Simplemente... Alex. Por El Bohemio de Caracas. Otro desencuentro callejero. Pasaron unas semanas desde que el señor Kenneth fuera dado de alta del hospital. Logró recuperarse de las lesiones y heridas que recibió durante un asalto, pues aparte de haber sido golpeado, también lo apuñalaron en el estómago, siendo el percance más serio. Pero para fortuna de él, de sus familiares y amigos, el señor Kenneth estaba en buen estado físico, pese a su edad, unos 60 años. -Cuando joven también fui deportista. Fui campeón de pentatlón en la UCLA- dijo una vez cuando le comentaron al respecto. Fue mientras estaba convaleciente en el hospital, recibiendo a Ginnette y a Alejandra. A ambas les aconsejó la práctica deportiva. -Deberían de ponerse a practicar algo ustedes dos- -Sí señor Kenneth, vamos a seguir su consejo- le respondió Alejandra. Ninguna de las dos quiso comentarles lo que les había pasado con los dos delincuentes white trash que las habían asaltado. Consideraban al señor Kenneth como a un padre, pues él se preocupaba mucho por ellas. A veces sentían que colaboraba demasiado con ellas, por lo tanto decidieron no contarle nada para no darle más preocupaciones y así permitir que su estado de salud mejorara. Alejandra había quedado pensativa por ese lamentable hecho. A veces, cuando estaba sola, pensaba en los maleantes que habían asaltado al señor Kenneth, se preguntaba si eran mexicanos o de otra parte. Llegó a pensar que tal vez eran salvadoreños u hondureños. Estas dos comunidades también tienen notable presencia en el oeste gringo, aunque no llegaban a ocupar el sitial que poseían los mexicanos en esa región, así como los cubanos en Florida o los puertorriqueños y dominicanos en Nueva York. Pensó en esas y otras cosas relacionadas con ellos. No volvieron a tocar el tema. Sin embargo, Ginnette escuchó en el noticiero de su radio emisora favorita, mientras lavaba su ropa, que unos asaltantes habían robado a una señora en una estación gasolinera de las afueras de Astoria. La dama había bajado del carro para ir al baño de la estación cuando fue abordada por dos sujetos, quienes le quitaron todas sus pertenencias, incluyendo su auto. Luego de robarla, sometieron al personal que equipaba su auto y después marcharon a toda velocidad rumbo a Portland. Todavía se desconoce el paradero de los asaltantes y el vehículo hurtado. Después el locutor finalizó la noticia diciendo que los malhechores eran latinos, según testimonio de la dama y los empleados de la estación. A Ginnette le llamó la atención que en otras noticias de esa naturaleza no se hacía referencia a la raza de quienes perpetraban los robos. Desde que escucha los noticieros de la emisora, no oyó nada semejante, hasta lo del robo del auto. La vida continuó. Tanto Ginnette como Alejandra iban adelantadas en los estudios de sus respectivas carreras. Alejandra ya sabía cómo llenar una hoja de trabajo contable y se sentía capaz de trabajar como asistente al contador. Además, quería retirarse del trabajo de comida rápida, aunque le pagaban bien no se sentía cómoda allí. Buscaba en las carteleras de la universidad, así como en los avisos clasificados del diario, ofertas de empleo. Sin embargo no conseguía. Durante tres lunes seguido se dedicó a eso, pero después de infructuosa búsqueda se dijo: -Ya llegará mi turno...- Dejó de seguir buscando y esperó que transcurriera el tiempo. Además, todavía le faltaba por recorrer más de la mitad de la carrera y el actual empleo tenía cierta flexibilidad, puesto que le pagaban por hora. Si un día quería laborar por solo cinco horas, lo hacía y recibía el pago correspondiente, si otro día trabajaba por 10, también recibía la cantidad estipulada por ese tiempo de trabajo. Hasta suerte tenía que el dueño del local era una persona muy honesta, alguien que la había tratado bien desde el momento que la entrevistó cuando ella y Ginnette llegaron al local a pedir empleo. La relación entre ellos había sido excelente, puesto que Alejandra y su amiga trabajaban duro y con mucha responsabilidad a la hora de atender a la clientela y mantener pulcro el local, para satisfacción del dueño y jefe quien jamás les falló a la hora de compensarles económicamente sus labores. El hombre se llamaba Arthur Windischmann, un hombre educado, serio, pero de buenas maneras y personalidad abierta, que había trabajado desde muy joven, cosa común en la sociedad norteamericana, acostumbrada a ver cómo la gente empieza a ganarse la vida ya a los 14 años de edad. Arthur, cuyos abuelos eran alemanes que llegaron a Norteamérica a finales de la década de los 40, trataba siempre a sus empleados con toda la profesionalidad del caso y no era corriente verlo establecer nexos de amistad con ellos. Sin embargo, delegaba en su primo Stanley la tarea de contratar el personal. Sería él quien emplearía a nuestras amigas, aunque éstas fueron entrevistadas por Arthur, por ser el dueño del local, además de supervisarlas directamente. Siempre profesional con sus empleados y así lo fue con ambas chicas, pero con el correr del tiempo vio como las dos muchachas que a pesar de ser estudiantes universitarias con el tiempo realmente copado, trabajaban a lomo partido convirtiéndose en sus más eficientes empleadas, ganándose el sueldo en buena lid. No era su estilo, pero Arthur se encariñaría con ellas. Un domingo, como los empleados se turnaban las labores en el local cada día, a nuestras amigas les tocó quedarse junto a dos compañeros después de cerrar, para limpiarlo a fondo. Arthur siempre tenía libres los domingos, por lo que le daba las llaves del local a Stanley, su empleado más antiguo, en quien tenía absoluta confianza y que por esos días se transformaba en el jefe absoluto del negocio. Pero Arthur decidió ese día pasar por el local a ayudar a sus empleados en las labores, haciendo de las veces de cajero o atendiendo a los clientes. Ese domingo el local tenía un ambiente muy cordial, con Arthur y Stanley bromeando sobre la inversión de sus papeles. Tan