Simplemente... Alex. Completa... Por El Bohemio de Caracas. Caía la noche en Astoria y Alejandra miraba el reloj. Este marcaba las seis y treinta minutos de la tarde. -¡Órale! ¡Tan temprano y empieza a oscurecer ya!- Se dijo un poco asombrada. Rápidamente se preparó para retirarse de la oficina e irse a la Universidad, no a las clases sino al gimnasio, a entrenar. Debía esperar las inscripciones del semestre para ella poder integrarse y seguir su carrera, pero faltaba un par de semanas para iniciar el nuevo periodo académico. Tan solo recogió sus pertenencias fue a despedirse de su jefa. -Bueno Erin, ya debo irme- -Está bien, Alex, hasta mañana- -Hasta mañana- Transitaba por los pasillos del negocio, propiedad de Arthur y en la medida en que se conseguía sus compañeros se despedía. El último fue el propio dueño del local, quien conversaba con Stanley. -Hasta mañana, señor Arthur, señor Stanley- -Hasta mañana, Alex- Los dos respondieron a la vez. Y nuestra amiga fue a la parada del autobús. La unidad de transporte hacía el recorrido con su velocidad habitual, por lo que Alejandra no se desesperaba por llegar, solo miraba el paisaje urbano por la ventanilla, sin mirar a los pasajeros que abordaban el transporte o se bajaban. Estaba tranquila. Una vez en la parada de la universidad, nuestra amiga bajó y rápidamente se dirigió al gimnasio, permaneciendo allí por hora y media, entrenando, junto a Ginnette, quien se encontraba en aquel recinto desde temprano. Ginnette ya no trabajaba en el local de Arthur, sino que ahora tenía un nuevo empleo, en el bufete de abogados que la contactó recientemente para la entrevista. Pasó las pruebas, hizo la entrevista, vio que el salario que le ofrecían era superior al que devengaba en el negocio de comida rápida y enseguida aceptó la oferta. Tenía una semana, puesto que tuvo que avisarle a Arthur de su pronta desvinculación, la cual concluyó felizmente. "Ya sabes, Ginnette, aquí siempre tendrás abiertas las puertas" le dijo Arthur al despedirse. -¿Qué tal, Ginnette? ¿Cómo te fue hoy?- Preguntó Alejandra al verla. -Bueno, hasta ahora sigo con la inducción, estaré así por un par de semanas más- Contestó la oriunda de Wyoming. -Bien ¿Y qué más?- Alejandra tenía mucha curiosidad. -Bueno, el ambiente de trabajo es agradable. Hasta ahora me han tratado bien, mi jefe, mis compañeros, no puedo quejarme...- Ginnette le siguió hablando del empleo hasta que llegó la hora de entrenar. Hasta allí duró la conversación, puesto que empezaron a retomar la disciplina del karate, con sus figuras, golpes, llaves, patadas... Durante más de hora y media entrenaron arduamente ellas dos y sus compañeros. De tanto en tanto, Alejandra servía para dar forma a las explicaciones de técnicas que daba el sensei, un profesor de nombre Robin Harrelson, quien estaba altamente complacido de tener como alumna a una chica como Alejandra, puesto que lo ayudaba mucho en las clases. La mexicana ejecutaba los movimientos tal como el maestro quería, además de encargarse de aquellos alumnos que no asimilaban rápido las técnicas, propiciando así a que la clase avanzara más rápido. Terminada la clase, algunos solo se pusieron los zapatos cambiándose nada más la camisa del gi, otros, como Alejandra y Ginnette, optaron por cambiarse toda la indumentaria, para luego retirarse. Ambas llegaron a casa a las nueve de la noche, cenaron, conversaron de todo lo que les faltó hablar acerca de lo que fue ese día y como Alejandra había comprado un DVD, Ginnette aprovechó de apuntarse en un club de video el día anterior y alquiló tres películas. Habían visto dos y se aprestaron a ver esa noche la tercera. Después de disfrutarla, ambas se fueron a dormir a las 11. Justo a esa hora, pasaba una patrulla de policía frente al edificio de nuestras amigas, en su ronda acostumbrada ¿Quiénes iban a bordo? Los agentes Buchanan y Howard. El primero siempre miraba la fachada del inmueble, como complacido de tenerlo en su zona asignada de servicio. Howard le llamó la atención, ambos sonrieron y siguieron su camino. Pronto la central del cuerpo policial los ponía en alerta sobre una alarma registrada en un supermercado al sudeste de Astoria. -Aquí 2504, enterado ¡Vamos para allá!- Fue la respuesta de Howard al tiempo que Buchanan enfilaba al sitio del suceso a toda velocidad. Todas las amistades de Alejandra y Ginnette estaban en sus respectivas casas, aprestándose a dormir, como el resto de Astoria. Esa noche había poca actividad en la localidad, pues las calles lucían desiertas, por lo que la patrulla de Buchanan pronto llegaría, junto a otras unidades de la policía local, a detener a unos maleantes que habían robado el supermercado abriendo un boquete en una de sus paredes traseras. De resto, todo tranquilo en Astoria, pues era martes. También en ese instante, pero en Portland, Gertrude Myers llegaba a su habitación y se lanzaba en su cama. Estaba exhausta después de trotar en los alrededores. Había conseguido una pieza en alquiler en una elegante urbanización de la ciudad, la cual tenía áreas verdes y espacios para trotar y hacer ejercicios y desde el primer día los aprovechaba para ejercitarse. Luego de unos instantes recostada, se desvistió y fue a ducharse. En diez minutos salió, se vistió y se dispuso a revisar su agenda para el día siguiente. Antes de irse a dormir, hizo una llamada. -Buenas noches- Contestaron. Era la voz de Giles. -Buenas noches tío Bob ¿Le molesto?- Pregunta Gertrude. -No, para nada, lobata, aunque es un poco tarde- -¿En donde esta usted?- -Leyendo... ¿Qué hay de nuevo?- Giles ni quiso entrar en detalles y fue directo al grano. -Hasta ahora todo sigue tranquilo en la sabana- Ambos procuraban hablar en clave, aún cuando se comunicaban por sus teléfonos celulares. -¿No ha podido conseguir a los toros?- -La verdad es que he movido todos los lazos y no ha habido forma de dar con ellos- -¡Vaya! Tienes tres semanas allá, una más de la que inicialmente planeamos- -La verdad es que no pensé que fueran tan escurridizos. He visitado sus fachadas, las que me proporcionó, pero no hay indicios, ni una pista- -Aparte de tu búsqueda ¿Has leído la prensa de allá? ¿Te has enterado de algún suceso?