CALL GIRL DE LUXE

by Marika Moreski (free translation)




No puedo dejar de rendir homenaje a una de mis más prestigiosas colegas en la noble profesión de dominatriz. No creo que ninguno de mis numerosos lectores no haya oído hablar nunca de Th‚rŠse Berkley, que hizo las delicias de los masoquistas del siglo pasado con el famoso "caballo" del mismo nombre. Muchos menos lectores conocen la reputación de sus admirables contemporáneas, como Sylvia Bourdon o Claudia Van Zempt. Pero por encima de todas estas célebres estrellas de la dominación femenina, existe una Belinda Sunmorris que merece especial consideración.

A los diecisiete años Belinda Sunmorris se preparaba para la difícil carrera de estrella del séptimo arte. Para ello, se trasladó desde Florida hasta Hollywood. Su simpatía y su incomparable belleza rubia suscitaron pronto envidias en el mundillo de los debutantes. Pronto ascendió al status de starlette y sin duda habría alcanzado la categoría de estrella si ella no hubiese optado bruscamente por otra profesión aún mucho más difícil aunque igual de lucrativa. Una profesión más acorde con su carácter: la de dominatriz.

Fue en los medios hollywoodienses en los que ella se desenvolvía donde la espléndida Belinda descubrió su nueva vocación. Pronto pudo comprobar que importantes personajes de la industria del cine tenían unas vidas secretas bastante peculiares. Su posición dominante les permitía lujos como hacer realidad cualquier fantasía con las muy complacientes aspirantes a la gloria. Y entre estas fantasías era muy frecuente la de ser dominado por las jóvenes beldades. Pero no todas sabían interpretar con eficacia este papel. Entre las que entendieron con facilidad la situación se encontraba, cómo no, Belinda.

Con tan sólo diecinueve años logró encandilar a un veterano productor de cortos cuando notó el interés que Mr. Elmer X. ponía en ciertos detalles. En la conversación dedujo cuáles eran sus debilidades. Mr. Elmer X. estaba especialmente interesado en el calzado que habrían de llevar las actrices. Belinda le incitó a encargarse personalmente del que habría de llevar ella. Al viejo le faltó tiempo para abalanzarse a sus pies, besuquearle los zapatos y descalzárselos luego, con la expresión feliz del que va a llevarse a la boca una jugosa fruta. Mr. Elmer X. rejuveneció en pocos días. Todo el mundo lo notaba y nadie fue capaz de descubrir jamás su fórmula secreta.

Belinda Sunmorris tuvo muy pronto a sus pies a lo más granado de este mundillo de finos masoquistas. Ricos hombres de negocios atravesaban varios estados para venir a servir humildemente el menor de sus deseos. A los veintidós años atesoraba ya una gran experiencia y legiones de servidores que estaban dedicados a ella en cuerpo, alma y cuenta bancaria. Tuvo que hacerse muy selectiva y llegaba a admitir nuevos esclavos en su gineceo íntimo sólo si venían avalados por buenas recomendaciones.

Este gineceo, si se me permite llamarlo así, se componía de una treintena de adoradores que le permitían satisfacer ampliamente sus fastuosos caprichos. Uno de ellos era un gran patrón de la industria del automóvil, con multitud de agencias en todo el país y una red de concesionarios de garajes. Dondequiera que fuese, Belinda obtenía sin costo alguno combustible y mantenimiento para su vehículo (que también disfrutaba como regalo de su admirador).

Belinda se las ingeniaba de maravilla para sacar partido a su situación, a su autoridad natural y a su encanto deslumbrante. Cada mañana se permitía saleccionar a sus esclavos, según sus necesidades. Sus clientes no le ocupaban demasiado tiempo. Cada uno tenía su turno, fijado según su humor. Su lujosa mansión de Los Angeles viviía al ritmo de su voluntad dictatorial.

Una cohorte de criados, masoquistas voluntarios, gravitaba alrededor de ella. Los que no tenían riquezas que ofrecer habían sido elegidos por ciertas habilidades particulares que interesaban a Belinda, y se dedicaban en cuerpo y alma a esta tarea. Cada uno de sus criados tenía una misión específica dentro de la villa. Un chófer que conducí:a con mano experta cualquiera de sus tres coches. Un experto maitre de hotel que velaba por la buena marcha de las tareas de la mansión. Un jardinero que se ocupaba del inmenso parque. Y varios más.

