HISTORIA (IN)COMPLETA ÒEL JARDêNÓ

No contestaba al telŽfono. Era la dŽcima vez que llamaba a su m—vil y no respond’a. Conoc’a bien a mi marido, no era de los que se despegaban de su m—vil. Hac’a a–os queestaban juntos. Se conocieron en la universidad y todo, sencillamente, encaj—. Aœn recor­daba con rubor el d’a que Žl descubri— sus dos peque–os secretos; los pies femeninos y eljudo, pero Žl, siempre Žl, decidi— apuntarse a clases de judo para poder satisfacer su feti­che... unas veces hacia de Tori y otras de Uke, y no importaba lo dura que ella fuera con Žl (y pod’a llegar a ser muy dura: cintur—n negro, 2¼ Dan) Žl siempre le dejaba hacer. Inclusovio con buenos ojos el hecho de luchar con otras parejas, o solo con mujeres (...hummmm... recordar aquellos pies aœn la estremec’a...) Pero hoy estaba muy preocu­pada.

La casa donde habitaban era una linda casa de dos plantas, con un peque–o jard’ndelantero y uno m‡s grande en la parteposterior. Siempre hab’a fantaseado conconstruir un peque–o Dojo en el jard’n tra­sero. Siempre daba el sol y estaba lo sufi­cientemente apartado de miradas extra–aspara poder desarrollar sus fantas’as con sumarido, o simplemente invitar a cualquierade esas parejas que hab’an conocido porInternet. De momento ya ten’an un tatami de generosas proporciones que utilizaban( o ella sola utilizaba a veces con la chicadel servicio... amaba mucho a su marido,pero los pies de aquella muchacha la atra­’an demasiado, con una voracidad que, aveces, apenas pod’a refrenar. No sola­mente ten’a unos pies bell’simos, que siem­pre andaban descalzos por la casa, si no que adem‡s se hab’a demostrado una grand’sima Uke al iniciarla en las artes del judo) siempre que pod’an.

As’ que se extra–— mucho al ver que su ma­rido no hab’a acudido a la comida. La noche anterior hab’an hablado de realizar un poco derandori ( y deb’a reconocer que disfrut— muchola œltima vez que estuvieron all’. Los nuevos ta­tamis ten’an una textura que la excitaban so­bremanera, tanto que a veces Žl la sorprendiacon algœn moviento que le daba Ipon directa­mente) as’ que se hab’a pasado la ma–ana cuid‡ndose los pies para estar con su marido.Y ella sab’a que Žl disfrutaba enormementecon ella sobre el tatami. Aœn as’, supuso que algœn contratiempo en el trabajo podr’a haberlo retrasado, pero siempre llamaba para decirle que llegar’a tarde... en fin, hombres.

Entr— en la cocina para pedirle a Carla (lachica del servicio) que no se preocupara m‡spor la comida...y all’ estaba ella, descalzacomo siempre tratando de alcanzar algœn ca­charro sobre la campana de la cocina.

Hab’a conocido a mujeres muy hermosas, yCarla tal vez no entrara en esa clasificaci—n,pero el desparpajo que la carecterizaba ledaba, definitivamente, un ÒalgoÓ que a ella le atra’a mucho

-Ò ­Carla, Àte apetece un poco de entrena­miento?­Ó

Ella se gir— y me pareci— que su mirada sevolv’a algo pizpireta.­

-ÒDeme solo unos minutos stra., enseguida es­tarŽ con usted en el jard’n­Ó-

Me encaminŽ hacia mi habitaci—n, y aunque segu’a preo­cupada, al menos sab’a que pasar’a un buen rato mientras esperase.

Abr’ mi armario y a mi vista qued— la colecci—n de judoguisde competici—n; rojo, azul, blanco, rosa, negro... gracias a su trabajo relacionado con el mundo de la moda hab’a con­seguido una muestra en todos los colores que cualquiera hubiese querido imaginar.