bueno estaba dicho ambiente que Arthur le pidió a Stanley, Alejandra, Ginnette, así como a Joshua Robinson y Anthony Clark, los otros chicos que trabajaban en ese lugar, que se quedaran un rato más después de las diez de la noche, hora de cierre, para compartir un poco. No había podido conseguir que el resto del personal se quedara; algunos manifestaron que debían estar temprano en sus hogares, otros como el caso de Roman Kosmowsky que también era empleado en un club nocturno, tenían que ir al otro empleo a trabajar. Con ellos, Arthur quiso compartir un momento especial. Y no era para menos. La noche del viernes le pidió matrimonio a su novia y ésta le dio el sí. Arthur estaba tan inmensamente feliz que no fue al local el día sábado, estuvo festejando con su familia primero y después con sus amigos más cercanos. Recordó que debía ir al local, así que fue el domingo. Todavía estaba alegre que quiso compartir la dicha por ese momento tan importante de su vida con Stanley y con sus empleados. Todos estuvieron por cerca de una hora celebrando y disfrutando. Fue un momento de distensión tan único, que todos aprovecharon para conocer más acerca de los demás, de sus compañeros y de sus jefes. Alejandra y Ginnette tomaron la palabra para manifestarle a Arthur su agradecimiento por darles empleo cuando más lo necesitaban y así felicitarlo por sus futuras nupcias. Todos brindaron por la nueva etapa en la vida de Arthur, su patrón. Luego, cuando ya el reloj pasaba de las once de la noche, Ginnette recordó que tenían que ir a clases el lunes, bien temprano por la mañana, por lo que Arthur, Stanley y compañía dieron por terminada la improvisada "reunión". Todos salieron del local, lo cerraron, mientras que Arthur les ofrecía a las chicas llevarlas a casa. -Alex, Ginnette, por cierto que ustedes dos no me dijeron en donde vivían...- -Vivimos en el N° 15 de la calle Newark, cerca del centro, señor Arthur- respondió Ginnette. -Bueno, para ir a mi casa debo pasar por el centro, pero como se quedaron hasta tarde para compartir este momento de felicidad que me embarga, las llevaré- -Gracias señor Arthur- dijo Alejandra. -Stanley, llévate a Joshua y a Tony, yo llevaré a las chicas- -¡Bien! ¡Vámonos!- Todos subieron a los vehículos y se despidieron. Arthur enfiló rumbo al centro mientras que Stanley, que vivía cerca del puerto, debió ir primero hacia el sur, donde vivía Joshua y después dejar a Anthony, que vivía en su misma calle, pero a unas cuantas cuadras de distancia. Entretanto Arthur, quien vivía en el este de Astoria, en la vía que conduce a Portland, debía pasar por el centro para después doblar por la calle Newark y dejar a las muchachas; tenía un trayecto mas largo. Sin embargo, había tema de conversación para hacer más llevadero el trayecto. -Muchachas, ustedes son dos chicas particulares. Por ciertos detalles intuyo que ninguna de ustedes dos pertenece a esta ciudad. Ginnette ¿De dónde eres? Tu acento me dice que no eres de aquí- Preguntó Arthur, sin quitar la vista del camino en ningún momento. -Soy de Rockstown, Wyoming- respondió Ginnette. -¿Rockstown? ¡Cielos! No lo conozco- -Es un pueblo muy pequeño. Casi no aparece en los mapas, sin embargo no está muy lejos de Cheyenne, la capital del Estado. Unas 30 millas, tal vez- -Wyoming es un estado bastante grande, pero casi no está poblado. Es un territorio virgen, diría yo- -Tiene grandes reservas y parques nacionales. Allí está la mayor reservación india del país- -Eso sí lo sé yo- Arthur siguió hablando del tema con Ginnette, preguntándole sobre sus estudios y cómo consiguió cupo en la Universidad de Oregon. Estuvieron por un rato cuando se acordaron que Alejandra estaba sentada detrás, callada, mirando por la ventanilla del auto. -¡Hey, Alex! Estás pensativa. Por la pinta que tienes sé que eres latina ¿Mexicana?- Pregunta Arthur, sacando a Alejandra de sus pensamientos. -¿Quién? ¿Yo? ¡Ah! Sí, sí soy de México. De Guadalajara, Estado de Jalisco- -¿Guadalajara? ¿Estado de Jalisco? No sabía que México se dividía en estados también- Dijo Arthur con evidente desconocimiento del tema. -Sí. México también se divide en estados. Son 31- -Entonces tu país no es tan grande- -Es más pequeño que Estados Unidos, pero es más o menos grande. Con decirte que tiene 3 horarios distintos. Tiene casi dos millones de kilómetros cuadrados...- Alejandra siguió hablándole de su país mientras el auto recorría un largo trecho. Mientras ella y Arthur seguían conversando, Ginnette volvió por un momento la mirada, entreteniéndose con mirar el camino. Luego de escuchar la presentación que Alejandra le hacía de la historia, cultura y otros detalles de su país, Arthur le preguntó por cómo había llegado a Astoria. -Bueno, me gané una beca antes de finalizar la prepa- -Entonces debes ser una excelente estudiante. Por cierto ¿Qué estudias? ¿Qué estudian ustedes? ¿La misma carrera?- -Yo estudio Leyes- contestó Ginnette. -Y yo Contaduría- respondió Alejandra. -¡Qué bien! Un par de buenas carreras. Derecho tiene varios campos ¿Por donde te vas, Ginnette?- -Mmmmmm...- Ginnette pensó por un momento -Por cierto que no me lo había planteado. Estuve pensando entre derecho mercantil y derecho laboral- -Bien- respondió Arthur lacónicamente. Después se dirigió a Alejandra. -Y Tú, Alex, la contaduría es una carrera general. Puedes trabajar casi en cualquier lado...- -Bueno...- Siguieron hablando. Los tres ya estaban charlando de lo más animado. Al parecer la confianza elevó un poco el nivel de la relación entre el patrono y sus empleadas. Después conversaron sobre otros temas, especialmente sobre la próxima boda de Arthur. Las chicas volvieron a felicitarlo y charlaron largamente hasta llegar al edificio donde ellas viven. -Bien señor Arthur, muchas gracias por traernos a casa- dijo Ginnette. -No, gracias a ustedes por compartir este momento tan especial para mí. Mi futura esposa y yo planificaremos la boda. Al principio será una fiesta entre nuestras familias, pero veremos si cada quien invita a sus amigos ¡Que pasen buenas noches! ¡Hasta mañana, chicas!