LA JUSTICIERA ESCARLATA 15 by lindareyes127@hotmail.com Lo bella no quita lo valiente "Caramba, Justiciera, ¡Qué bella estás!" "Justiciera, ¡eres lo más bello que ha pisado nuestro suelo!" "Estás preciosa, como siempre, Justiciera!" "¡Eres muy hermosa, Justiciera! ¡Y nos da mucha alegría tenerte con nosotros aquí! ¡¡Bienvenida a las ferias!!" Estos halagos los proferían las autoridades del pueblo y organizadores de la Feria, muy felices de tener a la muy admirada y legendaria heroína entre ellos; ¡era un raro privilegio del que no se gozaba todos los días! La Justiciera Escarlata sonreía coqueta ante tanta admiración de aquellos hombres que a su alrededor se babeaban por ella, estando consciente de que no sólo eran sus multiples y valerosas hazañas lo que los mantenía boquiabiertos, sino su espectacular físico, que como siempre, ella se esmeraba en resaltar. En efecto, la sin par enmascarada estaba 'preciosa, como siempre': Lucía la guapa muchacha unos pantalones "jeans" ceñidísimos a su escultural cuerpo - como una segunda piel- marcándole al detalle cada centimetro de sus curvas perfectas. Su cinturita de avispa –que hacía estremecesrse a quienes la contemplaban- contrastaba con sus amplias y perfectas caderas y con su espléndido trasero, firme y redondo, el que –sin ser exagerado- expiraba sensualidad y juventud. Los muslos, redondeados y musculosos, casi reventaban los pegadísimos "jeans", y sus fuertes y aceradas pantorrillas se marcaban perfectamentte bajo un par de botas marrones de fino cuero y tacón alto, a las que iban acopladas un par de grandes espuelas plateadas. Llevaba la curvilínea aventurera una blusa de franjas verticales rojas y blancas, de manga larga y – compítiendo con los pantalones- muy ajustada a su torso; y tal como le gustaba a ella en ocasiones –atrevidamente y sin rubores mojigatos-, llevaba la blusa desabotonada hasta la cintura, mostrando orgullosa sus hermosísimos pechos - firmes y erectos- con los morenos pezones luchando por atravesar la muy ceñida blusa rojiblanca. Pero, la atrevida blusa descubierta también mostraba unos acerados músculos abdominales duros y bien delineados, envidiables para cualquier integrante del sexo masculino; como de acero también eran sus fuertes y sólidos bíceps y tríceps, que se lucían desafiantes bajo las ceñidas mangas largas de la blusa. Llevaba la hermosa guerrera su pelo azabache suelto, cayéndole como cascada sobre sus fuertes hombros y espalda casi hasta su estrecha cinturita, que ella ceñía con un citurón de buen cuero marrón y hebilla plateada. En combinación con el cinturón, llevaba la escultural muchacha un cinturón canana del mismo cuero, pleno de balas, del cual pendía su infalible Colt 44 cacha de nácar. Un sombrero vaquero color beige cubría su cabeza –protegiéndola del inclemente sol veraniego- y de sus orejas pendían coquetos un par de aros de plata, que de arriba hacían combinación con sus espuelas. Alrededor de su firme y hermoso cuello lucía la Justiciera un largo pañuelo rojo fuego, anudado a su izquierda, cayendo sobre su pecho y confundiéndose con las franjas rojas de la ajustada blusa. Como siembre, el antifaz escarlata –el muy temido y respetado antifaz- cubría la parte superior de su lindo rostro, resaltando sus exquisitamente maquillados ojos negros y jugando con el también rojo escarlata de sus carnosos y sensuales labios, los que retocaba de vez en cuando la bella enmascarada haciendo uso del lápiz labial que siempre llevaba en el cinturón canana al lado de los moríferos cartuchos, como para proclamar que 'lo bella no quita lo valiente'. "¿Cómo han estado las ferias?" preguntó interesada la muchacha. "Bueno, en general bien" respondió uno de los organizadores del evento; "sólo algunos problemas con unos forasteros que vienen del Norte, gringos, quienes como son seis se divierten buscando pleito y camorra a la gente pacífica. Estamos algo impacientes de que terminen esta noche las ferias, a ver si se van y no vuelven." "Aunque, estando tu aquí, Justiciera" añadió adulante otro de sus admiradores, "creo que lo que más les conviene a esos seis es comportarse como corderitos." La enmascarada sonrió halagada, mas no dijo nada. "Acerquémonos al terreno de las competencias, Justiciera" intervino un tercero. "Aunque están terminando, creo que aun habrá chance para que te inscribas en algunas de ellas. ¡Este año los premios son muy buenos!" "¡Sí, Justiciera!" habló nuevamente el adulante, "¡Seguro