Simplemente... Alex. Sanando las heridas. Por El Bohemio de Caracas. Abelardo estaba de farra con unos amigos en una zona comercial de Portland. Era viernes, habían cobrado sueldo y querían distraerse para liberar las tensiones de una semana de trabajo muy atareada y agitada. Eligieron un bar que a pesar de la hora, las ocho de la noche, no estaba muy concurrido. El grupo llegó a la barra y comenzó a tomar la primera ronda de cervezas. Después vinieron dos más y así estaban todos "prendidos" y animados. Abelardo sintió ganas de ir al baño a descargar los primeros efectos de las lupulosas que se había tomado. Pidió permiso, fue al sanitario y estuvo durante largo rato. "!Coño! Ni que me hubiera tomado una gavera yo solo" se dijo en español, recordando una palabra muy usada en su Venezuela natal, gavera, caja de plástico en donde son almacenadas las botellas de cerveza para ser vendidas al mayor. Después se lavó las manos, la cara y luego se peinó. Se dirigió entonces a donde estaba su grupo, sus compañeros de trabajo. Cuando se incorporó, vio que su lugar había sido tomado, por lo que no le quedó más remedio que acomodarse como podía en medio de un grupo que era muy numeroso, pues casi todo el departamento de la empresa donde laboraba se puso de acuerdo para ir a beber unos tragos; se colocó justamente al lado de otro grupo que también estaba de farra. Y que estaba muy animado. Abelardo era uno de los que más hablaba dentro del grupo. Siempre metido en los temas que el mismo trataba. Sin embargo, en un momento dado, escuchó unos comentarios que cierto hombre del grupo de al lado hacía con cierta carga de arrogancia. -... Y así fue como le di su lección a la golfa latina esa... ¡Para que aprenda a respetar!...- El venezolano siguió prestando atención a las palabras que hacía el tipo de al lado, claro está, sin voltearse por completo para escuchar mejor, lo hacía disimulando muy bien. -¿La chica peleaba? ¿Eso dijiste?- Le contestó uno de sus interlocutores. -Sí, la mexicana era buena peleadora. Hacía tiempo que no veía a una chica luchar así- Y así seguían charlando. El tema en cuestión era de una pelea que el tipo había sostenido con una chica de origen latino. Dicho asunto llamó poderosamente la atención de Abelardo "¿Este tipo festeja el haberle entrado a golpes a una mujer?" Pensó. No evitó escuchar los comentarios peyorativos con que el narrador de ese cuento se refería a su "rival". Comentarios que estaban desembocando en insultos despectivos y racistas que le indignaron de sobremanera, por lo que volteó despacio la vista, lentamente, para ver el rostro del hombre. Quedó asombrado, pues, quien hablaba era un tipo alto, muy fornido, de maneras un poco rudas. Lo vio por unos instantes y después se incorporó a su grupo. -¡No, mano! ¡Que va! ¡Mejor me quedo quieto, este carajo es una bestia!- Pensó Abelardo y se dedicó a compartir con sus amigos y compañeros de trabajo. Estaba indignado por las frases en contra de los latinos, pero vio que era un tipo muy fuerte y prefirió quedarse tranquilo. Siguió con su grupo y dejó de prestar atención a lo que hablaban sus vecinos de barra. Pero aun así estaba picado. La noche siguió. Todos estaban bebidos y alegres, contándose chistes y relatando historias. Como a golpe de las once de la noche, el grupo que tenían al lado se retiró, también estaban ebrios. Abelardo los vio y entonces comenzó a señalar al fortachón, cuando estaba bien alejado, por supuesto, por los comentarios racistas que hizo temprano. Uno de sus amigos le dijo que no le prestara atención, que quizá era un resentido. Abelardo hizo caso y dejó el tema, pero de repente se acordó de algo: Hacía unas semanas atrás, cuatro para ser exactos, que había charlado con su amiga Marla por teléfono y ésta le comentó que tenía una amiga hospitalizada debido a que recibió una golpiza durante un asalto. La panameña no le dijo de quién se trataba, tal vez pensando en que no le había hablado de ella, ni mucho menos se la había presentado antes. Y fue esto último lo que realmente pasó. Abelardo no sabía que la amiga de Marla en cuestión era nada menos que Alejandra. Alejandra. Ese mismo momento, la mexicana estaba pasando por un trance. Nuestra amiga caminaba por un callejón solitario. Era de noche. No había un alma. El callejón se hacía más lúgubre en la medida que lo recorría. Se sentía aprensiva y en un momento dado la invadió el temor. Había recorrido un largo trecho cuando vio algo. Vio una escena. Vio a un joven batirse contra tres individuos. Peleaba a mano limpia y con estilo, uno que Alejandra conocía bien: el karate. El muchacho se batía fieramente contra los tres tipos, que al final resultaron ser pandilleros. Pero cuál sería la sorpresa de nuestra amiga al reconocer a los maleantes. Se trataba de los tres malandrines guatemaltecos con quienes se había batido ella sola y que ahora se las estaban viendo negras ante aquel luchador. Uno le atacaba por la espalda y el muchacho le descargaba una patada. Al instante llegaba otro por