- -¡Hasta mañana, señor Arthur!- El patrono del local aceleró su vehículo, mientras que las muchachas entraban al edificio. Eran las once y media de la noche. Al llegar al apartamento, las dos comentaban las preguntas que les hacía su jefe acerca de sus carreras. -Quién sabe qué estará planeando el señor Arthur- decía Ginnette. -Bueno... a lo mejor estará pensando a futuro. En su mente tiene la idea de crecer. Su negocio es concurrido, claro, este es uno de los tres o cuatro establecimientos de comida rápida que hay en esta ciudad. Hasta suerte tiene que no haya Wendy's, McDonald's o KFC's. ¿Estará pensando en crear su propia franquicia?- dijo Alejandra. -A lo mejor...- remató Ginette. Ambas se fueron a dormir. Pasó esa noche... y también pasaron varias semanas. Un día en el que tuvo libre en su trabajo, Alejandra decidió salir a pasear después de las clases. Sentía la necesidad de estar a solas por un tiempo, por lo que salió rápido del salón una vez terminada la última clase. Se despidió rápidamente de Marla y sus compañeros. Walter no asistió ese día, por lo que no se preocuparía de estar inventando excusas para decirle que no la acompañara. Empezó a caminar por las instalaciones de la universidad. Por ser una extensión, pues la sede principal quedaba en Portland, el campus no era muy grande. Así que lo recorrió rápidamente, cuya área que incluía unos cinco edificios, un gimnasio cubierto, varias canchas al aire libre, así como áreas verdes. La institución semejaba más a un parque que a una universidad, el sitio era acogedor y muy estimulante para estudiar. Sin duda que Alejandra no se arrepintió de haber logrado un cupo allí. -Iré a visitar la sede principal en Portland un día de estos- se dijo mientras admiraba el sitio. En casi dos años no había tenido la oportunidad de conocer su casa de estudios. Tras una larga caminata por el perímetro de la universidad, vio un árbol en un recodo de la vereda y decidió sentarse al pié de él. Una vez ahí, respiró profundamente y sintió como una especie de alivio. Las últimas semanas las había pasado muy atareada, estudiando y trabajando. Se puso a pensar, a meditar y después decidió recostarse para dormir un poco. El aire estaba limpio, a pesar que el cielo estaba un poco nublado, la temperatura era agradable. Se acercaba el otoño. Alejandra se quedó dormida. En los pocos minutos que estuvo dormitando, soñó con una figura que fue muy importante en su vida: la de su novio Edgardo. Soñaba que caminaban juntos por una playa, tomados de la mano. Hablaban, reían, jugaban. Fue un bonito sueño del que Alejandra despertó al sentir cómo una hoja se posaba sobre su nariz. Cuando se dio cuenta que había sido un sueño, la tristeza le embargó. Se sentó entonces, pensativa. Estuvo por un rato muy largo, recordando melancólicamente a su antiguo novio. Alguna lágrima se asomó en sus ojos, pero ella pudo contenerlas y después enjugárselas. Decidió poner su mente en blanco para relajarse. Al cabo de unos minutos, se levantó para salir de la universidad. No pensaba irse a casa todavía. Antes de llegar a la salida, vio a un muchacho que le llamó la atención. Estaba uniformado con un judogui, o parte de él, puesto que llevaba una chaqueta encima, mientras andaba con el pantalón y con una cinta negra amarrada. Se dirigía al gimnasio cubierto de la universidad. Alejandra sintió cómo algo se le revolvía en su fuero interno. De repente sintió deseos de preguntarle al chico qué practicaba y en dónde, pero se contuvo y más bien esperó que se alejara unos pasos para seguirlo. Y así fue tras de él. Lo siguió hasta el gimnasio. Vio como se dirigía hacia los anexos del recinto para después meterse en un salón pequeño. Como se lo había imaginado en ese instante, el salón era un pequeño dojo. Se asomó por la ventanilla de la puerta para comprobar que estaba a punto de iniciarse una clase de... karate. Alejandra se quedó un rato viendo desde fuera. Observó los ejercicios de calentamiento que hacían los alumnos alrededor de su instructor. Eran unos 15 chicos y chicas que seguían las instrucciones del maestro, un hombre maduro con aires de militar que dictaba enérgicamente las pautas en la clase. Nuestra protagonista se preguntó que cómo era posible que había perdido tanto tiempo en la universidad cuando no se había molestado siquiera en saber que allí, cerquita de su salón de clases, existía un dojo. Un sentimiento muy grande la invadió, una nostalgia que le hizo recordar viejos tiempos y sobre todo, a su querido primer amor. Después del calentamiento previo, los alumnos se ordenaron en tres filas de cinco mientras el instructor se ponía en el frente. La clase propiamente dicha comenzó. Alejandra miraba los movimientos que hacía el instructor. Todos les parecía familiares, sintió como mucho de lo que había aprendido y que no había podido ejercitar, comenzaba a invadirle la mente. Llegó un momento en el que prácticamente anticipó casi todos los movimientos que iba a ejecutar el instructor. Y sin querer, casi inconscientemente, repetía detrás de la puerta los movimientos de los brazos y las figuras que hacía el instructor. Dejo a un lado su mochila y adoptó pose de combate, detrás de la puerta seguía la clase, hasta que sintió que alguien le estaba observando: era Mathew Pennington. Mathew se había acercado al gimnasio, se dirigía a las oficinas de extensión deportiva de la universidad cuando se topó a Alejandra haciendo figuras de karate tras la puerta. Se le quedó observando por un rato sin decirle nada. Alejandra estaba tan concentrada en lo que hacía que no vio a Mathew y cuando finalmente se dio cuenta que la miraba, lo miró y se sobresaltó. -¡Vaya, Alex! ¿Por qué no te inscribes en esa clase? No sabía que te gustaban las artes marciales, ejecutas los movimientos como si fueras una experta- observó su compañero. -Ho... ho... hola Mathew ¿Qué haces por aquí?