- -Como le dije al principio, tío Bob, la sabana está tranquila- -Muy bien, si en una semana más no logras conseguir nada, regresa, por favor. Ya pensaremos en otra jugada- -Esta bien... lo siento, tío Bob- -Tranquila, lobata. No te preocupes- El senador Giles colgó. Gertrude tenía tres semanas en Portland buscando indicio alguno sobre la existencia de la Hermandad, pero hasta ahora todos sus esfuerzos habían sido infructuosos. No podía pedir ayuda a la policía de la ciudad debido a las fuertes sospechas de que dicho cuerpo de seguridad estaría infiltrado, al igual que los tribunales y otras instituciones. El senador Giles tenía documentos en los cuales la policía de Portland aparecía muy cuestionada por la falta de diligencia en algunos casos donde estaban involucrados ciertos personajes, por lo que había girado instrucciones a Gertrude de no contactarlos. Pese a que le había dado los nombres de los sospechosos, la ex agente del FBI no había podido dar con ellos en su falso oficio de vendedora de software para corporaciones. Y ya estaba cansada, aparte del desánimo y la frustración por no poder conseguir nada. Después de charlar con el senador, se acostó también a dormir, cosa que pronto conseguiría debido al cansancio. Así pasó esa noche. Y también pasó el día siguiente, sin mucho que contar. Y así también pasó esa semana, con la vida transcurriendo normalmente. Pero dos hechos iban a sucederse el día sábado; el primero en Astoria. Como es su costumbre cada sábado, cuando no iba al gimnasio, Alejandra siempre se iba a un parque cercano a su casa a trotar y hacer un poco de ejercicios. A veces iba sola, otras veces la acompañaba Ginnette, pero en este caso, su amiga se quedó dormida y la mexicana decidió ir sola. Una vez en el parque, daba tres o cuatro vueltas en la caminería que lo circunvalaba; la primera lo hacía caminando para calentar, para después empezar a trotar, dando cuatro vueltas y regresarse a su casa así mismo, trotando. Cuando iba por la tercera se topó con una niña de unos 13 o 14 años de edad que estaba paseando a su mascota, una perrita poddle cuyo sexo era delatado debido a que llevaba una especie de cintillo rosado en su cabeza, dándole un aspecto simpático que hizo sonreír a nuestra amiga. La niña era de mediana estatura, acorde a su edad, rubia de ojos verdes, quien también le sonreía a la mexicana. Ambas seguían su camino. Alejandra se dispuso a abandonar el parque rumbo a su casa cuando vio, justo antes de cruzar el portón principal, como un par de muchachos habían abordado a la niña. Alejandra se dio cuenta que la molestaban debido a que les pedía que la dejaran en paz a ella y a su mascota. Los muchachos, más grandes que ella y con aspecto de pandilleros no dejaban de molestarla y en un momento dado, la niña tomó a su mascota en sus brazos y echó a correr, siendo perseguida por los muchachos. Alejandra paró en seco su trote y decidió intervenir. Eran las siete y media de la mañana y se dirigió por la calle por donde se habían ido los tres. Como siempre ocurre en esos casos, no había casi nadie transitando la vía. -Esos muchachos... ¿Qué pretenden hacer?- Pensaba Alejandra, presintiendo que le harían daño a la niña. La niña corría pero fue alcanzada por los muchachos, un par de jóvenes mucho mayores que ella que de inmediato comenzaron a empujarla; pese a todo la jovencita trataba de proteger a su mascota aunque la perrita, aún en brazos de su dueña, les ladraba e intentaba morderlos. Uno de ellos era bastante alto para la edad que aparentaba. -¡Ah! ¡Animal fastidioso! ¡Cállate!- Dijo uno de ellos y golpeó a la perra con su gorra. -¡Déjala!- Gritaba la niña, pero los muchachos no dejaban de molestar. Entonces, la mascota se liberó de los brazos de su dueña y encaró al que la golpeó con la gorra sin parar de ladrar; el jovenzuelo volvió a insistir con ella dándole con la gorra, con el resultado de que la perrita le tomó la prenda y empezó a mordisquearla con fuerza, no la soltaba. -¡Maldita! ¡Suelta mi gorra!- Gritó el jovenzuelo y acto seguido le propinó una fuerte punta pié. -¡Nooooo!- Gritó la niña quien fue a socorrer a su mascota, lanzada un par de metros producto de la patada. El animal quedó muy lastimado. -¡Aaayyy sí! ¡Mírenla a ella! ¡Miren a la pobre!- Se burlaban los dos muchachos antes de sorprenderse por la posterior reacción de la dueña del can. -¡Vas a ver!- La niña se abalanzó sobre el agresor de su mascota y empezó a golpearlo. El muchacho se defendía y trataba tomarle las manos, pero en una maniobra ágil, la niña logró arrebatarle la gorra y se la lanzó al piso, procediendo a pisotearla, terminando de dañarla. El otro muchacho solo miraba. -¡Niña! ¡Esa gorra me costó mucho dinero! ¡Me la pagarás!- Acto seguido tomó a la niña por los brazos y luego le propinó una cachetada. La niña trataba de defenderse. Y le arañó la cara a su agresor. Eso fue lo que provocó que el joven sustituyera el par de bofetadas que le dio por un puñetazo brutal que la envió al suelo, partiéndole un labio. Justo cuando el pandillero quiso ensañarse con ella al intentar rematarla a patadas, una voz le ordenó que no lo hiciera. -¡Hey! ¿Qué pasa, chico? ¡Déjala! ¡Abusador!- Era Alejandra quien llegó al sitio. Los dos muchachos la vieron por un par de segundos y luego emprendieron raudos la huida, dejando a la niña tirada en el suelo, lo mismo que a su lastimada mascota. La niña yacía en el suelo envuelta en lágrimas, con las manos en la boca. Alejandra fue a socorrerla, ayudándola a levantarse y a consolarla, pero la niña no paraba de llorar. No era para menos, tenía la boca ensangrentada. Alejandra sacó un pañuelo que tenía en el koala, siempre llevaba dos cuando entrenaba, y después comenzó a limpiarla con cuidado, pues la niña estaba dolorida. Esta vio a su mascota y de inmediato fue por ella. -¡Star! ¿Te encuentras bien?- La niña tomó a su perrita que aún respiraba, aunque muy aceleradamente. -Quedó muy lastimada, hay que llevarla al veterinario- Sugirió Alejandra. -¡Sí!- La niña no paraba de llorar. -Oye ¿Esos muchachos te querían robar? ¿No te robaron nada?- Alejandra preguntó. -No, no me robaron nada, solo me molestaban...- -¿Los conocías?- Alejandra se había dado cuenta al principio, antes de correr, que la niña trataba de dialogar con uno de ellos. -Ellos estudiaban en la escuela, pero los expulsaron... Son muy desordenados, busca pleitos...- -Vamos a llevarte a casa, nené- -¡Primero vamos al veterinario!- Sugirió la niña, muy preocupada por su mascota, cosa que conmovió a nuestra amiga. -Esta bien, vamos al veterinario- Alejandra ayudó a la niña a limpiarse la cara y luego la acompañó al veterinario. En el camino iba hablándole, tratando de calmarla y animarla. -Tranquila, que se va a poner bien- -Ay, mi Star...- La niña no paraba de mimar a su mascota, aunque la llevaba con cuidado, pues Alejandra le había observado, luego de saber que la habían pateado, que a lo mejor tenía algún hueso fracturado. -¡Esos bandidos!- -¡Sí! ¡Lastimaron a mi pobre!- -Ya, ya, se pondrá bien... ¿Cómo te llamas, cielo?- -Lisa... me llamo Lisa ¿Y tú?