LA JUSTICIERA ESCARLATA 8 lindareyes127@hotmail.com "¡Es sólo una mujer!"..."Sí, ¡¡pero qué mujer!!" Estaba amaneciendo cuando la Justiciera Escarlata se levantó. Hacía frío, pero pronto entró en calor la bella mujer al ritmo de sus exigentes ejercicios matutinos; su monumental cuerpo se movía ágil y diestramente, mostrando unos músculos muy fuertes y sólidos, los cuales -hay que decirlo- no le restaban ni un grano de feminidad a sus esculturales curvas. Esa mañana puso la intrépida y hermosa gladiadora especial atención y esfuerzo en sus ejercicios, pues pronto partiría en misión que sabía peligrosa: Tenía que "persuadir" -seguramente por la fuerza- a un poderoso hacendado de la región a que pusiera fin a sus abusos y atropellos contra los propietarios de la hacienda vecina a la suya, los cuales -para desgracia del abusador- eran amigos de la Justiciera y habíanle solicitado su ayuda en este asunto. Ante lo cual, la guapa muchacha había decidido -sin una pizca de vacilación- hacerle esa mañana una "visita personal" al hacendado en su propia casa. Una vez terminados los ejercicios, la escultural hembra se bañó y vistió lentamente: Una blusa escarlata de manga larga, entreabierta hasta la mitad del torso, ceñía deliciosamete a éste y dejaba entrever sus magníficos pechos, firmes y erectos sin necesidad de "brassiere"; unos pantalones beige, sumamente ajustados, marcaban nítidamente sus deliciosos muslos, su trasero redondo y perfecto, sus amplias caderas y su cintura estrecha, ésta última ceñida con un cinturón de cuero negro y plateada hebilla. La bellísima vengadora se calzó sus botas marrones de tacón alto y cuero fino, las grandes espuelas plateadas ya acopladas a ellas; de un ágil movimiento se ajustó diestramente el cinturón canana alrededor de sus monumentales caderas y amarró a su muslo derecho la pistolera con el Colt 44. Se puso luego un coqueto chalequito de cuero de ante, bastante corto y abierto adelante, y adornado con flecos del mismo material, haciendo maravilloso juego con sus ceñidísimos pantalones beige. Peinó con dedicación su larga y ondulada cabellera negra, la cual dejó suelta y cayendo abundante sobre sus hombros y nuca; luego se maquilló, exquisitamente y con esmero, resaltando aún más la inigualable belleza de su cara y pintando sus sensuales labios color de fuego. Por último, se puso la hermosa y audaz justiciera el temible antifaz escarlata, así como un sombrero beige de alas anchas redondeadas y con vértice hacia adelante, la copa adornada por una cinta roja con medallas plateadas. La brava muchacha ensilló con seguridad su brioso alazán y -antes de montarlo- chequeó que el revólver y la carabina estuviesen bien cargados y ejercitó con el Colt unos cuantos "saques", quedando ella misma impresionada y satisfecha con su endiablada velocidad. Montóse ágilmente sobre el caballo y con un ligero trote se encaminó serena a enfentarse con el enemigo de sus amigos ("El enemigo de mi amigo es mi enemigo", pensó ella). La travesía le llevó unas dos horas, pues la hacienda quedaba a cierta distancia. Aun de mañana, arribó a sus cercanías y desmontó en un sitio sombreado por donde corría un arroyo. Le dio de beber a su montura y ella misma bebió del agua cristalina; caminó un poco para estirar sus músculos, volvió a practicar el "saque" y respiró profundamente. Palpó el cinturón canana, tanto para chequear su munición como para extraer el lápiz labial, al que portaba siempre junto a sus balas; se pasó el "rouge" tranquilamente por su boca, lo volvió a guardar en su sitio, se bajó un poco la punta del sombrero y saltó con decisión y suma destreza sobre su corcel. A todo galope, descendió por una extensa colina, divisando al poco tiempo la entrada de la hacienda; ávida de acción, la aguerrida enmascarada apretó la carrera. Le faltaría medio kilómetro