- saludó una Alejandra casi sonrojada y todavía sorprendida por la inesperada presencia de Mat. -Iba para la oficina del entrenador del equipo de beisbol- -Ah ok... bueno, sí te digo, me gustan las artes marciales, sobretodo el karate- -Ya lo veo, te mueves como una experta ¿En verdad lo practicas?- hablaba Mathew cuando sonó su teléfono celular. -¡Ay! Es mi hermana, está en la entrada de la universidad esperándome. Bueno Alex, te dejo, voy a la oficina a dejarle un recado al manager y me voy con mi hermana- -Bueno, que te vaya bien entonces, nos vemos mañana... por cierto ¿No has visto a Walter?- -No, ayer no vino y hoy tampoco. Lo llamaré esta noche- -Bueno, adiós, Mat- -Adiós Alex, nos vemos mañana- Mathew se retiró a paso acelerado. Alejandra lo vio doblar por uno de los pasillos, después se asomó a la ventanilla de la puerta y vio cómo proseguían con la clase. Después de unos minutos observando tranquilamente decidió retirarse. Salió por la puerta principal de la universidad y tomó la calle. Después enfiló hacia un paseo peatonal, sin rumbo fijo, solo deseaba caminar. La verdad es que esa clase de karate le hizo rememorar viejos tiempos, a la vez que recordaba que no veía a su familia hacía casi dos años. Su visa era de estudiante, pero debido a lo ocurrido el 11 de Septiembre del 2001, esta solo tenía dos años de duración, por lo que le faltaba poco para su vencimiento y debía regresar a México a renovarla. Iba caminando. Se detenía ocasionalmente para ver las vidrieras de las tiendas, después seguía su marcha, no pasaba siquiera a preguntar, solo observaba. Caminó varias cuadras hasta que llegó a una esquina. Decidió doblarla para seguir luego por una plaza. Se detuvo un rato a ver la fuente. Cuando se disponía a reanudar la marcha vio a un par de chicas sentadas en uno de los bancos y reconoció a una: Rosemary Smith, quien conversaba animadamente con una amiga. Alejandra luego cayó en el detalle de que nunca había cruzado palabra alguna con ella a pesar de ser compañeras de estudio por dos años. Siguió caminando, siempre mirándola, hasta que Rosemary levantó su vista y la vio. Alejandra nunca había tenido contacto con Rosemary, por lo tanto se sorprendió al ver cómo le cambiaba la expresión del rostro a la pelirroja, quien estaba de lo más contenta en su conversación con su amiga, hasta que su mirada se encontró con la de la mexicana. Cuando la reconoció, la fulminó con los ojos. Alejandra se sobresaltó y preguntó, al tiempo que miraba hacia otro lado: -Pos, pero... ¿Qué le hice a ella? ¿Por qué me mira de ese modo?- Volvió a mirar a la pelirroja, ésta le estaba diciendo algo a su amiga quien también volteó a verla, para después fruncir el ceño. Alejandra le restó importancia a eso y siguió su camino. -Pos, yo no sé que mosca le habrá picado ¡Si yo nunca he hablado con ella! Bueno... cada loco con su tema- pensaba una indignada Alejandra. Entretanto Rosemary le comentaba a su amiga, Carol Spencer: -Esa es la latina que tiene medio hechizado a Walter- -¿Es ella? Bueno, se ve que Walter tiene buen gusto, es bien parecida- -¡Oh! ¡Vamos, Carol! ¡No vayas a decirme que ella está mejor que yo!- -Pero, Rose, qué quieres que te diga... bueno, tú sabes bien lo que yo pienso de los latinos, pero hay que reconocer que...- -¡Nada! No hay que reconocerles nada, Carol. Recuerda que ellos habitan nuestro "patio trasero", son gente poco culta y emprendedora, vienen para acá en busca de dinero fácil ¡No trabajan! ¿Viste que a la señora Donovan le robaron su auto? Fueron tres mexicanos, según ella- -¿Mexicanos? No es raro. Pandillas de mexicanos azotan las grandes ciudades de California y creo que también en Nueva York y Washington- -¿Nueva York y Washington? No creo que hayan llegado hasta allá, la costa este. Recuerda que por esas ciudades pululan otros latinos, puertorriqueños, dominicanos y esos cubanos ¡es que todos se parecen!- -¿Que todos se parecen?...- Ambas siguieron haciendo comentarios racistas y chovinistas contra los latinoamericanos, después la emprendieron contra los negros. Definitivamente a Rosemary no le agradaba la gente de piel oscura. Su amiga Carol trató de preguntarle el por qué. Rosemary le salió con aquello del llamado "Destino Manifiesto". -Nosotros fuimos destinados por la Providencia a hacer de esta la tierra prometida y desde aquí poner al Mundo a nuestros pies, cultivar la libertad... pero esos latinos y negros siempre quieren contravenir eso... bueno, no saben lo que es la libertad ¿Tú no te has dado cuenta que a ellos siempre los gobiernan dictadores? No saben siquiera lo que es la palabra democracia, ¡vamos!...- -Hablas muy apasionadamente de ese tema, Rose- -Mis ancestros estaban en el Mayflower, Carol- -¡Ah!- Las dos no conocían a los latinos, siempre los veían de acuerdo a su óptica. Comentaron un rato y antes de pasar a otro tema, Carol dijo: -Espero que arresten a esos pillos pronto ¿Te imaginas a Astoria llena de pandilleros latinos?- -Comparto tu temor, pero en lo que a mi respecta, en este momento... lo que me interesa es sacar a esa Alex fuera de circulación. No me quitará a Walter- Sentenció Rosemary. Las dos se dirigieron a un café aledaño a la plaza. Mientras tanto, ya a varias calles de allí, Alejandra seguía su camino, pero después se sintió fastidiada de seguir caminando y optó por tomar un autobús. La parada de la línea de transporte que pasaba cerca de la calle Newark estaba en otra calle, doblando la siguiente esquina a través de un callejón por el cual Alejandra se metió. El mismo estaba solo... aparentemente. Sin embargo, nuestra protagonista estaba tan pendiente de llegar a la parada del bus que no le paró a ese detalle. Eran ya mas de las dos de la tarde y no había nadie transitando ese callejón, pero justo unos metros antes de llegar a la siguiente esquina, aparecieron tres chicos. Alejandra siguió caminando sin percatarse de su presencia, los muchachos venían en dirección contraria, pero a pocos pasos antes de tropezarse con ellos levantó la mirada y los vio detenidamente: los tres eran de piel morena, cabellos lisos y no eran muy altos, además se fijó en su vestimenta, los tres calzaban botas, pantalones jeans y franelas, uno de ellos, el más alto quien caminaba por la derecha, tenía un pasamontañas, los otros dos tenían guantes de cuero negro con los dedos agujereados. El que iba por el centro tenía una mochila y el del extremo izquierdo tenía una franela sin mangas, que dejaba ver brazos musculosos y tatuados. En el brazo derecho tenía tatuada la figura de un ave que llamó la atención de Alejandra, pero lamentablemente cometió el error de mirarlos a los tres a los ojos y dejar escapar una expresión de sorpresa cuando se dio cuenta que los tres eran... Pandilleros latinos. Los tres eran muchachos que apenas pasaban de los 20 años de edad. -¡Oh, Dios! ¿qué hacen por aquí?