos pantalones tejanos, cintura estrecha y revólver al cinto. Haló con fuerza la hermosa joven un mecate que sujetaba ella por un extremo, y del vagón fueron saliendo atropelladamente hasta siete hombres -sin duda matones y delincuentes-, todos ellos amarrados por las muñecas al mecate que asía y halaba la bella enmascarada. Los hombres mostraban todos claros signos de haber sido duramente castigados y golpeados: sangre en el rostro, dientes flojos, pómulos hinchados, ojos morados y ¡hasta un brazo quebrado!... La aventurera -joven y extremadamente bonita- en cambio lucía fresca como una lechuga. Orgullosa y altanera, moviendo sus deliciosas curvas bajo los apretadísimos pantalones "jeans", la admirable muchacha de antifaz arrastró a sus prisioneros por la calle real del pueblucho, para luego meter ella misma en la cárcel a los siete forajidos.