LA JUSTICIERA ESCARLATA 11 lindareyes127@hotmail.com "Una Justiciera hace Justicia" Era de mañana cuando entró al pueblo la Justiciera Escarlata, cabalgando serenamente sobre su brioso alazán. Lucía hermosísima, con unos muy ceñidos pantalones rojos y una blusa manga larga de franjas verticales blancas y rojas, desabotonada hasta la mitad del torso y contra la que presionaban altaneros unos pechos firmes y erectos. Llevaba la bella enmascarada su largo cabello negro medio recogido y portaba un sombrero beige de alas cortas, asido al cuello con un cordón rojo-y-blanco. Sus labios, recién pintados, brillaban de un rojo fuego; de sus bellas orejas pendían dos aros de plata y de su muy bien formado muslo derecho, la pistolera de cuero repujado, con el temible Colt cacha de nácar siempre listo a escupir plomo. Un cinturón de cuero negro y cuadrada hebilla plateada ceñía deliciosamente su estrecha cinturita. Apenas había entrado al pueblo la guapa aventurera, cuando la rodeó un grupo de muchachos de todas las edades, corriendo y muy agitados. - "¡Justiciera!, ¡Justiciera!" -le gritaban- "¡¡Acaban de robar el banco!! ¡Salieron por el otro extremo del pueblo!" Para luego agregar, en un gesto de respeto y de aprecio: - "Si vas a perseguirlos, ¡ten cuidado! ¡Son muchos hombres!" Agradeciendo internamente el gesto, la muchacha enserió su lindo rostro y se incorporó en la silla, puso a su caballo en dos patas y -sin pensarlo dos veces- arrancó en veloz galope tras los asaltantes. Habiendo salido del pueblo, una polvareda en la lejanía le indicó a la audaz vengadora el rumbo tomado por los bandidos, además de confirmarle que -en efecto- eran muchos hombres. Esto no la asustó y, por el contrario, ella arreció la persecución; aunque dada la enorme distancia que le llevaban los fugitivos, la Justiciera dudaba si llegaría a darles alcance. Pero la suerte estaba de su parte, ya que habiendo recorrido a todo galope escasos kilómetros, la atrevida y escultural joven pudo divisar con su fina vista a dos jinetes que a lo lejos cabalgaban delante suyo. "Dos rezagados" -pensó la linda 'cazadora'- "Los otros, con el botín, no habrán querido esperarlos"... "Pues, peor para ellos", se dijo a sí misma la muchacha; ya les sacaría ella con sus puños la información que necesitaba para alcanzar al resto de la banda. Iba acortándose la distancia entre los dos forajidos y su bella perseguidora. Al percatarse de ella, los bandidos apuraron la carrera, sintiendo ambos un desagradable escalofrío por el espinazo pues conocían las hazañas de la legendaria enmascarada y por nada del mundo querrían enfrentarse a ella, no obstante ser ellos dos hombres contra una mujer. Pero no era nada fácil sacarle ventaja a la Justiciera Escarlata, siendo ella una excelente jinete. De modo que al poco rato la tenían ya muy cerca. Los hombres comenzaron a dispararle a la hermosa amazona del antifaz; pero en parte por lo quebrado del terreno y en parte por el miedo y nerviosismo que se apoderaba de los malhechores, éstos no atinaban a darle a su implacable cazadora. Las balas le pasaban rozando a la linda e intrépida chica, y ella como si nada, apremiando el galope. "De que es valiente, es muy valiente", pensaron al unísono los dos hombres. "Como que no es exagerado lo que se cuenta de ella." Habiendo descargado en vano sus respectivas armas, los bandidos hicieron un último y desesperado esfuerzo por escapársele a la audaz y preciosa justiciera: Comunicándose por señas, decidieron tomar por rumbos distintos, de modo que la recia vengadora no pudiera dar con los dos. Pero no lograron su objetivo, pues ya tenían encima a la bella aventurera, la cual derribó a los dos hombres en un movimiento que habría admirado el mejor