LA JUSTICIERA ESCARLATA 12 by lindareyes127@hotmail.com "¡Pobre charlatán!" La discusión parecía animada en el bar de un pequeño pueblo del Oeste mexicano. Eran cinco o seis hombres, quienes discutían sabrosamente sobre variados temas alrededor de una mesa, con el acompañamiento de una cerveza local o de un mezcal puro. La conversación llegó, inevitablemente, al tema de la seguridad personal en el condado y sus alrededores: - "Por cierto, yo diría que en el último año han disminuido los atracos a mano armada a diligencias y bancos, así como el cuatrerismo" asomó uno de los participantes del coloquio. - "Estoy plenamente de acuerdo contigo" terció otro. "Pero te aseguro que eso nada tiene que ver con la acción de las autoridades locales, ni tampoco de la Gobernación. Si a alguien hay que darle crédito en este asunto es a la Justiciera Escarlata!" - "¡Es verdad!" intervino un tercero. "¿No vieron cómo acabó ella sola, sin la ayuda de nadie -mucho menos de las autoridades-, con la banda de los Castro? Dicen que es una fiera peleando, sobre todo a puño limpio. Según dicen -y yo lo creo-, con sus puñetazos ha mandado al hospital a más de un desgraciado malhechor." - "Y ¿qué me dicen de su físico?" añadió otro de los presentes en la conversación. "Los que la han visto cuentan que es de una belleza impresionante. No sólo de cara, sino que tiene un cuerpo de diosa griega; y que lo luce orgullosa, usando ropa muy ajustada." - "Pues, quisiera verla. Pero estando de su lado, por supuesto" dijo uno de los que antes había hablado. "No me gustaría ser el blanco de uno de sus afamados puñetazos." - "Creo que exageran, muchachos" dijo en esto, en tono paternal, uno que tenía poco tiempo de haberse incorporado a la mesa. "Ni es ella tan bonita, ni pelea tan bien." - "¿Cómo lo sabes?" preguntó algo molesto uno de los que estaban sentados, conociendo la fama de charlatán de quien acababa de pronunciarse. "¿Acaso la has visto? ¿Sobre todo, la has visto pelear?" - "Pues no sólo la he visto; no sólo la he visto peleando" repuso quien antes hablara, el afamado charlatán. "Es que en una oportunidad me fajé con ella a golpes" sentenció el hombre -alto y bien parecido- con el tono de quien no lo ha dicho todo. - "¿Cómo fue eso? ¡Cuenta!" lo presionaron los otros llenos de curiosidad y expectativa, tal como él lo había buscado. "¿En verdad peleaste con la Justiciera Escarlata?!" - "Pues sí" se pavoneó el charlatán. "Y gané yo la pelea. La Justiciera pelea como un hombre, es verdad; pero no es nada especial. Les repito, es exagerado lo que de ella se cuenta, y lo digo por experiencia propia." - "¡Cuéntanos, pues!" insistió el grupo. "¿Cómo fue que le ganaste peleando a la Justiciera Escarlata?" - "Bueno, eso fue hace menos de un año, en un pequeño pueblo más al Norte. Nos encontrábamos unos amigos -precisamente como ahora nosotros- echándonos unos tragos y teníamos unas cuantas copas encima. Era temprano en la tarde, cuando en eso entró en el establecimiento la mismísima Justiciera Escarlata." Animado por la atención que se le prestaba, el charlatán continuó su relato: - "En verdad, ella no es tan bonita como ustedes creen y lo cuenta la leyenda. Pero sí es cierto que usa una ropa muy ceñida y provocadora. Justamente por eso, y por estar bastante pasado de tragos, uno de mis amigos le dirigió a la enmascarada unas palabras algo pesadas que a ella no le gustaron. E inmediatamente, sin considerar el estado de ebriedad de mi amigo -o el hecho de que su atrevida vestimenta lo hubiese provocado- la Justiciera lo retó a pelear. Mi amigo, que repito una vez más estaba bastante tomado, aceptó el reto -en parte por orgullo, pero también, estoy seguro, para así tocar las curvas de la mujer-. Dándose importancia, el hombre hizo un breve silencio, para luego continuar: - "Debo reconocer que la pelea no duró mucho. Es verdad, la enmascarada pega duro. Y con dos golpes lo tumbó al suelo, donde mi amigo cayó tendido; aunque yo diría que no tanto por los puñetazos recibidos como por la borrachera que cargaba encima, ja, ja... Pues a mí no me gustó para nada la actitud de la mujer del antifaz, de modo que me paré a reclamarle, olvidándome de su condición femenina. Pero ella envalentonada, se lanzó sobre mí -no queriendo discutir ni razonar- y yo me vi obligado a responder, mujer o no mujer. Así fue, pues, que nos fajamos. Golpes van y golpes vienen, pero -modestia aparte- los míos eran mucho más contundentes que los suyos y al cabo de pocos minutos la famosa Justiciera