delante propinándole un gancho de derecha que era esquivado por el luchador quien después le descargaría varias combinaciones de ganchos y rectos en la cara y el pecho, para después rematarlo con una patada giratoria al mentón que le hacía dar vueltas como trompo. Alejandra ahora no solo reconocía el estilo de pelea, sino el estilo de ese estilo, la forma como daba esa patada. Luego se quedó perpleja al ver el rostro de ese peleador: se parecía mucho a Edgardo, su primer novio. Se sorprendió mucho, el muchacho tenía un parecido increíble con su primer amor. Seguidamente, el muchacho hizo frente al tercer maleante, quien le atacó con un cuchillo. Le bloqueó el navajazo, le propinó una patada a las bolas, haciendo que su enemigo soltara la navaja, inmediatamente le conectó otra patada, esta vez al pecho, haciéndolo retroceder. Cuando iba a ir por él para rematar la faena, Alejandra le gritó, espantada: -¡Cuidado!- El muchacho apenas reaccionó para voltear a dónde estaba ella y de repente se estremeció, al tiempo que se escuchaba una detonación, cayendo de boca hacia delante: el primero de los malandrines había sacado una pistola y le disparó por la espalda. Alejandra gritaba horrorizada mientras veía al peleador desplomarse, con la espalda llena de sangre. El pistolero reía. Los otros dos cacos se recuperaron y comenzaron a burlarse del caído, que yacía muerto en el suelo. Alejandra solo gritaba negando lo que había visto. Pero en un instante, pasó del horror a la furia y se abalanzó sobre ellos. Corría hacia ellos con gran velocidad. Calzaba tacones, pero era como si no los tuviera. En su hermoso rostro apareció un rictus de ira incontenible y se acercó a los cacos. El pistolero reía burlonamente y se le escapó un insulto: -¡Ahí tienes! Naco mexicano de mierda... ja, ja, ja, ja...- Pero se le ocurrió volver su mirada justamente a su izquierda, para recibir en su cara una furibunda patada que lo dejó en el piso, inconsciente; era un tacle volador que Alejandra propinó de manera brutal: agarró vuelo mientras corría a gran velocidad y se elevó a una altura considerable, literalmente voló por los aires hasta estrellar su pié izquierdo en la cabeza del antisocial. Se escuchó un crujido. Como toda una acróbata, Alejandra cayó sobre sus dos piernas, después de haber conectado tan destructora patada. Luego la emprendió contra los otros dos sujetos. A uno le conectó una combinación casi infinita de golpes que incluían rectos sucesivos después aderezados con ganchos y patadas. Luego de golpearlo salvajemente, finalizó su demolición con un cabezazo que lo desplomó de bruces, sin sentido. Después se volteó rápidamente al sentir al tercer antisocial en sus espaldas: le había lanzado un golpe a traición, un recto que ella supo neutralizar atajándolo con ambas manos y ejecutando una maniobra que parecía más de judo, volvió a ponerse de espaldas a su rival, con un movimiento seco acomodó el brazo de su atacante de tal manera que lo volteó para después partírselo con su hombro a modo de palanca. Después de rompérselo, sacó fuerzas y lo proyectó por encima de su espalda y cabeza, tirándolo al piso. Aún con su brazo tomado, procedió a luxarlo, haciéndolo gritar y cuando se disponía a rematarlo con un pisotón a su cabeza, sintió cómo un brazo le rodeó su cuello, apretándolo. -¿Qué te pasa, nena? ¿Metiéndote con gente que no sabe pelear?- Era la voz de Martin, el instructor de la Hermandad. -¡Vamos Martin! ¡Duro con ella! - Alejandra miró en la dirección de dónde venía una segunda voz que ahora era femenina. Vio el rostro de Rosemary, en compañía de una Mildred que se apoyaba en par de muletas. Luchaba por deshacerse de esa llave y propinaba codazos y pisotones. Pero nada. Hasta que se acercó nada menos que Dylan, con la intención de golpearla. Pero cuando le iba a conectar su primer golpe, Alejandra lanzó otra mortífera patada que dio en su barbilla, derribándolo. Ahora se puso a forcejear con Martin. Después de unos instantes de forcejeo, Alejandra le propinó varios codazos que le sacaron el aire a Martin, aflojando este la llave. Entonces la mexicana se zafó, logrando soltarse y después la emprendió a golpes y patadas, arrinconándolo contra una pared. Pero cuando se disponía a liquidarlo, como le sucedió con el tercer malandrín guatemalteco, una mano le tomó por la muñeca derecha, la del brazo cuyo puño iba a ser estrellado en la cara de Martin, llegó a escuchar un sonido feo. -¡Crack!