Escogi— el blanco. Estaba de muy buen humor y hac’a una ma–ana especialmente soleada, de hecho le dir’a a Carla que tambien ella se colocara el judogui blanco.

Subio por las escaleras hasta la habitaci—n, golpe— a la puerta.

-­ÀDigame?­_

Ella entreabri— la puerta...­

-ÒSe–orita, aœn no estoy vestida!!Ó-

-Ò­­Lo siento. Solo sub’ para decirte que te colocaras elblanco. Hoy hace mucho solÓ-

-Ò­­As’ lo harŽ se–oritaÓ-­

No pude dejar de admirar, por el hueco de la puerta, la singular belleza de Carla... como antes dije, seguro que ’ba­mos a disfutar la tarde.

Efectivamente, era una tarde preciosa: soleada pero con un ligero viento que impedir’a que sud‡semos en exceso. Las dos vest’amos nues­tros judoguis blancos, los cuales dejaban ver nuestros pies descalzos. Carla hab’a empezado, sin duda alguna, a ir a la playa; sus pies empe­zaban a dar muestras de ello. ÀComo definir los pies de ella? Perfectos era una palabra que no me gustaba utilizar para describir pies; paragustos, colores. Finos, elegantes, bien compensados... preciosos...

Hay algo que deben saber tambien sobre mi; normalmente caminar sobre cualquier tatami tiene un efecto relajante en mi (deben saber que sobre un tatami no se camina igual que en la calle, arrastramos los pies de una manera singular, sensual casi, para no ser desesta­bilazados por nuestro oponente) pero en el tatami que mi marido adquiri— e instal— me produce una sensaci—n totalmente contraria; la textura del mismo combinado con el movimiento que debo hacer para caminar me producen un cosquilleo de placer desde la punta delos pies hasta el cabello, manteniendo mi bello erecto y proporcionandome una agradable sensaci—n de placer cada vez que debiaapretar mis caderas en la utilizaci—n de cualquiera de las llaves de suelo que quisiera aplicar... lo cual intentaba hacer tan a menudo como pod’a....

­–ÒÀTe apetece un poco de pr‡ctica o prefieres unrandori?Ó– Le preguntŽ a Carla

Sus ojos se posaron en los mios con un tono burlesco. Estaba claro que Carla estaba maqui­nando algo, pero debo decir que me ten’a total­mente intrigada... y un tanto excitada tambien.­––­–ÒHajime!­Ó–fuŽ su respuesta.

Las dos tratamos de ganar el mejor agarre para aplicar nuestras tŽcnicas. Tal vez Carla solo fuera cintur—n ­verde, pero demostraba una gran habilidad para aprender. EntrŽ en su guardia ti­rando de su solapa y manga. Carla se vi— en la punta de sus dedos, desestabilazada hacia ade­lante... no lo pensŽ m‡s: ÒHarai GoshiÓ. Carla evit—e l Ippon en el œltimo suspiro, girando su cuerpo y cayendo de bruces, aunque en honor a la verdad,no hab’a sido el mejor de mis intentos.

–Ò­YukoÓ– ­acert— a decir Carla

Asent’. Otra vez la sensaci—n, siempre agrada­ble del tacto de aquel tatami bajo mis pies, no pod’a concentrarme, solo podia sentir ese leve cosquilleo de placer cada vez que mov’a mis pies sobre ese tatami.

–Ò ­Hajime!Ó­

Carla se acerc— a mi con renovado ’mpetu...

–ÓYoko OtoshiÓ...­Koka!­–

El arrastrar mis pies sobre el tatami no me hab’a ayudado en nada, solo hab’a empeorado mi situa­ci—n, necesitaba, literalmente, retener a Carla con mis piernas, incluso si eso significaba realizar mo­vimientos tan peligrosos como un ÒDo­JimeÓ (de hecho era el que m‡s me apetec’a hacer!!), solo para calmar mi ardor...