- Fue la pregunta que se hizo Alejandra al ver a los primeros pandilleros latinos que veía en Astoria desde que llegó a esa ciudad del Pacífico hacía dos años. Luego tuvo un mal presentimiento, pero ya había avanzado demasiado hacia ellos, tan absorta estaba en sus pensamientos que al percatarse de la presencia de aquellos jóvenes ya era tarde para dar media vuelta. Tenía que pasar por un lado de ellos y eligió su derecha, debía pasar al lado del chico del pasamontañas. Justo cuando así lo hacía, este sacó de su bolsillo una filosa navaja y se la puso en un costado. -¡Quieta nena! A ver ¿Qué llevas en el bolso?- le preguntó en inglés. -¡Oh! ¿Qué pasa?- contestó Alejandra mientras era empujada contra la pared. El de brazos tatuados también la rodeó mientras que el de los guantes se retiraba un par de metros y miraba a todos lados, montaba guardia por si venía alguien. -¡Danos todo lo que llevas encima!- repitió el del pasamontañas. -¡Pero qué les voy a dar!- Era evidente que Alejandra fue tomada por sorpresa, reaccionaba un poco nerviosa. -¡Cállate!- Le gritó el tatuado. Pero lo hizo en español. Entonces Alejandra se sorprendió más todavía al pensar en la posibilidad de que los tres ladrones eran los mismos que habían atracado al señor Kenneth. De nuevo el tatuado volvió a gritarle, pero el del pasamontañas, quien blandía la navaja, le llamó la atención. -¡Jorge, maricón de mierda! ¡No grites que nos pueden pillar!- También habló en español. -¡Está bien, Pedro, pero no insultes!- Pero a Alejandra, que con una sorprendente fuerza mental pudo controlar sus nervios y calmarse para pensar, el acento que hablaban le resultó un tanto extraño. Parecía mexicano, pero un poco más pausado y con otros giros que no reconocía. Ahí mismo intuyó que no eran mexicanos. O por lo menos no eran del DF o de su querida Guadalajara. Había estado en Monterrey, Tijuana y Ciudad Juárez en el norte, así como en Veracruz y conocía los modismos, giros y acentos de sus gentes. Pero inmediatamente confirmaría su primera sospecha al ver que el pasamontañas del chico que le mostraba la navaja era negro, pero con vivos detalles azules y blancos. El pantalón del que hacía de campanero o vigía también tenía esos detalles con los mismos colores. Luego observó a Jorge, el tatuado. De uno de los bolsillos de su pantalón sobresalía un llavero, le llamó la atención porque era un logo, un escudo. En él pudo leer: "Club Comunicaciones". Y luego, cuando este volteó para ver si había gente aproximándose, reforzando la vigilancia del chico de guantes, Jorge le permitió ver el tatuaje de su brazo derecho. Alejandra se sintió como iluminada al resolver el origen de sus tres atracadores. El tatuaje le había llamado la atención pero estaba lejos para detallarlo, pero ahora que lo tenía cerca pudo reconocer en él a un ave muy hermosa. Era un quetzal. El mismo que aparece en una bandera de colores azul y blanco que ya se le venía a la mente, como los del pasamontañas de Pedro. Eran guatemaltecos. Alejandra sintió como le hervía la sangre y la expresión de aparente calma que tenía en su bello rostro se le borró para aparecer otra que le descompuso la mirada, pues le hizo fruncir el ceño de manera tal que los cacos advirtieron que su víctima se había encolerizado. Recordó que provenían del lugar en donde había perdido a su primer amor. No hizo falta más nada, pero Alejandra les habló en español: -Ya se me hacía raro su español. No son de México- Su voz, todavía femenina, parecía lúgubre. Los cacos se miraron unos a otros, mientras que el campanero hizo señas para que sus compañeros se apresuraran a quitarle el bolso. Vieron que la mexicana endurecía su rostro y cómo bajaba sus brazos. Era señal evidente que ya no les temía. Alejandra adoptó otra posición, ya no temía a la navaja que estaba a solo unos cuantos centímetros de su cuello. Fue un error de parte del chapín no colocarle la navaja en la yugular. Tal vez se confió que con la sola presencia de un arma blanca iba a aterrorizar a su potencial víctima obligándola a entregar sus pertenencias tal como en otros asaltos. -¡Ustedes no son mexicanos! ¡Chapines!- dijo Alejandra subiendo el tono de su voz. -¿Así que la nenita habla español? No, no somos de esa mierda de país- respondió Pedro. -¿Qué pasa, muchachita? ¿Te haces la dura? ¡Entrega tu bolso ya!- dijo el tatuado Jorge. -¡Pobres diablos! ¡No saben el daño que hacen a su propia comunidad!- -¡Bien chapines somos y a mucha honra!- Luego Pedro se dirigió al vigía hablándole en un lenguaje extraño. Alejandra supuso que no era una jerigonza de una pandilla de maleantes cualquiera. Hablaba en una lengua india, un dialecto del maya. -¿Quieres despistarme? ¡Bien, maldito cobarde!- intuyó la mexicana. -¿Qué dijiste?