de los acróbatas: Sacando la bota izquierda del estribo, la muchacha la afincó sobre la silla de montar, sin dejar de cabalgar a toda velocidad; luego se catapultó con la misma pierna, elástica y musculosa, para lanzarse por los aires como un bólido sobre los dos fugitivos, justo antes de que empezaran a separarse. Los tres mordieron tierra - perseguidos y perseguidora- pero cayendo mejor la ágil mujer que los dos hombres. En efecto, mientras estaban éstos últimos todavía incorporándose dolorosamente de la caída, vieron a pocos metros a la guapa y preciosa enmascarada ya de pie. Estaba esperándolos con las piernas abiertas y los brazos en jarra, quebrada la estrecha cintura. Sus ceñidísimos pantalones rojos le lucían exquisitos, marcando atrevidamente cada una de sus esculturales curvas. Sus hermosos pechos, firmes y erectos, prensaban provocadores la entreabierta blusa blanca y roja. Tenía el sombrero puesto y sus jugosos labios esgrimían una sonrisa burlona. El Colt ni lo había tocado, de lo que -acertadamente- dedujeron los matones que la guapa mujer pretendía someterlos con sus meros puños. Era ésta la primera vez que los dos malhechores se enfrentaban a la legendaria Justiciera Escarlata; y de verdad que la muchacha infundía respeto. Definitivamente era muy, pero muy bonita, con un cuerpo espectacular. Estaba por verse si era tan buena con los puños como decían. Al percatarse, pues, que la Justiciera lo que quería era una pelea cuerpo a cuerpo, los dos bandidos vieron una lucecita de esperanza; después de todo ellos eran dos hombres y ella solamente una mujer. Así es que se lanzaron con furia contra la preciosa enmascarada, uno por un lado y otro por el otro, con la clara intención de despacharla rápidamente. El de su derecha le disparó un "jab", que la Justiciera desvió con maestría, a la vez que el de la izquierda tiraba un "gancho" de derecha al bellísimo rostro del antifaz. La recia aventurera lo esquivó ágilmente, continuando ella con un magnífico rodillazo derecho al estómago del atacante, para inmediatamente clavarle un demoledor puñetazo en la cara del que tenía a su diestra. La linda y recia gladiadora continuó el contraataque contra quien ya castigara en el estómago, conectándole un derechazo en la mandíbula que lo mandó rodando a varios metros. Mientras se incorporaban del piso donde los había enviado la ruda y bella dama del antifaz, los dos forajidos atisbaron a reflexionar que la contrincante que tenían delante suyo no era un enemigo cualquiera: Además de bonita, sabía pelear muy bien y sus puños eran duros como el acero. Como que no exageraban los cuentos que se corrían sobre ella... Había que atacarla con más cuidado esta vez. La Justiciera los esperaba de pie, nuevamente con los brazos en jarra y las piernas abiertas y sin indicios de que pensara echar mano al revólver. Uno de los hombres se le lanzó salvajemente por el flanco derecho -la cabeza baja, como toro en embestida- con el intento de derribarla antes de que la monumental chica pudiera hacer uso de sus formidables puños. Pero eso fue subestimar los finos reflejos y la enorme rapidez de la curvilínea gladiadora, la cual lo detuvo en seco con un magnífico "gancho" al mentón que lanzó al bandolero otra vez rodando al suelo. Ya su segundo atacante estaba sobre ella y con dificultad logró la enmascarada parar efectivamente un "jab" derecho y un "gancho" de izquierda dirigidos a su lindo rostro. Pero su adversario presionaba con furia, viéndose ella obligada a recular; y mientras esto hacía, la intrépida y preciosa justiciera pisó en falso, pues era el terreno muy irregular. Este incidente distrajo su atención por fracciones de segundo, lo cual le permitió al bandido atravesar su defensa y