- -Alex... llámame Alex- -Mucho gusto, Alex- -Igual Lisa- Ambas se estrecharon las manos, al tiempo que Lisa le agradecía su gesto, su ayuda. Caminaron un par de calles. -Ya casi estamos cerca- Comentó Lisa. -¿Sabes donde queda un veterinario?- -Sí, siempre llevo a Star con él, con el doctor Stewart- -¡Ah, ok!- Alejandra sostenía una conversación amena con ella, pero en su fuero interno lamentaba lo que ocurrió y siempre maldecía a los chicos que la golpearon "Otra víctima de unos abusadores... ¡Si ella supiera defenderse!..." -Ya falta poco para llegar- Dijo Lisa cuando un vehículo que pasaba bajó la marcha y el conductor tocó la corneta antes de saludar a Alejandra. -¡Hola Alex!- -Ah... ¡Hola!- Alejandra volteó porque la voz le parecía conocida, pero luego supo quien era al verlo, así que lo saludó con sorpresa y alegría pero a la vez con respeto, pues supo quien era -¡Hola!... Sensei ¿Qué más?- -Hola Alex ¿Cómo te va?- Preguntaba el sensei Harrelson, el instructor de Alejandra. -Muy bien, sensei, acompañando a Linda- A la niña le llamó la atención que Alejandra llamaba sensei al señor quien se dio cuenta del estado de ánimo de ella. -¿Le pasó algo a tu amiguita?- -Estée... llevamos a su mascota al veterinario... Unos jovenzuelos intentaron lastimarla a ella y a su mascota- -¿Por qué no van al hospital- -No, no se preocupe señor, ya llegamos al veterinario... Hay que curar a Star- Intervino Lisa, al tiempo que señalaba al consultorio. Solo había que cruzar la acera, pues estaban casi al frente. Alejandra le contó rápido al sensei Harrelson lo que le había ocurrido a Lisa. -¡Oh! ¡Cielos! ¿No te pasó nada malo, niña?- Preguntó Harrelson. -No... Solo me golpearon la boca, pero me preocupa Star... ¡Hay que curarla primero a ella!- Responde Lisa. -Bueno... Bien Alex, nos vemos el lunes, cuídate ¡Hasta luego, Lisa!- el sensei Harrelson se despedía de las dos. -Hasta luego, sensei- Se despidió Alejandra. -Hasta luego señor...- Harrelson aceleró. Las dos cruzaron la acera y llegaron a la puerta del consultorio. -Bueno, ya llegamos... Si quieres espero aquí mientras atienden a tu mascota- -No, no te preocupes, mi casa está cerca... Puedo irme sola- -¿Y si te encuentras con esos?...- Insistió Alejandra. -No, no te preocupes... Por cierto a ese señor lo llamaste sensei... ¿Eres karateca o que?- Preguntó Lisa. -Sí... él es mi instructor de karate- -Espera un momentito, no te vayas- Lisa pasó al consultorio del veterinario en donde pidió que atendieran de emergencia a su mascota. El propio Dr. Stewart la atendió, puesto que era la primera en llegar. Alejandra pasó después. -¡Cielos! ¿Qué le pasó a Star? Oye... ¿Qué te pasó? Tienes la boca hinchada, un labio partido ¿Qué te ocurrió?- El Dr. Stewart se alarmó al tiempo que volvió su mirada a la puerta para ver entra a Alejandra. -Unos pandilleros me molestaron, lastimaron a Star y me golpearon ¡Pero ella me salvó!- Lisa respondió al tiempo que señalaba a Alejandra, quien saludó tímidamente al Dr. Stewart. -¡Ah ok! Bueno, déjame atender a Star ¡Sara! ¿Puedes venir por favor? Trata de ayudar a Lisa- Se retiró a la sala en donde atiende a los animales al tiempo que llamaba a su asistente quien se encontraba en otra dependencia. Lisa se acercó y le dijo a Alejandra. -Oye, si ese señor es karateca ¿Me puede enseñar a pelear? ¿Tu también sabes pelear?- Alejandra se sorprendió un tanto por la pregunta de Lisa. Le respondió. -Debes aprender a defenderte de esos y de otros truhanes que quieran hacerte daño- -Quisiera aprender, por favor... ¿Cómo hacemos?- -Mira, te voy a dar mi número de teléfono, es de mi celular- Alejandra revisó su koala, encontró un pedazo de papel, sacó un bolígrafo y anotó el número. En eso llegó la asistente del Dr. Stewart. -¡Ah! ¡Hola Lisa! ¿Cómo es... tás?- Se dio cuenta de la hinchazón en sus labios. El doctor le habló desde la otra dándole instrucciones de auxiliarla, pero no hubo de necesitar muchas palabras, porque Sara la atendió de inmediato. -Aquí tienes, puedes llamarme cuando quieras- Alejandra le extendió el papel. Bueno, te estaré llamando. No te preocupes, puedes irte- -Está bien, adiós, que estés bien- Alejandra salió del local. -Oye ¿la conoces?- Preguntó Sara mientras la curaba. -Ella fue quien me salvó, me golpearon un par de chicos...- Lisa volvió a echar el cuento. Alejandra se fue a su casa, pensativa "¿Esa chiquilla quiere aprender a pelear?... Bueno sería que aprendiera a defenderse". Luego recordó unas palabras de Ginnette, quien le preguntaba que por qué no se dedicaba a enseñar. Hasta su casa se fue. A esa misma hora, en Portland, Gertrude salió a dar su paseo matutino. También era una chica de aptitudes deportistas, que suele salir a trotar y hacer ejercicios bien temprano por la mañana, solo que en las últimas tres semanas no había podido hacerlo regularmente, debido a su labor detectivesca. Como ya tenía planeado regresarse a Washington el domingo, decidió salir temprano ese sábado a caminar. -¡Cómo me hace falta mi trotadita mañanera!- Se decía. Iba caminando por las calles, buscando un sitio bueno, una de las plazas o parques de la zona elegante en donde ella estaba hospedándose, para dar vueltas y trotar, pero caminaba y caminaba. Justo al pasar una esquina, después de pasar al lado de un container de basura, divisó un área verde. Se entusiasmó, pensando que era un lugar ideal para hacer ejercicios, pero antes de terminar de cruzar la calle para llegar a ella, escuchó un quejido. -A... yuda... Por... favor... Auxilio...- Era una voz muy débil. Y ella no era la única que la oía. Unos transeúntes también se dieron cuenta y enseguida empezaron a ver de dónde salía ese quejido. -A... yu... da- Un señor se dio cuenta inmediatamente que la débil voz provenía del container. -¡Viene de ahí!- El caballero, Gertrude, así como una señora y un joven se acercaron curiosos al container y fue Gertrude quien dio con la persona que pedía ayuda. Era un hombre, mayor de edad, que estaba dentro del contenedor, en medio de las bolsas de basura, en estado de semi inconsciencia, con evidentes signos de haber sufrido una salvaje golpiza, pues tenía los ojos amoratados e hinchados, así como la camisa y pantalón vueltos jirones. Pidió al señor y al jovencito que la ayudaran a sacarlo de ahí, al tiempo que la señora llamaba al 911 desde su celular pidiendo una ambulancia. Pero antes que llegara la unidad de cuidados, pasó una patrulla de la policía a la que llamaron la atención sobre el hallazgo. Gertrude se quedó en el sitio, tratando de cuidar al hombre, que estaba muy mal. Los agentes de la policía se hicieron cargo, volvieron a llamar a la central comunicándole que se trataba de una emergencia, que enviaran una ambulancia. Lo revisaron, encontrando que el hombre cargaba papeles, documentos de identidad, e incluso algo de dinero en sus bolsillos, por lo que descartaron el robo como el móvil del hecho. Lo identificaron y procedieron a averiguar si tenía antecedentes penales. No los tenía. Intentaron sacarle una declaración al hombre, pero éste estaba tan golpeado que apenas se le oía su voz. Hablaron con las personas que lo consiguieron incluida Gertrude, quienes dijeron que cruzaban por el lugar y oyeron unos quejidos. -¿Más nada?