Simplemente... Alex. Por El Bohemio de Caracas. A manera de intro... Son las 5 y 44 minutos de la madrugada. Todavía no se ha asomado el sol sobre Astoria, especialmente sobre las ventanas ubicadas en el frente del N° 15 de Newark street. Sobretodo la del piso 5... En el vecindario todos siguen durmiendo. Se escucha uno que otro ladrido de algún perro realengo, así como los cantos de un gallo, mascota de un taller mecánico cercano al edificio. La habitación está oscura, con las ventanas cerradas. El reloj del radio despertador sigue su curso hasta llegar inexorablemente a las 5 y 45: el despertador suena con una canción. -Santana, Santana, Santana, Santana, Santana, Santana, Santana...- Alejandra, que estaba profundamente dormida, siente como la música estalla en uno de sus oídos. -Chinga su...- dice muy suavemente, mientras se despierta muy despacio. El radio se activó justo en la mitad de una canción de Santana, "Foo Foo", por lo que el sueño de Alejandra se esfumaría con mucha seguridad cuando el sonido de la guitarra, principal protagonista en los temas de este famoso artista mexicano, se escucha en todo su esplendor. Pero al parecer, al operador de consola que estaba de guardia en la estación de radio, como que gustaba de la canción, porque, mediante una maniobra a lo disc jockey, vuelve a repetir el coro que despertó a nuestra amiga. Alejandra terminaría de levantarse definitivamente. -Santana, Santana, Santana, Santana, Santana, Santá...- Alejandra apaga el radio, interrumpiendo abruptamente la canción, por lo que el silencio vuelve a adueñarse del ambiente. Se desarropa y bosteza largamente, a la vez que estira y tensa todo su cuerpo. -Aaaaaaaaaaahhhh... ñam, ñam, ñam...- Mira el reloj y al cabo de unos instantes, se levanta. Se sienta sobre el borde de la cama, todavía tiene algo de sueño. Está así durante algunos segundos y luego de mirar por tercera vez el reloj del radio despertador, enciende la lámpara que está a un lado de la cabecera de la cama y se tiende en el piso, boca abajo, disponiéndose a hacer unas flexiones de pecho. -Una... dos... tres... cuatro... cinco... seis...- Hacía casi un año que adoptó esta costumbre de hacer ejercicios al levantarse dando por resultado unas ganas de enfrentar a cada nuevo día con vigor, así como una figura que ya se mostraba firme... y de buen ver. Alejandra se veía muy bien físicamente. -... Siete... ocho... nueve... y... y... y... y... ¡Uy!... ¡Diez!- Alejandra terminó de hacer las flexiones haciendo un gran esfuerzo para culminar la décima repetición. Después hizo abdominales, que los hacía sin problemas. Llegó a unos cien en total. Después se levantó, hizo otros ejercicios de estiramiento; luego se quitó la franela con la que duerme y después de tomar una toalla fue al baño a ducharse. Faltan ya cinco minutos para las 6 de la mañana y comienza a aparecer el sol sobre el horizonte. Ya se escuchaba actividad en el vecindario, las personas y los carros empezaban a transitar la calle. Comenzaba otro día. Alejandra abrió la llave de la regadera con un poco de aprehensión, pues, sintió las primeras gotas al tratar de abrirla. El agua estaba fría. Después de unos segundos, decidió a abrir la llave por completo y de un solo viaje, por lo que soltó un gritico al sentir como el más maravilloso de los líquidos mojaba su cuerpo. El frío de la ducha terminó de despabilarla. Alejandra se duchó por 15 minutos. Luego salió, se secó, se vistió rápido puesto que en la noche escoge la ropa que se va a poner al siguiente día. Unos jeans, una franelilla y unas sandalias fueron el avance que vistió la hermosa humanidad de nuestra protagonista mientras ella se dirigía a la cocina a hacer el desayuno. Antes de llegar, pasó por la puerta de la habitación de Ginnette, tocándole. -¡Ginnette! Vamos que ya son más de las seis ¡Ginnette! ¡Ginnette!-. Estuvo unos segundos tocando su puerta y después se dirigió a la cocina. Al cabo de unos minutos Ginnette llegó a la cocina con la facha de toda persona cuando se para de la cama. -Oye, Ginnette parece que te quedaste pegada al colchón ¿dormiste bien?- preguntó Alejandra. Su amiga se había acostado a las ocho de la noche, bastante temprano. -Mas o menos... ¿tienes hoy el examen? Respondió su amiga-. -Sí. Tengo la prueba hoy. Estuve toda la semana practicando como una maniática que ayer decidí no estudiar, me tomé un respiro, pues, puedo embotarme ¿Y tu? ¿No vas a ir a clases hoy?-. -Si, pero hoy empiezo a las 9, recuerda que me cambiaron el horario-. -¡Ah ok, lo había olvidado!- y así ambas amigas siguieron charlando. Ginnette fue a ducharse mientras que Alejandra terminaba de prepararse el desayuno. Ya eran las 6 y 45 cuando terminó su primera comida del día, así que fue de inmediato a su habitación a terminar de vestirse. Se puso una camisa de mangas cortas y se calzó un par de tacones. Con los pantalones ceñidos y con tales calzados se veía elegante... y sexy. Se despidió de Ginnette y salió al pasillo, rumbo a las escaleras. Saludó a Kenneth, el conserje una vez llegada a planta baja. -Buenos días, señor Kenneth-. -Buenos días, Alex ¿Te sientes preparada para tu examen?- preguntó el viejo conserje. -Sí, estudié hasta la tarde de ayer, me tomé la noche y no agarré más mis apuntes, para nada. No quiero embotarme-. -Está bien, hija ¡Que tengas suerte!-. -¡Gracias! ¡Hasta luego!