para llegar al pórtico, cuando -sin previo aviso- le pasaron silbando muy cerca dos tiros amenazadores: Provenían de dos armas diferentes y sin duda sus dueños pensaron que amedrantarían a la hermosa amazona que se aproximaba y que ésta se devolvería, o al menos se detendría. Pero la Justiciera Escarlata no reculaba tan fácilmente. Por el contrario, su reacción ante los disparos fue la de seguir decididamente hacia adelante, haciendo gala de su habitual coraje. Los dos guardias se preparaban a disparar de nuevo, afinando mejor la puntería para no fallar esta vez; pero -y ello fue cuestión de escasos segundos- la bella joven se los impidió: Desenfundado en un instante la carabina con la izquierda, la valiente y monumental muchacha espoleó su caballo, apuntó a todo galope con ambas manos y -antes de que los "defensores" de la hacienda pudieran disparar su segunda descarga- con inigualable pulso y puntería ella disparó dos veces su carabina, clavándoles en el pecho sendas balas mortíferas a quienes habían pretendido "despacharla". Sin otro obstáculo, la recia aventurera franqueó la entrada de la hacienda, para inmediatamente amainar un poco el galope, enfundar el rifle y agarrar las riendas con la mano izquierda, de manera de dejar la derecha presta a empuñar el Colt. Pronto, ya trotando, la muchacha llegó a un claro, al fondo del cual estaba la casa de la hacienda. Al frente de la misma se encontraba una decena de hombres, algunos demostrando curiosidad, y otros inquietud, ante los disparos recién escuchados y la llegada de la escultural enmascarada. La intrépida mujer desmontó serenamente a unos veinte metros de los hombres, amarró su alazán a un tronco y con un ondulear felino -aunque discreto- se dirigió a ellos. -"¿Quién entre ustedes es el dueño de la hacienda?", preguntó con pie de plomo la hermosísima joven, quien lucía imponente con esos apretadísimos pantalones beige, el cinturón canana con su Colt cacha de nácar, la ceñida blusa roja entreabierta -bajo la que jadeaban unos senos firmes y altivos-, el chalequito coqueto y femenino, los labios y el antifaz escarlata, el sombrero de alas anchas coronado con cinta roja y medallas plateadas. Hubo un breve silencio, producido por la admiración de los hombres ante el valor personal de esa mujer, quien osaba -ella sola- adentrarse en su territorio. El silencio lo rompió quien parecía ser efectivamente el dueño, un gordo alto y malencarado con chaqueta de cuero negro, el cual -sospechando el motivo de la visita de la Justiciera- se dirigió a dos de sus compinches: -"¡Saquen de aquí a esa ramera!", díjoles con desprecio. Ante lo cual los dos hombres, matones sin duda alguna, se dirigieron poco a poco hacia donde se encontraba la hermosa y aplomada aventurera. Los dos matones se le acercaron con cautela, pues conocían la fama de la Justiciera Escarlata; pero en ningún momento les pasó por sus mentes que en pocos minutos recibirían de ella tan severa y humillante paliza. En efecto: El más alto de los hombres se adelantó y le lanzó un "jab" a la linda cara de la muchacha. Pero -con los reflejos y la destreza de una boxeadora consumada- ella lo desvió y, agachándose ágilmente, la recia gladiadora esquivó el segundo golpe del vaquero, también disparado a su cara con diferencia de segundos. Sin perder tiempo, la ruda mujer del antifaz respondió asestándole a su atacante -con su férreo brazo izquierdo- un durísimo puñetazo al hígado que lo dejó sin fuerzas; y preparábase la bellísima vengadora a rematarlo de un derechazo, cuando recibió de su segundo contrincante un golpe en plena cara. La guapísima enmascarada sintió que se le iba el piso bajo los pies y trastabilló hacia atrás unos pasos. Pero, antes que amilanarse, la dura y monumental aventurera reaccionó con violencia inusitada: Recobrando sus fuerzas, se "cuadró" y se