Una persona como Belinda no podía contentarse con criados convencionales. Puesto que ella tenía los medios y las relaciones suficientes para hacerlo, había decidido adquirir los especímenes raros que podían satisfacer todas sus fantasías de dominatriz. Ellos no eran simplemente criados-esclavos, sinó esclavos en el sentido verdadero del término.

No podía faltar en su colección un 'esclavo porteador'. Tenía enjaezado en su espalda de manera permanente un pequeño sillón de cuero rojo. Este extraño mueble humano iba y venía por la casa o el enorme jardín según las órdenes de la Maitresse, que lo utilizaba con frecuencia para desplazarse. El esclavo se movía según sus órdenes, siempre a cuatro patas, hacia el lugar que fuese. Las avenidas del parque recubiertas con grava eran uno de los lugares habituales de paseo. La silla estaba fuertemente asegurada sobre la espalda del pony humano por cintas de cuero que pasaban por su vientre, pecho y espaldas. Cuando Belinda deseaba utilizarlo, el infortunado esclavo debía posternarse en tierra, de manera que su amazona caminaba sobre su nuca y su espalda para luego pivotar y dejarse caer sobre el sillón para sentarse confortablemente. Que ella fuera descalza o con afilados tacones, carecía de importancia. Si el esclavo llevaba marcas en el cuello no podía saberse, puesto que sobre é llevaba un delicado cojín asegurado con cintas de cuero al cuello y a la frente. Una vez que Belinda se sentaba cómodamente, hacía reposar sus pies sobre el mullido cojín. Además, cuando se desplazaba con el precioso peso sobre su espalda, el esclavo debía mantener la cabeza bien recta para sostener los pies divinos y para ver el camino que se abría delante de él. Siempre tenía mucho cuidado y procuraba mantener cómoda y satisfecha a su ama (de lo contrario, podía ser azotado por ella como castigo).

Con los pies cruzados indolentemente sobre la nuca de su montura, Belinda daba sus breves órdenes acompañadas de un golpe de talón.

- " Al cuarto de baño! " " Al jardín! " " A la piscina! "

En ocasiones le obligaba a llevar un cómodo trote, dándole repetidos golpes en las mejillas con sus pies desnudos o con sus finos zapatos puntiagudos. El esclavo forzaba entonces su dolorosa marcha y hacía las delicias de la bella joven.

Cuando llegaba al sitio indicado, el esclavo se detenía a la espera de nuevas órdenes. No era extraño que Belinda permaneciese sentada durante largos minutos, y esos eran momentos de relax para el porteador, que disfrutaba con la sensación del peso de su adorada diosa. Si ella estaba particularmente satisfecha de su esfuerzo (y él siempre se empleaba a fondo, como un noble caballo), Belinda acariciaba la cara de su servidor con sus pies desnudos.

Cada vez que Belinda deseaba descender de su silla móvil, tenía lugar un rito inmutable: para dejar la silla bien recta y permitir a la Maitresse descender sin esfuerzo, el esclavo debía echarse hasta tocar con su vientre en el suelo. Hacerlo lentamente suponía un difícil ejercicio de equilibrio debido al peso del sillón con su linda pasajera. Con mucha suavidad doblaba sus brazos y sus piernas hasta tocar tierra delicadamente. Entonces Belinda se levantaba de su sillón apoyando todo el peso de sus talones sobre las espaldas del esclavo-porteador. Luego, un doloroso aplastamiento de su nuca y su cara...y hasta la próxima vez.




*       *       *



Otros tres esclavos, que ella calificaba maliciosamente de "bocas de placer " gravitaban en el mundo insólito de la dominatriz. Cada uno tenía una jornada de ocho horas, como cualquier obrero de una fábrica. Belinda requería con mucha frecuencia los servicios de sus lenguas ya que era un ejercicio que le proporcionaba un inmenso placer. Los tres eran verdaderos perros lamedores y cada uno tenía sus propias características. A Belinda le encantaba alternarlos ya que cada uno le proporcionaba sensaciones diferentes. Cuando recibía a alguna amiga de la profesión tenían lugar agradables tertulias alrededor de una mesa bien servida. Mientras tanto, bajo la mesa, los perros lamedores trabajaban incansables. Durante horas y horas.

Y después estaba Joel!