- Se despidió del viejo y fue a la calle, enfilando a la universidad. Así vemos a Alejandra Méndez, una chica de 22 años estudiante del segundo año de contaduría en la Universidad Estatal de Oregon. Es ciudadana mexicana; se había ganado una beca para estudiar en esa universidad estadounidense mientras terminaba el bachillerato en su Guadalajara natal. Cuando se enteró que había conseguido cupo al otro lado de la frontera su alegría no cabía en el cuerpo. Ese era uno de sus sueños y se había esforzado mucho para hacerlo realidad. Sin embargo, cuando se despidió de su familia y amigos llegado el momento de partir, le embargaba una serie de sensaciones. Alegría por la consecución de un objetivo, tristeza por separarse de los suyos; pero ella tenía una emoción particular producto de lo lejano que estaba su destino, sentía ansiedad por ello. Y es que Astoria quedaba en el estado de Oregon, a pocos kilómetros de Portland, su capital económica, la ciudad más poblada de aquel estado del noroeste yankee. Alejandra hubiera preferido estudiar en Los Angeles, San Francisco, San Diego o en cualquier ciudad de California, dada la cercanía con su país y por la presencia de la inmensa colonia mexicana radicada allí, pero le había tocado irse a una región que estaba mucho más al norte, bien alejada de la frontera, con poca presencia latinoamericana, de un clima templado y agradable en verano pero crudamente frío en invierno. Al parecer esa era la temperatura constante del carácter de sus habitantes, por su idiosincrasia y por la forma de ver la vida, puesto que los estadounidenses anglosajones eran absoluta mayoría en cuanto a número -"Como debe ser..." se dijo Alejandra en una ocasión mientras analizaba su suerte con toda lógica y objetividad posibles-. Le forma de ser de los estadounidenses, esa era su principal preocupación ¿Cómo iba a lidiar con ellos? Fue su gran pregunta. Sin embargo, Alejandra era dueña de una personalidad muy abierta, alegre, risueña. Poco a poco fue haciendo conocidos, primero, luego amistades, hasta que finalmente consiguió sus primeros amigos. A Ginnette Farnsworth la conoció en el primer día que visitó la universidad. Ella era una muchacha oriunda de un pueblo del interior de Wyoming que consiguió cupo para estudiar leyes en esa casa de estudios y en Astoria no conocía a nadie. Estaba en la misma situación de Alejandra, puesto que no tenía un sitio seguro donde quedarse. Ambas se hospedaban en hoteles y un día se pusieron de acuerdo para buscar vivienda, con un alquiler más o menos accesible para poder pagarlo entre las dos. Sus familiares les enviaban remesas de dinero pero ellas decidieron buscar empleos para costearse mejor sus gastos. Las dos consiguieron emplearse en un local de comida rápida. Y al poco tiempo ubicaron un apartamento cercano al centro de Astoria. Alejandra tuvo muchísima suerte en encontrar a una persona como Ginnette, quien le ayudó a perfeccionar su inglés, que había aprendido mientras cursaba su último año de preparatoria en Guadalajara. Otro de sus amigos era el señor Francis Kenneth, el conserje del edificio donde vive. Un señor muy amable. Para Alejandra fue una suerte conocerlo, pues para su sorpresa el señor Kenneth conocía su forma de pensar, sabía cómo abordarla. Era un hombre muy culto. Había viajado por el mundo, conociendo países y culturas, y para todos es sabido el poco grado de conocimiento que la inmensa mayoría de los estadounidenses tiene de lo que hay fuera de sus fronteras. -Yo visité México, conocí varias de sus regiones; viví en Acapulco por dos años. Me había ido de vacaciones pero estaban buscando a un profesor de inglés en una escuela. Yo me ofrecí y trabajé por un tiempo. No me quedé más porque tuve que regresar a casa a resolver un problema en la familia. Mientras estuve, conocí más acerca de ustedes los latinos, eso me impulsó a visitar otros países como Cuba, República Dominicana, Brasil, Panamá. Después quise ampliar más mis horizontes y visité África y Europa. Definitivamente hay un Mundo más allá de nuestras fronteras- Le dijo una vez. Él y Ginnette eran sus verdaderos amigos en el vecindario. Porque en él, no había podido intimar con más personas. El hecho de ser extranjera, sobretodo latinoamericana, no se lo permitía puesto que los demás vecinos no le daban mucha confianza. Y así pensaban muchos de sus compañeros de trabajo y de estudios, así como los demás habitantes de una ciudad definitiva y decididamente anglosajona. Un fenómeno que según ella era patente nada más que en la región de Nueva Inglaterra y en el norte y nordeste de los Estados Unidos, pero que le había tocado vivirlo en una ciudad bañada por el océano Pacífico. Le costó bastante sobrellevar el hecho de encontrarse con una cultura e idiosincrasia que desconocían a las suyas y que de paso, eran muy distintas. Es por eso que aún con dos años de residencia en aquél país, tenía un reducido grupo de amigos en su círculo de amistades; a la mayoría solo podía catalogarlos de "conocidos", nada más que eso. Al principio sufría y sentía nostalgia por su terruño, pero poco a poco fue adaptándose y en ello Ginnette y el señor Kenneth tuvieron mucho que ver al tenderles sus manos y ayudarla en aquella tierra extraña. Alejandra los tenía muy presentes en su corazón y les estaba profundamente agradecida. Pero además de ser simpática y con don de gentes, Alejandra era una chica emprendedora, muy estudiosa y trabajadora. Al principio le fue difícil, como todo, pero era tenaz, nunca se daba por vencida y sobretodo, siempre tenía optimismo, mentalidad positiva. Aunque más adelante veremos que ella poseía algo más, una característica que le ha permitido incluso sobrevivir... Cierto día, cuando ella y Ginnette estaban recién llegadas al vecindario, Alejandra fue víctima de un asalto. Sucedió camino a la universidad y a ella la sorprendieron un par de ladrones, quienes armados con pistolas, la asaltaron en un recodo de la calle. La abordaron, cada quien a su lado y la condujeron a un callejón. Allí le quitaron todas sus pertenencias, dinero, prendas... pero si los cacos se hubieran quedado quietos, satisfechos por el botín conseguido a expensas de la mexicana, todo esto hubiera sido un caso más de asalto perpetrado por el hampa. No se quedaron tranquilos, mejor dicho, uno de ellos, un chico de 18 años que más bien aparentaba más edad, dada su estatura, molesto por lo poco que pudieron sacarle, además de descubrir que era una inmigrante azteca, le golpeó con la cacha de la pistola. Alejandra, quien estaba quieta sin perder la calma por un segundo, recibió estoicamente los golpes en su cabeza. Sin embargo, uno le fue propinado cerca de la sien y la derribó, aprovechando el caco para darle un par de punta pies, mientras le decía en su inglés hamponil -Perra latina, pobretona ¡No tienes nada que puedas ofrecer! ¡Maldita tercer mundista! ¡Devuélvete al muladar de donde viniste!