- Era la mano de Gordon quien apretó la muñeca de Alejandra, partiéndosela. Después le dio una patada en la cara a la mexicana, haciéndola ver estrellitas, al tiempo que escuchaba las burlas de Rosemary y Mildred. Sin soltarle la muñeca, Gordon le conectó varios rectos de derecha en el rostro. Cada golpe era demoledor, le laceraba las mejillas, le partía los labios, le rompía la nariz, al tiempo que soltaba una risa malévola. De repente Alejandra sintió que la abandonaban las fuerzas, más aún, sintió que perdía el sentido, sintió que abandonaba este mundo. Veía el cuerpo del valiente luchador tirado en el piso baleado por la espalda y pudo contemplar mejor su rostro. Definitivamente era el de su novio Edgardo. Después que Gordon le propinase un último golpe, nuestra amiga se vio que caía por un hueco, al vacío y cuando estaba a punto de llegar al fondo... Se despertó sobresaltada, completamente bañada en sudor, respirando con dificultad, presa del pánico, con una mano en el pecho, dándose cuenta inmediatamente que era un mal sueño. Y al lado tenía a su amiga Ginnette dándole palmadas, calmándola. -¡Tranquila, Alex! ¡Tranquila! ¡Tuviste una pesadilla!- -¡Ahh! ¡ahh! ¡Ginnette! ¡Ginnette! ¡No me dejes sola, por favor!- Imploró una nerviosa Alejandra. Nuestra amiga se apoyó en Ginnette e inmediatamente rompió a llorar. A Ginnette también se le aguaron los ojos al ver a su amiga, una amazona guerrera, sollozando completamente destrozada. Habían pasado dos semanas desde que la dieron de alta del hospital. Y cuatro desde aquella fatídica noche de su derrota. Seguía teniendo pesadillas recordando ese incidente. -¡Ginnette! ¡Tengo que hacer algo! ¡No puedo más! No puedo soportar esta situación- -Tranquila amiga mía... Ya saldremos de esta...- Decía Ginnette, mirando a la calle con lágrimas en sus ojos que a la vez reflejaban ira. Eran las tres de la madrugada. Justo en ese momento, una patrulla de la policía de Astoria circulaba por Newark street, a la altura del edificio del número 15, donde viven nuestras amigas. Era la unidad N° 3345, la de los agentes Howard Finnegan y David Buchanan. -Allí vive Alex- Dijo Buchanan en tono sombrío. -Hasta que al fin sé donde vive tu amiguita- Contestó Howard. -Sí, aquí vive ella... ¡Rayos! ¡¿Por qué no estuve yo de guardia esa noche?!- Se lamentaba Buchanan, recordando el incidente que sufrieron nuestras amigas, en especial Alejandra. A Buchanan le cayó muy pesado lo ocurrido. Al enterarse que un amigo de Alejandra puso la denuncia en la estación (Francis Kenneth mismo), inmediatamente fue al hospital a visitarla. Allí se encontró con Ginnette, quien le puso al corriente de la situación al encontrarse Alejandra recluida en cuidados intensivos. La oriunda de Wyoming le relató lo sucedido hasta donde ella recordaba, pues Gordon le golpeó y ella perdió el sentido, para después recuperarlo y ver a su amiga y compañera tirada en el piso, sangrando por la boca, completamente inconsciente. Para suerte de Buchanan, Ginnette no le reprochó la ausencia de alguna patrulla de la policía. Solo le comentó acerca de la inexplicablemente soledad del lugar donde sucedieron los hechos. Lo invadió un sentimiento de culpa por no haber estado allí para ayudarlas, disculpándose con Ginnette, pero esta lo entendió. No pudo verla en ese instante, pero visitaría a Alejandra al día siguiente, cuando la mexicana comenzaba a recuperarse de los golpes recibidos. Fue cuando pudo hablar con ella, en el preciso momento en que nuestra amiga se encontraba despierta y calmada. Los médicos le dijeron que cuando recuperó el sentido lo hizo gritando y muy agitada, como si estuviera pasando por una pesadilla. Alejandra no tuvo empacho de decirle a su amigo policía que el incidente la había traumatizado, siempre que cerraba los ojos para dormir le volvía a la mente el momento del combate, le decía que no podía dormir. Buchanan fue uno de los apoyos morales de Alejandra, ya que ella se encontraba sola en esa ciudad y en ese país, pues era el único miembro de su familia que se encontraba en los Estados Unidos. Siempre que terminaba la guardia iba a visitarla. Junto a Ginnette y al Sr. Kenneth, el policía se dio cuenta de la recuperación de nuestra amiga. Pese al castigo recibido se recuperaba rápidamente, aunque las heridas psicológicas eran las que permanecían abiertas y se negaban a cerrar. Sin embrago, Alejandra fue intervenida dos veces, debido a lo salvaje de la golpiza sufrida. -Quien le hizo eso, la va a pagar, Howard...- -Claro que sí, amigo mío... la va a pagar...- -Ojalá que los detectives logren resolver esto. Vaya que quienes la golpearon desaparecieron, como si se los hubiera tragado la tierra- -Y eso que dos de ellos son residentes de este pueblo. Varias personas afirman haberlos visto por aquí- -Tal vez eran forasteros que estaban pasando el tiempo aquí, no se sabe, pero sea como sea, van a ver ¡Van a ver!- Luego de estas palabras, a Buchanan le vino a la mente un recuerdo. Era el de su difunta esposa Katherine. Howard se dio cuenta de ese ensimismamiento y le preguntó. -¿En qué piensas, David?- -Nada... nada importante... solo sé que este caso no puede quedar impune- - Mmmmm...