Cuando Joel hizo su aparición en su gineceo, no vino con nada material que ofrecer a Belinda: sólamente su fidelidad perruna y su honesto deseo de servirla lo mejor posible. Ella le abrió sus puertas porque Joel había sido calurosamente recomendado por una de sus amigas dominatrices de mayor confianza.

Como capricho más reciente, Belinda había decidido ofrecerse el lujo de tener a su disposición una alfombra viviente tendida a sus pies y lista para recibirlos, en cualquier parte de la mansión. Belinda convocó a la alfombra Joel para hacerle una prueba y comprobar si estaba a la altura de su reputación. Cuando llegó hasta su presencia, Joel vio a Belinda sentada cómodamente en su sofá con las piernas cruzadas. Los hermosos zapatos de tacón atrajeron rápidamente las miradas de Joel. Con un dedo ella le señala un sitio y Joel se arrodilla rápidamente, subyugado por tanta belleza y desprecio soberano. Belinda le explica en breves frases que a partir de ese momento ya no es un ser humano, sinó un mueble a su servicio, y que será severamente castigado si lo olvida aunque sea por un instante.

- No deberás levantarte nunca, siempre has de estar al nivel del suelo y cerca de mis pies. Cuando me siente, deberás estar en el lugar adecuado, de manera que mis pies reposen inmediatamente sobre tu espalda o tu pecho.

La función de Joel iba a ser exclusivamente la atención permanente al cuidado de los pies de su ama, y también de su numeroso calzado. Belinda le hizo desnudarse y el se tendió sobre el vientre, delante de su sillón. Ella se liberó de sus zapatos y posó sus pies desnudos sobre su espalda, sin duda para juzgar mejor las nuevas sensaciones que podía procurarle la elasticidad de la piel servil. Luego caminó sobre su espalda, su cuello, frotó sus plantas sobre el pelo rizado de Joel, tomando posesión de su cosa, de su nuevo juguete de los sentidos. Después de esta primera toma de contacto, y sin bajar la cabeza, columpia todo su peso sobre el pequeño esclavo y luego deja caer:

- A propósito, esclavo, es evidente que una alfombra no habla. Ni se queja -y al decir esto volvió a pasearse sobre Joel, pero esta vez calzada con sus afilados tacones. El esclavo sintió un dolor intenso, sin duda mezclado con oleadas de placer. El peso de la bella le cortaba la respiración por momentos pero no dijo nada. Belinda parecía satisfecha.

Pasaron los dís y Joel se adaptó pronto a un trabajo que le parecía delicioso. Con la cabeza pegada al suelo podía sentir desde lejos los pasos de su diosa. Cuando los pies divinos aparecían en su campo de visión, retenía la respiración para no hacerse notar. Sintió un ruido de botellas y comprendió que ella se había servido algo del mueble bar. Un repiqueteo de tacones le hizo moverse y situarse al pie de un alto taburete. Después, un pie de la bella tocando el suelo. Joel se elevó ligeramente y ofreció su espalda. Belinda apoyó sobre ella sin miramientos su otro pie lindamente calzado. Su pie posado en el suelo estaba a la altura de su cara, y el tenía los ojos a pocos milimetros de sus dedos perfectos y cuidados. Joel estaba en éxtasis ante la cercana visión. En un momento dado, Belinda desplazó el otro pie hasta el cuello del esclavo y le presionó hasta aplastarlo contra el suelo.

Para el esclavo, los instantes más excitantes eran sin duda las prolongadas lamidas que tenía que prodigar a los adorables pies desnudos de la rubia maitresse. Omnipresente, la alfombra humana se tendí delante del sillón cuando ella se sentaba. En tales momentos, Belinda le hacía tenderse con la espalda en el suelo y colocaba sus plantas sobre su cara, frotándolas lentamente. En este juego, sin duda Joel recibía tanto placer como su ama. El olor delicado y la sensación de aplastamiento le colmaban de excitación. Pero un fuerte golpe de talón le hacía comprender que sólo estaba allí para dar placer a su dueña. Entonces, él abría su boca y comenzaba a chupar sus talones, remontando luego las plantas hasta llegar a los deliciosos dedos, que Belinda introducía con gran placer en su boca totalmente abierta.

La expereincia fue tan concluyente que Belinda Sunmorris, plenamente satisfecha del rendimiento de su alfombra viva, adoptó a Joel de manera permanente y el feliz personaje pasó a ser la alfombra más envidiada del mundo.