- La segunda patada le sacó el aire y de no ser porque el otro malandrín avistó a una patrulla que se acercaba, conminando a su compinche a abandonar el lugar, Alejandra hubiera recibido peor trato. Tal vez hasta hubiera perdido la vida... Pero nuestra protagonista era fuerte. Su carácter le hacía resistir, pero a pesar de sentirse iracunda por los innecesarios insultos de aquel "white trash", sin duda un ciudadano que aún siendo de raza blanca era un resentido social, no pudo reaccionar a ello, pues estaba consciente que eran dos y que encima estaban armados con sendas pistolas. Sin embargo, al verlos alejarse en su carrera, masculló en español: -Vas a ver, maldito ladrón ¡Vas a ver!-. Ese fue el episodio más delicado que vivió durante esos primeros seis meses. Por alguna razón no quiso denunciarlos a la policía, tampoco había podido ubicarlos, pero esa experiencia le hizo retomar una actividad que ella practicaba en su México natal, la cual no hacía desde que llegó a las tierras del Tío Sam por diferentes motivos. Cierta noche, Alejandra caminaba del trabajo rumbo a su casa y se tropezó con una escena que se llevaba a cabo en una calle solitaria: un par de ladrones tenían sometida a ¡Ginnette! Su amiga estaba siendo asaltada. Se aterrorizó. Poco a poco, en silencio, se acercó al lugar y vio como los malandrines sometían a Ginnette. Sin embargo, le llamó la atención que la robaban a punta de cuchillo, no esgrimían armas de fuego. Pero había más. Reconoció al que la sometía: era el mismo chico blanco y alto que le había asaltado y humillado meses atrás. No recordaba al otro. Su sorpresa fue grande, pero luego de ella, vino la indignación... y la rabia. Abandonando su actitud sigilosa, Alejandra, presa de la más grande furia y a la vez estando segura de que no portaban pistolas, decidió acercárseles y hacerles frente. -¡Así que tenemos al imbécil y cobarde robando a una indefensa dama ¿no?!- Gritó para que le escucharan. Los cacos voltearon y la miraron. El que hacía papel de campanero se le acercó con una navaja en actitud amenazante y le dijo: -Mira mujercita, si no te vas voy a cocerte a puñaladas-. -¡Vamos güei, vente! ¡¿Qué esperas?!- respondió Alejandra en español, fuera de sus cabales. Ginnette la reconoció. -¡Alex! ¡Vete!- le gritaba su amiga, pero Alejandra le interrumpió. -¡Tranquila Ginnette!- -¿Así que te haces la valiente? ¡Ven, entrégalo todo!- Gritó el hampón y quiso tomarla de un brazo. Fue entonces cuando empezó. El otro hampón, el que había asaltado a Alejandra no pronunció palabra alguna ante aquella escena, dejaba que su compinche se hiciera cargo de la intrusa, así que volvió su mirada a Ginnette. -¡Entrégalo todo, perra!- Ginnette empezó a sollozar, presa del miedo. Alejandra dejó que el maleante se acercara. Casi la tenía a buena distancia como para apuñalarla, por lo que volvió a conminarle a que entregara todo lo que tenía encima, decidido a cumplir con sus amenazas. -Entrégalo todo, niña... o verás...- Alejandra lo estaba viendo a los ojos; su mirada era sombría y nada más con eso, retaba al maleante, pero por si no fuera suficiente... ... Negó, moviendo la cabeza muy lentamente, de un lado a otro. Tal actitud desafiante terminó por minar la paciencia del maleante, quien gritó: -¿Así que te crees una heroína? ¡Ahora verás!- Acto seguido intentó alcanzarla con la navaja, pero... Ginnette miró aterrorizada como el maleante intentó apuñalar a su amiga, intentó gritar pero el otro antisocial le puso la navaja en un costado, haciéndole un gesto para que se callara. Pero del temor pasó al asombro, cuando vio como Alejandra esquivaba el intento del maleante. Este también se sorprendió por el movimiento felino de su supuesta víctima, por lo que hizo una pausa de tres segundos para volver a arremeter, esta vez hacia el estómago, con idéntico resultado. -¡Vaya! Así que esta niña es ágil ¿No?- Dijo para después intentar cortarle la cara. Ginnette y el otro antisocial tuvieron la fortuna de contemplar la escena justamente cuando Alejandra, en una sensacional reacción, tomó la muñeca del antisocial. -¡Suéltame! ¡Perra!- Gritó el sorprendido malandrín al sentir que la mano de su inesperada rival tomaba firmemente su muñeca. -¿Qué dijiste? ¿Cómo me llamaste?- Preguntó una indignada Alejandra. Se refería al insulto. El maleante sostenía la navaja con su mano derecha y a su vez Alejandra le tomó la muñeca con su mano izquierda. Apretó con fuerza porque el hampón empezó a forcejear para liberarse, sorprendiéndose por la fuerza de quien suponía su víctima. A continuación, Ginnette iba a conocer un aspecto que para ella era inimaginable en su amiga mexicana. Alejandra tiró de la muñeca de su rival, para después elevarla. El maleante intentó ayudarse de su otra mano para tratar de liberarse, pero antes de que pudiera hacerlo, Alejandra le conectó una patada al rostro. Ahora el asombro de Ginnette era absoluto, mientras que el otro antisocial soltó una imprecación a la que agregó una pregunta -¡¿Qué demonios... ?!