- dijo Howard adivinando lo que en realidad pasaba por la mente de su compañero. Sabía que estaba pensando en su difunta mujer. Buchanan enviudó hacía seis años. Estaba casado con Katherine Flanders, quien en vida era una encantadora mujer, pero de armas tomar: era teniente del Ejército de los Estados Unidos, una mujer dulce pero de carácter férreo, de personalidad muy sólidamente formada por principios y valores morales y éticos. Además de poseer un buen sentido del humor, era una buena persona, apreciada por sus allegados. Pero también se caracterizaba por sus aptitudes físicas: era una atleta, su especialidad era el heptatlón y representó varias veces a su unidad en los juegos militares. Además, era cinta negra de karate llegando a fungir de instructora en la base donde se encontraba prestando el servicio. Ella fue quien lo entrenó bien en las artes marciales. Buchanan solo practicaba karate como herramienta para la defensa personal, cuyo curso recibió en la academia de policía. Su esposa Katherine lo entrenaba y lo puso al día en técnicas de lucha. Es que ella era una campeona, pues desde que eran novios él nunca supo de alguna pelea que ella hubiera perdido. La admiraba. Recordaba en especial un capítulo que vivió con ella. Una vez salieron a cenar, ella iba de civil y lucía atractiva. Cuando se dirigían a casa a altas horas de la noche fueron interceptados por cuatro individuos que les conminaron a entregar todo lo que llevaban encima. Los hombres ignoraban por completo la clase de personas que eran sus supuestas víctimas. Tres se encargaron de someter a David y uno de ellos haría lo propio con su esposa. Pero las cosas no se dieron como los malhechores querían. En un descuido de su captor, Katherine lo puso fuera de combate con un golpe seco a la nariz. Los otros cacos se dieron cuenta de la situación y entonces se formó una pelea. Dos de los malhechores blandían sendas pistolas y fueron desarmados espectacularmente por los esposos Buchanan, pero lo cumbre no fue eso. Katherine le "robó" el show a su marido policía al caerse a golpes con dos de los antisociales al mismo tiempo, saliendo airosa. En cambio David se deshizo del tercer caco, también a punta de puñetazos, aunque le costó vencerlo, no así Katherine, quien ni siquiera sufrió un rasguño. No en balde era quinto dan. Y a partir de esa noche, la adoraría más, aunque nunca tendrían hijos. Pues un día llegó el momento de su separación. La unidad en donde ella servía fue asignada para cubrir las misiones que llevaba a cabo el Ejército Norteamericano en Somalia. Katherine se despidió de su esposo y partió un día lunes. Pasó una semana y él recibió una carta de ella, en la cual su esposa le hacía saber su preocupación por la misión que su unidad debía llevar a cabo en aquel país del Cuerno de África, el cual estaba devastado por una guerra civil. Llegó a decirle que presentía algo malo. Buchanan le respondió inmediatamente, a la espera de alguna otra carta de ella, diciéndole que estaba bien. Dicha carta de su esposa nunca llegó. Más bien, dos semanas después, recibió una infausta noticia: su esposa Katherine había muerto en combate en un ataque guerrillero. Aquello lo destrozó. Y le costó mucho reponerse de tan terrible pérdida. Y siempre buscaba a otras chicas que tuvieran el perfil combativo de su esposa. Nunca consiguió una, hasta que conoció a Alejandra. Era evidente al agente de la policía de Astoria también le gustaba las mujeres atléticas y guerreras. Aunque en este caso, Alejandra era muy joven para él, siendo el motivo por el que Buchanan no se había decidido por abordarla y cortejarla. Ganas le sobraban pero había algo que no se lo permitía. Y así, con esos pensamientos en mente, seguían recorriendo la calle Newark. También, en ese mismo momento en que Ginnette calmaba a su amiga y la patrulla de la policía de Astoria pasaba justamente al frente de su edificio, una persona estaba en camino hacia al norte desde México. Era alguien muy especial para Alejandra. Una persona muy conocida por su familia, la cual le encomendó buscarla ya que llevaban varias semanas sin saber nada de ella, aprovechando unas diligencias deportivas que iba a realizar en la ciudad de Salem, la capital política del estado de Oregon. Era su sensei de Guadalajara, Adolfo Reina. El mismo que había instruido a su novio Edgardo. Iba en el avión, pensando en cómo estaría su pupila. -¿Cómo estará Alejandra? ¿Qué pasará que no se ha reportado con su familia?- Miraba pensativo a través de la ventanilla del avión. Sí. Luego del incidente, Alejandra no ha podido comunicarse con sus familiares en México. Mejor dicho, no ha querido; pues Ginnette era partidaria de avisar a sus seres queridos del percance que sufrió, pero la misma Alejandra se opuso para no darle preocupaciones a su gente. Tuvo que insistirle mucho a su amiga. Además, también estaba el asunto de la renovación de la visa, que estaba a punto de expirar. Apenas comenzó a caminar sin ayuda de muletas, Alejandra mandó un telegrama al Consulado Mexicano en Los Ángeles para exponerles su situación. No estaba en condiciones físicas para viajar. Adolfo Reina. Un señor sexagenario, abogado de profesión y dueño del gimnasio en donde Edgardo practicaba, era un hombre muy curtido en las artes marciales. Cinta Negra Noveno Dan, era un personaje muy respetado en el mundo marcial de Guadalajara, dada la fama de sus alumnos, a quienes la crítica