Escarlata estaba en retirada. Fue entonces cuando sacó el revólver, amenazándome; pero mis amigos intervinieron en el acto, protestando y protegiéndome, de modo que a la Justiciera no le quedó otro camino que salir con el rabo entre las......" Súbitamente, el hombre cortó en seco su relato. Todos sus compañeros de mesa, quienes hasta hace pocos instantes venían prestándole atención a sus "hazañas", quedaron congelados, como si viendo un fantasma a sus espaldas de él.... Y no era para menos: Detrás del charlatán se encontraba, nada más y nada menos que la propia Justiciera Escarlata!!! Al ver tan hermosa y escultural mujer enfrente suyo, los compañeros del charlatán entendieron que el hombre no era más que eso: ¡un charlatán! ¡¿Cómo que no es tan bonita?! ¡Si lo que tenían delante era una de las mujeres más bellas y mejor formadas que ninguno de ellos hubiera visto en su vida! Allí estaba la Justiciera, con los brazos cruzados y una sonrisa burlona en sus carnosos y sensuales labios escarlata. Sus exquisitas curvas se marcaban a la perfección bajo su ajustadísima ropa, blusa y pantalón. Lucía en efecto la muchacha unos muy ceñidos pantalones beige claros que simulaban una segunda piel, mostrándoles a los mortales de este mundo unas curvas espectaculares y unos muy acerados músculos. Los pantalones color beige hacían perfectamente juego con sus botas marrones de tacón alto -las que calzaba con grandes espuelas plateadas- y con su cinturón canana, también marrón, pleno de balas y del cual pendía a su diestra la pistolera del mismo cuero con el mortífero Colt 44. La blusa, de color rojo escarlata, la llevaba la Justiciera -como era su costumbre- exquisitamente ajustada al torso y provocadoramente entreabierta, de modo de mostrar un atrevido y hermosísimo entreseno, con los dos pezones erectos casi perforando la tela de la fina blusa roja. De mangas largas, la muchacha sin embargo las tenía arremangadas hasta lo alto del brazo -por el calor, quizás-, casi hasta los hombros, luciendo sus duros y bronceados bíceps. Éstos, aunque jamás como los exageradamente abultados de los fisioculturistas modernos, pregonaban a quien los contemplara que no eran ellos de juguete. La Justiciera llevaba puesto un sombrero de alas anchas, también de color marrón -pero más bien claro- bajo el cual caía como en cascada su largo y ondulado pelo azabache, desparramándose sobre sus hombros y espalda hasta casi tocar su muy estrecha cintura y su trasero de leyenda. Sus labios, ya se dijo, lucían sensuales y escarlata, insinuando una sonrisa de burla. El temible antifaz rojo, amenazador, estaba también allí, tapando la mitad superior de su cara de muñeca. Dos grandes aros de plata la hacían aún más bella. Allí estaba, pues, detrás del charlatán, la legendaria Justiciera Escarlata, cruzados sus acerados brazos y sus esculturales piernas entreabiertas. Cuando el hombre se volteó y la vio, un escalofrío electrizante cruzó su médula espinal: No era ella una aparición fantasmagórica, no; para su desgracia, se trataba de una imagen real, muy real. La enmascarada ni se movió, esperando el próximo movimiento del charlatán. Este, sin siquiera pensarlo y arrancando como un relámpago, se incorporó tumbando la silla donde estaba sentado, y en menos de dos segundos estaba atravesando las puertas batientes del bar del pueblo. Pero con reflejos y agilidad de pantera, la chica del antifaz se lanzó como un bólido tras del cobarde. No obstante su mediana estatura, -en este caso, bastante más pequeña que su presa- la Justiciera Escarlata era una velocísima corredora. Por tal razón fue del todo inevitable que vieran lo que vieron los curiosos del bar que se asomaron a sus puertas, luego de la salida de la curvilínea aventurera: La linda muchacha traía casi arrastrándose - asiéndolo por el cuello de la camisa- al hombre que hacía escasos minutos se pavoneaba a su costa. El charlatán sangraba por la boca -señal de algún castigo por parte de la del antifaz- y tenía los pantalones mojados en la entrepierna -señal a su vez de algo más vergonzoso-. En medio de la polvorienta calle principal del pueblo, justo frente a la entrada del bar, la recia y bella mujer se detuvo -siempre manteniendo agarrado al hombre por el cuello de la camisa, fácilmente y como si se tratara de un pelele- y dijo, más bien ordenó, con voz fuerte y clara y mostrando la diestra, la mano del revólver.: - "¡Amárrenme atrás esta mano!" Los que allí estaban aglomerados -tratábase sobre todo de hombres, la mayoría