LA JUSTICIERA ESCARLATA 5 lindareyes127@hotmail.com El que se meta con la Justiciera, ¡que sufra las consecuencias! "Una hermosa y valiente aventurera" Regresaba la Justiciera Escarlata de un largo viaje -luego de una misión tan agotadora como peligrosa- cuando la bella mujer divisó al pueblucho. Nunca antes había estado en él, aunque había escuchado que era albergue de gente ruda y refugio de forajidos. Sin considerarlo mucho, decidió entrar en él y hacer una breve pausa en su larga travesía. No dejaba de ser una provocación de su parte el entrar al pueblo sola: Por un lado, su vestimenta era tal que inevitablemente llamaba la atención de todos -justos y pecadores- con esos muy ajustados pantalones, su antifaz rojo escarlata, el revólver cacha de nácar - pendiendo diestramente del elegante cinturón canana-, sus finas botas del mismo cuero que el cinturón y la pistolera, y sus grandes y llamativas espuelas; pero además, era seguro que más de uno de los que en el pueblo se encontrasen tendrían cuentas que saldar con ella, habiendo conocido alguna vez en el pasado su furia justiciera. Ahora, era evidente que la hermosa enmascarada no se asustaba fácilmente; antes bien, estaba siempre presta a carearse con el peligro y la aventura. Además, tenía mucha sed, por lo que una vez entrado al pueblo la valiente y curvilínea joven dirigió su caballo directo al bar, a tiempo que se llevaba el lapiz labial a su linda boca, pintándosela de rojo vivo de manera inconsciente aunque cuidadosa. Estaba cayendo el crepúsculo cuando la indomable y monumental hembra desmontó de su brioso alazán. Lo amarró a la baranda, para acto seguido atravesar las puertas batientes que servían de entrada al bar. Este estaba bien iluminado, de modo que todos pudieron apreciar la sin igual belleza de la intrépida aventurera: Llevaba puestos unos ceñidísimos pantalones negros -algo polvorientos por la travesía- unidos a una también ajustada blusa escarlata por un cinturón de cuero negro que ceñía deliciosamente su estrecha cintura. La blusa era cerrada al cuello, con lazo en forma de flor y contra ella se marcaban perfectamente unos pechos firmes y hermosos que culminaban en retadores pezones. Llevaba el largo pelo negro medio recogido, de modo de mostrar unos grandes aros de plata colgados de sus orejas; sobre su cabeza, un sombrero negro de alas cortas, firmemente asido a su barbilla con un cordón blanco y rojo. Como dijimos, acababa de pintarse los labios, combinándolos exquisitamente con el antifaz escarlata. La forma como llevaba el cinturón canana y la pistolera atestiguaba de su buen manejo del revólver. Sin hacer caso de las miradas que caían sobre ella, la Justiciera se acercó al mostrador, pidió una cerveza y se la tomó de una empinada; luego una segunda, que se tomó en dos tragos, y una tercera, que ya saboreaba más tranquilamente. A todas estas, en una de las mesas cinco hombres habían dejado de jugar a los dados. Eran hombres malencarados, muy probablemente una banda de asaltantes. Algunos de ellos habían oído de las hazañas de la Justiciera Escarlata, a quien reconocieron de inmediato; pero no terminaban de convencerse de que esa mujer, a quien ahora tenían al frente, fuera tan temible como decían. Además, ellos sabían pelear, se sentían en su casa y -como si fuera poco- eran cinco contra una. De modo que, siguiendo a quien parecía ser el jefe -un gordo tosco y fornido, con cara de pocos amigos- los maleantes se levantaron lentamente de su mesa y se fueron acercando a la guapa enmascarada. Al sentirlos, ésta se volteó serenamente, dándoles la cara; quedó de espaldas contra el mostrador, con los dos brazos extendidos sobre el mismo. Provocadora, quebró su cintura, con lo cual sus voluptuosas curvas marcáronse aún mejor bajo los apretadísimos pantalones negros: unas caderas perfectas coronaban sus bellísimos y fuertes muslos; los pechos erectos se inflaron y casi reventaban la ceñida blusa. En su mano izquierda, empuñaba la hermosa aventurera la jarra de cerveza a medio tomar; su mano derecha estaba presta a empuñar el revólver, si fuese menester. Una vez frente a la audaz y bella justiciera, el jefe -gordo y fornido- más que hablar escupió: -"Aquí no nos gustan las mujeres vestidas de hombre... y mucho menos si llevan antifaz." A lo que respondió la brava mujer: -"Pues intenten quitármelo", e inmediatamente comenzó a dar una demostración de lo que ella era capaz: Primero, golpeó y bañó de cerveza con la jarra de vidrio al hombre que tenía a su derecha, a la vez que -agachándose ligeramente- "armaba" su potente brazo derecho; acto seguido y con destreza, desvió con la izquierda un golpe proveniente de ese lado, para asestar con su derecha un demoledor puñetazo a la cara del atacante, noqueándolo al instante. De inmediato, la recia enmascarada dio media vuelta y se enfrentó con el jefe, sin darle oportunidad de actuar: Muy hábilmente, lo tomó de un brazo, doblándoselo tras de la espalda y manteniéndolo allí con su mano derecha; seguidamente, con su pierna izquierda, la ruda vengadora propinó un violento rodillazo al estómago del hombre, obligándolo a doblarse adolorido, para luego -con la mano que tenía libre- agarrarlo por la nuca con un férreo y doloroso apretón y conducirlo a una mesa cercana, donde a un comensal le habían servido crema de espinacas. Bajo la admiración de los que observaban la desigual pelea, la brava e intrépida muchacha -manteniéndole siempre el brazo doblado a la espalda- le empujó al gordo la cara en la sopa, aguantándosela adentro. En eso, se lanzó rabioso sobre ella quien ya había recibido de manos de la recia justiciera un "bautizo" de cerveza. Ambos -hombre y mujer- rodaron por el suelo; pero fue ella quien demostró sin ambajes ser la mejor luchadora. En efecto, en menos de un minuto, la ruda gladiadora tenía al hombre completamente dominado, tirado con las espaldas al suelo y con ella encima de él -sin haber perdido el sombrero- inmovilizándole los dos brazos con sus bellas y atléticas piernas. Dos puños, rápidos y macizos, por parte de la escultural aventurera pusieron al hombre K.O. Enseguida, la valiente e intrépida enmascarada dio un ágil salto hacia atrás, para encararse de nuevo con el "jefe", quien -empatucado de sopa- como una tromba se precipitaba sobre ella: El hombre le lanzó a la hermosa y corajuda chica un "jab" de derecha, un "gancho" de izquierda, otro "gancho" de derecha. Pero, demostrando ser tan buena boxeadora como lo era luchadora, o aun mejor, la Justiciera Escarlata paró uno tras otro con habilidad y coraje los tres golpes dirigidos a ella; y no dándole al hombrón tiempo de reponerse, pasó ella al contrataque con una seguidilla de violentos y veloces puñetazos al torso de su enemigo, dirigidos sobre todo al hígado y al páncreas. Cuando medio percibió que amainaba la recia avalancha de golpes descargados por la muchacha, el hombre contratacó a su vez -o mejor dicho, pensó hacerlo-: Al levantar su brazo derecho para golpear a la joven, el gordo lo sintió muy pesado y al lanzarlo contra la linda cara del antifaz, el golpe salió sin fuerzas: el castigo recibido había sido muy duro. A la ruda y monumental hembra le fue fácil parar el debilitado ataque en su contra; para acto seguido conectar dos formidables puñetazos en el rostro manchado de sopa de su adversario. El hombre cayó fulminado: Con todo lo grande y fornido que era, no resistió los muy diestros y sólidos puños de la guapa y dura justiciera. La hermosísima e intrépida enmascarada había noqueado a tres hombres. Quedaban dos en pie y ella tenía ganas de seguir peleando. De modo que se les acercó lentamente, dispuesta a castigar con sus rudos puños a los dos matones. Estos vacilaron, asustados ante la enorme habilidad y violencia demostradas por la muchacha en la pelea cuerpo a cuerpo. Un pensamiento pasó al mismo tiempo por la mente de los dos bandidos: Ellos eran pistoleros profesionales, asesinos a sueldo expertos en el manejo del revólver. Simultáneamente, y con la rapidez y precisión propias a los de su oficio, ambos echaron mano a sus armas respectivas: Dos amenazadores revólveres comenzaron a salir de sus fundas. Pero aquí también, la Justiciera Escarlata demostró ser la mejor: Al apenas percibir la intención de los hombres, la muy bonita y valiente aventurera se inclinó ágilmente a su derecha -flexionando la pierna en la que llevaba el revólver- a la vez que "sacaba" con una espantosa e impresionante velocidad; moviendo con su mano izquierda el percutor de su Colt 44, la bella y audaz enmascarada logró una rapidez en los disparos tal que sonaron como uno solo los dos tiros que ella hiciera. Así sería la velocidad de la muchacha en el "saque" y disparando, que -no obstante haber comenzado a desenfundar antes que ella- los dos pistoleros no llegaron a disparar: la monumental y aguerrida mujer se los impidió pegándoles sendos balazos, en el hombro derecho a uno y en el brazo del mismo lado al otro, de manera que la mordida de los plomazos obligó a los hombres a soltar sus armas, mientras gesticulaban muecas de dolor y asombro. La ruda enmascarada -hermosa e invencible- permanecía de pie con sus esculturales piernas flexionadas, exquisitamente marcadas por los finos y ajustadísimos pantalones negros, y con el cinturón de igual color ciñendo divinamente su estrecha cintura. De su revólver aun salía humo y sus senos erectos presionaban la cerrada blusa escarlata como queriendo reventarla, mientras sus dientes de perla mordisqueaban sensualmente sus bellos labios rojos. Con voz clara y segura que resonó en el salón, y teniendo aun el sombrero puesto, la temible justiciera preguntó: -"¿Algún otro quiere probar mis puños o sentir el plomo de mi revólver?" Evidentemente, la respueta fue un absoluto silencio.