especializada los considera entre los mejor preparados, no solo del estado de Jalisco, sino de todo México. Ya Edgardo había mostrado su valía en aquel Panamericano de Guatemala. Iba a Salem, Oregon, invitado por una escuela de karate a cuyo sensei le llegaron sus referencias, por demás decir, muy buenas. El sensei Reina iba a estar unos quince días en suelo estadounidense por lo que tenía la dirección de habitación de Alejandra. Quería verla, pues, ella fue la mejor alumna que haya tenido en su dojo. Siempre la quiso, no solo como pupila, sino como una nieta, por su calidad como ser humano; además, también quedó sumamente asombrado y admirado por el temple, carácter y espíritu que le imprimía a su estilo de karate un sello que no había visto en otra persona en sus más de 50 años en el mundo marcial. La consideraba como alguien único, especial, llegando a compararla con sus mismos maestros japoneses que lo iniciaron en ese mundo. Pensaba que si seguía ascendiendo, cuando llegara a obtener el cinturón negro iba a transitar el camino de los danes con facilidad. Consideraba a Alejandra como una karateca de cualidades excepcionales, que no quiso desarrollar por alguna razón que ni él ni nadie comprendían. La tenía como la única mujer candidata a sucederlo en el dojo mismo. -... Si es que a lo mejor se proponía a inculcar sus conocimientos a los demás...- Decía el Sr. Reina, quien conversaba con Apolinar Mijares, su compañero de viaje y uno de sus senpai en el dojo. Los otros eran Rodrigo Meza y Erubey Patiño, quienes dormían en sus respectivas butacas, del lado contrario del pasillo central de la aeronave. -Quien sabe si ella hubiera querido enseñar, maestro. Usted sabe del carácter tan fuerte que ella tiene...- Le respondía Apolinar, quien también era instructor, pues su cinta negra y segundo dan lo certificaban. -No, su carácter no es de cuidado. Ella es una persona muy centrada, con principios sólidos y una forma de ver la vida muy madura para su edad. Definitivamente ella tuvo muy buena educación familiar. Sin duda su carácter es terrible cuando se sale de sus cabales, pero lo controla muy bien. Ella no se deja llevar así no más. Espero que durante este tiempo no haya cambiado esa manera de ser...- -Bueno, pos, la Alejandra Méndez que yo conocí era una chica muy dulce. Pero que a la hora del combate era una rival temible ¿Usted no recuerda el combate que tuvo Luis?- -Pos, por supuesto que lo recuerdo, Apolinar- -¡A mí todavía me da escalofríos! No he visto a otra mujer que pelee como ella. Peleaba como toda una cinta negra, maestro ¡Y eso que iba por la cinta café! Luis se salvó porque su experiencia estaba uno o quizá dos peldaños por encima del de ella. Ese combate no lo voy a olvidar- -¿Ya ves por qué le tengo estima? Además de su personalidad, era una alumna muy aventajada, inteligente- -Sí, sensei. Sin duda que ella tiene mucho futuro como karateca. Comparto con usted que ella debió aplicarse más. Ambos sabemos lo que representaba Edgardo para ella... Tal vez esa tragedia influyó en su carácter...- -Sin duda que lo de Edgardo le afectó mucho- Siguieron conversando en el avión mientras la azafata anunciaba que las luces del aeropuerto de Salem estaban a la vista y que ahora se disponían a aterrizar. Ordenó con voz cariñosa a los pasajeros colocarse el cinturón de seguridad. Así llegaron a Salem el maestro Adolfo y sus asistentes Apolinar, Rodrigo y Erubey. En el terminal los recibieron las autoridades de una asociación de karate del estado de Oregon. Pasaron los días... Y Alejandra todavía no se recuperaba por completo de sus lesiones. Su situación académica se agravó debido a que perdió muchas clases y no pudo recuperarlas, pese a los esfuerzos de sus amigos Marla, Janeth, Mat y Walter de llevarles los apuntes. Para su dolor Alejandra reprobó dos asignaturas y debía repetirlas al año siguiente. Ahora se encontraba deprimida, pasando por una situación que de no ser por la consideración del Sr. Windischmann, quien le mantuvo su puesto en stand by, hubiese sido más delicada. -Tranquila, Alex, que cuando te recuperes, tendrás tu lugar seguro aquí...- Le dijo mientras la visitaba en su casa. Alejandra estaba triste, algo que no le permitía recuperarse rápido de sus lesiones. Sin embargo, recibiría una visita que le llenaría de alegría. Efectivamente, un domingo, cuando estaba sola, tuvo la dicha de recibir en su casa al maestro Reina, a Apolinar, a Rodrigo y a Erubey. -¡Maestro Adolfo! ¡Qué sorpresa! ¡Cómo está!- Saludó con mucha alegría después de verlo por la mirilla de la puerta. -¡Alejandra!...- Solo atinó a decir el sensei al verle el rostro, con huellas de lo que le pasó. Sin embargo, Alejandra no dio importancia al asunto y vio luego a Apolinar. -¡Apolo! Mi querido amigo... ¡Rodrigo! ¡Por Dios! ¿Todos ustedes aquí?- Después vio a Erubey, a quien saludó con la misma sonrisa, pero no con el mismo calor humano. -¡Ah! Este es Erubey, Erubey, Alejandra... Alejandra, Erubey- Los presentó Apolinar, quien después le dijo que era instructor en el dojo, que había ingresado luego de su partida. -Un placer- -Igualmente ¡Pasen!