- -Solo eso señor oficial- Respondió la señora. Al tiempo que se acercó el compañero policía y le dijo a su colega. -Lo identificamos- Se trataba de Albert Johnstone. Trabaja como ejecutivo en una empresa de bienes raíces. Su esposa lo reportó como desaparecido hace apenas unas horas. Tenía casi 48 horas sin verlo. Todo esto lo escuchó Gertrude, al igual que los presentes. El agente se llevó a su compañero a la patrulla para ver por él mismo en la pantalla del computador los datos del hombre encontrado semi inconsciente en el contenedor. Gertrude tuvo una corazonada, por lo que se apresuró a reanimar al hombre. Trató de preguntarle qué le había pasado, ante la observación que le hizo uno de los presentes que le recordó que los policías quisieron hacerlo hablar pero no pudieron. Entonces decidió esperar a que llegara la ambulancia. Llegó la ambulancia y los paramédicos procedieron a llevarse al señor Johnstone. Antes de que abordaran la unidad de cuidados, el hombre quiso llamar a Gertrude, uno de los paramédicos entendió lo que quería y la llamó. -Señorita ¿Usted lo conoce?- Inquirió el paramédico -No, yo lo rescaté del contenedor, junto a aquellas personas- Respondió Gertrude al tiempo que señaló a quienes la ayudaron. Entonces fue al lado del hombre en la camilla, quien trató de darle las gracias. Gertrude, con indudable sagacidad y haciendo caso a su intuición, sacó una tarjeta de su koala y se la dio diciéndole a la vez que la llamara en cuanto se recupere, manifestándole su preocupación. El hombre agradeció el gesto, tomó la tarjeta y a continuación fue abordado a la ambulancia. Gertrude presentía que ahora estaba cerca del caso. Por alguna razón tenía la impresión que aquel señor era una de las víctimas de los "quebranta huesos", como en los últimos días le dio al senador Giles por llamar a los que ejecutaban las órdenes de la Hermandad. Después de contestar a otras preguntas de los policías y una vez ida la ambulancia, Gertrude reanudó la marcha y llegó a la zona verde, una plaza espaciosa con caminerías largas en donde la ex agente del FBI podría ejercitarse. Hizo los ejercicios y también trotó un poco, pensando diferente a como el viernes anterior, pues se sentía un poco más optimista. En la tarjeta que le dio contenía el nombre de la empresa ficticia a la que supuestamente trabajaba, así como su nombre falso, pero lo que era una realidad es su número telefónico, el de su celular. Era el único número en la tarjeta. Sabiendo en que el señor Jonhstone iba a estar unos días hospitalizado, confió en que lo llamaría estando ella en Washington. Sin embargo, lograría más de lo esperado, aunque tendría que descifrar primero un acertijo. Al día siguiente tomó un avión y regresó a la Costa Este. Pasaron los días. Un domingo, Alejandra había decidido caminar para pasar el rato y quitarse la modorra y el aburrimiento producto de un día excesivamente tranquilo. Invitó a Ginnette. -Oye, Ginnette ¿Qué tal si nos vamos a caminar por ahí? Estoy tan aburrida que me duermo y tú sabes que no me gusta dormir por las tardes, porque eso pone a la gente floja ¿Te animas?- -Bueno, está bien. Deja que me vista- Ginnette fue a su habitación y en eso Alejandra aprovechó también de vestirse, fue y se puso unos jeans azules oscuros, la franela de smile que aún conservaba, así como de uno de los pares de sus sempiternas botas; esta vez se calzó un par de katiuskas clásicas de tacón delgado. Trató de ponérselas por dentro del pantalón pero éste le quedaba muy pegado al cuerpo. Por cierto que hacía tiempo que no se ponía unos pantalones ceñidos. Tan pegados le quedaban, que sintió cómo le apretaban las piernas, debiendo ponerse las botas por fuera. De repente pensó que el pantalón había encogido, pero no estaba consciente que fueron sus piernas las que aumentaron su grosor, hasta que se vio en un espejo. Se veía atractiva, sí, pero su cuerpo lucía esbelto, más atlético que antes, sorprendiéndose la mexicana de lo que había conseguido en el gimnasio y con los ejercicios. -¡Órale! No me había dado cuenta de la figura que me gasto ¡Cielos!- Pensaba Alejandra en español. Es que de verdad no se había detenido a contemplarse en un espejo. Y eso que es una chica que sabe cuidar bien su imagen. Hacía ejercicios con el claro objetivo de fortalecer sus músculos, no solo para mantenerse en forma pero, debido a sus nuevas obligaciones como asistente administrativo en el local de Arthur, no había parado en lo que se estaba haciendo con su humanidad. Su pantalón delataba unas piernas más gruesas: Sobresalían los cuádriceps y sus muslos estaban bien torneados, como si fuesen los de una corredora de 100 metros planos. Su cintura era un poco más esbelta que unos meses atrás y como si su belleza no fuese suficiente, su pompi representaba el componente más sexy de su cuerpo, pues estaba bastante levantado y firme. Si no se había transformado en una bomba, Alejandra estaba cerca de serlo. No podía creer en lo que ella misma se había hecho. -¡Cómo es posible que no me haya dado cuenta!- Se dijo así misma. Después recordó que en los últimos meses se ponía ropa elegante, ejecutiva, vestimenta generalmente holgada, muy poco se ponía unos jeans apretados, sin embargo ahora sabía por qué los hombres en la calle se le quedaban viendo aún cuando tenía puestos unos pantalones de lino que se supone son holgados. Es que hasta esos le quedaban ceñidos desde la mitad de sus muslos para arriba. Alejandra se sentía más atractiva y más orgullosa de sí misma. Ginnette la llamó. -¡Vamos, Alex! ¡Estoy lista!- -Yo también ¡Salgamos!- Pero Alejandra se quedó sorprendida por lo que vio. -¡Wow! Ginnette ¡Qué sexy y atrevida te ves! ¡No pensé que fueses capaz!- Y es que su amiga no se quedaba atrás en cuanto a atractivo, aunque tenía un talante muy diferente al de la chica conservadora que una vez conoció: Tenía un par de botines, una franela blanca con vivos rojos y unos... pantalones cortos, muy cortos. Esto era el motivo por cual Alejandra estaba asombrada, pues eran demasiado cortos que empezaban un poco más abajo de sus nalgas, permitiendo mostrar un par de largas y bonitas piernas. -¿Cómo me veo, Alex?