asestarle un fuerte puñetazo en la cara a la hermosa y valiente aventurera. El golpe fue duro y seco, y el matón pensó - en un instante de efímera alegría- que la brava muchacha se desplomaría. Pero si la recia y hermosa mujer del antifaz sabía propinar buenos y durísimos golpes -mejores que el que acababa de recibir, por lo demás- también sabía ella asimilar valientemente los pocos que sus adversarios atinaban a propinarle. En efecto, sus musculosas y bien torneadas piernas no le flaquearon, su reciedumbre interna se templó y en lugar de amilanarse ante el intenso dolor y la momentánea falta de visión, furiosa, la monumental y corajuda vengadora se dispuso a pasar al contraataque y a ponerle punto final a la pelea. ¡Ya conocerían estos matones quien era la Justiciera Escarlata! Viendo que no caía, y sorprendido ante la fortaleza y coraje de la linda chica, el bandido intentó desesperado conectarla otra vez. Pero en vano: Saltando con admirable agilidad hacia atrás, la escultural y recia dama del antifaz esquivó limpiamente este último golpe de su enemigo, a la vez que con una zancadilla lo mandaba directo a morder el polvo. La atrevida muchacha calibró rápidamente la situación, percatándose de que su otro contrincante no estaba en condiciones de ayudar a su compinche, si es que aun tenia el valor de hacerlo. La mujer se enfrentó, pues, a quien acababa de derribar, el cual se había incorporado y se le acercaba furioso con un peñón en la mano. La Justiciera -sangrando por el pómulo izquierdo, sus senos queriendo reventar la ajustada blusa rojo-y-blanca empapada de sudor, y con su sombrero aun puesto- estaba preparada. Cuando el hombre alzó el peñón para descargárselo a la linda aventurera, ella lo castigó con un durísimo "gancho" al costado, del lado de la mano de la piedra, tan duro el golpe que el maleante hubo de soltar el arma agresora. La chica continuó su descarga de puñetazos con un derechazo al estómago del matón, luego un "jab" de izquierda a la cara, uno de derecha...y así lo llevó a puño limpio hasta donde yacía perplejo el otro delincuente. Habiéndole pegado con furia los dos primeros puñetazos, la Justiciera se frenó. Sabía que sus puños eran armas letales y que si no los controlaba podía matar a este hombre a golpes, como a cualquier otro que se le enfrentara... Habiendo dominado su rabia, producto del golpe recibido en la cara y del dolor en el pómulo, la valiente y monumental enmascarada se paró frente a los dos asaltantes derribados por ella, quienes adoloridos y humillados no pudieron dejar de sentir un sentimiento de profunda admiración, temor y respeto por la preciosa mujer del antifaz: ¡Todo lo que se contaba de ella era poco! ¡Era definitivamente imbatible, muy hermosa y valiente! ¡Sabía pelear como nadie que hubieran visto y -en su larga vida de matones y camorreros- jamás ninguno de los dos hombres había recibido unos puños tan duros, dolorosos y demoledores como los que les acababa de propinar la linda y recia Justiciera Escarlata!! "¡La única esperanza que nos queda es tratar de escapar, pues con esta mujer no puede ni un ejército!!", pensaron ingenuamente los dos maleantes, incorporándose a duras penas y emprendiendo lo que pensaron ellos era una veloz carrera. La Justiciera sonrió y, luego de cuatro zancadas, agarró y asió por el cuello con manos férreas uno tras otro a los dos fugitivos. - "No tan rápido, muchachos; tenemos que hablar", dijo socarronamente la bella enmascarada, ya de mejor talante. Los hombres intentaron zafarse vanamente. La chica les apretó más fuertemente el cuello, a la vez que los golpeaba frente contra frente; no tan duro como para noquearlos, pero sí como para recordarles que ella sabía muy bien cómo infligir castigo. Así, quedando sostenidos por los fuertes brazos de la enmascarada, los malhechores permanecieron quietos, por temor a nuevos y dolorosos "cabezazos". - "Quiero que me digan dónde fueron los jefes con el botín que robaron", les dijo la Justiciera Escarlata, con su voz aterciopelada pero autoritaria. - "¡No lo sabemos, Justiciera! ¡¡Te lo juro¡¡, gimió uno de los asaltantes."