- Todos se habían dado cuenta de la apariencia de Alejandra, pero por la forma como los recibió ninguno quiso preguntarle lo que le ocurrió, aunque el maestro Reina sí estaba interesado en saber. Es que el rostro de Alejandra conservaba todavía las huellas de aquél combate. La conversación fue amena. Alejandra les preguntó que qué hacían por aquellos lares. Apolinar contestó. -Llegamos aquí por una invitación de una escuela de karate de Salem- -Ah, ya veo ¿Y que tal?- -Pos, todo bien, es increíble la organización que hay aquí - Habló Rodrigo. El maestro Reina estaba callado. -Bueno...- Siguieron charlando. Alejandra les preguntó que cómo les iba en Guadalajara, por sus familias, por sus amigos. También preguntó por las amistades y compañeros en el dojo. Erubey se presentó y también le dijo que había oído que era buena peleadora. -¿Qué si soy buena peleadora?- Dijo Alejandra. Y cuando pronunció esas palabras, su voz se le quebró. Inmediatamente sus invitados confirmaron que algo malo pasaba. Aquí fue donde intervino el maestro Reina. -Alejandra. También aprovechamos de pasar por aquí porque no solo queríamos ver a la mejor alumna, la mejor peleadora que haya tenido el dojo... también porque tu familia me lo pidió, en especial tu padre Andrés. Sabemos que tienes más de un mes sin comunicarte con tu gente, cuando llamas a casa cada semana. Dinos, Alejandra ¿Qué ocurre? ¿Por qué tienes el rostro lastimado? ¿Qué pasa?- -Ay...- Fue la única respuesta que tuvo nuestra amiga segundos antes de ponerse sombría y abatida. Miraba al piso, y tras unos segundos de silencio, comenzó a relatarle a su sensei lo que le había pasado. Los tres escuchaban con atención el relato que les hizo su amiga desde que ésta llegó a Estados Unidos. Les contó las peleas que tuvo que sostener. La primera ante malhechores white trash, la segunda frente a tres ladrones guatemaltecos, la tercera ante una peleadora de más o menos nivel y la cuarta y última... En las tres primeras describió con muchos detalles las circunstancias en las que se dieron, pero cuando iba por la última, su rostro se descompuso y se echó a llorar. Apolinar se levantó de la silla y fue por ella a abrazarla. Todos los presentes estaban consternados, en especial el maestro Reina. Estaban complacidos por el hecho de que haya salido airosa de esos lances, sobretodo cuando pudo dominar a aquellos malandros chapines. Erubey estaba escéptico, había oído de ella, pero para convencerse de su nivel quería verla en acción; mas sin embargo se conmovió por los sollozos de nuestra amiga. Había oído del carácter de ella y fue llamativo para él el hecho de que a Alejandra se le dibujaran en su maltratado rostro sentimientos evidentes de temor, frustración, rabia y tristeza. -Calma, Alejandra, calma...- Le decía Apolinar. -Alejandra ¿Qué nos puedes decir de esa última pelea?- Preguntó el maestro. Nuestra amiga hizo silencio. Calmó sus sollozos como pudo y a continuación comenzó a contarles lo que fue ese último combate y su resultado Les contó todo cuanto recordaba: la pelea con Martin Bond, luego el ataque traicionero de Dylan, cómo pudo desenvolverse ante ellos. Luego, con un poco de dificultad en su habla, les relató su pelea con un hombre muy fuerte y diestro: Gordon. Aquí Alejandra contaba con detalles el castigo al que la sometió aquel peleador, pero al cabo de un rato no pudo seguir narrando, pues se convirtió en un mar de lágrimas. Apolinar la abrazó, mientras que a Rodrigo lo invadió la indignación y al maestro Reina se le aguaron los ojos. Erubey quedó mudo, consternado. Los cinta negras comprendieron la situación. El maestro Reina se mostró muy contrariado. Su alumna preferida había sido derrotada. Erubey se le acercó y le dijo a su maestro: -Maestro ¿estará exagerando acerca del rival que la venció?- -Amigo Erubey, le creo. Ella es una persona muy seria... Si el hombre era muy grande fornido, así lo fue... Ella no miente... No creo que esté sobredimensionando las cosas...- -Esta bien- -Ya, amiga mía, tranquila...- Decía Apolinar mientras abrazaba a Alejandra, calmándola -Tranquila...- Alejandra hacía esfuerzos por controlarse. Agarró un segundo aire y prosiguió contándoles que un vecino suyo puso la denuncia en la estación de policía. También le dijo que un agente policial se hizo amigo suyo. sin embargo, el maestro Reina estaba dolido. Procedió a preguntarle. -Alejandra, cuándo llegaste a este país ¿No te metiste en un dojo a practicar?- -No, maestro, tuve que refrescar conocimientos aquí. Luego de la tercera pelea me metí en el gimnasio de la universidad... pero es que aquel tipo era... ¡Un demonio!- Contestaba Alejandra y volvía descontrolarse. -¡Calma, amiga, calma! Que no está aquí- Rodrigo le habló. -Tranquila Alejandra - Le habló el maestro Reina, acercándose a su silla- Tranquila... Ya pasó todo... Tú volverás a practicar, en lo que te recuperes- -Pero maestro... maestro...