- La patada la recibió en su mentón izquierdo. El maleante acusó el golpe. Alejandra volvió a propinarle otra patada en el mismo lugar, volteándole su rostro. A continuación conectó una tercera patada, pero con la diferencia de que el pié siguió de largo tras golpear la cara del antisocial y Alejandra, con una soltura y flexibilidad impresionantes, devolvió el sentido de la patada y a manera de azote, golpeó de nuevo con el talón del pié. Voló un diente de la boca de su rival, quien cayó al piso. Ginnette no daba crédito a lo que veía. -¡Demonios! ¡Levántate!- gritó su compinche. Pero Alejandra no le dio tiempo para más. A continuación le dio otra patada en la cabeza justo cuando intentaba pararse, pero más bien parecía el chute de un futbolista. Le conectó justo en la nariz, haciéndolo caer violentamente de espaldas. Una vez en el piso, Alejandra saltó sobre su estómago, aterrizando con ambos pies. El antisocial se arqueó hacia delante, pues quedó sin aire, entonces volvió a patearle la cara. Fue todo. Cuando vio que el malandrín quedó en el suelo, completamente noqueado, Ginnette pudo reaccionar. Lo que hizo fue decir a viva voz: -¡Wuuooouuu! Alex ¡Lo noqueaste!- El otro maleante quedó estupefacto viendo a su compañero. Entonces Alejandra lo retó. -¿A que no te atreves? ¡Ven! ¡Vamos!- El antisocial agitó su cabeza rápidamente como queriendo despertar de una pesadilla pero no, volvió a ver a su compinche tirado, desmayado, sangrando por la nariz. Entonces soltó a Ginnette, empujándola. Ginnette cayó al suelo. -Así que sabes pelear ¿no? ¡Perra! ¡Te voy a enseñar!- Acto seguido arremetió contra ella. El maleante le lanzó tres navajazos, pero no pudo alcanzarla. Alejandra estaba hecha una furia, pues al fin se encontraba frente al hombre que la humilló la otra vez. Un chico de 18 años sin duda descarriado, al igual que su compinche, pero al parecer había atracado a tanta gente que nunca se detuvo a reconocer a su oponente femenina. Lanzó otros dos navajazos y al último, tuvo como respuesta un golpe en el estómago, Alejandra se había agachado y le conectó un recto de derecha. El maleante sintió el golpe, pues le sacó aire, debiendo retroceder. -¿Qué te pasa, bebé? ¿No puedes con una mujer? ¡Vamos! ¡Deja esa navaja y pelea como un hombre!- gritó una furibunda Alejandra. Aquello hirió al maleante en su orgullo varonil. Rugiendo como un toro, tiró la navaja a un lado y se cuadró en posición de combate, más bien parecía un boxeador. Alejandra hizo lo mismo, cuadrándose también y alzando los puños. -¡Alex! ¿Qué te pasa? ¿Estás loca? ¡Él es mas grande que tú!- Gritó Ginnette. -¡Tú tranquila, Ginnette!- contestó. La verdad estaba de parte de su amiga. Alejandra medía 1,65 mientras que su oponente más de 1,80 de estatura, sin embargo nuestra protagonista no se amedrentaba por la envergadura de su adversario. Gimiendo de esfuerzo, el maleante conectó un manotazo de derecha que Alejandra esquivó sin problemas. La escena se repitió pero esta vez fue con la izquierda, sucediendo lo mismo. El hombre volvió a lanzar dos manotazos más, pero Alejandra esquivó el primero y en el último se agachó. Intentó conectarle al estómago, pero el maleante se le fue encima. Alejandra parecía en peligro, así lo vio Ginnette, quien estaba viendo la pelea desde un recodo de la calle. Pero... En una maniobra arriesgada, que sucedió en solo unos segundos, Alejandra esperó al maleante, aprovechando que este se le había ido encima con la intención de atraparla. Se agachó aún más para evitar que un brazo del rival la tomara y gritando con fuerza, le golpeó las bolas al ladrón mediante recto de derecha, al tiempo de que dicho golpe lo transformaba en un agarrón a sus testículos. Apretó fuertemente, haciendo que su oponente se arqueara de dolor siempre hacia adelante; entonces aprovechando la inercia pues se le había ido encima, con su mano izquierda tomó su cuello y haciendo acopio de todas sus fuerzas, Alejandra lo levantó por encima de su cabeza para después enviarlo al suelo un metro más adelante. Ahora Ginnette se frotaba los ojos. El maleante cayó pesadamente sobre sus espaldas. Gritó de dolor puesto que su sufrimiento era doble: tenía las manos en sus doloridas bolas mientras que al momento de caer al suelo sintió que algo se le rompía en su espalda. No podía moverse. Alejandra se le acercó y entonces le dijo: -¿Qué pasó bebé? ¿Te venció esta perra latina? ¿Ah?- A continuación le soltó varios insultos en español, para después agregar -¿Y ahora? ¿Quién se va al muladar?- Entonces, en medio de sus dolores, el hampón la recordó: era la misma chica a la que había asaltado meses antes. No solo la había asaltado, también la había humillado por su raza y origen. Rompió a llorar. -¡Por favor! ¡No me hagas mas daño!- Suplicó el antisocial. Pero Alejandra fue implacable. Aunque hizo lo mismo que con el otro maleante, también lo humilló de palabra, le hizo recodar que era un white trash y que no valía nada. Entonces, con su pié derecho, le pisoteó el estómago y después le pateó la cara, noqueándolo. Pero quería más. Se puso sobre él, con sus piernas a ambos lados del cuerpo, luego se agachó, lo tomó por la pechera y cuando se disponía rematarlo con un derechazo, fue detenida por su amiga. -¡Vámonos, Alex! ¡Eres grandiosa! ¡Los venciste a los dos!- le dijo una alegre Ginnette. -¡Vámonos! ¡No vale la pena que te ensucies por un mal nacido!- Alejandra, haciendo esfuerzos por controlar su ira, soltó con desprecio la pechera del malandrín, se levantó, recogió todas sus pertenencias que había en el piso, así como en los bolsillos de los malandrines. Luego se marcharon. Ambos cacos quedaron tendidos en el suelo, desmayados. Notaron en su recorrido a casa que ni una patrulla de la policía andaba ni lo más remotamente cerca del lugar donde se enfrentaron a los antisociales. Ginnette criticó tal situación, puesto que era inusual en una localidad tan pequeña como Astoria. Alejandra estaba callada. Ginnette quedó conmovida. Nunca se imaginó que Alejandra supiera pelear. Pero lo que más le llenaba de asombro era que peleó con dos hombres armados con navajas y pudo vencerlos. Pero aún más porque noqueó a uno de ellos, que le llevaba más de 20 centímetros de estatura y seguramente más de 30 kilos. -¡Alex! ¿Dónde aprendiste a pelear así?