AVENTURAS DE "LA JUSTICIERA ESCARLATA" linda, lindareyes127@hotmail.com Con sus rudos puños, la Justiciera se impone en el México de hace un siglo. "¡Me llaman la Justiciera Escarlata!".- Caía la tarde en el verde y solitario valle cuando por el camino zigzagueante se vió venir una diligencia halada por seis caballos. Venía veloz, como si estuviera huyendo, el conductor fustigando con apremio a las bestias, mientras dos vigilantes rifle en mano miraban nerviosos hacia atrás. En efecto, a eso de un kilómetro de distancia, se veía una polvareda formada por jinetes acercándose a todo galope. Y repentinamente, por una de las laderas del valle, apareció otro grupo de jinetes quienes se acercaban a la diligencia de frente y por su costado derecho. Los dos guardias y el conductor comenzaron a disparar contra quienes evidentemente eran asaltantes. Pero dada su superioridad numérica -serían como doce en total- y lo contundente y sorpresivo del ataque, los bandidos lograron rodear y detener a la diligencia en poco tiempo -luego de un violento intercambio de disparos-, para después desarmar a los vigilantes, al conductor y a aquéllos de los ocho pasajeros que estaban armados. Mientras ello ocurría -desde una colina del lado opuesto de donde había atacado el segundo grupo de forajidos- una figura a caballo observaba serena y atenta el drama. Se trataba de una mujer enmascarada, extremadamente bonita y muy joven -no pasaría de los diecisiete o dieciocho años-. Vestía unos pantalones rojo escarlata, ceñidísimos a su cuerpo espectacular y curvilíneo: muslos fuertes y bien proporcionados, monumentales caderas y estrecha cintura. La blusa sin mangas era de fina y lisa tela, color rosado claro y muy pegada a su bien formado torso, y bajo la cual se marcaban desafiantes unos pechos firmes y erectos sin que mediara "brassiere"; llevando la muchacha la blusa provocadoramente entreabierta, la vista de sus senos se hacía aun más sensual y sugestiva. Sus brazos - bronceados por el sol- eran musculosos y acerados, producto del ejercicio diario, sin que ello le quitara a la linda joven ni una pizca de feminidad. Ceñía su cinturita con un cinturón de cuero negro y hebilla plateada y del cinturón canana de cuero repujado -que hábilmente abrazaba a sus esculturales caderas- pendía asida al muslo derecho una pistolera con un Colt 44 cacha de nácar en su interior. Las botas tacón alto eran del mismo cuero que el cinturón canana y la pistolera, y a ellas estaban acopladas un par de grandes y redondas espuelas. La hermosa chica llevaba suelto su largo y ondulado pelo negro, formándosele una carrera natural por la mitad del cráneo. Un pañuelo rojo y femenino rodeaba su cuello, mientras que la enorme belleza de su cara quedaba realzada por sus apetitosos labios rojo fuego y por sus ojazos de reina mora exquisitamente maquillados; y tapando la parte superior del bello rostro, llevaba puesto la joven un antifaz escarlata... No era por casualidad que estaba la chica en la colina. Por el contrario, ella había recibido el dato de que a esa hora y lugar sería asaltada una diligencia con un cargamento grande de billetes de banco, sin que los propios pasajeros de la diligencia conocieran del cargamento. Ahora bien, después de varios años de rigurosa ejercitación física y de preparación en casi todas las formas de lucha -desde el boxeo hasta el uso del puñal, pasando por el diestro manejo del revólver y la carabina- la joven y hermosísima doncella había decidido pasar a la acción, para aplicar sus grandes cualidades de peleadora, su carácter indomable y su enorme valor personal a la lucha por la Justicia; y había decidido hacerlo de incógnito, manteniendo el anonimato bajo una misteriosa máscara roja. No era fortuita la elección del color rojo como su emblema distintivo: Desde muy joven había escuchado las historias y aventuras de una famosa "Gacela Escarlata", legendaria justiciera de fines del siglo XIX, quien a sangre y fuego y cubiertas sus facciones con un pañuelo rojo, imponía implacable su justicia en toda la California y otros estados de la Unión norteamericana. Admirándola, siempre había