¡Y por favor, no nos golpees más! ¡¡Ya nos has pegado bastante!!" La hermosísima y acerada vengadora tenía la experiencia suficiente con maleantes como para saber que estos tipos estaban mintiendo (En lo del botín, no en lo de los golpes; ¡allí sí eran sinceros!). De modo que -ya molesta- les dio otro cabezazo, esta vez más duro que el anterior pero sin querer aun noquearlos. - "Puedo seguir golpeándolos todo el día si es necesario", dijo brava la Justiciera. "¡¿Dónde está el botín?!", añadió con fuerza la guapísima muchacha, apretándoles aun más el cuello. Los bandidos sabían que tenía razón: Con sus durísimos golpes, ella podía sacarles toda la información que quisiera; no podrían resistírsele. De modo que optaron por hablar, ya totalmente derrotados: - "En la vieja mina de Quebrada Rota; hacia allá se fueron", dijo con voz temblorosa uno de los prisioneros de la linda y recia vengadora enmascarada. - "Es verdad, Justiciera. ¡Por favor créenos!", gimió suplicante el otro forajido, no queriendo recibir más castigo de su bella y guapa captora. Por la cara de miedo y el temblor de sus prisioneros, la Justiciera dedujo que ahora sí decían la verdad. - "Ya me lo suponía", dijo en voz queda la valiente justiciera, desde ya pensando en cómo atrapar al resto de la banda en la mina abandonada. Sin dejar pasar más tiempo, noqueó a los dos hombres -ahora sí- de un tercer y más rudo cabezazo que los haría dormir por espacio de muchas horas; por eso ni se preocupó en atarlos. Seguidamente, la brava y monumental enmascarada pegó un fuerte y largo silbido, llamando a su caballo. Este se apareció al instante, pues le gustaba estar siempre cerca de su dueña, viéndola pelear. Ella saltó ágilmente sobre su montura y partió en suave galope hacia Quebrada Rota, en busca de más acción y aventuras. Era de mediodía, y la audaz y curvilínea enmascarada ya había decidido que lo más sabio sería atacar de noche, ya que tendría que enfrentarse a muchos hombres. De modo que, teniendo el tiempo suficiente, la chica optó por detenerse un par de horas en su guarida secreta, la que quedaba no muy apartada de la ruta hacia la vieja mina abandonada. Una vez llegado a su vivienda-guarida, la guapa y admirable mujer comió algo, se bañó, descansó un rato completamente desnuda y -al caer el crepúsculo- se vistió, alistándose para una nueva pelea. Se puso unos pantalones negros sumamente apretados y una blusa también negra y de manga larga. La blusa era muy fina, de organdí bordado con arabescos transparentes, abierta de modo de mostrar un provocador entreseno, y -sobre todo- muy ceñida; tan ceñida que sus pechos se marcaban con toda claridad y desparpajo -los firmes pezones casi perforando los arabescos-, así como lo hacían sus acerados bíceps, los cuales casi que reventaban al henchirse las mangas de la ajustada y fina blusa. Se dejó el pelo suelto esta vez, sin quitarse los aros pero sin ponerse sombrero. Se colocó un largo y femenino pañuelo rojo fuego alrededor del cuello, el cual junto con el antifaz y la sensual boca recién pintada eran las únicas prendas escarlata que esa noche llevaría la Justiciera; después de todo, se trataba de una ataque nocturno y por sorpresa. No obstante esto último, la coqueta vengadora no pudo resistir ponerse un toque de perfume, aunque era éste menos intenso que el que normalmente ella