de los cuales había salido del bar a ver el desenlace- quedaron quietos, no entendiendo bien lo que buscaba la bella enmascarada. - "¿No quieren ver a este hombre dándome una zurra?" presionó entonces la Justiciera segura de sí misma, mientras zarandeaba al charlatán con su fuerte mano y brazo izquierdos. "¡Busque alguien una soga y amárrenme la mano!" Un joven muchacho que se encontraba presente fue el encargado de hacer cumplir la orden de la escultural y altanera mujer enmascarada. Se separó del grupo y a los pocos instantes se apareció con una cuerda de cuero, tomada quizás de algún caballo. La cercanía palpable de la bellísima y legendaria Justiciera Escarlata impactaron al joven de tal manera que no olvidaría esa escena por el resto de su vida. Entonces, varios hombres se acercaron discretamente a la muchacha. Ella colocó tranquila su mano derecha detrás suyo, a nivel de cintura, y ellos se la amarraron firmemente a su cinturón, tal como ella pedía. Acto seguido, y para sorpresa de todos, incluso del charlatán, la recia y monumental mujer del antifaz hizo otra exigencia, intrépida y retadora, a la vez que soltaba a aquél y distanciándose unos pasos, se le paraba enfrente: - "¡Denle un cuchillo!" exigió la enmascarada, señalando al hombre que tenía al frente. Ante tal audacia por parte de la chica, del grupo que los rodeaba a ella y a su prisionero surgió un murmullo de admiración e incredulidad. ¡Enfrentarse ella con una sola mano -la zurda, para más colmo- a un hombre armado de cuchillo! Y lo que seguramente no sabía la bella joven, este hombre -quien hacía pocos minutos se había comportado como un cobarde, ante la perspectiva de una pelea a puñetazos con la Justiciera- este hombre era sin embargo un profesional, experto en armas blancas, daga y cuchillo incluidos. Así que el hombre, hasta hace poco cobarde y charlatán, fue superando el pánico reciente a ritmo acelerado, reponiendo la confianza en sí mismo y llenándose de sed de venganza por la humillación a que lo sometiera la monumental mujer que frente suyo se encontraba. La Justiciera Escarlata repitió con voz más severa la exigencia de que su contrincante fuera armado de un cuchillo. Ansioso por no impacientar a la curvilínea enmascarada, o deseoso de verla en plena acción, uno de los del grupo aventó su daga -un arma pesada con cacha de plata- al recién humillado. Este la atajó por el mango con habilidad y maestría, y de inmediato se enfrentó -cuchillo en la diestra- a la hermosa aventurera, al tiempo que en sus labios finos y secos se iba formando una sonrisa vengadora. Allí pues, en la polvorienta calle principal del pueblo, rodeados de mujeres y hombres curiosos y ávidos de acción, se encontraban frente a frente ambos contrincantes, piernas abiertas, rodillas ligeramente flexionadas y mirándose fijamente: De un lado, un profesional del cuchillo, alto y de buen físico, asiendo con soltura y seguridad la mortífera y afilada arma en su mano derecha. Del otro lado, de menor estatura, la valiente y curvilínea Justiciera Escarlata, su brazo derecho firmemente atado a su espalda y sin arma alguna en la mano izquierda. A todas luces una pelea desigual...; pero ¿para quién? El del cuchillo pensó sin duda que la ventaja estaba de su lado, y esta convicción -junto a la enorme humillación recién recibida- lo impulsaron de pronto al ataque en un movimiento sorpresivo. Fue un ataque rápido, violento. El cuchillero lanzó una estocada en arco, directa al estómago de la chica del antifaz... pero se trataba de una astuta y bien lograda finta, sólo ejecutable por un profesional: A mitad de camino, el cuchillo cambió de rumbo; como impulsada por un rayo, el arma agresora se desvió levemente hacia arriba, buscando ahora el costado izquierdo de la enmascarada. El hombre -antes cobarde charlatán, ahora cuchillero vengador- casi sentía gozoso cómo la afilada hoja penetraba en el cuerpo caliente de su odiada enemiga. Casi lo sentía, pero no llegó a sentir el contacto de su cuchillo con la femenina carne... Lo que sintió fue otra cosa, totalmente distinta. Sintió un fortísimo y doloroso apretón en su muñeca -la del cuchillo-, un retorcimiento del brazo, seco y contundente, y un cañonazo demoledor en la boca del estómago. En efecto, no dejándose engañar por la finta, la Justiciera Escarlata esperó hasta el último momento y, con mucha precisión y mano de hierro, agarró con la zurda la muñeca agresora de su atacante, parando en seco la estocada; luego, sin solución de continuidad, la bella