- Preguntó con cierta timidez. -Te ves super, Ginnette, fantástica ¡Luces muy guapa! Aunque atrevida ¿Y eso que te vistes así hoy?- Alejandra no dejaba de mirarla con asombro. -Bueno... se me pasó la mano con estos pantaloncitos- -No importa, total, vamos para la playa, además hace calor, por eso me puse esta franela- -Oye Alex, tienes buenas piernas, se te notan... También luces atractiva- -Bueno, bueno ¡Ya vámonos!- Alejandra se apresuró para salir. Las dos se fueron. Saludaron al señor Kenneth quien miró a Ginnette de manera un poco inquisidora, pidiéndole que tuviera cuidado. Luego empezaron a recorrer la Newark Street rumbo a la costa. Querían disfrutar de un paseo cerca de la playa. Y hasta allá llegaron. Mientras hacían el recorrido, las dos amigas debieron soportar el hecho de que atraían las miradas masculinas, sobre todo Ginnette, que lucía espectacular mostrando sus piernas en todo su esplendor, aunque se sentía incómoda. -Ay, Alex- -¿Te sientes incómoda? La verdad es que llamas la atención, mijita- La última palabra se la dijo en español. -Bueno...- Siguieron caminando y a la vez conversando, deteniéndose de tanto en tanto a mirar en las vidrieras de los negocios, hasta llegar a la playa. Allí se encontraron con varios amigos y amigas que también habían decidido salir y que se dirigían al malecón. Con ellos se fueron y la expresión de asombro era general cuando vieron la imagen de Ginnette. Estuvieron departiendo con ellos en el malecón por espacio de una hora hasta que se dirigieron a un café ubicado en la calle frente a la playa. Luego a uno de ellos se le ocurrió la idea de ir a tomar unas cervezas para mitigar el calor y entonces salieron del café y se dirigieron a una cervecería. Allí estuvieron un par de horas, conversando y riendo en sano esparcimiento, hasta que se hicieron las seis de la tarde y Alejandra dijo que ya era hora de retirarse, pues debía levantarse bien temprano el lunes. Ginnette, que había sido objeto toda clase de piropos desde que salió de su casa, estuvo de acuerdo y decidió irse también. Ambas se despidieron de sus amigos y dejaron dinero para pagar la cuenta. Convinieron en regresar a pié, por donde vinieron, pero iba a ser una mala idea, pues, en la cervecería unos chicos se fijaron en las piernas de Ginnette y una vez que ella y Alejandra salieron del local, fueron por ellas. Eran cuatro y estaban un poco tomados. No habían terminado de llegar a la Gibson Street, la que se comunica con la Newark unas cuatro calles más adelante, cuando fueron abordadas por los cuatro individuos, quienes comenzaron a piropearlas a ambas. Pero Ginnette, por sus blancas y elegantes piernas, era el centro de atención y quien se robaba las miradas, aunque Alejandra tenía un admirador, un joven trigueño de unos 25 años quien le dijo que la conocía de alguna parte: -Oye, morena, yo te conozco, te he visto en algún lado, pero no estoy seguro- -¿No estudias en la Oregon University?- Le preguntó Alejandra. -No, no estudio allí, pero estoy seguro de haberte visto en algún lado, a ti y a tu amiga- Era evidente que el chico buscaba conversación. -Bueno, creo que tú y tus amigos nos quieren hacer compañía- Alejandra estaba tranquila, aunque por dentro no dejaba de estar alerta, pues todos ellos eran desconocidos, para ella. -Oye, rubia, la verdad es que eres toda una escultura ¿Dónde te esculpieron?- Así le decía a Ginnette otro de los muchachos, un pelirrojo de 1.80 mts de estatura, de contextura normal quien era el que estaba más tomado de los cuatro. -En Wyoming- Respondía una tímida Ginnette, aunque por dentro se sentía impresionada porque jamás en su vida le habían dedicado tal cantidad de piropos y cumplidos como aquel día. Los otros dos acompañantes eran blancos, uno de cabello castaño de muy baja estatura y el otro era bastante alto, casi 1.90, con aspecto de deportista. Los muchachos seguían hablándoles a las dos, y a cada tanto les dedicaban piropos, y estos eran cada vez más elaborados en la medida que caminaban todos, lo que hacía que Alejandra y Ginnette se sintieran altamente halagadas. Pero lamentablemente para las dos, el pelirrojo comenzó a propasarse con Ginnette, empezó a subir de tono las palabras, pasando pronto de hermosos cumplidos a frases groseras y morbosas. -Oye, no intentes sobrepasarte- Le pedía Ginnette con cara muy seria y firme. -Tranquila, bebé, que no voy a hacerte nada malo- Respondía con cierto cinismo. Pero el pelirrojo no dejaba de decirle cosas. Ginnette trataba de llamar la atención a Alejandra, quien estaba conversando con el trigueño, quien se identificó como Darryl y que laboraba en una farmacia. -Alex...- Le decía Ginnette al tiempo que con los ojos le pedía que mirara al pelirrojo. El mas bajito de ellos también empezó a decirle cosas impropias no solo a Ginnette, se metía también con Alejandra y con su amigo Darryl. -Oye Jack, quédate quieto ¿Si?- -¿Qué? ¿Tan pronto te encariñaste con ella?- Respondía el bajito. -Sí... ¿Y cual es el problema?- Alejandra notó que las cosas estaban saliéndose de control cuando sugirió al grupo que las dejaran quietas, que no se preocuparan en acompañarlas que seguirían solas el camino, pero los muchachos no querían. Solo Darryl y Eliah, que así se llamaba el alto de los cuatro, estaban en sus cabales y trataban de controlar a Jack y a Bruce, el pelirrojo, pero estos estaban empeñados en seguir molestando a las chicas. De pronto hubo una discusión entre ellos y Darryl trató de calmar a Bruce, pero este le propinó un golpe en el estómago, sacándole el aire y luego remató la faena al golpearle la nariz, derribándolo. Todos quedaron estupefactos y Ginnette trató de reaccionar. -¡Vayámonos de aquí, Alex!- -¡Vámonos!- Respondió inmediatamente. Las dos se retiraron del lugar, mientras Bruce discutía ahora con Eliah, quien trataba de tranquilizarlo. Darryl estaba en el piso, pero cuando quiso levantarse Bruce le propinó una patada en el estómago que le sacó el aire, dejándolo tendido en el suelo ante la mirada de curiosos y transeúntes que había en la avenida. Eliah quiso írsele encima pero Bruce de inmediato sacó una navaja y lo conminó a que lo dejara quieto. -¡Bruce! ¿Qué te pasa? ¿Estás loco? ¡Suelta esa navaja!- -¡Atiende a Darryl! ¡Voy por las chicas!- Le ordenó el pelirrojo. -¡Voy contigo!- Apostilló Jack. Acto seguido, Bruce fue por Ginnette y Alejandra, acompañado por Jack. Eliah tuvo que quedarse atendiendo a Darryl, a quien le costaba respirar debido a los golpes. -¿Qué irá a hacer? ¡Esto es una locura!