- Le preguntó. Pero lo que obtuvo por respuesta fue silencio. Volvió a preguntar, esta vez con más insistencia, hasta que Alejandra volvió su mirada a ella y le dijo, aún con la rabia del momento: -En casa te cuento- Fue tal la determinación de sus palabras que a Ginnette la asaltó de nuevo el miedo, dejando el tema como estaba. Llegaron a casa. Alejandra fue la primera en ducharse, mientras que Ginnette se encargaba de cocinar. Cuando Alejandra terminó, se invirtieron los papeles. Sin embargo, nuestra protagonista decidió esperar a su amiga para cenar juntas. Lo hicieron en silencio. Ginnette miraba a Alejandra con atención, pues notaba algo raro en ella. Pensaba -¡Qué extraño! Parece estar triste- Y efectivamente ese era el sentimiento que embargaba a Alejandra. Cuando estaba a punto de terminar de comer, Alejandra sintió que ya no tenía apetito y entonces se puso a pensar, apoyando su cabeza en las dos manos. Cerró los ojos y tras un rato en esa pose, pidió permiso a Ginnette para levantarse de la mesa. -Permiso, Ginnette, no aguanto- Se levantó de la mesa, dejando allí los platos, dirigiéndose a su habitación. Cerró la puerta con cuidado; todo pasó bajo la atenta mirada de Ginnette, quien creyó que iba al baño. Se levantó de la mesa, tomó los dos platos y fue a la cocina a lavarlos. Estaba extrañada por el comportamiento de su amiga, aunque todavía se sentía sobresaltada debido al trance por el que pasaron minutos antes. Una vez terminado el oficio en la cocina, fue a la habitación de Alejandra. Tocó la puerta. -Alex... ¿Pasa algo? ¿Alex?-. No obtuvo respuesta, así que siguió tocando la puerta. -¿Alex?... ¿Alex?... ¿Alex? ¿Te sientes bien?-. Lo que escuchó a continuación fue un sollozo. Dándose cuenta que no le había pasado llave a la puerta, Ginnette decidió pasar. Encontró a Alejandra acostada en su cama, en posición fetal, llorando como una niña. -¿Alex?... ¿Qué te pasa?... ¿Qué ocurre?... ¿Alex?...- Preguntaba una conmovida Ginnette. También se le aguaron los ojos, mientras le acariciaba la cabeza. Alejandra siguió llorando en voz baja, parecía un sollozo de niña. Al cabo de unos instantes se reincorporó, sentándose a la orilla de la cama. Luego miró a su amiga Ginnette, se calmó un poco mientras se enjugaba las lágrimas y entonces procedió a contar a su amiga una historia. De la mano de su primer novio, a los 15 años Alejandra aprendió artes marciales. Se especializó en karate do. Al principio no le gustaba, pero Edgardo, su novio quien era tres años mayor que ella, era un excelente deportista. En el gimnasio donde recibía clases era el mejor alumno. Compitió en torneos municipales, en los cuales obtenía títulos, siendo candidato a representar al estado de Jalisco en los nacionales de esa disciplina. Igualmente tuvo satisfacciones, llegando a ser llamado a participar en un campeonato del cual saldrían los componentes de la selección nacional juvenil que iba a participar en un campeonato panamericano a celebrarse en Guatemala. Toda esa escalada de éxitos influyeron para que Alejandra también se enganchara a esa disciplina, sintiéndose orgullosa de tener por novio a todo un campeón. Lo amaba, por lo que gustosamente empezó a practicar. A la par de la preparación de su novio, Alejandra también aprendía, de la mano de Edgardo por supuesto, pues ella no se sentía capaz de asistir a clases formales. El mismo Edgardo quedaba sorprendido por lo rápido que Alejandra aprendía los movimientos, golpes y técnicas. Él le sugirió que se inscribiera en el gimnasio, pero ella siempre se negaba, le decía que se sentía satisfecha con lo que él le enseñaba. Fueron varios meses en los que nuestra protagonista se aplicó. Y como su novio quería enseñarle bien, la sometió a un entrenamiento que al principio fue suave. Pero a Alejandra le parecía liviano y entonces empezó a trotar todos los días, temprano, así como hacer ejercicios como abdominales y flexiones. Luego, definitivamente enchufada en la actividad deportiva, se apuntó en un gimnasio para hacer pesas. Claro está, no le gustaba lucir musculosa, así que con ayuda del entrenador decidió que sus sesiones en el gimnasio estuvieran dedicados a tonificar y endurecer su cuerpo. Por cierto, Alejandra era bajita, pues como dijimos anteriormente medía 1,65 de estatura, pero en cierta ocasión, debido a su personalidad inquieta y alegre, su novio llegó a decirle una vez que era un "diminuto dinamo". Ginnette pensó que tal vez sería por eso que Alejandra usaba tacones todo el tiempo. Volvió a prestarle atención al relato. Llegó el día en que Edgardo debía partir. Fue emotiva su despedida en el aeropuerto. Sin embargo, Alejandra tenía un mal presentimiento de todo eso y antes de que su novio abordara el avión, se acercó para decirle: -Mi amor ¡Cuídate mucho! ¡Gana! ¡Pero cuídate mucho!