y aguerrida peleadora pasó en un movimiento vertiginoso bajo el brazo derecho del contrincante, y torciéndoselo dolorosamente se puso a su lado, siempre manteniendo férreamente agarrada su muñeca y obligando al hombre a soltar el cuchillo; finalmente, apoyándose en su pierna izquierda, la temeraria y curvilínea gladiadora clavó con fuerza su rodilla derecha en el estómago del agresor, sacándole el aire que tenía en el cuerpo. El cuchillero cayó fulminado y desarmado, y ya en el suelo, en posición fetal, comenzó a gemir y temblar espasmódicamente. En impactante contraste y de pie sobre su derrotado enemigo, jadeando levemente, la Justiciera Escarlata -no habiendo perdido el sombrero en la pelea- lucía hermosamente altiva, sensual y retadora, sus pechos erectos con ganas de reventar la ajustada y entreabierta blusa roja. Los presentes no acababan de salir de su asombro, aun hechizados por la admiración de lo que venían de presenciar, y ya la atrevida y monumental hembra había recogido del suelo con la zurda el cuchillo con el cual la atacaran, y había cortado las ataduras que le mantenían su brazo derecho inmovilizado. Entonces, y como para que nadie tuviera duda de sus enormes y múltiples habilidades de guerrera, la del antifaz lanzó el puñal (¡con la mano izquierda!) con fuerza y precisión contra el portón de una caballeriza, a unos treinta metros de distancia. La lanzada fue excelente, potente y exacta, y produjo en los que allí estaban un murmullo de aprobación y reforzada admiración que provocó una leve sonrisa de auto-satisfacción en los carnosos y apetecibles labios de la bella y ruda justiciera. El charlatán continuaba gimiendo y temblando en el suelo. La guapa muchacha lo levantó del piso con sus dos fuertes brazos. La admiración seguía en aumento entre los presentes al ver todos cómo se le henchían los bíceps a la escultural enmascarada, bronceados y acerados. ¡Jamás habían visto, ninguno de ellos, una mujer tan hermosa y recia! ¡Definitivamente no era cuento lo que se contaba de la Justiciera Escarlata! ¡Qué requetemal quedaba el charlatán! - "¡Deja de llorar como una nena!" se dirigió al hombre la dura y curvilínea gladiadora. Ella lo tenía agarrado con ambas manos por la pechera, su mirada severa apuntando levemente hacia arriba, debido a la mayor estatura de su presa. Continuó la implacable aventurera: - "¿Por qué no nos cuentas otra vez cómo fue que venciste, con tus puños hace unos meses, a la Justiciera Escarlata?" Sollozando abiertamente y asido casi en vilo por la valiente mujer, el ex-cuchillero negó en silencio con la cabeza. La muchacha insistió, zarandeándolo rudamente con sus acerados brazos: - "¡¡Vamos!! ¡Estamos ansiosos de oírte!" Y el hombre, muerto de miedo, balbuceó: - "No...Por favor, Justiciera. Todo fue un invento mío." - "¿Conque invento tuyo, eh?" preguntó burlona la del antifaz. Y halándolo por la pechera, acercándoselo a sí, le ordenó al miedoso: "¡Pues diles a todos aquí lo que tú piensas de la Justiciera Escarlata!...¡Y en voz alta, sin llorar!" Sabiendo lo que le esperaba si continuaba gimiendo, el charlatán hizo un verdadero esfuerzo para dejar de sollozar, y finalmente logró decir en voz clara y alta, aunque quebrada: - "La Justiciera Escarlata es muy valiente, la más valiente. Es muy fuerte y muy, pero muy bonita." El hombre pensaba continuar con sus alabanzas, pero para la enmascarada ya era suficiente. Y ya aquél estaba abriendo la boca para declarar con convicción lo bien que peleaba la Justiciera y lo duro que pegaba, cuando ella con un movimiento sorpresivamente rápido y efectivo le clavó un sólido "uppercut" en la mitad del estómago. De la boca del charlatán no salieron, pues, palabras; fue más bien la lengua la que el hombre "vomitó" producto del rudo golpe, al tiempo que caía inconsciente a tierra. La recia y escultural dama del antifaz respiró hondo, sus firmes pechos haciendo volar esta vez los escasos botones de su fina y atrevidamente entreabierta blusa roja. Miró altanera alrededor suyo, como buscando pelea. Pero nadie habló. Asombrados todos, algunos bajaron la mirada, mientras que otros le ofrecieron a la bella guerrera una tímida y estúpida sonrisa. Con semblante serio, la muchacha se abrió paso entre los que la rodeaban -sería más acertado decir, le abrieron paso-. Se dirigió a su caballo, y con un salto atlético -apoyándose en la grupa- cayó hábilmente sobre la silla de montar. Luego partió en un trote elegante, mientras la admiración se apoderaba del pequeño pueblo.