que serás la primera donde quiera que compitas!" La muchacha lo miró de soslayo y volvió a sonreir, esta vez más discretamente. El grupo siguió caminando hacia el terreno de competencias, y de un lado, a unos cincuenta metros a su izquierda, había instalado un 'ring' de boxeo. En el centro, pavoneándose, estaba un hombre fornido de unos dos metros de altura, calvo y con mostachos negros rizados. Llevaba botas trenzadas y ajustados pantalones negros hasta la cintura; de allí hasta arriba estaba desnudo. La mujer del antifaz y atrevida indumentaria volteó a verlo y ambos cruzaron miradas. Entonces, el adulante intervino una vez más: "Es el hombre fuerte de la Feria. Hasta ahora ninguno lo ha vencido, y eso que han sido muchos los que lo han intentado, en busca del jugoso premio que ofrecen a quien le dure más de un minuto en el 'ring'. ¿Por qué no nos acercamos, Justiciera? Según cuentan, eres imbatible con los puños. ¡Será él quien no te aguante ni un minuto, ja, ja!" La Justiciera miró al adulante, esta vez seria, y lo mismo hizo el resto del grupo, como desaprobando sus continuas intervenciones. Otro de los organizadores acotó, refiriéndose al 'hombre fuerte': " Los gringos han hecho amistad con él, aunque la verdad sea dicha, no es camorrero fuera del 'ring'." Siguieron todos caminando hacia donde se realizaban las competencias. Allí se enteraron de que había todavía cupos para competir en disparo con revólver y rifle, lanzamiento de cuchillo y tiro de arco y flecha en sus dos versiones: arco liviano y arco pesado. El entusiasmo entre el público presente fue grande al ver aproximarse a la escultural y legendaria enmascarada, y todos la rodearon para ver en qué competiría. Así, pudieron observar cuando la muchacha se inscribió en revólver, cuchillo y arco pesado. También los gringos lo observaron. De los seis forasteros, cuatro coincidieron con la de curvas despampanantes y músculos de acero en las competencias de revólver y cuchillo, dos en la una y dos en la otra. En la competencia con el revólver –la primera en que participó la muchacha- fueron quedando eliminados todos menos uno de los gringos y la Justiciera Escarlata. Se trataba aquí no sólo de puntería –a un blanco cada vez más distante- sino de rapidez. La mujer del antifaz fue la ganadora inobjetable: No falló ninguno de los seis tiros, mientras que su competidor falló uno; y en cuanto a rapidez, ella ya había vaciado el cilindro de su Colt , cuando el americano apenas iba por su tercer disparo. Luego vino el tiro de cuchillo y aquí también la enmascarada fue claramente la triunfadora: Todos en el blanco, lanzando con ambas manos con igual rapidez y destreza; mientras que su adversario finalista – otro de los forasteros, más lento que ella- sólo era bueno con la zurda y aun así falló en más de un lanzamiento. Finalmente, en la competencia de arco y flecha, versión arco pesado, solamente compitieron la Justiciera Escarlata y un joven indio de las sierras aledañas. La razón de la poca competencia en este particular certámen estribaba en lo duro y difícil de estirar que era el arco pesado; se requerían, pues, tanto la buena puntería como la fuerza para estirarlo. A cada uno de los dos competidores se le dieron tres flechas, es decir tres oportunidades para alcanzar al menos una vez un difícil blanco a unos ochenta metros de distancia. El indio las lanzó las tres y, aunque muy cerca, ninguna dió en el blanco. Luego vino la Justiciera. Tomó el arco con experticia, lo estiró pausadamente pero con firmeza –sus brazos de acero casi reventando las mangas de su ajustada blusa rojiblanca- , disparó... y alcanzó el blanco con la primera flecha, luego repitió con la segunda y, como si fuera poco, ¡también con la tercera! El indio aceptaba humildemente su derrota mientras el alboroto en el público era grande, celebrando los triunfos de la preciosa y escultural enmascarada. La muchacha soportó las felicitaciones de sus admiradores por algunos minutos, pero luego, bajo el pretexto de una visita a la alcaldía, se escabulló entre los curiosos. Llegada la hora de la siesta, pero esperando que no hubiese cerrado uno de los dos bancos locales, la Justiciera se dirigió al mismo con la intención de allí depositar el nada despreciable 'botín' que acababa de ganarse en las ferias. Quedaba el citado banco en uno de los extremos del pueblo y la bella aventurera tomó las callejuelas y senderos menos transitados, ya de por sí desiertos