- Preguntó Pedro quien ya ofuscado intentó acercarle la navaja, haciendo un ademán de apuñalarla. A continuación, vino la reacción de Alejandra, ya fuera de sí debido a la furia que se había apoderado de ella. El maleante volvió a acercarle la navaja y nuestra protagonista le tomó la muñeca con ambas manos al tiempo que soltaba una sorpresiva patada que alcanzó la barbilla de Jorge, derribándolo, pues le dio con la punta del pié. Empezaba un forcejeo con Pedro. El que hacía de vigía volteó y quedó atónito al ver cómo su compinche luchaba con la chica por la navaja mientras observó a Jorge caído en el piso, groggy. Arqueó sus cejas y se quedó paralizado por la sorpresa, pues observó que la chica forcejeaba valientemente con el maleante. Pedro se sorprendió por la fuerza que la mexicana imprimía a sus empujes pues lo hizo retroceder un par de pasos, así que se le ocurrió propinarle una patada. Alejandra la resistió y no solo eso, hizo presión en la muñeca del ladrón y después se la torció, obligando a soltar la navaja. El ladrón se quejó del dolor y como pudo empujó a Alejandra contra la pared. Nuestra amiga chocó sus espaldas muy fuertemente pero de manera muy rápida recuperó el balance y no dejó que su contrincante se le fuera encima al adoptar una pose de pelea. La clásica postura de quien sabe de karate. Esto hizo que el maleante se echara a reír y después comenzó a mofarse de ella adoptando poses parodiadas y gritando como los chinos de las películas. Alejandra lo vio un poco atónita pero inmediatamente pensó: -Este no sabe lo que hace- Y a continuación arremetió contra él. El vigía seguía viéndolos mientras que el tatuado todavía no se recuperaba de la patada recibida. Alejandra probó con dos golpes que fueron bloqueados por su oponente. Volvió a aplicar la misma combinación con igual resultado. El maleante pensaba que Alejandra no tendría la fuerza suficiente para conectarle y los cuatro primeros golpes así lo atestiguaban. Lo que no sabía era que se trataba de una treta que su "víctima" le estaba haciendo, para que entrara más en confianza. Luego del cuarto golpe, Alejandra hizo una pausa para verlo a los ojos y entonces una sonrisa maquiavélica se dibujó en sus labios cuando vio que el maleante se sentía sobrado al bloquearle los golpes. Había conseguido que se confiara más de la cuenta -Tonto- Le dijo. Porque arremetió contra él con más fuerza. Conectó primero un recto de izquierda, luego de derecha, otra izquierda, otra derecha, la diferencia estaba en que ahora soltaba los golpes mucho más rápido y con más fuerza, obligando al maleante a bloquear con más dificultad. Alejandra seguía lanzando golpes, puros rectos le mandaba, izquierda, derecha, izquierda, derecha. Pero no tardó en minar la defensa de su oponente pues otra combinación de golpes fue tan rápida que hizo blanco en el rostro de su rival. Y no solo eso, sino que los puñetazos hicieron explosión en la boca y nariz. El caco retrocedió unos pasos y luego se tocó unó de sus labios para ver que se lo había roto, volviendo a mirar a la mexicana que a su vez lo miraba con furia. -¡Ya verás, maldita!- soltó en su lengua maya y se abalanzó sobre ella. Pero Alejandra lo esperaba y para sorpresa del paralizado vigía y de su oponente, saltó para recibirlo con una patada frontal en la boca al tiempo que gritaba para imprimirle más fuerza. El caco volvió a retroceder, mirando hacia arriba producto del tacle, para chocar contra la otra pared. Seguidamente Alejandra se acercó y comenzó a propinarle golpes secos, primero le conectó un derechazo en la cara, luego un upper de zurda a la barbilla seguido de un gancho de derecha al estómago, lo que le sacó el aire, inmediatamente giró sobre sí misma para propinarle un golpe de revés con su izquierda al tiempo que alzaba el pié derecho para alcanzarlo en el rostro pues no terminaba de caer, de nuevo en la boca. Esa patada lo tiró al suelo. El maleante cayó al piso, tosiendo todavía por la acción del gancho que le sacó el aire, a duras penas se repuso para después ver al vigía parado como una estatua viendo la escena. Pedro le dijo con la voz entrecortada. -¡No te quedes ahí, estúpido!- Volvió a toser, escupiendo sangre. Esto hizo reaccionar al vigía, quien se sacó un cuchillo de sus bolsillos. Se abalanzó sobre nuestra protagonista, tratando de alcanzarla con el arma blanca, pero Alejandra lo esquivaba. Le lanzó tres puñaladas seguidas, todas a la cara, pero la chica los esquivó todos. El maleante volvió a arremeter una vez más, pero Alejandra le tomó el brazo con un peculiar movimiento: su mano izquierda le tomó su muñeca, mientras le aplicaba un codazo con la derecha sobre el codo de él, que estaba extendido. Lo hizo tan velozmente que no le permitió recoger su brazo, doblarlo. Rápidamente se agachó, ayudándose con todo el peso de su cuerpo para hacerle una palanca al brazo, para girar sobre sí misma obligando al maleante, presa del dolor por la palanca aplicada, a pasar casi detrás de ella pero mirando al suelo. Le luxó el hombro. Seguidamente, como el caco había quedado de rodillas, le propinó una tremenda patada, que más bien parecía un pisotón, a su cabeza, a la altura de su oído derecho, tirándolo al suelo completamente noqueado. Pedro miraba la escena con estupor y sintió cómo le invadía el terror cuando creyó que ese pisotón le iba a arrancar la cabeza a su compinche, pues la mexicana gritó para propinarlo, imprimiéndole gran fuerza. Alejandra entonces se volvió mirándolo con ojos centelleantes de furia, pero cuando iba por él para rematarlo, sintió como un par de poderosos brazos la atenazaban, inmovilizándola, para beneplácito de Pedro. Eran los de Jorge, quien se había recuperado de la prodigiosa patada que Alejandra le había propinado. Ella estaba tan concentrada apaleando a Pedro y al campanero que se había olvidado del tatuado. Comenzaba otro forcejeo, mientras que Alejandra fue presa del pánico porque no sabía si su captor había tomado del suelo la navaja o el cuchillo de alguno de sus compinches. Pero la suerte estaba del lado de la mexicana. Jorge quedó tan picado por esa patada propinada por una mujer que quiso despedazarla con sus propias manos, ni se molestó en tomar algún arma. En medio del forcejeo, el fornido centroamericano la insultaba, al tiempo que hacía gestos lascivos con su boca. -Así que sabes pelear ¿no, mamita?