usaba en sus acciones a pleno día. Estaba cayendo la noche cuando partió la atrevida muchacha en busca de los asaltantes. Su caballo había descansado y estaba fresco para unas dos horas de viaje, que era lo que les llevaría llegar a Quebrada Rota. Una vez en las cercanías de la mina, la brava enmascarada desmontó, se quitó las espuelas y silenciosamente guió a su alazán un trecho a pie. Al pasar una colina, la audaz joven pudo percibir unas luces tenues en el fondo del valle; pertenecían a las antiguas construcciones de la mina. Con cuidado fue descendiendo por la ladera y a una distancia prudencial de las viejas casas amarró a su caballo para que no la siguiera. Continuó el descenso la guapa aventurera, siempre pendiente de la presencia de eventuales centinelas. Al llegar abajo, escuchábanse claramente en la barraca a su izquierda voces de borrachos alborotados, mientras que en la casucha que tenía más cerca suyo también había luz pero más silencio; sin embargo, había gente adentro. Algo le dijo a la veterana 'cazadora' que era allí donde se encontraba el botín. De modo que se acercó a la casucha con mucha prudencia y, como no tenía mayor prisa, la intrépida enmascarada se puso a estudiar su objetivo con detalle. Pudo observar que había tres o cuatro hombres en la habitación principal -los cabecillas, sin duda alguna- discutiendo en voz baja alrededor de una gruesa mesa rectangular de madera; aparentemente, la pequeña pieza adyacente estaba vacía. Afuera también habían hombres: Cuatro, para ser exactos, montando guardia cada uno en un lado de la casucha. Parecían despiertos y disciplinados; había que actuar con cuidado y rapidez. La curvilínea y valerosa aventurera trazó entonces mentalmente su plan, tan sencillo como lo era audaz y peligroso: Pondría fuera de combate uno a uno a los cuatro guardias, para luego caerles por sorpresa a los de adentro, tomar el botín y, si fuera posible, llevárselos prisioneros; y todo esto sin llamar la atención de los de la barraca, quienes se encontraban a escasos cincuenta metros! No queriendo esperar más y deseosa por entrar en acción, la decidida y escultural muchacha se puso en movimiento: Se acercó con sumo cuidado al guardia de la pared más cercana, que era la menos iluminada; sigilosamente se le puso por detrás y, a menos de un metro de distancia, le susurró: "Pssst..." El hombre volteó, sorprendido, y la Justiciera le clavó un férreo derechazo en plena boca del estómago, sacándole todo el aire, que lo privó en el acto. Al comenzar a caer, la acerada chica lo recibió sobre un hombro, lo levantó y lo depositó silenciosamente entre un matorral espeso. Luego se acercó a la parte de atrás de la casucha y esperó, pegada contra la pared, a que el segundo guardia se acercara a la esquina donde ella se encontraba. Al percibirlo cerca, la preciosa y guapísima enmascarada -toda de negro, menos labios, pañuelo y antifaz- se le plantó enfrente. El bandido hizo un gesto de asombro y comenzó a desenfundar su arma. Pero la muchacha se le adelantó golpeando duro, muy duro, nuevamente en el estómago y esta vez con la izquierda, para rematarlo con un "upper" seco y contundente al mentón. Luego de cargarlo y de dejarlo durmiendo un profundo sueño en un sitio no visible, la bella y ruda mujer del antifaz se acercó con cautela a la tercera pared. Esta era la más difícil, pues era la más iluminada y daba a una de las ventanas donde se encontraban los jefes de la banda. Pero la Justiciera se las ingenió y, aprovechándose de la curiosidad natural del ser humano -incluso de los hombres-, se quitó el pañuelo rojo del cuello y, sacudiéndolo, lo asomó por la esquina un instante para luego retraerlo. Cuando el guardia vino a ver de que se trataba, recibió