- Eliah pensó en lo peor. Alejandra y Ginnette llegaron a la Gibson Street y por un momento pensaron en tomar un taxi, pero no les dio tiempo de nada porque Bruce y Jack les llegaron. Nuestras amigas reanudaron la marcha, pero el pelirrojo las alcanzó y comenzó a decirle cosas impropias. Algo raro debía tener aquel, pensaba Ginnette, puesto que para estar nada más que tomado se comportaba muy erráticamente. Luego llegó Jack. Alejandra y Ginnette estaban realmente alarmadas por lo que estaba pasando y fue entonces cuando Alejandra decidió hacerles frente. -Bueno ¿Qué rayos les pasa?- Les preguntó ya molesta. -Es tu amiguita... está demasiado buena- -¿Sí?- Alejandra miró a Ginnette y le dijo -Oye, tienes admiradores- -Ya veo que tengo admiradores... Oye enano ¿Quieres un autógrafo?- Ginnette se dirigía Jack. -¿Autógrafo? Bueno, ven, fírmalo aquí, ja, ja, ja, ja- Le respondió y le señaló sus partes íntimas. -¡Degenerado!...- La indignación de Ginnette era muy grande, así como la de Alejandra. Ginnette solo atinó a voltear y reanudar su marcha pero cuando iba a hacerlo, sintió como una mano se posó violentamente en su hombre izquierdo y la obligó a voltearse. Era la mano de Jack la que disparó los resortes de la ira de una chica que ese día mostró que era una mujer bien agraciada y que además... ... Sabe defenderse. -¡Kiaaaaaahhhh!- Ante la mirada de propios y extraños que se arremolinaban alrededor de ellos, Ginnette reaccionó rápidamente tomando la mano que osó tocar una parte de su femenina y por lo tanto sagrada humanidad. Su grito fue agudo y escalofriante, tanto que tomó por sorpresa a la misma Alejandra. Agarró la mano de su agresor desde la base del dedo pulgar, por lo que se la torció sin que Jack opusiera resistencia alguna. Solo atinó a tratar de recoger el brazo pero ya era tarde, Ginnette consiguió tomársela firmemente. Al hacerlo se la trajo un poco hacía sí, al tiempo que se apoyaba en su pierna derecha, porque seguidamente le asestó una patada lateral con la zurda que hizo explosión en el rostro del abusador. Como Jack era un hombre de pequeña estatura debió acercarse para obligar a Ginnette a voltearse y como ésta era un poco más alta que él, con el agregado de poseer unas piernas largas, pero duras y fuertes producto a los entrenamientos, el tacle fue brutal, debido a que la chica de Wyoming había recogido su pierna hacia arriba apenas se había volteado, para luego descargarla en la cara del abusador como si fuera un latigazo. Uno que repelió a Jack, haciéndole dar unos pasos hacia atrás antes de caerse de bruces. Se llevaba las manos a su nariz. -¡Mi... nariz! ¡Perra! ¡Mi nariz!... ¡Me... fracturaste la nariz!- Se quejaba en el suelo. Bruce miró incrédulo la escena mientras Alejandra se quedó con la boca abierta observando a Ginnette, quien tenía en su rostro un rictus de ira que no le había visto en todo este tiempo que llevaba conociéndola. Un rictus que en pocos segundos fue seguido por una cara de asombro pues Ginnette cayó en cuenta de lo que hizo: ni ella misma podía creer lo que había hecho. Entonces la mexicana salió del estupor y la felicitó. -¡Bien hecho, Ginnette! ¡Muy bien! ¡Así se hace!- Las palabras de Alejandra llamaron su atención y entonces empezó a sonreír aunque respirando con cierta dificultad debido a que su pulso se aceleró. -¡Wow!, Ja, ja, ja, ja!- Soltó una leve risa, pero entonces intervino Bruce, quien, espoleado porque algunos transeúntes también vitoreaban a Ginnette, empezó a insultarla, al tiempo que ayudaba a Jack a levantarse. -¡Maldita! ¡Perra!- -¡Desgraciada! ¡Nadie me hace esto!- Gritó Jack al ver sangre en su mano. Después fue por ella. -¡Cuidado Ginnette! ¡Ahí lo tienes! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Dale duro!- Animó Alejandra. Los curiosos inmediatamente formaron un círculo alrededor de ellos, unos animando a Ginnette y otros, a Jack. Los dos estaban en el centro con las manos en pose de pelea. -¡Maldita! ¡Vas a ver!- Gruñía Jack. Entonces el bajito se abalanzó sobre ella y le propinó un derechazo que no alcanzó a Ginnette porque esta pudo echarse hacia atrás. Ella estaba ante su primer combate real y se puso nerviosa. Alejandra se había dado cuenta de la situación y entonces no dejó de animarla. -¡Vamos, Ginnette! ¡Tú puedes!- Jack volvió a lanzar un gancho de derecha que más bien parecía un manotazo, con el mismo resultado del golpe anterior. Luego probó con la izquierda y Ginnette trató de bloquearla, pero su rival fue hábil y entonces ese golpe se transformó en otra cosa, Jack le tomó el brazo y empezaron a forcejear. Trató de írsele encima pero Ginnette le conectó otra patada, más bien un puntapié al estómago, logrando frenar a su oponente. Pero éste no la soltaba, más bien la sujetaba con más firmeza, por lo que la amiga de Alejandra se vio obligada a aplicar una especie de martillazo con su puño izquierdo al brazo de su rival. La pelea se había complicado, porque no pudo liberarse y los dos se trenzaron en un duelo de fuerza en el que Jack tenía ventaja, aunque no lograba dominarla del todo. Alejandra empezó a preocuparse mientras el pelirrojo aupaba más y más a su amigo pendenciero. Entonces Ginnette empleó una técnica desesperada: le aplicó fuerte un mordisco en un brazo, haciendo chillar de dolor a Jack. Solo así la soltó, puesto que el agresor sintió que los dientes de Ginnette le arrancaban un tajo de su piel. Dolorido, se tomaba el brazo, en el cual se veía las marcas de la dentadura de su rival y por ella manaba sangre. Ginnette se alejó un par de metros de él, mientras Alejandra fue por ella, tratando de tranquilizarla, incluso le dijo: -¡Si quieres lo acabo yo!- -¡No! ¡Déjame terminar esto, Alex!- -¡Pero Ginnette!- -¡Tranquila! ¡Déjame intentar! ¡Déjame joderlo!- Alejandra sintió la determinación de sus palabras y entonces le dio más ánimo. -Está bien ¡Anda!- Ginnette la miró a los ojos y entonces se dispuso a retar a Jack, quien no dejaba de quejarse. Todo lo anterior pasó en cuestión de segundos, la conversación fue rápida. -¿Querías golpearme? ¡Vente pues! ¡Te espero!