plantó firme con las piernas entreabiertas ante su nuevo atacante; y, luego de parar con mucha habilidad un "jab" del hombre dirigido a su rostro, conectó ella dos recios puños al mentón del otro -un "gancho" de derecha y uno de izquierda-, para fulminarlo en seguida con un "upper" a la quijada. El más alto de los matones se había recuperado a medias del sólido puñetazo al hígado propinado por la brava justiciera. Y, precisamente para evitar sus temibles puños, el hombre decidió lanzarse sobre ella, derribándola y rodando los dos por tierra ante la mirada de los vaqueros, mirada que reflejaba a la vez estupefacción y alivio: estupefacción, por la rapidez y dureza de los puñetazos de la joven enmascarada; alivio, pues su compañero era fuerte y buen luchador, de modo que pensaban ver pronto rendida y contra el suelo a la hermosa mujer del antifaz. Pero no fue así, y por dos razones: En primer lugar, la Justiciera era mucho más fuerte de lo que delataban sus esculturales curvas y su carita de muñeca, con una potencia en los músculos de sus brazos y piernas que muchísimos hombres envidiarían; en segundo lugar, la lindísima y monumental hembra era experta en todas las formas de combate, incluyendo la lucha libre. De modo que, tras algunos minutos de forcejeo en que la intrépida gladiadora iba afianzando su posición -y durante los cuales, por cierto, perdió el sombrero-, ella logró colocarse tras su enemigo y aplicarle una férrea "doble-nelson". No obstante su altura y de ser más fornido que ella, fueron vanos los esfuerzos del hombre por zafarse: los brazos de la muchacha parecían de acero. La implacable vengadora se paró poco a poco, alzando a su víctima consigo; luego, dominando por completo a su contrincante -quien en ocasiones se batía como pez arponeado, tratando infructosamente de escapar-, la hermosa y recia aventurera lo condujo a un charco cercano, lo obligó a agacharse, y -siempre aplicándole la acerada "llave" y montada sobre él "a caballo"- le introdujo la cara en el pantano, manteniéndosela sumergida por casi un minuto. Los hombres, quienes no habían intervenido con la esperanza de que su amigo se librara de los brazos de la ruda chica, reaccionaron finalmente al verlo impotente pataleando y - pensaron ellos- siendo ahogado por la guapa enmascarada. Y fueron tres los que se lanzaron sobre ella, dándole a la muchacha apenas tiempo de incorporarse, alejarse del charco con un ágil salto atrás y prepararse para continuar repartiendo puñetazos. Repartir puños y golpes, especialidad de la Justiciera Escarlata. Veamos: La muchacha esquiva con agilidad un derechazo del primero de los tres en atacarla y responde con un recio rodillazo al estómago del agresor, seguido de un "jab" de izquierda que explota con fuerza en la cara del hombre, aniquilándolo en el acto. En eso siente que otro de los matones trata de inmovilizarla por atrás, rodeándola con sus brazos; pero -con un bruzco movimiento- ella se suelta, mientras le clava un codazo con la derecha -apoyado por la mano izquierda- en pleno plexo solar del hombre. Ya tiene la ruda enmascarada al tercer atacante encima; le propina una patada en los genitales, logrando mantenerlo a raya por los momentos. Quien la atacara por detrás vuelve a embestir, y ella se le enfrenta con valentía y firmeza: La hermosa justiciera para los golpes con admirable destreza, los esquiva y responde a su vez con eficaces puñetazos que sí llegan a su destino. Reculando ante tan duros puños, el hombre logra sin embargo lanzarle un fuerte derechazo a su recia contrincante; ésta lo esquiva una vez más tirándose con rapidez a la derecha, a la vez que se agacha doblando la rodilla del mismo lado, estirando su otra pierna y "armando" su fuerte brazo izquierdo. Pero, antes de terminar el movimiento defensivo, recibe la atrevida joven un golpe en la