Dos judokas. by martes772000@yahoo.es Dos chicas judokas obligan a un hombre a adorar sus sudados pies descalzos Judo, humillación y pies 2 Esta historia es otra versión de la anterior. Dos chicas judokas humillan a un hombre obligandole a oler y lamer sus pies En mi trabajo se incorporó una externa llamada Elena, que enseguida me llamó la atención. Era morena, de pelo largo y liso, cara muy bonita y bien formada, delgada y alta (1,75 aprox). Tenía bastante carácter en las reuniones y a mí me embarazaba bastante su actitud. Siempre iba junto a Paloma a todas partes. Paloma era un pelín más baja, pero de formas y complexitud muy parecida a Elena. También tenía un pelo liso aunque un pelín más corto y rubio. Ambas tenían unos grandes y preciosos ojos negros. Un día de diciembre coincidimos comiendo y le planteé a Elena que siempre la veía muy decidida y segura de sí misma. -Esto nos lo da el judo- contestó Paloma Me turbé instantáneamente. Las mujeres judokas son para mí una debilidad. Siempre me atrayeron los pies femeninos, y si pertenecen a judokas mucho más. En seguida mostré mi interés. -Judo, ¿hacéis judo? -Sí, llevamos desde febrero practicando. A mí me encanta este deporte, el contacto, la lucha, la dominación... Yo ya estaba empalmado, con sólo imaginármelas con sus kimonos luchando descalzas entre ellas. -A mí me parece un deporte muy plástico- comenté. -Vamos una hora semanal. La clase es mixta y si quieres, puedes probar un día de forma gratuita. Hoy mismo nos toca - me dijo Paloma. Para mí era imposible entrar a un tatami, puesto que se notaría demasiado la turbación. -No sé si me apetece... -Respondí. -La sala de judo tiene un par de sillas al lado del tatami por si viene público. ¿Por qué no vienes hoy mismo y ves una clase?- La invitación de Elena era más bien una orden. Quedamos en vernos a las 22:00 en el gimnasio. A esa hora no quedaba casi nadie y presentí que aquello era una encerrona. Me acerqué con un chándal y unas deportivas. Elena y Paloma aparecieron igualmente en chándal y con sendas bolsas a sus espaldas. Por lo visto aquel día no podía venir el profesor y estábamos los tres solos en el gimnasio. El gimnasio era más un polideportivo. Tenía un campo de futbito y en uno de los fondos un par de salas cerradas por una puerta. Abrí una de ellas y vi que tenía los típicos aparatos de musculación. La otra era la sala de artes marciales. Era muy pequeña (no más de 14 metros cuadrados). -Bueno, nosotras vamos a ponernos el judogi- dijo Elena. Mientras ellas se dirigían a sus vestuarios, me dediqué a inspeccionar la sala. En tres de los lados las paredes eran todo espejo con lo cual parecía mayor de lo que era. Se entraba por la otra pared y te encontrabas con un par de sillas que daban paso al tatami. Éste era verde oscuro y cubría prácticamente toda la habitación, salvo el primer medio metro que lo separaba de la entrada. La sala emanaba un cierto aroma a sudor y me creí detectar otro olor de fondo que bien podría ser el olor amargo a pies descalzos sudorosos, que hizo que me excitara más si cabe. Me senté en una de las sillas y traté de tranquilizarme. Al cabo de 10 minutos, Elena y Paloma hicieron su entrada en la sala. Ambas vestían un judogi blanco inmaculado. Elena se había recogido el pelo en una coleta. Sus cinturones eran color amarillo. -Se os ve muy sexies vestidas con el kimono- aseguré. Paloma sonrió y colocó un pie sobre la silla que sobraba. Por fin podría ver sus pies desnudos. Mientras se agachaba para desabrocharse la zapatilla dijo -Bueno, Elena, ¿vamos a ello? -Espera, ¿por qué no nos damos unas carreras primero para calentar? -Está bien- Paloma no había tenido tiempo de quitarse ninguna zapatilla. La visión de sus pies debería esperar. Al levantar la pierna, había observado que Paloma no llevaba calcetines. -¿Corres con nosotras? Les dije que no, que me apetecía quedarme por la sala. Las chicas se pusieron a correr dando vueltas y vueltas por la pista de futbito. Salí a verles correr. Parecían picadas entre ellas. No se separaban e iban a un buen ritmo. Casi no hablaban y su rictus era muy serio. Estuvieron casi 10 minutos dando vueltas y mientras yo me moría de ganas en la