en la cara el puñetazo más duro, sólido y macizo de toda su vida, desplomándose en el acto. Evitando que cayera al suelo, la recia aventurera se lo echó al hombro y cumplió con él igual rutina que con los dos centinelas anteriores, para luego ponerse nuevamente su rojo pañuelo al cuello. Rodeando entonces la casucha en sentido contrario de lo hecho hasta entonces, llegó la enmascarada a la última pared, la de la puerta principal. El cuarto guardia estaba sentado junto a la puerta, ligeramente de espaldas a la intrépida justiciera, quien pegada a la pared fue aproximándose como una gata hasta su víctima. Una vez sobre el hombre, la fiera y valerosa gladiadora le aplicó violenta pero silenciosamente una fortísima y efectiva estranguladora que le cortó el aire en segundos. Acto seguido, la muy ruda y bella dama del antifaz lo levantó de la silla - sin ceder la presión de la implacable "llave" y rasgándose el fino organdí de la ceñida blusa negra al henchirse su férreo bíceps- y lo arrastró fuera de vista silenciosamente pero con firmeza, mientras el hombre aun pataleaba débilmente. - "¡Oí algo afuera!", dijo uno de los cabecillas que discutían alrededor de la mesa. "Voy a ver qué es." - "¡Quieto!", respondió quien parecía ser el jefe. "Estás nervioso...y no olvides que afuera tenemos cuatro hombres de plena confianza montando guardia." - "Es que ya sabes que ésta es la zona por donde actúa la Justiciera Escarlata y no me gustaría que ella nos cayera por sorpresa. Según cuentan, esa mujer es bravísima peleando, aparte de ser muy bonita." - "Yo puedo dar fe de que pelea muy bien", corroboró el jefe. "La he visto fajarse a puños y con el revólver, y te aseguro que lo hace mejor que cualquier hombre sobre la Tierra...Pero terminemos con lo nuestro, que ya nos falta poco." La Justiciera había entrado sigilosamente, por una ventana, a la pieza adyacente que se encontraba a oscuras. Escuchando lo que sobre ella decían los bandidos, esgrimió una sonrisa de satisfacción ante el respeto que le tenían. Pues ya se encargaría ella dentro de pocos momentos de multiplicar ese respeto... Había dos hombres de este lado de la mesa de madera, uno del otro lado y un cuarto malhechor en el extremo izquierdo. La atrevida y bella mujer del antifaz entró sin ser vista a la habitación donde se encontraban los cuatro bandidos, pegada de espaldas a una pared donde no llegaba la luz. Serenamente, la linda y recia chica sacó el lápiz labial de su puesto acostumbrado en el cinturón canana, se lo pasó tenuemente sobre su sensual boca, y en un gesto muy suyo de provocación e intrepidez, lo lanzó al centro de la mesa. Los cuatro forajidos saltaron de asombro al ver caer ante ellos el lápiz labial con el antifaz escarlata grabado a un costado. - "¡¡¡La Justiciera Escarlata!!!" gritaron al unísono, a la vez que desenfundaban sus respectivos revólveres. De un atlético salto, la muchacha se lanzó sobre ellos por los aires, pies adelante. Mientras caía sobre los forajidos, la ruda y monumental gladiadora iba girando sobre sí misma, certeramente desarmando con sendas patadas a quienes se encontraban del otro lado de la mesa y en su extremo izquierdo, a la vez que asestaba recios puñetazos a los dos bandidos que se encontraban más próximos a ella. La valerosa muchacha aterrizó sobre la mesa y, sin solución de continuidad, saltó hacia el otro lado. Agarró al hombre que allí se hallaba - quien con gestos de dolor se sobaba la muñeca a causa del duro y preciso botazo recibido- por el cuello de la camisa y el cinturón y, con una fuerza increíble en mujer tan bella, la curvilínea justiciera lo lanzó por encima de la mesa contra los dos malhechores que acababan de saborear sus duros puños. Continuando con su