- -Pos ¡Claro que ganaré! Consagraré mis triunfos para ti, mi amor- Respondió su amado. Se despidieron con un sonoro beso. A los días comenzaron a tener noticias del torneo. Y de Edgardo por supuesto. Edgardo, que llegó a hablarle por teléfono tres veces en su estancia en Centroamérica, avanzaba ronda tras ronda. Se perfilaba como uno de los favoritos en su categoría para alzarse con el título. Y efectivamente, llegó a la final de su peso... Y lo ganó. La noticia llenó de alegría a la ciudad. Edgardo llegó a ser conocido en el ambiente de las artes marciales de Guadalajara, puesto que fue el único jalisqueño que quedó en la selección nacional de México. Alejandra estaba inmensamente feliz y contenta por la actuación de su novio. Pero el destino le depararía un terrible y doloroso hecho. Edgardo fue asesinado en una calle del centro de Ciudad de Guatemala. Tras disputar y ganar la final, salió con unos compañeros de la delegación a festejar el título en un restaurante. Mientras retornaban al hotel a prepararse para su regreso, fueron sorprendidos por unos pandilleros, quienes los asaltaron, robándoles sus pertenencias. Edgardo opuso resistencia e intentó desarmar a uno de los delincuentes, pero en el forcejeo la pistola se disparó, llevando el atleta mexicano la peor parte. Esa noticia causó consternación en Guadalajara. Alejandra quedó destrozada. Edgardo recibió una condecoración post mortem en su funeral. En su entierro, unos policías le rindieron honores y dispararon 21 salvas, pues Edgardo tenía un familiar que trabajaba en aquel cuerpo de seguridad. Al principio estaba destrozada y el tiempo veía como nuestra protagonista se consumía en la tristeza y el dolor. Pero una mañana, bien temprano tras una noche en la que apenas pudo dormir, Alejandra salió a trotar. Había conciliado el sueño muy tarde, apenas pudiendo dormir unas horas, pero amaneció y se levantó con una determinación en su mente. Estuvo dando vueltas en el parque por más de dos horas. Después llegó a su casa a bañarse y a desayunar. Fue a la preparatoria y al finalizar la tarde se dirigió al gimnasio a castigar su cuerpo mediante intensas rutinas de pesas. Ya en la noche, se ponía a practicar en su casa katás y practicaba con un saco de arena que Edgardo le había obsequiado. Tal era el comienzo de una rutina que llevó hasta que se fue a Estados Unidos. Incluso, se inscribió en el gimnasio donde su novio practicaba. Con el correr de los años, Alejandra ascendía niveles, hasta que llegó a la cinta marrón. No pudo llegar a la negra debido a que sus actividades académicas le estaban demandando más atención. Sin embargo no quiso trascender, aunque siguió practicando. Alejandra llegó a ser tan buena peleadora que en más de una ocasión le pidieron que representara al gimnasio en torneos y competencias, pero ella se negaba, llegando a tener incluso discusiones con sus compañeros, maestros y senseis. Ellos estaban maravillados del estilo de pelea y el carácter de ella, quien en los combates celebrados en el gimnasio derrotaba a sus oponentes con autoridad, incluso a peleadores más adelantados, sean mujeres u hombres. Todavía hoy, en aquel lugar recuerdan un memorable combate que sostuvo con el senpai mas adiestrado que tenía el maestro, un hombre de unos 35 años de edad y de complexión fuerte. Alejandra se batió con él en un combate que para muchos fue espeluznante puesto que ambos se dieron con todo lo que tenían. Como era de esperarse ganó la experiencia del senpai, noqueándola con un sorpresivo golpe a la boca cuando Alejandra lo tenía a su merced. Sin embargo, pocos días después y aún con los dolores provocados por esa pelea, Alejandra hizo el grado y recibió la cinta marrón. Su maestro veía en ella a uno de sus sucesores. Por cierto, fue la primera mujer que llegaba tan lejos en la jerarquía de aquel gimnasio. Además de que era muy joven, pues no llegaba a los 20. Todo un prospecto. Pero lamentaba la estrechez de miras inexplicable de su aventajada alumna. Pero así era ella. La pérdida de un ser tan querido le había endurecido el carácter. Pero la práctica de karate le había ayudado a aliviar ese inmenso dolor, además de formar parte importante de su desarrollo integral como persona. Las artes marciales la ayudaron mucho a crecer, a madurar. En la medida que pasaba el tiempo Alejandra recuperó la alegría, siendo mucha mejor persona, ganándose el cariño, aprecio y respeto de todos sus amigos y amistades. Más sin embargo, no volvería a tener novio, pese a ser una chica atractiva, la más atractiva del gimnasio y del salón de clases en la preparatoria, deseada por muchos varones de su edad... y hasta mayores que ella. Fue la historia que le contó a su amiga Ginnette. También resumió de lo que le había pasado con esos delincuentes. También le hizo el comentario acerca de que ellos usaron una pistola para someterla en aquella ocasión, pero le llamó la atención que aquella noche solo portaban armas blancas... Sin embargo, ella tenía mucho tiempo sin practicar ni hacer ejercicios, por lo que su victoria fue más que meritoria. Fue a partir de ese día cuando ella decidió retomar los ejercicios, sin embargo, no practicaba karate debido a que la universidad y posteriormente el trabajo le absorbían el tiempo. Por lo que tuvo que desempolvar en tiempo récord lo que había aprendido años atrás. La universidad y el trabajo. En la universidad le iba bien. Alejandra era una estudiante aplicada. En las clases era de los estudiantes callados que prestaban atención, pero cuando le tocaba intervenir a pedido del profesor de turno, lo hacía muy bien. Tenía el cariño y estima de compañeros como Mathew Pennington, quien era lanzador del equipo de beisbol de la facultad, Janeth Hudson, quien vivía en Portland, Marla Carew, una negra muy risueña de la que se llevaría una sorpresa y finalmente Walter Grant, un chico muy apuesto que se había fijado en ella, pero a Alejandra no le llamaba la atención como para tener una relación sentimental. A pesar de todo, incluyendo el hecho de que con ellos formaba un grupo de estudios, Alejandra solo los consideraba como meros compañeros, pero más adelante les "elevaría" ese status, uno por uno. La primera sería Marla. Ya son las doce del mediodía en Astoria. El sol, en su punto culminante en el cenit, elevaba aún más la temperatura. Suena el timbre, dando por culminadas las clases del turno de la mañana. Los estudiantes comienzan a abandonar el salón, pero Alejandra, Marla y Walter se quedan un rato más. Es que la última clase se basó casi totalmente en dictados de apuntes que hizo el profesor y Marla, por escribir muy lento, se había quedado rezagada, pidiendo a Alejandra que le prestara sus notas. A primera hora