querido emular y seguir los pasos de la valerosa Gacela. Y era por eso, precisamente, que se encontraba ella allí, en su México querido y a unas cuantas leguas al sur de los campos de batalla de su audaz predecesora, pero decidida -al igual que aquélla- a imponer la Justicia cuando la Ley no lo hiciere, por incapacidad o corrupción. Era pues ésta su primera "acción", estando la bella e intrépida enmascarada algo inquieta ante el elevado número de hombres con quien tendría que enfrentarse: doce en lugar de los seis con quien había contado. Pero no era ella mujer de recular ni de asustarse fácilmente, como lo demostraría innumerables veces en el futuro a lo largo de su extensa carrera de justiciera. Entonces -y de modo inconsciente- la exquisita y escultural chica del antifaz hizo algo que se convertiría en un gesto típico suyo antes de lanzarse a una pelea: De el cinturón canana, donde lo tendría siempre consigo, sacó la bella joven un lápiz labial escarlata y lo pasó serenamente por su jugosa boca, para después reponerlo en su sitio de origen; luego, deseosa de acción, la joven y valiente enmascarada se echó cuesta abajo en busca de los bandoleros, cabalgando sobre su fiel y brioso caballo alazán. Mientras descendía por la ladera, galopando con maestría a todo dar, la linda e intrépida muchacha sacó con la mano izquierda la carabina de su funda en la silla de montar y, haciendo gala de una escalofriante puntería, desarmó a distancia a cuatro de los malhechores. Luego, habiendo "desencuerado" diestramente el Colt con la derecha, la monumental y atrevida amazona cabalgaba con las riendas en la boca, y -en la medida en que se acercaba a la diligencia- disparaba simultáneamente con carabina y revólver, sembrando el pánico y la confusión entre los bandidos. Antes de ser sometidos por la recia chica, sin embargo, los maleantes respondieron el fuego, pasándole las balas rozando a la aguerrida y curvilínea enmascarada. Pero la bella y joven dama de apretados pantalones rojos y antifaz escarlata demostró ser templada de verdad: No vaciló ni un instante, a pesar de la descarga de plomo en su contra. Más bien, y ahora sólo con el Colt -habiendo ya enfundado la carabina-, terminó de desarmar a los malhechores con sus muy certeros disparos. Llegando bravía la muchacha al sitio del asalto, la confusión entre los bandidos -y entre los pasajeros y tripulación de la diligencia- era enorme: no comprendían cómo una mujer sola -por lo demás tan joven y bonita- hubiera podido disparar tan certeramente y someterlos en cuestión de minutos. Uno de los maleantes -aun a caballo y quien parecía ser el jefe-, dándose cuenta de que en la balacera la aguerrida doncella había descargado sus armas, trató de huir en su montura. A todo galope, la muchacha se lanzó tras él, no dejándolo avanzar más de veinte metros. En efecto, habiéndolo alcanzado en cuestión de segundos, la ruda y joven enmascarada lo derribó del caballo para caer ambos aparatosamente al suelo. Ella se puso de pie primero, enfrentándosele. Al levantarse a su vez, el hombre echó mano a una Derringer que tenía oculta en su saco, apuntando a la hermosa chica mientras le decía amenazante: -"¡¡Ya verás, maldita!!" Pero la joven y recia mujer del antifaz no lo dejó disparar: Con una rapidez y un valor impresionantes, la guapísima muchacha se le echó al hombre encima, a la vez que lo agarraba por la muñeca y desviaba la pistola, para colocarle al bandido un fortísimo puñetazo en la cara, mientras retrucaba a la amenaza recién inferida: -"Más bien serás tú quien veas estrellas..." El hombre soltó el arma, cayendo fulminado por el durísimo golpe de la brava chica y -con una fuerza increíble en una mujer tan joven y bonita- la curvilínea enmascarada se lo echó al hombro con facilidad y lo trajo, ante la estupefacción general, desmayado y derrotado donde se encontraban los otros. No había terminado la bella y joven dama de echar a su presa al suelo, cuando otro de los bandidos -calculando también que el revólver de la temible amazona estaría descargado- se le quiso enfrentar de cuerpo a cuerpo. La muchacha no habría tenido por qué