- Alejandra no podía articular palabras -Dime- -Maestro, no sé si pueda volver... No sé si pueda...- Nuestra amiga rompió a llorar. -Alejandra ¡No digas eso! ¡Tú eres fuerte!- La animaba Rodrigo. -¡Vamos, Alejandra! ¡No tenos achicopales así!- Decía Apolinar. -Alejandra, escucha. Nosotros estaremos aquí unos tres días más. Pasado mañana, antes de regresar a México vendremos a visitarte de nuevo. Piénsalo, queremos ayudarte. No debes ahogarte en medio de este sufrimiento. A mi me duele también lo que te ocurre.- -¡Ay! ¡Maestro Adolfo!- Alejandra abrazó a su sensei, sollozando. Este se conmovió y dejó asomar una lágrima. El maestro Reina le recordó quien era ella. Le recordó sus demostraciones en el dojo. Le dio ánimos, le hizo ver que puede salir del foso en el que se encontraba. Todas estas palabras de aliento encontraron eco en Apolinar y en Rodrigo. Tales muestras de aprecio hicieron que Alejandra cambiara un poco su semblante. En eso, la puerta del apartamento se abrió. Era Ginnette. Vio al grupo y dio las buenas tardes en inglés. Por supuesto, los cuatro visitantes le contestaron en español. Ginnette supo que eran amigos de Alejandra. -Alex ¿Qué tal?- -Muy bien Ginnette- Alejandra se enjugó las lágrimas -Déjame presentarte a estos ilustres visitantes- Y se los fue presentando uno a uno. Ginnette conoció inmediatamente a los compañeros y maestros del dojo. Primero le presentó a Apolinar, después a Rodrigo, luego a Erubey, para después terminar en el maestro Reina. -Y este es mi sensei, quien me guió en el gimnasio del que te hablé- -Mucho gusto- Dijo Ginnette en inglés. -Igual- Contestó el maestro Reina en español. Se dieron la mano. Ginnette se retiró dejar sus útiles para ir a cambiarse y después salir a trabajar. Fue a su cuarto, después a la cocina "Tranquila, Ginnette, haré el almuerzo" le dijo Alejandra, para después incorporarse a la reunión. Alejandra hacía de traductora entre ella y sus amigos. Alejandra cocinó, después todos almorzaron y siguieron charlando animadamente. Los visitantes cambiaron el tema para evitar que Alejandra se deprimiera, rompiendo la buena vibra del ambiente. Al final, minutos después que Ginnette se hubo marchado a trabajar, los visitantes se fueron despidiendo de Alejandra. -Bueno Alejandra, cocinas bien- La felicitó Apolinar. -Gracias, Apolo- -Nos marchamos, Alejandra. Piensa en lo que te hemos dicho. Pasado mañana volveremos a visitarte- dijo el maestro Reina. -Esta bien, maestro- Todos se despidieron de Alejandra, pero ella aceptó acompañarlos hasta la puerta, no solo del apartamento, sino del edificio. Estuvo con ellos hasta que tomaron un taxi. Antes de que abordaran uno, tras varios minutos de espera, Alejandra se dirigió al maestro Reina y le rogó: -Maestro, sé que mi situación es delicada, pero no le comente a nadie de mi familia ¿Si? Please, por favor- -Esta bien... No le diremos a tu padre y a tu familia. Aunque sabes que hago mal. Lo que pasa es que tú eres como una nieta para mí- Contestó el Maestro reina. -¡Gracias Maestro!- Alejandra le dio un beso en la mejilla. Llegó un taxi. Tras negociar con el profesional del volante sobre la tarifa, Alejandra los montó a todos y después se despidió. -Nos vemos el viernes, Alejandra- -Nos vemos- -¡Adiós!- Nuestra amiga vio el taxi alejarse. Se sintió reconfortada por una visita tan importante para ella, que estaba pasando por un momento muy malo. En el taxi, el maestro dialogaba con sus senpais. -¿Cuánto tiempo tardaremos en regresar a este país si firmamos el convenio con la asociación? ¿Dos o tres días? - Preguntaba el maestro Reina. -Eso lo sabremos cuando hablemos con ellos y finiquitemos mañana los detalles, maestro- contestaba Rodrigo. -Por mis actividades en México, no podré venir la próxima vez. Apolinar, por favor, de todos los que estamos aquí, como eres tú el que goza de más tiempo libre, a parte de tus deberes como instructor en el dojo, puedes venir... Amigo mío, quiero que ayudes a Alejandra. Prepárala tú, que vuelva a ser la antes- -¿Yo, sensei?- Respondía un Apolinar perplejo. -Sí, Apolinar. Tú seguiste su evolución mientras ella estaba en el dojo. Serás tu, porque como sabes, te tocará quedarte en esta tierra, si se concreta el convenio- -Comprendo, sensei. Pero el problema que tiene Alejandra es psicológico. Habrá que llevarla a un especialista, está muy afectada, se le ve a leguas- -Lo sabemos, Apolo. Ya la pondrás a punto. Eres buen maestro. Pero ya pensaremos en algo- El taxi aceleró su marcha rumbo al terminal de autobuses de Astoria. Apolinar quiso objetar su misión ¿No hay acaso maestros en esta ciudad que la puedan enseñar? Solo el maestro Reina sabía que Alejandra era una karateca especial a la que todavía había que enseñarle. Entre tanto, Erubey quedó con la curiosidad. Pues, para los miembros más antiguos del dojo, Alejandra era toda una referencia. Y comenzó a pensar en que la persona que dejó a nuestra amiga en tal estado físico y emocional debió ser alguien más fuerte y diestro. Alejandra había ido a su cuarto y estaba