presentaron la prueba y nuestra protagonista se sentía segura de haber aprobado. Todavía seguían haciendo comentarios sobre el examen, sobretodo Walter, quien se quedó porque gustaba de Alejandra y quería hacerle compañía. Siempre la acompañaba a tomar el autobús que la llevaba a su trabajo. Ya en una ocasión Walter se le había insinuado, pero Alejandra de la manera más respetuosa y cortés posible le había dicho que no, que no quería tener novio por el momento. Pero Walter era un muchacho muy persistente. Una persistencia que provocaba ira en otra persona. Una chica que a su vez gustaba de Walter, esa era Rosemary Smith, una pelirroja que también vivía en Portland. Una mujer que se ufanaba mucho de su condición de blanca, anglosajona y protestante, que proclamaba que el linaje de su apellido se remontaba a la época de los peregrinos del Mayflower y que, por si fuera poco, sentía cierta fobia por los negros, árabes y latinoamericanos. En fin, era una chica soberbia, egocéntrica... y racista. Tenía sobradas razones para odiar, casi de manera visceral, a aquella mexicana. No solo por su origen extranjero, sino que ella le arrebata al objeto de sus deseos. En más de una ocasión, Rosemary se le había casi declarado a Walter, pero éste no le prestaba atención, dándose cuenta que el muchacho estaba interesado en la mexicana. Para suerte de Alejandra, Rosemary aguantaría en silencio toda esa situación por no tener en sus brazos a Walter, debido a que era una persona con objetivos profesionales muy bien definidos y que le había dado excesiva prioridad a sus estudios, transcurriendo tranquilamente el primer año; pero en el segundo, las cosas iban a cambiar. Ese mediodía siguió al trío de amigos hasta la parada del autobús para ver cómo Walter se mostraba cariñoso con Alejandra. Ya su paciencia se estaba agotando. Llegó el autobús. Alejandra y Marla se despidieron de Walter y lo abordaron. El chico se quedó parado mientras veía alejarse al colectivo, pero cuando se disponía a caminar rumbo a su casa, que quedaba a pocas calles de la universidad, fue abordado por Rosemary. -¡Hola Walter! No habíamos hablado en toda la mañana de hoy- -¡Ah si! Hola Rose- contestó un sorprendido Walter. -¿Qué te pareció esta última clase de Economía? Ese tipo pensó que a lo mejor éramos unas máquinas de escribir ¡No paró de dictar por casi dos horas! ¡Me duele la mano todavía!-. -Sí. El profesor se explayó dictando conceptos-. -Si yo hubiera sabido que así sería esta última clase, yo no hubiera venido. Me meto en la biblioteca y consulto los libros-. -Hubieras perdido el tiempo. Me tomé la molestia de averiguar su estilo de dar clases y el hombre saca unos conceptos de economía muy propios. No los conseguirías en la biblioteca. Yo en tu lugar utilizo una grabadora. Tengo una y hoy no la traje ¡Rayos!- Walter se agitaba su mano derecha, todavía le dolía. -¿Por qué, Walter?- Preguntó Rosemary. -Recuerda que la Economía es una ciencia muy abstracta. No tolera interpretaciones distintas de sus principios y leyes hechas por personas que no sean economistas. El profesor Harding es economista, pero el tipo tiene ínfulas de ser el más prestigioso de esta universidad, ya que hizo trabajos para otras universidades como Harvard. Yo te aconsejo que sigas sus clases...- Walter era un estudiante aplicado también. Y bastante metódico. Siguió aconsejando a Rosemary, mientras caminaban. Luego la pelirroja le hizo comentarios sobre la prueba de la primera hora. En el autobús, el cual no tenía muchos pasajeros, Marla y Alejandra hablaban del mismo tema, de la clase y del profesor con su estilo de darla. Se habían sentado despreocupadas en las butacas del medio, puesto que charlaban animadamente. El bus seguía su trayecto, cuando en plena conversación, alguien sentado detrás se dirigió a ellas de manera particular, en especial a Marla. -"Panameña, panameña, panameña amiga mía, yo quiero que tu me lleves..."- Marla abrió los ojos en señal de asombro y se volteó para ver quien entonaba ese estribillo, Alejandra hizo lo mismo. Era en español. -¡Abelardo!- dijo Marla con mucha alegría. Alejandra se extrañó porque pronunció el nombre en perfecto español. -¿Cómo estás muchacha? ¡Tiempo sin verte!- contestó el amigo de Marla. Se dirigió hasta donde estaban ellas, saludó a Marla con un afectuoso beso y empezaron a charlar. Alejandra estaba sorprendida, puesto que ambos hablaban en español. Es que ella no lo sabía, así que decidió preguntar. -¡Marla! ¡Pero si hablas español también! ¿De donde eres?- -Ay, Alex, no te lo había dicho- le contestó su amiga en lengua de Cervantes, pero antes de contestar la pregunta fue interrumpida por Abelardo. -Ella es panameña y yo soy venezolano, me llamo Abelardo, mucho gusto- le extendió la mano a Alejandra, quien se la estrechó, gratamente sorprendida. -¡Guauuu! Pensé que yo era la única latina por aquí!- Dijo Alejandra -Oye Marla ¡Tú si eres mala! ¡Por qué no me habías dicho de dónde eras! Pos, siempre supuse que eras afroamericana, además tu apellido es inglés- -¿Pos? ¿Eres mexicana?- Preguntó Abelardo imitando el giro característico de los mexicanos cuando preguntan. -Pos sí, soy de Guadalajara ¿Y tú? ¿De qué parte de Venezuela eres?- -De Guarenas, una ciudad satélite de Caracas. Oye Marla, no pensé verte por aquí- -¿Recuerdas cuando me despedí de ustedes en la oficina? La universidad queda aquí mismo- Respondió Marla con cierto aire de nostalgia. Ambos siguieron hablando, recordando viejos tiempos cuando intervino Alejandra. -¿Dónde se conocieron ustedes?- -Nosotros trabajábamos en una compañía fabricante y distribuidora de ropa allá en Cuidad de Panamá. Yo me desempeñaba como recepcionista, ese fue mi primer trabajo. Como a los seis meses llegó este loco que tienes enfrente. Es ingeniero de sistemas, si tienes dudas con las computadoras pregúntale a este diablo, que sabe mucho. ¿Y tu Abelardo? ¿Qué haces por estos lados?