- Quiso lamerle el cuello, mientras que Alejandra luchaba por liberarse de esa tenaza. Volvió a insultarla -A las mexicanas hay que amansarlas, son muy salvajes, vas a ver como te domo, potrilla- esta vez le lamió la nuca y quiso manosearla aprovechando que su mano derecha estaba hacia abajo, creyendo tener a Alejandra a su merced. Craso error. Tal movimiento le restó presión al abrazo, pero Alejandra iba a sacarle provecho a esa ventaja con un fuerte pisotón al pié derecho de su contrincante, quien chilló de dolor. Siguió moviéndose con todas sus fuerzas, espoleada por el comportamiento bellaco del forzudo. Seguía moviéndose, hasta que se le ocurrió golpearlo con su cabeza, logrando impactar un pequeño pero molesto golpe a su nariz. El hombre masculló unas palabrotas, siempre en español y trató de dominar la situación; pese a sus esfuerzos, Alejandra no lograba liberarse, hasta que se le ocurrió morderle uno de sus brazos. Mordió con todas sus fuerzas, haciendo gritar a su rival. Éste no le quedó más remedio que soltarla, enviándola con violencia contra el suelo, cayendo pesadamente la mexicana, mientras que el fornido centroamericano se tomaba la zona del brazo en donde nuestra protagonista hundió sus dientes. Jorge gritaba de dolor, mientras que Pedro se levantó de donde estaba a duras penas. Alejandra se golpeó un hombro al impactar contra el suelo, pero cuando intentó levantarse recibió una patada en la cara. Por un momento veía estrellas, Alejandra se veía perdida mientras que una soledad inexplicable dominaba el ambiente en ese callejón. Nadie se asomaba siquiera por el sitio. Como lo hizo Ginnette en su momento, Alejandra se preguntó dónde estaba la policía. Pero el hombre de los tatuajes volvió a emprenderla con ella, la pateaba una y otra vez, mientras que Alejandra se cubría como podía, hasta que dejó de moverse. Pedro pensó que Jorge la había matado por lo que le gritó en lengua maya: -¡Ya! ¡Ya! ¡Déjala! ¡Vámonos!- Jorge dejó de patearla y se retiró junto a su compinche para reanimar al de los guantes que había hecho de campanero. Alejandra no se movía por lo que se convencieron que quedó fuera de combate, dándole sus espaldas. Levantaron como pudieron a su compinche y tomaron la mochila de nuestra protagonista, disponiéndose a huir, cuando se llevaron una increíble sorpresa: -Todavía no hemos terminado- Pedro y Jorge se volvieron para ver como Alejandra, arrodillada, los miraba fijamente, señalándolos. Se había hecho la inconsciente, sabiendo que si el maleante seguía castigándola iba a quedarlo de verdad. Jadeaba mientras se levantaba con dificultad. Tenía un ojo amoratado y un labio partido. Pedro miraba a Jorge completamente atónito. Nuestra protagonista estaba sacando fuerzas de donde no las tenía... -¡Acaba a esa perra de una vez!- Le gritó, mientras trataba de reanimar a su compinche desmayado. Jorge fue por ella. -¿Con que quieres más? ¡Más te voy a dar!- Y seguidamente se le dirigió para intentar terminar con lo que había empezado, pero Alejandra tenía un recuerdo, una imagen en su mente. De repente vio a Edgardo, su primer novio. Recordó que habían sido unos pandilleros guatemaltecos quienes lo malograron. Sintió que recuperaba las fuerzas, volviendo a adoptar su pose de combate. Jorge se acercó, tomó una de las navajas y quiso apuñalarla, pero su intento fue bloqueado. Manipulaba el arma blanca con su mano derecha, por lo que fue el brazo izquierdo de Alejandra el que lo bloqueó, pero la cuestión no quedó allí: con un movimiento rápido y ágil, Alejandra envolvió el brazo de su atacante con el suyo y haciendo acopio de toda la fortaleza que pudo reunir, ejerció presión sobre él, resintiéndole el codo. El sorprendido Jorge sintió como se le partía la coyuntura a la vez que le invadía un dolor muy agudo, volviendo a gritar. Alejandra hacía presión y después le propinó un recto de derecha que reventó en la boca de su oponente y después le conectó un rodillazo en sus bolas. Hasta allí llegó el tatuado con el quetzal en su brazo derecho, el mismo que era sometido a una fuerte presión por parte del brazo más delgado de una fémina. Al ver que Joge estaba perdido, Pedro tiró a su inconsciente compinche al suelo e intentó salir corriendo, pero no podía porque se lesionó una pierna tras la caída que le provocó la patada de nuestra protagonista. No vio cómo Alejandra castigaba a su compinche azotándolo con patadas: con el brazo todavía tomado, la mexicana alzó su pierna derecha y pateó a su rival que estaba casi de rodillas. Lo hizo otra vez... y otra... y otra... tras la última patada, el pié siguió de largo tras golpear el ya amoratado mentón, pero Alejandra devolvió el sentido al tacle, por lo que golpeó su nariz con el talón. Mientras lo hacía, volvió a gritar, aunque no se escuchaba con la misma fuerza. El tatuado caía al suelo, inconsciente, con el brazo y nariz fracturados. Una vez ganado, Alejandra hizo una figura, un katá, dando por finalizado su combate con el fortachón del grupete de delincuentes. Fue tras de Pedro. Ya había salido del callejón, doblado la esquina, pero la mexicana corría como podía, acusando los golpes recibidos, por lo que supo que no podía darle alcance. Pero se sorprendió cuando al volver la mirada hacia su derecha vio como unos muchachos estaban pateando a alguien que estaba caído en el suelo: era Pedro, quien estaba recibiendo una golpiza por parte de cuatro transeúntes. Se arrodilló pues sintió caerse, viendo la paliza que recibía el ladrón. Un transeúnte la vio y procedió a auxiliarla, le preguntó: -¿Estás bien?- -¡Si, estoy bien!