por la hora. Faltándole apenas un par de cuadras para arribar al banco, el vigilante espíritu guerrero de la valiente mujer le indicó que la estaban siguiendo. No le costó mucho percatarse de que se trataba de los seis camorreros venidos del Norte; pero ella se hizo la inocente, cubriendo el poco trecho que le faltaba como si nada extraño hubiese notado. En efecto, la de labios, pañuelo y antifaz escarlata entró al establecimiento –que ya estaba a punto de cerrar- hizo su depósito y salió a la calle. La bien templada hembra sabía que la estaban esperando y estaba más que preparada para enfrentárseles; pero sería ella quien eligiera el terreno de la confrontación inminente: Frente al banco había un espacio descubierto, muy apropiado –pensó la enmascarada- para una pelea cuerpo a cuerpo; y si el enfrentamiento fuese a tiro limpio, el espacio abierto sería ventajoso para ella, quien se sabía más rápida y certera con el revólver que sus enemigos, los cuales no tendrían donde protegerse ante la andanada de balas que pensaba obsequiarles. Por su parte, los forasteros aguardaron a que se distanciaran los empleados bancarios –ya cerrado el establecimiento- para salir al claro donde, sola y decidida, los esperaba la Justiciera Escarlata. Los seis vaqueros fueron rodeando a la espectacular muchacha, tres provenientes de un lado y tres del otro. Se le acercaron con cuidado, pues no sólo la respetaban por las historias impresionantes que habían escuchado sobre sus inmensas habilidades y valentía en la pelea, sino por lo que apenas un par de horas antes habían presenciado en la Feria. Pero no solamente el sentimiento de respeto ligaba a estos hombres del Norte a la bellísima y sensual enmascarada; también un odio naciente hacia ella y el deseo de revancha, luego de que ella derrotara abiertamente a algunos de ellos en la Feria, tanto con el Colt como con el cuchillo. De modo que el respeto y la revancha guíaban contradictoriamente a esta media docena de hombres alrededor de la fiera y despampanante aventurera, decididos, ellos, esta vez, a humillarla y enseñarla a no irrespetar a los norteamericanos. La recia y curvilínea mujer del antifaz los esperaba tranquila, dispuesta a mostrarles por las malas quién era la Justiciera Escarlata. Ella sabía que su ventaja numérica (seis contra una) al final no representaba tal ventaja, pues los atacantes se confundirían en su ataque, siéndoles físicamente imposible caer todos sobre ella a la vez Entonces, piernas ligeramente abiertas y rodillas dobladas, los puños prestos a salir disparados, la ruda y despampanante enmascarada los aguardaba, volteando su cabeza de lado a lado –lo que hacía ondear su hermosa cabellera en el aire- para ver de dónde vendría el primer ataque. Fueron dos los primeros en atacarla, uno de su izquierda, otro de su derecha, pero agachándose en el último momento con una velocidad y agilidad inigualables, la valiente gladiadora esquivó limpiamente los dos fuertes puñetazos dirigidos a su lindo rostro. Los atacantes quedaron desconcertados al chocar el uno con el otro, sin signos de su presa y habiendo golpeado solamente el vacío. Para su mayor sorpresa, sin solución de continuidad en sus movimientos de defensa y contraataque, la muchacha de la ceñida blusa descubierta reacciónó con fuerza, incorporándose como un bólido y golpeando con su hombro derecho la barbilla de uno de los hombres mientras clavaba un violentísimo codazo en el estómago del otro. Para este momento ya estaban sobre la hermosísima y aguerrida hembra los otros cuatro vaqueros, buscando asestarle sin clemencia incontestables y decisivos golpes; pero la Justiciera no se los permitió: Mientras paralizaba a uno de una patada en la cara, bloqueaba con eficiencia un golpe que venía de su izquierda, girando el torso esquivaba otro proveniente de atrás, y a la vez colocaba su primer puñetazo de hierro en la cara del último de los atacantes. El primer 'round' había sido, sin lugar a dudas, para la Justiciera. No había recibido ella un solo golpe, mientras que entre sus adversarios tres estaban en tierra: Uno con dos dientes menos, otro botando sangre a borbotones por la nariz, ambos inconscientes; el tercero, revolcándose en el suelo mientras gemía y se agarraba el vientre de dolor. Los tres vaqueros restantes, aun en pie, no salían de su asombro ante lo violento y eficaz del contrataque de la escultural dama del antifaz. Ella habría podido aprovechar este momento de