­–ÒHajime­Ó–

Esta vez fu’ yo la que me preci­pitŽ... Carla entr— en mi guardia y en vez de tomar mi solapa pas— su brazo izquierdo alrededor de mi cuello. Con un r‡pido movimiento coloc— su cuerpo al mismo nivel que el mio...Inici— su Hadaka Jime de una forma poco ortodoxa; coloc— su espalda con la m’a y oblig— a mi cuerpo a describir un peque–o arco, cada vez m‡s grande. AgarrŽ su brazo para intentar parar el agarre... Sent’a su brazo al­rededor de mi cuello, aunque ella aun no hab’a iniciado a aplicar toda lafuerza de la que era capaz... pero hab’a una cosa que empez— a debili­tar mis fuerzas; mis pies quedaron de puntillas sobre el tatami. Totalmented esestabilizada y tratando de no caera la par que tratando de evitar sua garre (el roce del tatami con solo una parte de mi planta estaba empe­zando a ponerme el bello de punta!)Carla disfrutaba de aquella si­tuaci—n; me ten’a bajo control pero no parec’a interesada en finalizar... o eso cre’a yo. Un r‡pido y preciso giro de su cuerpo y se coloc— detras mio,gran paso hacia atr‡s, colocaci—n de sus piernas alrededor mio, desestabi­lizaci—n y uni—n de su cabeza con la m’a a la vez que las palmas de su mano estrechaban el cerco. El efecto fuŽ inmediato

Carla arque— su espalda al tiempo que todos u cuerpo, especialmente sus pies, se con­tra’a como una boa a mi alrededor... tres sonoros golpes de mi mano en el tatamidieron finalizaci—n su agarre.­Le gust—?­me pregunt—­HAJIME!!­lancŽ como toda respuesta

Mi ÒMorote Seoi NageÓ fuŽ incontestable.Sus lindos pies se alzaron y pasaron porencima de mi hombro muy r‡pidamente. Sucara aœn reflejaba la sorpresa de mi ataque,y solo des pert— al golpeo de su espaldacontra el tatami...

­QuŽ, te gust—?­

Los pies de Carla se apoya­ban con fuerza en mi ca­beza, mientras sus piernas imped’an que pudiera reali­zar cualquier movimiento...sin embargo no aplicaba latŽcnica. Yo trataba de esca­par de su ataque, emple­ando toda la fuerza de la que era capaz. No quer’a perder por un agarre. No es que me importe cuando compito, pero no pretend’a darle el gusto a Carla d eestar sobre mi durante 30 segundos... quien sabe si m‡s solo por el placer de hacerme rabiar. ParŽ. Me detuve.

– ÀEst‡ bien sr Barbara?ÀSe rinde ya?–Sœbitamente arqueŽ mi cuerpo, con violencia. Carla pareci— asustarse un poc opor el impetu de mi movi­miento. Durante un breve y precioso momento su aga­rre se relaj— y pude darme la vuelta....

Carla sonri—. Era exactamente lo queh ab’a estado espe­rando todo ese rato... En un com­bate de Judo no se puede aplicar unÒSankaku JimeÓ solo con la cabeza de tu oponente entre laspiernas... pero no creo que el arbrito m‡s cercano pu­diera impedir lo qu eiba a suceder. Carla coloc— sus piernas alrededor de mi ca­beza para ejecutar su ÒSankakuÓ. No me quejŽ, en cierta manera me gustaba sentir el contacto de sus gemelos alrede­dor de mi cara. Ob­servŽ sus preciosospies hasta donde me fuŽ posible...

El dolor me oblig— a cerrar los ojos...

No pod’a golpear el tatami con mis manos, Carla me ten’a totalmente inmovilizada... y la presi—n se increment—. Notaba como sus pies hac’an palanca al unisono con sus piernas...

La presi—n fuŽ tan sœbita y certera que solo consegu’ mover mis pies en se–al de rendici—n...