- -Si me preguntas exactamente, estoy disfrutando de la semana libre que me dieron el trabajo. Vivo y chambeo en Portland, ya me aburrí de esa ciudad, la cual recorrí de cabo a rabo, me dijeron que Astoria era un lindo lugar y aquí me tienen. ¿Así que estudias aquí, Marla? ¿Cómo te va?...- Los tres latinos siguieron charlando en el bus, hablando en español, siendo Marla y Abelardo los más efusivos. En el Istmo que une a las Américas ellos fueron compañeros y amigos mientras trabajaban en una compañía transnacional. Cuando empezaron a charlar, el chofer y los demás pasajeros de la unidad de transporte los miraban con curiosidad. A algunos les pareció un encuentro simpático, pero otros fruncieron el ceño, cuando supieron que se trataba de tres latinos. El autobús siguió su ruta. Entretanto, Rosemary y Walter seguían charlando. Pero en la medida que se acercaban al domicilio de Walter, Rosemary endulzaba su tono de voz; ya habían cambiado de tema, por lo que la chica le hizo una pregunta a su compañero. -Walter ¿Qué opinas de Alex?- Walter se quedó extrañado. Se quedó callado por unos instantes, pensando en la respuesta. -Bueno... estéee... me parece una chica muy simpática. Además de inteligente- Rosemary frunció el ceño. -Es una chica que estudia mucho, se aplica, pero ¿Qué le ves de especial a ella?- -Es una muchacha inteligente, simpática... Como mujer es bonita, pero como persona es hasta humilde. Me gusta su forma de ser ¿Por qué lo preguntas? Por cierto, nunca he visto que le dirijas la palabra...- Rosemary miró hacia una tienda e intentando cambiar el tema dijo: -¡Mira la exhibición que hay en esa vitrina!- -¡Vaya!- Dijo Walter al ver que había una pareja haciendo de maniquíes humanos en la vidriera de una tienda por departamentos. La pelirroja consiguió su cometido. Rosemary no quiso seguir preguntando. Evidentemente le molestaba las apreciaciones que su compañero hacía de Alejandra y eso que no habían profundizado en el tema. Además no quería levantar sospechas en él. Siguió haciendo el juego a su manera. La verdad es que despreciaba a Alejandra. Mientras tanto se acercaron a la vidriera, observaron el espectáculo por un rato para luego reanudar la marcha hasta la casa de Walter. De allí en adelante, Rosemary caminó hasta su casa, pensando en la manera de enganchar a Walter, quitar el encanto que sobre él tenía la mexicana. Finalmente el autobús llegó a la parada en donde se quedaba Alejandra, su trabajo. La mexicana era la única de aquel trío latino pues Marla seguiría rumbo a su trabajo, una biblioteca pública ubicada varias calles más adelante. Abelardo, que tenía pensado ir al terminal de pasajeros a tomar el bus que lo llevaría a Portland, decidió acompañar primero a su amiga canalera. Alejandra se despidió: -¡Hasta mañana Marla! ¡Un placer Abelardo!- -¡Hasta mañana!- -Un placer, Alejandra ¡Que estés bien!-. Alejandra llegó al local, se cambió la camisa y comenzó una nueva jornada de trabajo. Al rato llegó Ginnette, quien estaba un poco sobresaltada. -Oye Ginnette ¿Pasó algo?- -Sí, Alex. Asaltaron al señor Kenneth y lo hirieron- -¿Cómo fue eso? ¿Está bien el señor Kenneth? ¿Qué le hicieron?- Preguntó Alejandra con mucha impaciencia. Temió por su amigo. -El señor Kenneth fue trasladado al hospital. Recibió una puñalada en el estómago. Al parecer lo asaltaron unos pandilleros mientras regresaba del banco- -¿Pandilleros? - La mexicana pasó de la ansiedad a la indignación. Por un momento pensó en la pareja de white trash a los que había dado una lección de defensa personal, pero Ginnette quien le observó su cambio en la expresión de su rostro, le dio una respuesta inesperada. -Al parecer fueron unos pandilleros... latinos... Alex- Alejandra cambió de nuevo su expresión. ¿Latinos? Tenía más de un año viviendo en aquella localidad y no había visto latinoamericanos por allí. Creía que era la única hasta enterarse del verdadero origen de Marla. Pensó que no había conocido la ciudad lo suficiente. Preguntó. -¿Latinos? ¿No sabes de dónde?- -No sabría decirte. Los testigos que vieron el hecho, Alex, piensan que son mexicanos. El señor Kenneth estaba mal herido pero alguien llamó rápidamente a una ambulancia...- -¿Había gente alrededor y no pudieron auxiliarlo? ¡Por favor!- -Alex, eran tres y estaban armados- Alejandra tenía una furia e indignación que no cabían en su cuerpo. Se lo tomaba a pecho. Y no era para menos. No quiso seguir la conversación, pues imaginaba los comentarios que haría la gente. "Eso latinos de... " estaba imaginándose a alguien diciendo ese tipo de comentarios que rayan en la xenofobia y en el racismo. Finalmente un sentimiento de tristeza la invadió, pero antes de dar por terminado el tema volvió a preguntar su amiga. -¿Eran del vecindario?- -No, no eran de la cuadra- -Mañana iré a visitar al señor Kenneth... me siento avergonzada...- Ginnette le dio una palmada en la espalda en señal de apoyo. Ya sabía lo que estaba pensando su amiga. Era la primera vez que sucedía algo semejante en el tiempo que Alejandra tenía viviendo en esa localidad. -Si antes la miraban con recelo ¿qué será ahora?- Pensó Ginnette. No quiso seguir con el tema sino que decidió apoyar a su amiga -Mañana iremos a visitarlo, Alex- -Mañana... temprano. Yo no iré a clases, por lo menos la primera hora- -Yo tampoco- Ambas se concentraron en hacer las labores del local. Y Alejandra seguía pensando. No era una persona que se preocupaba por el qué dirán, pero no dejaba de pensar en el impacto que tendría tan lamentable hecho ¿Cómo me verán mañana los vecinos? Alejandra no creía que aquello provocaría animadversión hacia ella, pero estaba consciente de la pésima imagen que tenían los estadounidenses de los latinoamericanos. Amanecerá y veremos. ¿Comentarios? Escribir a: vene_wanderer73@hotmail.com