Forzudas-1 By Gloria Inicialmente fue una idea de TeleCisco para contraprogramar un maratón humanitario de la competencia. Aparecieron trailers con primerísimos planos de los rostros más sexys de la cadena con ceños fruncidos y perlas de sudor brotando de los labios. Mandíbulas temblorosas, ojos entornados y encuadres anatómicos que desvelaban apenas la identidad del personaje ocultando la causa de su sufrimiento. Una voz en off anunciaba un programa especial a beneficio de los niños de Uganda, y por la parte inferior desfilaban los logos de los espónsors. En la segunda semana la campaña se extendió a otras emisoras y se lanzó un nuevo spot. Una vista de pájaro picaba sobre el coliseo romano donde un enjambre de operarios instalaba focos, gradas y una arena circular contenida en un grueso muro de piedra de un metro de alto. Sobre impresionado en caracteres latinos se formaba la siguiente leyenda. Desde Emérita, I campeonato ibérico de forzudas para celebridades, patrocinado por Soniax Jumbo, la compresa para los días fuertes y taurobull, la bebida con tauritina leader en Europa. Tras su sesión de pesas Alaska sacó los brazos por fuera de los tirantes se secó las axilas y con la toalla colgada al cuello se dirigió a las duchas. En la sala de aparatos un grupo de culturistas reanimaban a su compañero con un inhalador y trataban de consolarlo golpeando su espalda empapada. En traje de noche dorado y con los tacones clavándosele en la arena, Belinda miró el papelito y presentó el primer evento: un pulso o lucha de brazo. Una salva calurosa recibió a Norma Duval, y otra no menos intensa a su hermana Carla que entró en la arena por el extremo opuesto, caminando hasta la inmensa columna blanca de mármol cortada a la altura de su ombligo que se situaba en el centro de la arena. Norma, elegante y relajada reinaba sobre unas sandalias de plataforma casi tapadas por los bordes pata de elefante de un pantalón dorado apretadísimo en las caderas y ceñido por una gran hebilla metálica. Con los brazos juntos aplastados contra el escote del corpiño y las manos cogidas delante del vientre parecía casi tímida, pero lo rotundo de sus hombros hablaba de poder y autoconfianza. De reojo estudiaba los ángulos de las cámaras, nada era casual, ni los reflejos de los focos en los pómulos ni el roce de su melena agitada por la brisa nocturna. Desbancada en la comparación corporal, Carla había optado por capturar la atención con un atuendo infartante, con mucho cuero en las ancas y sólo unos milímetros cuadrados de tela de muslos para arriba. Un gordo calvo vestido a rayas como los árbitros yanquis extendió los brazos llamando a las contendientes, tomando sus dedos y anudándolos minuciosamente. Las dos hermanas tenían manos enormes, y Norma se había untado la palma de un polvo blanco. El hombre giró alrededor de los cuerpos inclinados sobre la columna, repasando las posturas de los pies y de los hombros volvió a su lugar y gritó con fuerte acento: preparadas, listas, "lla"! Entonces las dos hembras resoplaron entregándose a la total contracción muscular, sin resultante alguna. Tras mucho rato, desde algunas tomas parecía verse cierta ventaja para Carla, quien gruñía y cabeceaba sin inhibición, contemplando los nada desdeñables bultos que emergían en su brazo. Norma mantenía el tipo buscando dominar con la vista a su hermana pequeña, pero definitivamente, su muñeca primero y su antebrazo después cedían al potente empuje de Carla. Tras un latigazo en el inflado cuello de Norma y un pequeño chasquido que recogió la microfonía la situación se enquistó, las respiraciones se hicieron pesadas, las pieles húmedas y el arbitro, que no había tenido que abortar ningún tipo de juego sucio, declaró el nulo. Norma se arregló el pelo y metió los pulgares por debajo del cinturón metálico. Su tórax se hinchaba y deshinchaba como el fuelle de una fundición. Carla se agarró a la columna y dobló las rodillas buscando aire. Pero enseguida se incorporó y comenzó a dar unos saltos furiosos como si calentase