cabeza proveniente del otro atacante, a quien ella pateara hace unos momentos. Esto la confunde por breves instantes; mas no se detiene, cambiando sólo el objetivo de su puño izquierdo. Con fuerza y coraje, éste sale disparado contra la boca del estómago de quien la acababa de golpear; el potente izquierdazo "quiebra" al hombre y ella continúa el contrataque -afincándose en su pierna derecha, ahora flexionada- con un recio "upper-cut" a la quijada, que levanta del suelo a su enemigo para dejarlo K.O. El otro vaquero ha aprovechado esta refriega para lanzarse una vez más sobre la ruda muchacha. Esta retrocede unos pasos, parando todos y cada uno de los golpes. Entonces ella se planta y a partir de allí será la guapa mujer del antifaz quien lance y pegue todos los puñetazos: un sólido "gancho" a la cara del hombre, un duro "jab", también a la cara, un macizo "upper" de derecha que explota en el estómago de su ya indefenso enemigo, doblándolo; y -para terminar- otro "jab" al ensangrentado rostro, seguido de un demoledor "gancho" de izquierda que retumba como un cañonazo. Pero le siguen apareciendo contrincantes a la Justiciera: Viendo cómo la dura y escultural enmascarada somete a sus compinches a puñetazo limpio, un guardaespaldas -que aun no ha intervenido en la pelea y es de los pocos que quedan de pie- decide enfrentarse él también con la hermosa gladiadora. Temiéndole mucho a los puños demoledores de la muchacha, el hombre se lanza sobre ella, arrastrándola al suelo e intentando asirle los brazos. Pero es más bien ella quien lo agarra a él -manteniéndolo a cierta distancia-, de modo que cuando ambos tocan tierra, ella de espaldas al suelo, la bellísima e invencible aventurera ha flexionado sus piernas y colocado sus botas en el vientre de su enemigo, para acto seguido y en un movimiento continuo - afincándose en hombros y manos-, catapultar al hombre por los aires a varios metros de distancia. Aprovechando este impulso, la hermosa y recia mujer se incorpora rápidamente, al tiempo que el guardaespaldas muerde el suelo. Mientras ella se le acerca lentamente - onduleando sus tremendas curvas, intrépidamente forradas por los ceñidos pantalones beige- el hombre se para dubitativo. Sólo tiene dos alternativas: o huye cobardemente, o se faja con la chica a puño limpio, que es lo que había querido evitar desde un principio. Se decide por lo último y le lanza un golpe a su bella enemiga; ésta lo para fácilmente y con seguridad, habiéndose "calentado" con los cinco adversarios que ahora yacen en el suelo. Como burlándose de él, la hermosa y dura enmascarada no contrataca, aunque sigue avanzando. El matón tira otro golpe a la cara de la chica; ella lo desvía con igual facilidad, limitándose luego a esbozar una leve sonrisa en sus rojos y apetitosos labios. El hombre, desesperado, lanza un tercer puñetazo al bello rostro enmascarado; pero el golpe se extravía en el vacío -y su autor casi se cae, perdiendo el equilibrio- pues la aventurera lo esquiva limpiamente, doblando la cintura con agilidad hacia atrás. Al guardaespaldas lo invade el pánico, da media vuelta e intenta correr. Se lo impide la mujer del antifaz, quien con una zancadilla le hace morder el polvo una vez más. El fugitivo trata de pararse, pero no lo logra: se lo impiden dos secos y duros puños -macizos, sólidos, precisos, dolorosos e implacables- que lo lanzan en un foso negro y sin fondo... La Justiciera Escarlata tenía sobrada razón para respirar satisfecha: Acababa de doblegar a seis hombres -que no eran precisamente señoritos de la ciudad, sino matones a sueldo-, ella sola con sus recios puños. Bajo un silencio total, en el que sólo se escuchaban sus espuelas al caminar, se dirigió la guapa muchacha hacia donde estaba su sombrero; lo recogió, le quitó el polvo y se lo colocó en la cabeza, atándolo con el