vacilación para continuar contratacando, con muy altas probabilidades de poner fin –victoriosa- a la pelea, tan desigual en números. Pero esto habría significado una victoria demasiado rápida y fácil para la muchacha, como lo comprendieron los primeros curiosos que se aglomeraban alrededor del septeto. Pues la Justiciera ya había entrado en calor; y a ella le gustaba pelear y quería seguir peleando. De modo que, en lugar de ponerle punto final a la pelea –por ejemplo con tres rápidos y potentes puñetazos- la intrépida muchacha esperó a que el trío se recuperara de su asombro, eso sí, siempre con sus peligrosísimos puños prestos a nivel de cintura. Los hombres, en efecto, se recuperaron, y más pudiendo la rabia y la comezón de su reciente humillación que el miedo y el respeto a la voluptuosa y acerada gladiadora, se lanzaron los tres sobre ella una vez más, dispuestos a destrozarla. En esta ocasión, la Justiciera apenas bloqueó o esquivó golpes; más bien se fajó a puño limpio con sus adversarios, recibiendo pero también dando. Al principío, ambos bandos daban y recibían más o menos por igual...Al cabo de pocos minutos, era ella sola quien golpeaba y los vaqueros sólo recibían. En efecto, con lo que se encontraron los hombres en este segundo ataque fue con una verdadera máquina de lanzar y conectar puñetazos, rápidos como centellas, certeros como dardos y duros como el granito. No resistieron, pues, mucho tiempo sus enemigos ante el castigo doloroso e implacable suministrado por los heróicos puños de la enmascarada. Rápidamente, uno tras del otro, fueron cayendo derrotados estos tres vaqueros, para hacerle compañía a sus desafortunados y ya maltratados compañeros en el mundo de Morfeo. El grupo de expectadores, cada vez más grande, estaba boquiabierto ante esta extraordinaria demostración de buen boxeo que les acababa de ofrecer la Justiciera Escarlata. La valiente y bellísima muchacha respiraba hondo y seguido, algo agotada por la convincente repartición de puñetazos que acababa de hacer; sus senos erguidos casi que reventaban la desabotonada y apretada blusa rojiblanca, mientras ella se pasaba el dorso de la mano por la boca para limpiársela de sangre. En efecto, aun siendo cierto que sus enemigos yacían tristemente en el suelo mientras que ella permanecía de pie, también la hermosa y ruda gladiadora estaba marcada por los golpes recibidos: Sangraba por la comisura, el ojo izquierdo estaba amoratado y el pómulo derecho comenzaba a hinchársele. Pero ella no parecía darle importancia a estas secuelas del combate; así que -sin hacer tampoco caso del público pleno de admiración por ella, que ya comenzaba a vitorearla- la recia y escultural amazona dio unos pasos hacia su sombrero, que había perdido en la pelea. No terminaba de ponérselo y de ajustarse el largo pañuelo rojo que lucía en el cuello, cuando se percató de un súbito silencio entre sus admiradores y escuchó a sus espaldas una voz carrasposa que la increpaba: "No me gusta que vapuleen a mis amigos." La Justiciera se volteó lentamente y se vio cara a cara con el "hombre fuerte" de la Feria, quien vestía con la misma indumentaria que cuando ella lo viera hacía un par de horas: Pantalón negro, botas trenzadas del mismo color, desnudo de la cintura para arriba y con sendos brazaletes de acero en las muñecas. El hombre mediría como dos metros y estaba lleno de músculos, que recorrían imponentes sus brazos y torso. Nada de eso impresiónó a la del antifaz –"Conque quieres medirte conmigo, 'calvito'" pensó ella, "pues peor para ti"-, quien con toda calma y tono burlón y retador, dando unos pasos hacia el gigantón, le contestó: "Quizás querrás terminar en el suelo, comiendo tierra con ellos." Al "forzudo" esta respuesta le cayó como un latigazo en la cara. No estaba acostumbrado a que le hablaran así, y mucho menos una mujer. Y no obstante la realidad que tenía ante sus ojos, testimonio de lo buena que era esta mujer con los puños, sin pronunciar más palabras se lanzó sobre ella con la intención de vengar el castigo y humillación infligidos por la muchacha a sus amigos. Ella no se dejó sorprender, estaba esperando su ataque desde que lo oyó a sus espaldas. De modo que cuando su robusto oponente le disparó el primer golpe –un derechazo a la cara- la Justiciera lo esquivó ágil y limpiamente inclinándose hacia su izquierda, y atravesándole su pie derecho en el camino para así causarle a su adversario una estrepitosa caída. "Te