para un partido de baloncesto. El arbitró la llamó, tomó esta vez su mano izquierda y la enlazó a la de Norma, quien frotaba sus gruesos hombros con la mandíbula estirada, como una inmensa gata. El pulso con la izquierda fue aun más duro. Las combatientes se endurecieron desde los dedos de los pies hasta la punta de la nariz, pues el último gramo de músculo corporal podía decantar la batalla. Carla gruñó como un oso y chilló como una rata. Estaba cerca, tenía a su hermana a dos cm del cojín. Norma giró los hombros y el árbitro le dio un aviso. Pero había bastado para detener a Carla, y ahora remontaba mm tras mm lanzando chorros de aire a presión por las narices. Carla se retorció aullando, pegó un tirón y trató de soltarse. Norma clavó los dedos en la mano torcida, la dobló por la muñeca y ante los desgarradores alaridos la dejó marchar. El árbitro tomo su brazo dilatado y lo elevó hacia la audiencia. Norma depositó un beso en su palma izquierda y lo lanzó soplando hacia el público. Arantxa Sánchez se enfrentó en la tirasoga a las dos gitanazas de azúcar moreno, que antes habían arrastrado a una mula fuera de límites. Las saludó jovialmente estrechándoles la mano y agarrándoles la muñeca, se descalzó las zapatillas y se situó a un extremo. Las azúcar moreno, embutidas en un atuendo de cuero lleno de cinchas, se abrazaron pecho contra pecho, escupieron en las palmas y estrangularon la soga con sus dedazos nudosos. Con las melenas rozando la arena arrancaron un par de pasos de la tenista de muslos arbóreos, pero acusaron el esfuerzo y aquélla, berreando como una parturienta y con el esparto tenso frotándole el pubis cobró cabo hasta que los pies oliva de Encarna mordieron el límite. Resoplando se acercó a ellas y las ayudó a levantarse. "Vamos machote, aprieta", se divertía una escultural Aitana mientras un cachas de pelo engominado bañado en sudor tiraba inútilmente de su largo brazo. Penélope encendió un cigarrillo y se lo puso en los labios, tras retirarle un mechón de pelo de delante de los ojos. Leticia Sabater preparó un número de halterofilia que realizó sobre la arena con los tobillos vendados. Su último dos tiempos fue tan masivo que sus pies desaparecieron enterrados, y aún le quedaron fuerzas para correr hasta las gradas a firmar autógrafos. Arantxa y Leticia se enfrentaron en la columna en lo que se consideró una final anticipada, a la mejor de cinco pulsos. Arantxa aplastó a Leticia en el primero y le ganó convincentemente en el segundo, pero la rubia de cejas negras arrancó una larga y penosa victoria en el tercero a base de dolorosos tirones y trabajo de uñas. Los médicos aconsejaron a la tenista que se retirase para evitar una lesión, pero a Arantxa el orgullo le pudo y estrechó por cuarta vez la correosa mano de Leticia para tumbarla sólo tras una batalla campal que puso a todo el público en pie, y no la soltó hasta que Leticia hubo reconocido verbalmente que no podía con ella. Alaska, con un pantalón azul de obrero, brazaletes de sansón y penachos rosas en los pezones, izó del suelo el rodillo de una apisonadora de mano, y tras embadurnarse las manazas de magnesio repitió el alzamiento con un obrero sentado encima. Tras la exhibición sus brazos se habían engrosado hasta impedirle juntarlos al cuerpo. Como un pistolero caminó hasta la columna ignorando los abucheos y allí esperó agarrotada la aparición de una rival. A través del bao desprendido por unos músculos que comenzaban a enfriarse Alaska miró a izquierda y derecha sin poder predecir por donde haría entrada su adversaria. El público combatía la espera con un unísono batir de palmas. Finalmente el remolino de un cañón de luz succionó de los vestuarios la figura pequeña y decidida de Natalia Dicenta, que saludando con una mano y la cabeza de forma enérgica y desenvuelta se apresuró a tomar posición al otro lado de la columna. Con su mueca burlona Natalia se inclinó sobre la superficie de mármol y tendió una mano sorprendentemente grande de dedos esculpidos y llenos de anillos. Con las