cordón rojo y blanco. Seguidamente -y volteándose desafiante hacia el hacendado y los dos hombres que aun le quedaban- la bellísima gladiadora sacó el lapiz labial con la izquierda y se pintó una vez más su deliciosa boca, en un gesto que -para quienes la conocían bien- revelaba más bien ganas de seguir peleando que pura coquetería, aunque ésta no faltare. Entonces se dirigió al dueño de la hacienda, quien flanqueado por sus dos últimos guardaespaldas, la miraba asustado. La ruda y bella hembra se les acercaba despacio, segura y monumental, con el esfuerzo y el sudor resaltando aun más su cuerpazo escultural bajo su muy ceñida vestimenta. Uno de los hombres, a la diestra del hacendado, equivocadamente pensó que podría medirse a tiros con la hermosa y dura chica, ya que a golpes ni pensarlo. Con la velocidad propia del pistolero que era, desenfundó el revólver y comenzó a apuntar para disparar. No le fue posible: sintió un mordisco ardiente en el brazo derecho que le hizo soltar el arma y fue sólo luego que escuchó la detonación, una sola; la que, obviamente, no provenía de su revólver, sino del de la guapa enmascarada. Allí estaba ella, serena y atenta a cualquier movimiento falso, con el revólver humeante aun en la diestra. La muchacha "encueró" tranquila y continuó acercándose al hacendado. Lleno de miedo, éste retrocedió, hasta tropezar con la escalera de madera que conducía a la terraza de la casa y caer ridículamente de trasero. La implacable y hermosísima mujer del antifaz llegó hasta él, lo tomó por la chaqueta y -no obstante el peso del hombre- lo levantó con facilidad, quedando impresionados los dos guarda-espaldas al notar cómo se tensaban y crecían los sólidos y acerados bíceps de la chica bajo la ajustada blusa escarlata. -"Ya ves que fue una tontería oponerme resistencia", le dijo la bella y aguerrida justiciera. -"He venido a advertirte, una sola vez, que dejes en paz a mis amigos. Me imagino que sabes de quién se trata y, si no, averígualo. Has podido ver que soy mujer de pocas palabras pero de mucha acción; de modo que más te vale hacer lo que te digo." Temblando de miedo, el hacendado apenas balbuceó: -"Lo que tú ordenes, Justiciera. Contigo sí es verdad que no se juega." Con eso, la brava aventurera soltó al hombre, quien -lívido- cayó otra vez pesadamente sobre los escalones. Sin voltearse a mirar a los dos guardaespaldas y -retadora- dándoles la espalda, la recia y linda muchacha se dirigió a su montura. Había caminado apenas unos ocho pasos, cuando algo -un crujir de la madera detrás suyo, un gesto avisor de su caballo o, simplemente, su sexto sentido- la hizo voltearse como un rayo. Y justo a tiempo, pues el último de los matones en quedar en pie ya había "sacado", la apuntaba y estaba apretando el gatillo. Los reflejos de la Justiciera no pudieron ser mejores: el Colt apareció en su mano como por arte de magia, al tiempo que se agachaba echando una rodilla en tierra; sintió cómo una bala le rozaba su cabellera y, no teniendo tiempo para precisar la puntería, disparó dos tiros al pecho del hombre. Las dos balas -mortíferas ésta vez- dieron en el blanco, apareciendo sendas manchas rojas en la camisa del cobarde. Estuvo la bella hembra tentada de matar también al dueño de la hacienda, tanto lo despreciaba; pero se contuvo, pensando que ya lo había humillado bastante, habiendo destrozado ella sola -una mujer- a su guardia pretoriana. La monumental y valiente enmascarada se paró lentamente, el revólver presto a seguir vomitando fuego; con la mano izquierda se quitó el polvo de los ajustados pantalones y caminó atentamente hacia su corcel, no perdiendo de vista a ninguno de los hombres. Montó con gallardía y partió cabalgando, no pudiendo evitar esgrimir una sonrisa al ver impotentes en el suelo al puñado de matones que habían pretendido detenerla.