fulminante ataque, la recia enmascarada saltó ágil sobre una esquina de la mesa -apoyándose con una mano en ella- para enfrentarse con el cuarto de los hombres, quien intentaba recuperar el arma que hace pocos momentos ella le quitara de una certera patada. La muchacha le frustró la intención, clavándole dos demoledores puñetazos en plena cara que lo mandaron al quinto sueño. Acto seguido y como una tromba, la lindísima y arrojada aventurera dio media vuelta y se lanzó sobre los tres bandidos restantes, sin importarle si habían recuperado sus pistolas o no. Los dos de adelante lo habían hecho y estaban ya a punto de dispararle, pero la bella y valiente enmascarada se los impidió, asestando un macizo y aniquilador derechazo contra la boca del estómago de uno y un durísimo y sólido izquierdazo contra el mentón del otro. El único hombre en quedar de pie -no habiendo recuperado su revólver y asombrado ante lo que la Justiciera era capaz de hacer con sus formidables puños, habiéndolos él mismo recién saboreado- la atacó con un asadón de hierro. La ruda y escultural vengadora esquivó ágilmente el golpe, pero perdió el equilibrio y cayó al suelo de espaldas. El hombre quiso entonces aniquilarla, ahora que estaba en el piso; pero de una recia y certera patada, disparada desde el suelo, la dura y atrevida joven lo desarmó, lanzando lejos al asadón agresor. Entonces, el asustado malhechor llegó a ver uno de los revólveres tirado a unos dos metros a su derecha y desesperadamente se lanzó sobre él, apuntó a la monumental e intrépida justiciera -aun en el suelo- y quiso disparar. Pero fue aquí cuando el forajido aprendió la lección de su vida: En materia de pelea, era siempre la Justiciera Escarlata la mejor; con los puños y con el revólver, no había quien la superara. En efecto, estando apuntada por el bandido, ella "desencueró" con una escalofriante rapidez -apareciendo el Colt en su mano derecha como por arte de magia- y disparó antes que él para herir al maleante gravemente en un hombro. Hasta entonces, la brava y hermosa vengadora no había necesitado usar su revólver; con sus duros puños, sus fuertes brazos y piernas, la escultural mujer del antifaz había casi sometido a sus enemigos. Pero ahora, el disparo que inevitablemente hubo de hacer atraería al resto de los asaltantes en cuestión de breves minutos. Tenía que actuar muy rápido y así lo hizo: Viendo el botín en una esquina -consistía de dos pesadas bolsas amarradas entre sí- la Justiciera se lo montó sobre un hombro. Por otra parte, habiendo identificado al jefe de la banda -quien, noqueado por ella, yacía en el suelo- la dura y acerada chica se lo echó encima. Y así, cargando con los dos pesados bultos, la audaz y preciosa enmascarada salió de la casucha por la puerta principal. Ya se oían las voces que, acercándose, provenían de la barraca. Pero los maleantes tendrían que primero entrar en la casucha y tratar de comprender qué había pasado -¿un terremoto o un ejército habría pasado silenciosamente por allí...?- para luego comenzar a darle caza sin saber exactamente a qué y por dónde. Esto le daría a la ruda y curvilínea aventurera la ventaja necesaria para alcanzar su montura y escapar. En efecto, el botín en un hombro, el jefe de los bandidos en el otro, la guapa y bella dama del antifaz -haciendo gala de admirable fuerza y coraje- subió firmemente la cuesta hasta donde estaba esperándola su caballo. Allí, montó a las dos bolsas y a su prisionero aun inconsciente sobre el anca del animal y desapareció la brava hembra tan silenciosamente como había llegado. Abajo se oían las múltiples voces de los asaltantes, rabiosas, impotentes...y - habiendo hallado en el suelo el lápiz labial escarlata- sobre todo temerosas.