narices temblando la malvada culturista estrujó a la rival y sin esperar al árbitro la tumbó sobre la roca. Natalia se soltó y se abrió de brazos encogiéndose de hombros para sus fans. Había elegido un top blanco de un solo tirante que sacaba partido a sus pechos duros y bien separados. Tras un segundo agarre supervisado minuciosamente por el árbitro Alaska dio otro tremendo tirón, pero esta vez los puños enlazados se detuvieron a medio camino, Natalia entrecerró sus ojos de gata y tras ladear la boca hacia los lóbulos de sus orejas a un lado y a otro desgajó una descarada sonrisa luciendo dentadura. A pesar del maquillaje, Alaska pasó de la palidez al sofoco, las venas se le inflaron y su brazo comenzó a temblar. De algún modo Natalia conseguía mantenerse fresca y dicharachera con sus fans. Inflada como un sapo Alaska lanzó una embestida furiosa y Natalia cedió suavemente. Agarrando un hombro de la resoplante triunfadora le estampó la mejilla con un beso de felicitación. Pero la entrega más absoluta fué para Aitana. Su figura de estatua helénica atravesó la arena con los pulgares enganchados a los bolsillos de un tejano blanco sin cinturón apretado a reventar. Al levantar los brazos los pechos quisieron salirse de las copas de un sujetador de encaje sin tirantes tan blanco como el pantalón. Las vencedoras de los anteriores duelos se miraron entre ellas para dirimir quien se enfrentaba a Aitana. Norma se mesaba la melena, Arantxa pegaba saltitos y Alaska hacía estiramientos agarrándose los dedos por la espalda, pero ninguna se decidía a ocupar el lugar vacío ante Aitana. El arbitro las reunió en corro y mientras discutían, Aitana se acuclilló, abrazó la columna de marmol, selló sus largos dedos de uñas pequeñas al otro lado y en dos tiempos izó el grueso tronco de columna hasta cargarlo sobre sus ombros y giró 360 grados para recibir el fervor popular. Las pétreas aristas de la columna habían dejado marcas enrojecidas en su pecho, más ancho y colosal que nunca. Envalentonada por la exhibición de su propia fortaleza hizo presa en los bordes de la columna y con un sordo rugido levantó a pulso la gigantesca piedra sobre su espléndido rostro manteniéndola por encima de su cabeza hasta que la tensión del momento había agotado las fuerzas de cada uno de los vociferantes espectadores. Cuatro chicarrones de la organización con camisetas de mangas cortadas restablecieron la columna a su lugar y Arantxa avanzó hasta ella a pequeños pasos. El pulso fue formidable. A cada tirón de Aitana, Arantxa respondió con su proverbial corazón de acero, y un par de veces tuvo a la grandiosa y bellísima forzuda prácticamente batida a base de sudor e intestinos, pero a su corto brazo le faltaba palanca o bien simplemente Aitana era demasiado para ella y al final acabó agarrándola de la muñeca y levantando su brazo imbatible reconociendo la superioridad de Aitana de forma deportiva. Norma y Alaska se resistían a aceptar el agarre de la otra. Los brazos largos, dorados y contorneados de Norma le permitían un agarre superior, con las puntas romas de las uñas desbordando los nudillos pálidos de Alaska, quien se zafaba a tirones cada vez que se sentía atrapada dentro de la manaza de su adversaria y retrasaba el nuevo intento de agarre, agitando las manos hasta que las articulaciones le estallaban. Norma sonreía a las cámaras moviendo la lengua dentro de la boca, se frotaba suavemente los pechos con el talón de la mano y la tendía al árbitro, sumisa y poderosa. Finalmente hubo que atarles las muñecas. Norma ganó el salto y ya no cedió, comiendo terreno a la musculosa ex-punk hasta aplastarla contra el mármol. Para la gran final se apagaron los focos y el coliseo quedó iluminado tan sólo por las crepitantes llamas de las antorchas. Un miembro de la organización con micro inalámbrico saltó a la arena y cuchicheó algo al oído de las dos espléndidas hembras que aguardaban en el centro de la palestra, explorándose una a otra con la vista. Aitana asintió con la cabeza y se llevó las manos a la