aceptar la pelea, siendo que los guardias de la diligencia habían aprovechado su sorpresivo y fulminante ataque para tomar control de la situación. Pero la valentísima doncella estaba animada por sus recientes y contundentes éxitos frente a los asaltantes, y quiso probar ahora sus habilidades en la lucha cuerpo a cuerpo. No es que antes no se hubiera fajado a puño limpio con un hombre; lo había hecho varias veces -teniendo ella apenas quince años había vapuleado a un hombrón de veintiuno, noqueándolo de un magnífico puñetazo en la mandíbula-. Pero era ésta la primera vez que lo hacía en su traje y su papel de justiciera; y, como veremos, lo haría maravillosamente. De manera que la guapa enmascarada se "cuadró", aguardando sin miedo a su enemigo. Los guardias, al verla tan decidida y segura de sí misma, optaron por no intervenir, sospechando cada vez más fuertemente que la valerosa y escultural chica continuaría asombrándolos, esta vez con sus habilidades boxísticas. El atacante, fornido y colérico, se le avalanzó a su hermosa e intrépida contrincante, esperando mandarla al suelo en las primeras de cambio. Pero - para la sorpresa y admiración de todos- la muchacha resultó ser una magnífica boxeadora: Paraba los golpes de su adversario con maestría y fortaleza, ágilmente esquivaba otros, asimilaba con enorme coraje los pocos que el hombre llegaba a conectarle y le colocaba ella a su vez unos muy buenos puños a su enemigo, debilitándolo incesantemente. De modo que, al cabo de unos pocos minutos de pelea, ya se perfilaba ella como la dueña absoluta de la situación: El hombre estaba cansado y sangrando copiosamente por la cara, resultado de los recios puñetazos de la joven enmascarada. Ella, por su parte, se veía fresca, moviéndose con suma agilidad y con sólo un par de moratones en un pómulo y un ojo, respectivamente. Así que, en la medida en que pasaba el tiempo, era la ruda y recia mujer del antifaz escarlata y los pantalones pegados quien más y mejor golpeaba, demostrando ser muy buena con los puños. El final de la pelea llegó cuando, en una arremetida sorpresiva, el hombre lanzó un potente golpe contra la linda cara del antifaz. Entonces -en una combinación que ella haría famosa y que aplicaría a menudo en sus futuras peleas a puño limpio contra matones y malhechores- la bella enmascarada contratacó: Agachándose muy ágilmente, la muchacha esquivó el "gancho" que le disparara su adversario; y, en la medida que flexionaba las rodillas para esquivar el golpe, la muy joven y escultural gladiadora "armaba" su fuerte brazo izquierdo, para acto seguido conectar un demoledor puñetazo en la boca del estómago de su enemigo, privándolo del dolor y quebrándolo sin fuerzas. Finalmente, la recia doncella enmascarada le colocó un macizo "upper" derecho al mentón del hombre que lo mandó disparado -e inconsciente- a varios metros de distancia. El regocijo de guardias y pasajeros fue grande. Pero la ruda y hermosa muchacha no se unió a ellos. Más bien, saltó ágilmente sobre su caballo y, desde allí, envió a uno de los guardias al pueblo en busca de ayuda. Luego, caracoleando en su montura y poniéndolo en dos patas, se dirigió -severa- a todos quienes allí estaban, al tiempo que con el revólver señalaba su antifaz: -"Me llaman la Justiciera Escarlata. El que quiera mi ayuda para vengar un agravio o combatir la injusticia...¡Búsqueme que me encontrará!" Y con eso, la curvilínea y valiente enmascarada se fue galopando por donde mismo había venido, triunfadora y bajo la inmensa admiración de todos, rescatados y vencidos. Bella y aguerrida.