espera de verlas sobre el tatami. Finalmente volvimos a entrar en la sala. -Qué paliza- comentó Paloma mientras cerraba la puerta tras de sí. Sus respiraciones estaban muy agitadas y poco a poco fueron calmándose. El sudor casi les empañaba la vista y emanaban cierto vapor de sus mismas cabezas. Se mantuvieron durante un par minutos recuperándose. -Bueno -dijo por fin Elena, - vamos al tatami que sino Carlos no sé a qué ha venido. En aquel momento iba a ocurrir algo que no olvidaría jamás. Elena cerró la puerta del tatami se plantó brazos en jarra delante mío y me dijo. -Carlos, tenemos algo que contarte. En realidad solemos invitar a hombres a nuestras sesiones de judo porque nos estimula dominarles y humillarles. Creemos que a ti no te va a importar. ¿Qué opinas? Me quedé mudo, pero mi subsconsciente habló por mí. -Soy todo vuestro, pero quiero adorar vuestros pies. Se miraron con mirada de complicidad. Asintieron con la cabeza. -A partir de ahora harás lo que te ordenemos. Paloma había hablado con voz imperativa. -Quítate las zapatillas y los calcetines y pasa al tatami. Una vez dentro arrodíllate. Elena en esta ocasión era la que hablaba. Me daba bastante vergüenza que me vieran descalzo y más que me vieran las plantas de los pies. Hice lo que me decían y me quité las zapatillas y los calcetines. Las dejé a un lado del tatami. Al contacto con las plantas de mis pies, el tatami era frío, suave y firme a la vez. Me quedé arrodillado mirando al frente. Paloma se quitó su cinturón. -Vamos a ponerte una venda en los ojos. No verás nada. Mi excitación iba en aumento. Paloma se situó detrás mío y me colocó la venda, dejando libre el resto de mi cara. La voz de Elena sonó. -Tu humillación de pies se dividirá en varias fases: Olor, tacto y sabor. La primera fase es la fase del olor. Vamos a ver cómo distingues determinados olores. Sentí que alguna de ellas se movía por detrás mío, acto seguido unas pisadas muy finas pasaron cerca mío. Un cierto aroma a pies sudados entró por mi nariz. Supuse que se abrían descalzado y que estarían a mi lado. Tenía ganas de quitarme la venda y verlas descalzas. Estaba como una moto. -Agáchate, deja que yo te sujete la cabeza. La voz de Elena era la que hablaba. Una mano me agarró de atrás del pelo y me guió hacia abajo. Conforme bajaba empecé a notar un cierto olor a pies. Llegado un momento la mano se detuvo y me pidió que aspirase con fuerza. Así lo hice. El olor era de pies, no cabía duda, pero estaba acompañado por tela. Eran unas zapatillas. -Dinos qué estás oliendo.-Exigió Paloma. -Unas zapatillas- comenté. -Muy bien, listo. Vamos al segundo olor. La mano de Elena elevó mi cabeza. Sentí que algo se movía delante mío. Al momento, Elena volvió a mover mi cabeza hacia al suelo. Al instante sentí un olor mucho más fuerte y fresco que el anterior. Ahora eran unos pies lo que tenía delante mío. -Huele, cerdo- indicó Elena. Llegados a un punto, la mano se detuvo. El olor era apestoso a sudor de pies. Tenían que ser los de Paloma. La carrera con zapatillas sin calcetines había provocado una gran sudoración. -Aspira profundamente. Mientras me movía la cabeza, aspiré con todas mis fuerzas por todas partes. El olor invadió mis fosas nasales. El deseo de lamer aquellos pies era muy fuerte. Era un olor asqueroso, dulzón y agrio de pies descalzos y sudados. El olor no decaía por ninguna parte, tenían que ser las plantas de Elena. -Dinos qué estás oliendo- pidió Elena. -Son los pies de Paloma- comenté. -Quiero más detalles- dijo Elena- La mano se detuvo y Elena me comentó: -Vas a sacar tu lengua hacia abajo. Si te encuentras con una superficie quédate con su sabor que te ayudará a saber más detalles. Excitadísimo, estiré la lengua hacia abajo. Al poco tiempo sentí una superficie húmeda. Era como un pliegue de piel con un sabor dulzón. Me guardé mi lengua y saboreé la humedad que traía. -Paloma está arrodillada delante mío y estoy oliendo las plantas de sus pies descalzos de judoka- sentencié con firmeza. Fue demasiado y eyaculé sin necesidad de frotar mi miembro. -Muy bien, cerdo, prueba superada- Elena, me quitó la venda. Efectivamente, Paloma estaba arrodillada delante mí y con los pies cruzados. El