espalda palpando el broche. De un tirón soltó el sujetador y lo pasó, pinzado con dos dedos, a un asistente. Norma se aplastó el pelo en una bola y la levantó contra la nuca permitiendo a su hermana Carla acceder al cierre del corpiño, desanudarlo y desincrustarlo de su pecho. Liberados de la opresión, sus senos crecieron sedosos y desbordantes, entonces dejó caer la melena, dándole volumen con un par de cabezazos. Las dos mujeres se observaron a la luz de las antorchas, comparando sus espléndidas fisonomías con cruel intensidad. Aitana era impresionante, Norma era grande y perfecta. Desentendiéndose del árbitro enlazaron sus manos con fervor de primerizas. Mantuvieron los ojos clavados. La primera en bajar la mirada habría de ser conquistada. Luchando se olvidaron de las cámaras, del maquillaje, de las poses. Norma se descompuso primero, después la propia Aitana se convirtió en la máscara del dolor. Sus muslos ardían y chorreaban. Perdieron la noción del tiempo. Aitana tenía un ejército de asistentes que mojaban su cuello y gesticulaban. No necesitaba mirar los puños para saber que Norma iba ganando. El sonido que le trepanaba los tímpanos era el rechinar de sus propios dientes. Empezó a doblar la muñeca de Norma como una rama a tronzar. La estrategia hizo mella en Norma, quien empezó a ceder. Por primera vez mechones de pelo se le pegaban a la frente empapada. Carla increpó al arbitro. Aitana estaba venciendo pero al tiempo sintió que sus piernas empezaban a temblar. En una demostración de potencia que puso en pie al público Norma enjugó toda su desventaja de un solo tirón y con un apretón hercúleo comenzó a triturar los dedos más delgados de Aitana, a quien el temblor le subía ya por cerca de las caderas, devorando toda su colosal fuerza. Ahora Norma usaba todo su cuerpo en la palanca, sumando cada gramo de músculo desde la cabeza hasta la punta de los dedos de los pies; lanzaba un ataque que hacía tambalearse a la gastada Aitana, y cuando casi la desbordaba tomaba un respiro, para volver con renovada energía. Así que Norma marcaba el ritmo de la pelea, y Aitana se limitaba a sobrevivir, sus pechos encogidos y sus pómulos resecos. Esto te va a doler, anunció la vedette, y sus robustos dedos se clavaron en la mano de Aitana buscando las articulaciones. Carla levantó los puños. "Ya la tienes, está acabada, reviéntala". También su cabeza empezó a temblar, y el sudor le goteaba por la nariz y le escocía en los ojos. Norma le había dislocado la muñeca y ahora, aún cuando su brazo reuniese fuerzas para recuperar terreno, tal como estaba de doblada no podría hacerlo sin riesgo de rotura. Norma leyó el miedo en sus pupilas ganando nuevo vigor. Aitana comenzó a gemir. Se acabó? preguntó un organizador. Aún no, contestó de cuclillas el árbitro examinando el espacio menguante entre los nudillos de Aitana y el mármol. No! Chilló Aitana. Y su cuello se infló tirando para arriba de los pechos. Norma rugió como una leona en celo. Aitana le había clavado el pulgar en la pálida medialuna del nacimiento de su uña, seccionándola hasta el hueso. Mostrando los colmillos se recompuso con increíble entereza restaurando la formidable tensión de sus miembros, pero la puñalada le había llegado hasta el tuétano, cortocircuitando por un instante toda su musculatura, y había bastado para que Aitana recuperase la posición de la muñeca. Ahora era cuestión de fuerza bruta y de eso andaba sobrada. Pero el organizador estaba haciendo gestos agitando los brazos en tijera paralelos al suelo. La conexión se había extinguido. Los focos de las cámaras se apagaron y los mozos comenzaron a tirar del cableado. El público aulló. El árbitro se interpuso y paró el combate. Las dos se miraron con respeto aflojando lentamente y al unísono, pero sin soltarse. Norma se inclinó adelante hasta que sus gruesos labios rozaron los de Aitana. Esto no queda así, quiero una revancha sin límite de tiempo, no puedes conmigo. La altiva Aitana se deshizo de la incómoda presa y ayudada por su fiel Pe se puso la blusa.