dije que terminarías comiendo tierra..." se mofó provocadora la guapa aventurera, y acentuando la provocación, mientras el gigante se levantaba lentamente del suelo, la Justiciera Escarlata tomó el lápiz labial del cinturón canana, se lo pasó suavente por sus secos –pero suculentos- labios y sin prisa lo devolvió a su puesto. El 'timing' fue perfecto: Reinsertando ella el lápiz labial en el cinturón canana, y moviéndose inmediatamente a un lado como impulsada por un resorte para esquivar el segundo ataque del 'hombre fuerte'. Este falló nuevamente el golpe, pero no cayó al suelo; más bien, se lanzó una vez más sobre la exquisitamente torneada enmasacarada, esta vez con un 'gancho' de izquierda. La muchacha lo esquivó de nuevo, agachándose con maestría; pero en esta ocasión contratacó con una violenta descarga de sus durísimos puños contra los costados del hombrón. Este quedó paralizado por instantes, ante lo recio del contrataque, pero inmediatamente reinició su acometida. La preciosa amazona, sin recular un milímetro, le lanzó dos férreos puñetazos a la cara –ascendentes, por la diferencia de estatura- que explotaron como balas de cañón, despojando al guapetón de algunas piezas dentales. Viendo vacilar a su fornido enemigo, la dura y curvilínea peleadora intensificó el castigo, aplicándole una seguidilla de macizos puñetazos al abdómen descubierto. El hombre no reaccionaba, se le iban las fuerzas, resultado de la paliza que estaba recibiendo de la del antifaz. Ella continuaba la golpiza con sus puños como mandarrias, esta vez al rostro infortunado del 'hombre fuerte', ahora desfigurado y sangrante. Entonces la recia y bella heroína le aplicó lo que ella pensó sería el golpé de gracia, un durísimo 'uppercut' de izquierda a la mandíbula del contrario ya severamente vapuleado. El gigantón trastabilló, dio un paso adelante, otro hacia atrás, y luego mordió tierra por segunda vez en menos de diez minutos. Ante lo cual la hermosa y ruda hembra, confiada, le dio la espalda al que pensaba demolido por sus puños y fue a recoger nuevamente su sombrero que una vez más había perdido en la pelea. Fueron los gritos provenientes del corro los que le advirtieron que aun no había terminado con su enemigo. Volteándose súbitamente y dispuesta a seguir golpeando, la Justiciera se enfrentó nuevamente al calvo de mostachos, quien increiblemente estaba de nuevo en pie, pero esta vez con un garrote que había recogido en el piso, cerca de donde la dura y curvilínea enmascarada lo acabara de enviar. Se hizo silencio en el público que presenciaba el combate. Los dos contrincantes se fueron acercando el uno al otro. Muchos de entre los asistentes no comprendían por qué la muchacha no desenfundaba el Colt; al fin y al cabo, quien actuaba cobardemente era el hombrón, al pretender atacarla a traición con un palo por la espalda. Y es que la Justiciera tenía variadas razones para no desenfundar su arma, una de las cuales era que quería ella continuar impresionando a los presentes con sus habilidades en la pelea cuerpo a cuerpo. Otra era que no le temía a su adversario; lo sabía derrotado, con garrote o sin garrote. Cuando el hombre calculó que estaba a la distancia apropiada de su bella enemiga como para asestarle el garrotazo definitivo, sorpresivamente dio un salto hacia delante mientras blandía en su derecha el arma asesina. Hubo un momento de angustia y decepción en el público al ver cómo el garrote –describiendo un semicírculo- se dirigía velozmente a la linda cara enmascarada. El agresor comenzó a gozar de su venganza... pero erróneamente. Con reflejos de pantera y la rapidez del rayo, la Justiciera Escarlata se lanzó justo a tiempo al suelo y hacia un lado, de modo que el palo volante apenas le rozó su larga y hermosa cabellera negra. Una vez tocado el suelo, la voluptuosa gladiadora enmascarada giró como un trompo hacia su atacante e, intercalando sus pies entre los del gigante, lo derribó limpiamente. Cuando el hombre –quien no había soltado el garrote- se intentaba levantar para retomar el ataque, lo que vio fue la punta de una bota de fino cuero marrón que se le acercaba con rapidez fulminante. Luego no vio más nada. La guapísima y joven mujer se sacudió el polvo de sus ceñidísimos 'jeans' y de la ajustada blusa. Finalmente logró zafarse del tumulto de admiradores exaltados y partió del pueblo en su brioso alazán; eso sí, con el certificado del jugoso depósito que ella hiciera antes de la pelea.