- Retó Ginnette al bajito abusador. Entonces Jack se olvidó de la lesión y el dolor que tenía en el brazo y se abalanzó sobre su rival femenina. Esta lo esperó y haciendo la maniobra debida, le asestó una patada frontal. Levantó la pierna izquierda para tomar impulso y así conectar la patada con la derecha y como Jack era un hombre de baja estatura no tuvo problemas en darle justo en la barbilla. Jack empezó a ver estrellas. Y retrocedió un par de pasos. A continuación Ginnette tomaría la iniciativa y empezó a conectarle golpes. Comenzó con un recto de derecha, luego de izquierda, haciendo explosión ambos puñetazos en los labios del agresor. Fueron golpes secos, acompañados por un par de gritos, con los que Ginnette trataba de imprimirles más fuerza. Los presentes que la apoyaban comenzaron a festejar la reacción mientras que otros solo miraban callados, admirados unos, incrédulos otros. Pese a los golpes, Jack no caía y entonces, luego de acomodarse, Ginnette volvió a cargar, con par de combinaciones de rectos, más rápida: derecha, izquierda, derecha, todos a los labios y después un gancho de izquierda, esta vez al mentón. Ginnette finalizó de manera espectacular esa faena pues de inmediato tuvo la agilidad y rapidez suficientes para propinarle una buena patada: aprovechando la inercia del último gancho, giró su cuerpo sobre sí misma y conectó un tacle con el talón de su pié derecho el cual impactó en la oreja derecha de Jack. Pero aún así el hombre no terminaba de caer. Por lo que Ginnette, luego de ese tacle, y empleando todas sus fuerzas, le conectó un pisotón a la rodilla derecha de su rival, al tiempo que le aplicaba un codazo a su boca y luego, embistiéndolo, le conectó un recto de derecha que impactó en su nariz. Si antes de este castigo Jack veía estrellas, aquí la vista se le nubló por completo y cayó al piso, noqueado. Ginnette terminó con un pequeño katá, mirando siempre a su oponente. Cuando lo vio tirado, se quedó un instante en esa pose y luego dio unos pasos atrás, en medio de una algarabía hecha por los presentes. Se le dibujó una sonrisa, más producto de los nervios que de la satisfacción por haber vencido en un combate real y cuando Alejandra fue a abrazarla para retirarla del sitio, empezó a reír. -¡Ginnette! ¡Ginnette! ¡Muy bien!- Solo decía Alejandra, quien se sentía gratamente sorprendida por el desempeño de su amiga. -¡Alex! ¡Alex!- Ginnette dio paso a la alegría. -Lo venciste, Ginnette ¡Bien hecho!- -¡Oye zorra! ¡Le pegaste a él porque era más bajo que tú! ¡Prueba conmigo, lúcete conmigo!- Era Bruce quien gritaba. -¡Quédate tranquilo, amigo!- Le advirtió Alejandra. -¡Alejandra, suéltame, déjame a mí!- -¡No Ginnette! ¡Basta! ¡Dejemos esto así!- -¡Alex! Si pude con ese enano ¡Podré con él!- Clamó Ginnette. -¡No! Ginnette por favor, dejemos esto así ¡Vámonos!- Alejandra miraba al pelirrojo y sentía que éste sí podía hacerle a Ginnette. -¿Qué pasa perra? ¡Ven! ¡Golpéame!- Retaba Bruce. -¡Muy bien!- Ginnette se zafó de su amiga y fue al encuentro con el pelirrojo. -¡No, Ginnette!- Gritó la mexicana pero ya era tarde. Alejandra presentía que Ginnette podía perder, debido al estado en que se encontraba el pelirrojo. Sabía perfectamente que Ginnette no debía abusar de sus posibilidades, de no empujar su suerte. Además, sospechaba que Bruce estaba, no tomado, sino drogado, pues era evidente que su actitud, su forma de comportarse, era extraña. Y lamentablemente sus temores no eran infundados. No esperó a que se cuadrara su rival cuando el pelirrojo arremetió contra ella con dos combinaciones rápidas de golpes que Ginnette no pudo bloquear. El último golpe la mandó al suelo. Pero la cosa empeoró cuando Bruce fue por ella y no la dejaba levantarse pues, de la manera más cobarde, la emprendió a patadas contra ella, ante la indignación de los presentes. Uno de ellos quiso apartarlo, pero Bruce le conectó un golpe que lo tiró también la piso. Tuvieron que tomarlo entre tres personas para separarlo de Ginnette. Alejandra fue a auxiliarla. -¡Ginnette! ¡Ginnette! ¿Estas bien?- -Alex... A... lex- Ginnette pronunció con dificultad su nombre. Una patada le había sacado el aire, aparte de tener un mentón hinchado. -¡Ja, ja, ja! ¿Viste, zorra? No pudiste con uno de tu tamaño- Bruce se burlaba, mientras los hombres viendo que aparentemente se calmaba se apartaban de él. El hombre que inicialmente quiso separarlo de Ginnette se le paró enfrente, buscando desquitarse de lo que le hizo, pero Bruce entendió el mensaje y volvió a golpearlo, volviendo a tirarlo al suelo. -¿Qué pasa? ¿Quién más quiere probar mis puños?- Retaba ahora a todos los presentes. -Maldito- Dijo entre dientes un espectador, mientras otros observaban callados, los que estaban más indignados le abucheaban o le decían groserías, más no se atrevían a retarlo de frente. Parecía mentira, pero nadie quería meterlo en cintura por golpear a una dama que se defendía legítimamente de la agresión de un abusador como Jack. Alejandra solo se limitó a auxiliar a su amiga. Quería reprocharle su actitud arrogante al aceptar el reto de aquel pelirrojo busca pleitos, quien se disponía retirarse, pero volvió su mirada a Ginnette, quien ya se había puesto de pié con ayuda de Alejandra. -¿Qué te pasó, pedazo de perra? ¿Por qué no te luciste? ¿Ah?- Bruce quiso avanzar hacia ella, pero esta vez los hombres se interpusieron en serio. -Ya, vete- Le conminó uno de ellos. -¡Pedazo de perra!- No dejaba de insultar. -¡Este degenerado no quiere quedarse tranquilo!- Se decía Alejandra, quien tenía una bronca que ya empezaba a no caber en su cuerpo. -¡Estúpida! ¡No eres más que una puta por vestirte así, mostrándote!- Aquel insulto definitivamente estaba subido de tono y cayó como una bomba entre todos. -¡Ay Alex!- Aquella imprecación le dolió a Ginnette más que los golpes recibidos y quiso liberarse para darle su merecido, pero Alejandra no la dejó sino que se tomó para sí tal afrenta. -¡Oye! Por última vez ¡Quédate quieto! ¡Quédate tranquilo!- Alejandra dijo estas palabras después de dejar a su amiga y acercarse al pelirrojo. Este la miraba con sorna y empezó a burlarse. Otras personas buscaron contener a Alejandra, pero ella no se dejaba. Buscaba a Bruce quien seguía burlándose de ella. -Mira pequeña, si tu amiga era de mi tamaño y no pudo conmigo ¿Qué buscas tú?- Bruce empezó a reírse. -¡Eres un cerdo! ¡Un maldito hijo de perra que golpea a las mujeres! ¡¿No hay caballeros aquí?!- Clamó Alejandra. -¿Caballeros? ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Esto no es Camelot, estúpida!- Se burlaba de nuevo el pelirrojo. -¡Si hay caballeros!