- Esa mañana, la hermosa aventurera vestía unos tejanos azules, algo desteñidos y, como siempre, muy ceñidos a su espectacular cuerpo. El revólver cacha de nácar, enfundado en una pistolera de cuero repujado, le pendía de un cinturón canana del mismo material. La blusa de manga larga era roja escarlata, adornada de coquetos faralados y entreabierta intrépidamente, mostrando un provocador entreseno; le quedaba la blusa muy ajustada al torso, marcándose nítidos sus bellísimos pechos, firmes y erectos sin ayuda de "brassiere". Su hermoso y ondulado pelo negro lo llevaba recogido atrás, en "cola de caballo", con una cinta de terciopelo rojo; de sus orejas pendían, llamativos, sendos aros de plata y portaba -altiva- un sombrero de alas cortas, de color beige claro. Sus sensuales labios, pintados de rojo vivo, combinaban de forma impactante con el temible antifaz escarlata, símbolo de justicia y terror de los forajidos. Así vestida, mostrando su incomparable belleza, se preparó la intrépida hembra para la pelea, cuando cuatro hombrones, con cara de pocos amigos, se le acercaron con claras intenciones de castigarla con rudeza. Se trataba de cuatro hermanos, dueños de una hacienda en la región, a uno de los cuales la bella mujer del antifaz había justamente dado su merecido pocos días atrás; el hombre -derrotado y humillado, y pensando en sus hermanos- le había prometido una zurra a la guapa enmascarada, jurando venganza. La valiente justiciera no se inmutó ante la amenaza: Muchas veces la habían amenazado, pero quienes lo habían hecho jamás habíanse salido con las suyas. Pues allí venían los cuatro hermanos, dispuestos a limpiar la afrenta y a zurrar duramente a la osada y guapa joven. Con una valentía sin par, ésta se les enfrentó, acercándoseles ella a su vez con un caminar tranquilo y ondulante, en el que se movían - impactantes- sus esculturales curvas, maravillosamente marcadas por los apretadísimos pantalones "jeans"; y, mientras se les acercaba serena, iba la Justiciera acariciándose sus dos puños como preparándolos para la acción. Cubierta la distancia que los separaba, y sin darles tiempo de reaccionar, la valiente enmascarada tomó la iniciativa lanzándose sobre los cuatro hombres: El primero recibió un formidable puñetazo en la cara que lo dejó viendo estrellitas. Con una agilidad increíble, la hermosa vengadora esquivó - agachándose- sendos golpes dirigidos a ella, para responder con un férreo puñetazo a la boca del estómago del segundo de los atacantes y con un magnífico "upper" de izquierda al mentón del tercero. El último de los hermanos, un gordo alto y fornido, atacó a la brava enmascarada por la espalda, aplicándole una fuerte estranguladora; mientras, de los tres hombres noqueados por la bella gladiadora, uno -el de la afrenta de días atrás- habíase medio recuperado y a duras penas se acercaba a la heroína, dispuesto en medio de su rabia a aniquilarla con un afilado cuchillo. Aunque se le dificultaba cada vez más la respiración por la llave que le tenían aplicada, la arriesgada muchacha no se amilanó: Primero -y siempre con el sombrero puesto- la aguerrida mujer conectó una durísima patada al estómago del atacante del cuchillo, y como las muy bien torneadas piernas de la Justiciera Escarlata no sólo eran bellas sino también constituidas por fuertes y flexibles músculos, el hombre cayó aniquilado por el impacto, conociendo una vez más la rudeza de los golpes de la brava enmascarada. Segundo, con la misma pierna de la patada y apoyándose en la otra, la bella y audaz hembra propinó un fuerte taconazo al pie del gordo, quien aún la asía por el cuello; casi simultáneamente, la dura justiciera concentró todas sus fuerzas en un codazo hacia atrás en el abdomen del agresor. El sorpresivo contrataque de la valiente y hermosísima mujer trajo el efecto deseado: el hombre cedió levemente en la estranguladora que le tenía aplicada a la joven. Esta no desaprovechó la oportunidad: Con el impulso que llevaba del doble golpe que acababa de aplicarle al único de los hermanos aún en pie -dos cabezas más alto que ella-, la bellísima muchacha logró girar, haciendo pivote con el talón izquierdo; y de su sólido brazo derecho salió disparado hacia arriba un fortísimo y demoledor puñetazo que alcanzó al gordo en plena cara. El impacto fue fulminante: el hombre perdió sus fuerzas, soltó a su presa y cayó pesadamente al suelo, haciéndole compañía a sus tres hermanos en un sueño profundo. Habían querido hacer "justicia", pero fueron ellos los ajusticiados por la hermosa mujer del antifaz: Los testigos que presenciaron esta desigual pelea no harían sino reforzar la leyenda de la sin igual Justiciera Escarlata.