recostada en la cama. Pensaba y pensaba. De repente tuvo sueño y se durmió. Durmió durante dos horas y al despertarse se percató de algo: En primer lugar no la atacaron las pesadillas. En segundo término se sentía bastante mejor, con el ánimo recargado y con energía para hacer cosas. Y en tercer lugar, muy adentro de ella, sentía una tranquilidad que no había tenido en mucho tiempo. Por fin sentía que ese karma que estaba sufriendo se apacigüó un poco, que iba a terminar. Pero había varias cosas por arreglar. Su situación académica era una de ellas. Decidió tomarse un año sabático en la universidad y había dos razones: una de ellas era que se había atrasado y necesitaba de toda la tranquilidad posible para recuperar el tiempo perdido y la otra razón era que algo le decía que Rosemary Smith estaba mezclada en todo lo que le sucedió. Es cierto que describió a sus amigos y maestros la pelea que perdió con Gordon, pero no recordaba ciertos detalles que rodearon dicha lucha aquella noche. Sólo recordaba que los atacantes le increparon el haber lastimado a una amiga suya y que debía pagar. Poco a poco fue recordando y armando el rompecabezas y se dio cuenta que Rosemary era una especie de conexión ya que la imagen de otra persona le vino a la mente. No la recordaba antes porque su equilibrio emocional estaba alterado, por lo que tampoco se acordaba con claridad de las cosas que había hecho en los últimos tres meses. No se lo contó al agente Buchanan, porque no estaba en condiciones, pero ahora las energías positivas que sus amigos y maestros del dojo le habían transmitido en su visita le permitían tener tranquilidad y paz interior suficientes para pensar y ordenar sus propios recuerdos. No se había dado cuenta, pero ahora sospechaba el por qué Martin, Dylan y Gordon la asaltaron: Su pelea con Mildred. La venganza no era una opción porque nuestra amiga es una persona de nobles sentimientos y principios por los cuales no daña ni perjudica a nadie, pero ahora se encontraba con una disyuntiva, pues algo le decía que debía retomar su actividad preferida de una vez por todas. Y se le metió entre ceja y ceja una idea. Mejor dicho, la imagen de un hombre al que de solo evocarla le daba pánico, pero que ahora, por alguna razón, no le temía. La de Gordon. Pasaron los días. La delegación del maestro Reina llegó a un acuerdo con la asociación de karate de Oregon y entonces se comprometieron a regresar en un mes para ultimar detalles de un intercambio entre los gimnasios afiliados a dicha asociación y una selección del estado mexicano de Jalisco. Un día antes de irse, el maestro Reina volvió a visitar a Alejandra y le contó sobre aquel evento. -Regresaremos pronto, Alejandra, para quedarnos unos cuantos días. Queremos que participes- -¿Quieren que yo esté con ustedes?- -Sí... Queremos que nos ayudes ¿Qué dices?- -Bueno... Está bien- Ambos se abrazaron y después sostuvieron una charla. Platicaron de todo, la familia de Alejandra, sus amigos, la ciudad de Guadalajara, el dojo, de todo. Después el maestro se despidió de ella. -Ya sabes, nos vemos dentro de un mes- -Nos vemos, maestro- La verdadera recuperación de Alejandra se puso en marcha. El primer paso lo dio Ginnette, quien contactó a una psicóloga que trabaja en el departamento de asuntos estudiantiles de la universidad para ayudar a su amiga a superar el trauma. Pronto la mexicana asistiría a sesiones privadas con la licenciada, quien al cabo de las tres primeras, notaría que la paciente en cuestión tenía un carácter fuerte, un orgullo inmenso que estaba lesionado, pero que podía recuperarse rápidamente. Su proyección le decía que Alejandra tenía una voluntad de acero y que iba a recuperarse rápido. Transcurrió otra semana y ya sus heridas emocionales se cerraban a toda prisa. Entre tanto, en la sede de la Hermandad, una clase de defensa personal se estaba llevando a cabo. Entre los alumnos estaban Rosemary y Tom, viejos conocidos, además de Mildred, quien ya estaba recuperada. Pero en la clase había otros personajes. También figuraba Dylan, quien junto a Martin, eran los senpai de otro maestro. Pues, ahora, el nuevo instructor de la Hermandad era Gordon. Junto a Dylan, permanecía enconchado en el Rancho Causeway mientras pasaba el tiempo y la policía no daba con ellos antes de que el caso ya no tuviera relevancia. ¿Relevancia? Hubiera sido más seguro para ellos irse para otro estado, bien lejos, pero los miembros de la junta principal de la Hermandad los amparaban bajo su manto protector. La junta se había enterado del resultado de la pelea frente a la latina y decidieron reemplazar a Martin como instructor de defensa personal de la Hermandad por Gordon. El fortachón demostró tener más experiencia que Martin, a quien nombró su senpai, junto a Dylan. Todos estaban tranquilos en su refugio con la satisfacción de haber vengado la afrenta de Alejandra, pero no se imaginaban que transcurrido un tiempo, iban a enfrentarse a un ave fénix que estaba a punto de resurgir de sus cenizas. Continuará.