- Un hombre lo encaró y le propinó un puñetazo en la boca que lo tiró al suelo. Otros comenzaron a caerle a patadas, pero Bruce parecía estar poseído, pues se repuso de la golpiza que le daban otros tres hombres y logró levantarse, cayéndose a golpes con los tres a los que repelió. Conectó buenos golpes a dos de ellos, pero pudo liberarse de ese ataque. Todos estaban asombrados. Alejandra sintió cómo se le revolvía el estómago al ver cómo el pelirrojo se libraba de hasta tres hombres. A continuación vio cómo le devolvía el favor al tipo que lo golpeó en el rostro con un bestial golpe que casi lo dejó noqueado en el piso. Por cierto que Jack se recuperaba sentado en un banco del castigo recibido de Ginnette. Todavía estaba mareado por lo que vomitó, para luego llevarse una mano a su rodilla derecha. Sentía un dolor muy grande allí. Entonces Alejandra sintió que ella misma debía poner en su lugar a aquel endemoniado, por lo que se dispuso mentalmente a asumir el reto, pero en ese justo momento llegó la policía. Y Alejandra tuvo la suerte de que el agente de policía que se bajaba de la patrulla era James Howard, el compañero de Buchanan, solo que andaba con otro gendarme. Más tarde llegó otra patrulla, con una pareja mixta pues una agente era mujer. De inmediato pusieron orden en el sitio. -¿Qué ocurre aquí?- Howard preguntó a los presentes quienes inmediatamente le dijeron que el pelirrojo empezó una pelea y golpeó a una dama. A continuación el gendarme procedió a detener a Bruce, quien opuso resistencia. Debieron intervenir los otros agentes, logrando inmovilizarlo en el piso y procediendo a esposarlo. -¡Howard!- Alejandra gritó al agente al reconocerlo. Este volteó. -¡Alejandra Méndez!- La llamó por su nombre y apellido y después vio a Ginnette, con una mano en un mentón. Inmediatamente supo quienes eran las agredidas. -¡Oficial Howard! ¡Que bueno que haya pasado por aquí!- Alejandra sentía un alivio grande por tratarse de un conocido suyo de la autoridad quien se había hecho presente. Empezó a contarle todo lo ocurrido, aunque por dentro quería ella misma darle su merecido al gamberro. -Lo llevaremos bajo arresto- Fue lo que dijo el agente, al tiempo que sus compañeros metían a Bruce en la patrulla y dispersaban a los curiosos. -¡Maldita! ¡Ya verás!- Vociferaba Bruce mientras lo metían en la unidad policial, desobedeciendo a los agentes quienes ya le habían recitado el derecho que tiene de guardar silencio. -Oiga agente Howard, no quisiera levantar cargos en su contra, quisiera yo misma darle su merecido- Alejandra no aguantaba las ganas de golpearlo. Estaba cayendo en sus provocaciones. -No, señorita Méndez. Será mejor meterlo preso- Le decía Howard al tiempo que uno de sus compañeros se le acercó para decirle que había recogido los testimonios de algunos testigos en el hecho. Le dijeron que Ginnette noqueó a un amigo del pelirrojo. -¿Dónde está el otro?- -En aquel banco, ya lo traen- Jack se había recuperado un poco y lo llevaron a la presencia de Howard, Alejandra y Ginnette, aunque no podía caminar bien. Todos fueron contando lo que sucedió mientras Bruce estaba sentado dentro de la patrulla, esposado y tranquilizado. Ginnette los acusaba, pero al final de la conversación, Alejandra volvió a plantearle a Howard su deseo de golpearlo. El agente se negaba. -Si quieres castigarlo, ven con nosotros y formula los cargos en la estación- Fueron sus palabras finales. -¡Vamos!...- Solo atinó a decir Alejandra, más en tono de ruego que aceptando aquel hecho. Sin embargo, accedió a la recomendación de Howard. Aunque Howard miraba al pelirrojo con cierta curiosidad. Después vio a Ginnette y a Alejandra. Llamó a los agentes de la patrulla y les habló en voz baja, como queriendo decir algo que nadie más debería saber. A continuación estos dos llamaron a Alejandra y a Ginnette y las conminaron a abordar una de las patrullas mientras que la unidad de Howard se llevaba a Bruce y Jack. Entonces, todos se marcharon del sitio, rumbo a la estación de policía. Así parecía ser. Porque unas calles antes de llegar, la patrulla de Howard se desvió por otro camino, mientras que la unidad que llevaba a Alejandra y Ginnette la siguió, haciendo lo propio. Alejandra pensó en algo. ¿Qué tiene Howard en mente? ¿Qué está por ocurrir? Alejandra y Ginnette están muy ansiosas por saber. Mientras tanto esa misma noche, en un restaurant de Washington, Gertrude se encontraba reunida con el senador Giles y otras personas, entre ellas su secretaria Dorothy, otro senador, Rudolph Ackerman y dos altos miembros del FBI. Discutían sobre los pasos a seguir en el caso de los empresarios y jueces de Oregon. Escucharon atentamente lo que Gertrude les contaba, a manera de reporte oral. Pronto supieron lo difícil que iba resultar descubrir a los responsables de todos los crímenes extraños contra determinados personajes, pero sobre todo, a los que de una manera u otra influían en los jueces para que estos cancelaran y cerraran los casos. Dicha reunión se prolongó hasta las once de la noche, hora de la Costa Este, sin llegar a ningún acuerdo. Sin embargo, por una extraña razón, Gertrude no mencionó a aquel hombre que encontró en un contenedor de basura un día antes de regresarse. Y se acordó de aquel episodio al recibir una llamada en su teléfono celular mientras estaba en casa al regreso de aquella reunión. Pero no era la voz del señor Johnstone la que le habló en tono amenazador. -¿Quién eres tú? Si eres judía, te joderemos también- Solo atinó a escuchar. -¿Hola? ¿Hola?- Trató de buscar respuesta, pero la voz misteriosa colgó. Quiso decirle al senador Giles sobre la misma, ya que mientras estuvo en Portland ofreciendo sus servicios como experta en informática obsequió algunas de sus tarjetas de presentación. Quiso dormir, pero grabó el número del que recibió la llamada. Era un teléfono celular también. No le contestaron, así que optó por llamar al servicio de atención al cliente para tratar de ubicar físicamente el teléfono desde dónde la llamaron. No tuvo suerte, así que debía esperar hasta el lunes. Pero como había dejado amigos en el FBI, decidió llamar a uno de ellos para pedirle el favor de rastrear la llamada. Así sucedió, después de una amena charla con su contacto, pudo establecerse definitivamente que el teléfono desde donde la llamaron estaba en Oregon. Junto a su contacto insistió en averiguar más y más, hasta que dieron con el nombre del dueño del teléfono, pero no le dio importancia ya que no le sonaba para nada. Sin embargo, Gertrude le preguntó a su contacto si podía averiguar el nombre de Albert Johnstone en las noticias de aquel estado, llevándose una sorpresa. Jonhstone había fallecido en un hospital, víctima de un paro respiratorio. Gertrude se puso triste, pero aún así tuvo la precaución de anotar el nombre del dueño del teléfono. No se imaginaba qué tan cerca estaba de la Hermandad, puesto que el dueño del teléfono móvil era nada menos que Tom Bridge. El pitcher de la selección de beisbol de la Oregon University había cometido una imprudencia que le iba a costar muy caro. Pero ¿Era realmente su voz? ¿Había sido él quien le envió ese mensaje? Sea quien sea, sea como sea, fue un error fatal. Continuará. Comentarios: vene_wanderer73@hotmail.com