derecho descansaba sobre el izquierdo. Calzaría un 39. Sus plantas brillaban por el sudor. Pensar que había aspirado el olor de aquellos pies me hizo recuperar mi erección. -Muy bien, ahora me toca a mí. Elena seguía con sus zapatillas puestas. Levantó uno de sus pies hacia mí. -Descálzame esclavo- Temblando de excitación le desabroché la zapatilla y tirando suavemente del talón apareció un enorme pie blanquecino y sonrosado. Inmediatamente el olor me golpeó con fuerza. Calzaría un 43 y su pie era perfecto, un poco delgado. -Huele mi zapatilla. Inserté mis narices en ella. Al momento me ofreció la otra zapatilla y se la quité de inmediato. Elena se situó delante mío. -Mírame a los ojos. Me quedé mirándola y acto seguido apoyó su la planta de su pie sobre mis narices y mi boca. Era el primer contacto con mi cara de sus pies. Jugueteó con los dedos en mis labios. -Quiero sentir tu respiración sobre mi planta, y quiero que a la vez me mires. Miré a la judoka mientras inspiraba con fuerza a través de los dedos y la planta de su pie. El olor era igual de maravilloso que el anterior. El sudor que emanaban era cuantioso y mis labios y mi nariz se quedaron con toda la humedad que me fue posible. Tras un par de minutos Elena retiró su pie, se giró y repentinamente dobló la pierna derecha. Me ofrecía la planta de su pie derecho. Era enorme alargada y apetecible. -Huele mi planta, cerdo. Aspira profundamente. Aquéllo fue superior a mí. Su planta era lisa, larga y rosada. Conforme aspiraba con todas mis fuerzas cada uno de los poros de la planta de su pie descalzo, Paloma me estrujaba mi cara contra la planta del pie de Elena, que a su vez empujaba su pie aplastándolo contra mi cara. -Creo que has olido bastante. Fase 2, el tacto- Paloma interrumpió la humillación. -Túmbate en el suelo. Me coloqué tal y como dijeron y esperé. Elena colocó su pie derecho sobre mi cara. Me quedé mirando su poderoso y alargado pie a menos de 5 cm. Inhalé todo su olor amargo. Me pidió que abriera al máximo mi boca. Introdujo su pie todo lo que pudo y jugó en mi boca con sus dedos mientras yo trataba de absorber todo el sudor y el aroma que pudiera. Luego hizo lo mismo con su talón. Paloma le pidió que parase, era de nuevo su turno. Me exigió que cerrase los ojos. Al momento sentí la presión de sus pies sobre mi cara Soportaba su peso en mi cabeza. Cada parte de su planta apretaba una zona de mi cara. Traté de sacar mi nariz entre los arcos de sus pies. Me corrí por segunda vez. -Y finalmente, el sabor- indicó Elena. Elena se arrodilló delante mío dándome la espalda. Como antes Paloma, cruzó sus pies colocando el izquierdo sobre el arco del derecho, de tal forma que la planta del izquierdo quedaba bastante lisa sobre la planta arrugada del derecho. La foto era maravillosa y creí estar en el paraíso. -Ahora quiero que beses la planta de mi pie izquierdo, pero con un largo beso de lengua. ¿Comprendes? Paloma rio maliciosa mientras me agachaba hacia el nuevo festín. Lamí con avidez todos los rincones que pude de su pie. Entre los dedos, bajo el arco, el talón, toda la planta. Sus pies estaban muy húmedos de sudor y un pelín fríos. Su olor impregnaba mis fosas nasales y su sabor agrio y dulzón me llenaba cada parte de mi boca. Lamía con mi lengua, mis labios, con todo lo que podía. Introduje mi lengua entre sus dos pies llegando a acariciar y absorber el sudor de la planta arrugada del pie derecho que antes había olido. Volví a correrme extasiado y de nuevo sin tocarme. Paloma me ordenó que parase. Se veía a las dos chicas bastante excitadas y con los ojos brillantes de malicia. Estaba exhausto, agotado y sudoroso. -Hemos terminado, cerdo- dijo Elena. -Arrodíllate sobre la silla Alucinado me arrodillé. Vi como se arrodillaron detrás mío y cogiendo cada una de las plantas de mis pies descalzos le dieron un largo lengüetazo Acto seguido se incorporaron y una tras otra introdujeron su lengua en mi boca a modo de beso profundo, recorriendo cada rincón. -No sé cómo te gusta, es apestoso- finalizó Elena. Luego se besaron mutuamente y recogiendo sus zapatillas salieron de la sala. Si te gustó la historia, envíame tus comentarios a martes772000@yahoo.es