- Respondió Alejandra haciendo un esfuerzo para hablar. Tenía un ojo casi cerrado y un labio partido. Todavía estaba fuera de sí. -¡Calma! ¡Calma! ¡Ya pasó! Ya llamaron a la policía- La tranquilizó el hombre. Efectivamente a los pocos minutos llegó una patrulla de la policía al lugar. Llegaron justo cuando el grupo amarraba al maleante a un poste, tal vez para lincharlo. Lo desamarraron, llevándoselo bajo arresto, pero el pobre estaba tan molido a golpes que hubo de llamar a una ambulancia. Y era necesario llamarla. Fueron a atender a Alejandra pues unas personas los pusieron al corriente de que ella había sido asaltada. Había mucha gente alrededor. Mientras Alejandra era auxiliada, un agente le preguntó por lo ocurrido. Ella señaló hacia el callejón diciéndole que había sido atracada por tres maleantes, el que habían arrestado era uno que intentó escapar. -Los otros dos... los conseguirá tirados en ese callejón- El policía frunció el ceño, extrañado por las palabras de la mexicana. Fue al callejón a averiguar y efectivamente consiguió a los otros dos cacos en el suelo, completamente inconscientes. Pidió refuerzos y ambulancias los cuales llegaron en cuestión de minutos. Después se dirigió hasta donde estaba Alejandra para hacerle algunas preguntas. -Señorita dígame ¿Qué ocurrió aquí?- -Ellos me asaltaron pero recibieron su merecido- -¿Qué les pasó- -Quisieron asaltarme, pero hubo una pelea y allí está el resultado- -¿Quién o quienes golpearon a esos malhechores?- Alejandra hizo una breve pausa para contestar serenamente y mirando hacia el suelo: -Fui yo, señor agente. Yo los golpee. Simplemente me defendí- -¿Qué usted los golpeó?- Preguntó el oficial completamente incrédulo. -Sí... yo los golpee. Los dejé así. Fue en defensa propia, me querían robar...- El agente policial no daba crédito a lo que decía nuestra amiga. Por lo que procedió a preguntar a los transeúntes: -¿Alguien aquí vio lo que pasó?- Nadie le contestó. -Esta bien señorita, la llevaremos al hospital y luego nos acompañará a la estación para que preste declaraciones ¿En verdad usted se defendió de estos malhechores?- -Sí, señor- -¿Usted sola? ¿Alguien más la defendió?- Alejandra, tratando de contenerse, respondió al agente con todo el orgullo que podía sentir todo aquel que resultase vencedor en un combate a muerte: -Señor oficial: Yo sola acabé con estos malditos, nadie más me defendió- Después miró a todos los presentes, como buscando culparlos por no haber pasado por ese callejón, por lo menos y haber llamado a la policía mucho antes. El policía solo podía quedarse callado, entonces ordenó que la llevasen a una de las ambulancias que se presentaron en el lugar. De repente el sitio se había llenado de muchos curiosos, cosa que hizo enfurecer por dentro a Alejandra. -¿Por qué fregados nadie pasó por ese callejón?- Una pregunta en su fuero interno a la que jamás encontraría respuesta. Solo que antes de abordar la unidad bomberil, notó un gesto extraño en una persona que no dejaba de observarla. Alejandra se detuvo a mirar a un chico blanco, de ojos azules, alto, con su cabello rubio cortado al cepillo, que no dejó de mirarla fijamente hasta que la mexicana fue trasladada al hospital. El muchacho, que vestía jeans, chaqueta de cuero y calzaba unas botas negras con punta de acero, se alejó del lugar; luego de caminar unas cuadras se metió en una cabina telefónica. Tras charlar un rato, colgó la bocina para después dirigirse al terminal de pasajeros de Astoria. Pero antes pasó por la plaza por donde había pasado Alejandra, quien no le gustó para nada el modo tan sombrío con que este personaje la miraba. Después de un rato llegó una chica con la que minutos antes había charlado. Apenas empezado el encuentro, le dijo a la dama: -No pude darle su merecido- -¿Por qué?- Preguntó la chica, indignada. -Unos latinos como ella se me adelantaron...- Siguió contándole lo ocurrido. En verdad el muchacho había presenciado la pelea entre Alejandra y los tres ladrones, relatando a su interlocutora todo lo que había visto y hecho, pues fue él quien detuvo a Pedro en su huída y luego inició el linchamiento al proclamar que era uno de los pandilleros nuevos de la ciudad, no tendría problemas en ser apoyado por los demás transeúntes. Después de un rato le dijo: -Esa chica es más peligrosa de lo que habíamos sospechado, debes tener cuidado- -La verdad es que no sabía... que sabía defenderse. ¡Maldición!- Dicho esto, el muchacho se despidió y paró un taxi. El autobús a Portland iba a salir del terminal en 20 minutos, por lo que se apresuró a tomarlo. Antes de irse, se asomó por la ventanilla y le dijo: -¡Tienes una rival muy fuerte Rose! Veré si puedo pedir ayuda a "La Hermandad"- El taxi arrancó. Rosemary suspiró al saber que su rival sabía artes marciales. Se dirigió al café, donde estaban Carol y otras dos amigas, Claire y Liz. Carol preguntó: -¿Qué te dijo- -Que la mexicana sobrevivió...- -¿Cómo que sobrevivió?- Dijo una ansiosa Claire. -Sí, supuestamente sobrevivió a una pelea contra tres ladrones latinos como ella que le ahorraron el trabajo a Tom. Sin embargo, parece que no pudieron con ella- -¿Qué no pudieron con ella tres hombres?- Liz estaba escéptica. -Eso fue lo que me contó. Ahora me dice que va a pedir ayuda a "La Hermandad"- -¿"La Hermandad"?- Preguntaba Carol. -Sí, a "La Hermandad"- -¡No puede ser!...- Y así siguieron charlando. Mientras transcurría la tarde, con Rosemary conversando con sus amiguitas en el café; con Alejandra en el hospital, recibiendo tratamiento, pues el seguro de la universidad lo cubría; con los ladrones atendidos y vigilados en otro centro asistencial, teniendo asegurado su encarcelamiento o deportación; con la curiosidad del agente de policía por saber cómo una chica de pequeña estatura pudo vérselas sola contra tres maleantes; con Ginnette preocupada por Alejandra, que no llegaba a casa; Tom se dirigía a Portland, donde vive. Tom Bridge tiene 23 años, estudia computación en la misma universidad, pero en su sede central en esa ciudad, gracias a la ayuda de su padre, un empresario. Juega beisbol en el equipo de la facultad. Tiene un auto, pero lo había chocado y está en un taller, por lo que muy a su pesar tomó el autobús para atender el llamado de Rosemary. Y también es miembro de un grupo al que él mismo se refiere solamente como "La Hermandad". Por cierto ¿De qué se trata esa "Hermandad"? ¿Qué clase de ayuda pedirá Tom? Lo sabremos más adelante. vene_wanderer73@hotmail.com